lunes, 11 de julio de 2011

marosa di giorgio medici (uruguay, 1932 - 2004) // poemas

a veces, en el trecho de huerta...

a veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar
a la alcoba, se me aparecían los ángeles.
alguno, quedaba allí de pie, en el aire, como un gallo
blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de azucenas
blancas como la nieve o color rosa.
a veces, por los senderos de la huerta, algún ángel me
seguía casi rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos;
se parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje gris, siniestro, cayéndole por la espalda
hasta los suelos...). otros eran como mariposas negras
pintadas a la lámpara, a los techos, hasta que un día
se daban vuelta y les ardía el envés del ala, el pelo,
un número increíble.
otros eran diminutos como moscas y violetas e iban
todo el día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo,
hasta les dejábamos un vasito de miel en el altar.


anoche, volvió, otra vez...

anoche, volvió, otra vez, la sombra; aunque ya habían pasado
cien años, bien la reconocimos. pasó el jardín violetas,
el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las dulceras con olor a rosa.
tomó al dormitorio, interrumpió el amor, los abrazos; los que
que estaban despiertos, quedaron con los ojos fijos; soñaban,
igual la vieron.
el espejo donde se miró o no se miró, cayó trizado. Parecía
que quería matar a alguno. pero, salió al jardín. giraba, cavaba,
en el mismo sitio, como si debajo estuviese enterrado un muerto.
la pobre vaca, que pastaba cerca de la violetas, se enloqueció,
gemía como una mujer o como un lobo. pero, la sombra se fue volando,
se fue hacia el sur. volverá dentro de un siglo.


árbol de magnolias...

árbol de magnolias,
te conocí el día primero de mi infancia,
a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde ella sacaba el almíbar y las tazas.
de ti bajaron los ladrones;
melchor, gaspar y baltasar;
de ti bajaban los pastores y los gatos;
los pastores, enamorados como gatos,
los gatos, serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados
esclava negra sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.
virgen maría de velo negro,
de velo blanco, allá en el patio.
eres la abuela, eres mamá, eres marosa, todo eres, con tu
eterna
juventud, tu vejez eterna,
niña de comunión, niña de novia,
niña de muerte.
de ti sacaban las estrellas como tazas,
las tazas como estrellas.
estuvo oculto en tus ramos el libro del destino.
te has quedado lejos, te has ido lejos.
pero, voy retrocediendo hacia ti,
voy avanzando hacia ti.
te veré en el cielo.
no puede ser la eternidad sin ti.

bajó una mariposa...

bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos colores; no se distinguía bien. la niña más chica
creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños dijeron: -bajo las alas hay un hombre.
yo dije: -sí, su cuerpo parece un hombrecito.
pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural.
me arrodillé y vi. era verdad lo que decían los niños. ¿cómo
cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas?
llamamos a un vecino. trajo una pinza. sacó las alas. y un
hombre alto se irguió y se marchó.
y esto que parece casi increíble, luego fue pintado
prodigiosamente en una caja.


de súbito, estalló la guerra

de súbito, estalló la guerra. se abrió como una bomba de azúcar
arriba de las calas. primero, creíamos que era juego;
después, vimos que la cosa era siniestra. el aire quedó
ligeramente envenenado. se desprendían los murciélagos
desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,
como rosas, como ratones que volvieran del infinito,
todavía, con las alas.
por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las cosas:
"las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas...".
pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía
calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance
de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. se prolongó
la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el este,
el otro hacia el oeste. como si el abuelo y la abuela se divorciaran.
de esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra,
arriba de las calas.


ellos tenían siempre la cosecha más roja

ellos tenían siempre la cosecha más roja, la uva centelleante.
a veces, al mediodía, cuando el sol embriaga -si no, nunca
nos atreviéramos-, mi madre y yo, tomadas de la mano,
íbamos por los senderos de la huerta, hasta pasar la línea
casi invisible, hasta la vid de los monjes. la uva erguía
bien alto su farol de granos; cada grano era como un rubí
sin facetas con una centella dentro. ellos estaban aquí y allá
con las sayas negras o rojas, y parecían escudriñar diminutas
estampillas, grandes láminas, o meditar profundamente sobre
el Santo de esos lugares. a nuestro rumor alguno dirigía
hasta nosotras la mirada como una flecha de oro o de plata.
y nosotras huíamos sin volvernos, temblando bajo
el inmenso sol.

había nacido con zapatos

había nacido con zapatos. rojos, finos, de taco alto,
que fueron la desesperación de todos los que vivimos juntos
en aquel tiempo.
y en la cara tenía varias dentaduras, y lentes celestes como
el fuego.
al pasar, por la tarde, parecía el ángel de la devoración con
pie punzó.
mas, en realidad, amó la luz solar. comía guindas, llevándose
una a cada boca.
y sentía temor y amor hacia el maestro tigre que llegaba
en la noche a buscar doncellas.
y nunca la eligió.

0 comentarios: