viernes, 12 de agosto de 2011

diane arbus (diane nemerov, estados unidos, 1923 - 1971) // fotografías












annie leibovitz.(estados unidos, 1949 - ) // fotografías










irwin allen ginsberg (estados unidos, 1926 – 1997) // poesías - poema whitmaníaco / tema objetivo / palabras celestes /lamentación del sin techo / la inteligencia brillante

poema whitmaníaco

nosotros niños, nosotros
colegiales,
chicas de américa
obreros, estudiantes
dominados por la lujuria


tema objetivo

es cierto que escribo sobre mí mismo
¿Aa quién otro conozco mejor?
dónde se juntan más sangre rosas rojas y basura de cocina
qué más tiene mi grueso corazón, hepatitis o hemorroides-
¿qué otro vivió mis setenta años, mi vieja naomi?
y si por casualidad escribo sobre política norteamericana,
sabiduría, meditación, teoría del arte
es porque leí un periódico amé
a los maestros leí libros por encima y visité un museo


palabras celestes

el alba encandila el ojo
sirenas rasgan el cielo
bocinas de los taxis retumban en la calle
bocinas rotas de coches balan balan balan

el cielo está cubierto de palabras
el día está cubierto de palabras
la noche está cubierta de palabras
dios está cubierto de palabras

la conciencia cubierta de palabras
la mente está cubierta de palabras
vida y muerte son palabras
las palabras están cubiertas de palabras

los amantes están cubiertos de palabras
los asesinos están cubiertos de palabras
los espías están cubiertos de palabras
los gobiernos cubiertos de palabras

gas mostaza cubierto de palabras
bombas de hidrógeno cubiertas de palabras
«noticias» del mundo son palabras
las guerras están cubiertas de palabras

policía secreta cubierta de palabras
hambre cubierto de palabras
huesos de madres cubiertos de palabras
niños esqueléticos hechos de palabras

los ejércitos están cubiertos de palabras
dinero cubierto de palabras
altas finanzas cubiertas de palabras
junglas de pobreza cubiertas de palabras

sillas eléctricas cubiertas de palabras
la multitud que grita está cubiertas de palabras
radios tiranas cubiertas de palabras
el Infierno televisado, cubierto de palabras


lamentación del sin techo

perdona, amigo, no quise molestarte
pero volví de vietnam
donde maté a un montón de caballeros vietnamitas
algunas damas también
y no pude soportar el dolor
y de miedo cogí un hábito
y pasé por la rehab y estoy limpio
pero no tengo lugar donde dormir
y no sé qué hacer
conmigo ahora mismo

lo siento, amigo, no quise molestarte
pero hace frío en la calle
y mi corazón está enfermo solo
y estoy limpio, pero mi vida es un desastre
tercera avenida
y calle e. houston
en el paso peatonal bajo el semáforo en rojo
limpio tu parabrisas con un trapo sucio


la inteligencia brillante

emigra de la muerte
para hacer un signo de vida nuevamente en ti
fiero y bello como un accidente de autos
en la plaza de armas

juro que yo he visto esa luz
no dejaré de besar tus mejillas
cuando cierren tu ataúd
y los humanos de duelo vuelvan a su viejo
y cansado sueño.
y tú te despiertes en el ojo del dictador
del universo

¡otro estúpido milagro! ¡de vuelta estoy equivocado!
¡tu indiferencia! ¡mi entusiasmo!
¡yo insisto! ¡tú toses!
perdido en la ola de- oro que flota
a través del cosmos.

¡ah estoy cansado de insistir! adiós
me voy a pucalpa
a tener visiones.
¿tus sonetos limpios?

yo quiero tus borradores secretos
más sucios
tu esperanza,
en su más obscena magnificencia, ¡oh dios!

bertolt brecht (eugen berthold friedrich brechter han culen, alemania, 1898 - 1956) // poesías - canción desde el acuario / canción de una amada / canción de la viuda enamorada / canción de la viuda enamorada / canción de la prostituta / canción de la mujer

canción desde el acuario
salmo 5

he apurado la copia hasta el fondo. es decir, he sido seducido.
era un niño, y me amaron.
el mundo se desesperaba, pues yo me mantenía puro. ella
se revolcó por el suelo ante mí, con miembros tiernos
y atrayente trasero. me mantuve firme.
para calmarla, cuando se excitó demasiado, yací con ella
y me volví impuro.
el pecado me satisfizo. la filosofía me ayudaba al amanecer,
cuando velaba. me convertí en lo que querían.
miré largo tiempo hacia arriba y pensé que el cielo estaba
triste sobre mí. pero veía que le era indiferente.
él se amaba a sí mismo.
ahora hace tiempo que me ahogué. yazgo hinchado sobre
el fondo.
los peces viven dentro de mí. el mar se está agotando.


canción de una amada

1. lo sé, amada: ahora se me cae el pelo por mi vida salvaje,
y me tumbo en las piedras. me veis beber el aguardiente más
barato, y camino desnudo al viento.

2. pero hubo un tiempo, amada, en que fui puro.

3. tuve una mujer que era más fuerte que yo, como la hierba
es más fuerte que el toro: se vuelve a erguir.

4. ella vio que yo era malo, y me amó.

5. no preguntó a dónde conducía el camino, que era su camino,
y quizás iba hacia abajo. cuando me dio su cuerpo, dijo:
esto es todo. y fue mi cuerpo.

6. ahora ya no está en ningún lado, desapareció como una
nube cuando ha llovido, la abandoné y cayó, pues ése era su camino.

7. pero de noche, a veces, cuando me veis beber, veo su cara,
pálida en el viento, fuerte y vuelta hacia mí, y me inclino ante
el viento.


canción de la viuda enamorada

ay, ya sé, no deberla reconocer
que tiemblo cuando su mano me toca.
ay, qué me ha sucedido
que rezo para que me seduzca.
¡ay, ni cien caballos me arrastrarían al pecado!
¡si al menos no me apeteciese tanto!

si me resisto tanto al amor
sólo me he resistido realmente en el fondo
porque sé que si estuviera ante él en camisón
me dejaría hasta sin camisa.
¡como que le van a importar a él mis reproches!
¡si al menos no me apeteciese tanto!

dudo que valga tanto como yo
y que para él sea amor de verdad.
cuando todos mis ahorros se hayan gastado,
¿tirará el cacharro a la basura?
¡ay, ya sé por qué le opuse tanta resistencia!
¡si al menos no me apeteciese tanto!

si tuviera dos dedos de sentido
nunca le habría concedido lo que por desgracia me pidió,
sino que le habría pegado una paliza
en cuanto se me acercó demasiado, como hizo.
¡ay, ojalá se fuera al infierno!
(¡si al menos no me apeteciese tanto!)


canción de la prostituta

1. señores míos, con diecisiete años
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
aunque hubo cosas que sí me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
gracias a dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿dónde están las lágrimas de anoche?
¿dónde la nieve del año pasado?

2. claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
gracias a dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿dónde están las lágrimas de anoche?
¿dónde la nieve del año pasado?

3. y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
pero, bien, se consigue.
aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete).
gracias a dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿dónde están las lágrimas de anoche?
¿dónde la nieve del año pasado?


canción de la mujer

1. de noche junto al río en el oscuro corazón de los arbustos
a veces vuelvo a ver su rostro, el de la mujer que amé: mi
mujer, que murió.

2. hace ya muchos años, y a ratos ya no sé nada de ella, la
que antes lo fue todo, pero todo se marchita.

3. y ella era en mí como un pequeño enebro en las estepas de
mongolia, cóncavas, con el cielo amarillo pálido y de gran tristeza.

4. vivíamos en una cabaña negra junto al río, los mosquitos
solían perforar su blanco cuerpo, y yo leía el periódico
siete veces o decía: tu pelo tiene un color sucio. o: no tienes corazón.

5. pero un día, cuando estaba yo lavando mi camisa en la
cabaña, ella se acercó a la puerta y me miró y quería salir.

6. y quien le había pegado hasta cansarse, dijo: ángel mío.

7. y quien le había dicho te quiero la condujo fuera y
riendo miró al aire y alabó el buen tiempo y le dio la mano.

8. como ya estaban afuera, al aire libre, y la cabaña estaba
desierta, cerró la puerta y se sentó tras el periódico.

9. desde entonces no la he vuelto a ver, y de ella sólo quedó
el gritito que dio cuando por la mañana volvió a la puerta que
ya estaba cerrada.

10. ahora la cabaña se ha podrido y mi pecho está relleno de
papel de periódico y por las noches tumbado junto al río en
el oscuro corazón de los arbustos me acuerdo de ella.

11. el viento lleva olor a hierba en el pelo y el agua grita sin
fin pidiendo calma a dios, y en mi lengua tengo un sabor amargo.


jueves, 11 de agosto de 2011

olga orozco (olga nilda gugliotta orozco, argentina, 1920 - 1999) // poesías - día para no estar / el final era el verbo / detrás de aquella puerta / en la brisa, un momento

 día para no estar

vete, día maldito;
guarda bajo tus párpados de yeso la mirada de lobo
que me olvida mejor;
camina sobre mí con tu paso salvaje, simulando un
desierto entre el hambre y la sed,
para que todos crean que no estoy,
que soy una señal de adiós sobre las piedras;
cierra de para en par, lejos de mí, tus fauces sin crueldad
y sin misericordia,
como si fuera ya la invulnerable,
aquella que sin pena puede probarse ya los gestos de
los otros;
y tiéndete a dormir, bajo la ciega lona de los siglos,
el sueño en que me arrojas desde ayer a mañana:
esta escarcha que corre por mi cara.
aun así, he de llegar contigo.
aun así, has de resucitar conmigo entre los muertos.


el final era el verbo

como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo para sustituir los jardines
del edén
sobre las piedras del vocablo.
¿y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás
todos los alfabetos de la muerte?
¿no era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo
alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
miraba las palabras al trasluz.
veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
quería descubrir a dios por transparencia.


detrás de aquella puerta

en algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el
revés de todo tu destino.
es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo
imposible.
acaso ahora cruja con una melodía incomparable
contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido
por las cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared
final del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado
ulises.
es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una
historia baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo
roza la nostalgia.
esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo
de la ausencia.
no regreses entonces como quien al final de un viaje
erróneo
-cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo
el mundo-
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por
un nombre confuso la consigna.
¿acaso cada paso que diste no cambió, como en un
ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa
de toda partida?
no te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arra-
sadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expia-
ción;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos
y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la año-
ranza.
esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que
elegiste.


en la brisa, un momento
a valerio

que pueda el camino subir hasta alcanzarte.
que pueda el viento soplar siempre a tu espalda.
que pueda el sol brillar cálidamente sobre tu rostro
y las lluvias caer con dulzura sobre tus campos,
y hasta que volvamos a encontramos
que dios te sostenga en la palma de su mano.
(oración irlandesa)

¡ya se fue! ¡ya se fue! -se queja la torcaza.
el lamento se expande de hoja en hoja,
de temblor en temblor, de transparencia en transparencia,
hasta envolver en negra desolación el plumaje del mundo.
-¡ya se fue! ¡ya se fue! -como si yo no viera.
y me pregunto ahora cómo hacer para mirar de nuevo una torcaza,
para volver a ver una bahía, una columna, el fuego, el humo de la sopa,
sin que tus ojos me aseguren la consistencia de su aparición,
sin que tu mano me confirme la mía.
será como mirar apenas los reflejos de un espejo ladrón,
imágenes saqueadas desde las maquinarias del abismo,
opacas, andrajosas, miserables.
¿y qué será tu almohada, y qué será tu silla,
y qué serán tus ropas, y hasta mi lecho a solas, si me animo?
posesiones de arena,
sólo silencio y llagas sobre la majestad de la distancia.
ah, si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel
esa larga fisura por donde te fuiste,
ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir,
acaso nos veríamos más desnudos que nunca, como después de nunca,
como después del paraíso que perdimos,
y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres,
esos que solamente dios conoce,
y descubrir los pliegues ignorados de nuestra propia historia
cubriendo las respuestas que callamos,
incrustadas tal vez como piedras preciosas en el fondo del alma.
todo lo que ya es patrimonio de sombras o de nadie.
pero acá sólo encuentro en mitad de mi pecho
esta desgarradura insoportable cuyos bordes se entreabren
y muestran arrasados todos los escenarios donde tú eres el rey
-un instantáneo calco del que fuiste, un relámpago apenas-
bajo la rotación del infinito derrumbe de los cielos.
fuera de mí la nube dice “no”, el viento dice “no”, las ramas dicen “no”,
y hasta la tierra entera que te alberga,
esa tierra dispersa que ahora es sólo una alrededor de ti,
se aleja cuando llamo.
¿cómo saber entonces d0nde estás en este desmedido, insaciable universo,
donde la historia se confunde y los tiempos se mezclan y los lugares se deslizan,
donde los ríos nacen y mueren las estrellas,
y las rosas que me miran en paestum no son las que nos vieron
sino tal vez las que miró virgilio?
¿cómo acertar contigo,
si aun en medio del día instalabas a veces tu silencio nocturno,
inabordable como un dios, ensimismado como un árbol,
y tu delgado cuerpo ya te sustraía?
aléjate, memoria de pared, memoria de cuchara, memoria de zapato.
no me sirves, memoria, aunque simules este día.
no quiero que me asistas con mosaicos, ni con palacios, ni con catedrales.
húndete, piedra de la navicella, junto al cisne de brujas,
bajo las noches susurradoras de venecia.
sopla, viento de holanda, sobre los campos de temblorosas amapolas,
deshoja los recuerdos, barre los ecos y la lejanía.
no quiero que sea nunca para siempre ni siempre para nunca.
juguemos a que estamos perdidos otra vez entre los laberintos de un jardín.
encuéntrame, amor mío, en tu tiempo presente.
mírame para hoy con tus ojos de miel, de chispas y de claro tabaco.
sé que a veces de pronto me presencias desde todas partes.
tal vez poses tu mano lentamente como esta lluvia sobre mi cabeza
o detengas tus pasos junto a mí en pálida visitación conteniendo el aliento.
he conseguido ver el resplandor con que te llevan cuando te persigo;
he aspirado también, señor de las plantaciones y las flores,
el aroma narcótico con que me abrazas desde un rincón vacío de la casa,
y he oído en el pan que cruje a solas el pequeño rumor con que me nombras,
tiernamente, en secreto, con tu nuevo lenguaje.
lo aprenderé, por más que todo sea un desvarío de lugares hambrientos,
una forma inconclusa del deseo, una alucinación de la nostalgia.
pero aun así, ¿qué muro es insoluble entre nosotros?
¡hemos huido juntos tantos años entre las ciénagas y los tembladerales
delante de las fieras de tu mal
cubriendo la retirada con el sol, con la piel, con trozos de la fiesta,
con pedazos inmensos del esplendor que fuimos, hasta que te atraparon!
anudaron tu cuerpo, ya tan leve, al miedo y al azar,
y escarbó en tus tejidos la tiniebla monarca con uñas y con dientes ,
mientras dábamos vueltas en la trampa, sin hallar la salida.
la encontraste hacia arriba, y lograste escapar a pura pérdida, de caída en caída.
aún nos queda el amor:
esa doble moneda para poder pasar a uno y otro lado.
haz que gire la piedra, que te traiga de nuevo la marea,
aunque sea un instante, nada más que un instante.
ahora, cuando podrás mirar tan “fijamente el sol como la muerte” ,
no querrás apagarlo para mí ni querrás extraviarme detrás de los escombros,
por pequeña que sea mirada desde allá,
aun menos que una nuez, que una brizna de hierba que unos granos de arena.
y porque a veces me decías: “tú hiciste que la luz fuera visible”,
y otra vez descubrimos que la muerte se parece al amor
en que ambos multiplican cada hora y lugar por una misma ausencia,
yo te reclamo ahora en nombre de tu sol y de tu muerte una sola señal,
precisa, inconfundible, fulminante, como el golpe de gracia que parte en dos el muro
y descubre un jardín donde somos posibles todavía,
apenas un instante, nada más que un instante,
tú y yo juntos, debajo de aquel árbol
copiados por la brisa de un momento cualquiera de la eternidad.


sheena easton // morning train (nine to five)


sheena easton // strut


blondie // die young stay pretty


blondie // atomic


blondie // rapture


duran duran // electric barbarella


duran duran // blame the machines (directed by sebastian mihailescu)

gilbert keith chesterton (reino unido, 1874 - 1936) // cómo escribir un cuento policíaco

cómo escribir un cuento policíaco

que quede claro que escribo este articulo siendo totalmente consciente de que he fracasado en escribir un cuento policíaco. pero he fracasado muchas veces. mi autoridad es por lo tanto de naturaleza práctica y científica, como la de un gran hombre de estado o estudioso de lo social que se ocupe del desempleo o del problema de la vivienda. no tengo la pretensión de haber cumplido el ideal que aquí propongo al joven estudiante; soy, si les place, ante todo el terrible ejemplo que debe evitar. sin embargo creo que existen ideales para la narrativa policíaca, como existen para cualquier actividad digna de ser llevada a cabo. y me pregunto por qué no se exponen con más frecuencia en la literatura didáctica popular que nos enseña a hacer tantas otras cosas menos dignas de efectuarse. como, por ejemplo, la manera de triunfar en la vida. la verdad es que me asombra que el título de este articulo nos vigile ya desde lo alto de cada quiosco. se publican panfletos de todo tipo para enseñar a la gente las cosas que no pueden ser aprendidas como tener personalidad, tener muchos amigos, poesía y encanto personal. incluso aquellas facetas del periodismo y la literatura de las que resulta más evidente que no pueden ser aprendidas, son enseñadas con asiduidad. pero he aquí una muestra clara de sencilla artesanía literaria, más constructiva que creativa, que podría ser enseñada hasta cierto punto e incluso aprendida en algunos casos muy afortunados. más pronto o más tarde, creo que esta demanda será satisfecha, en este sistema comercial en que la oferta responde inmediatamente a la demanda y en el que todo el mundo esta frustrado al no poder conseguir nada de lo que desea. más pronto o más tarde, creo que habrá no sólo libros de texto explicando los métodos de la investigación criminal sino también libros de texto para formar criminales. apenas será un pequeño cambio de la ética financiera vigente y, cuando la vigorosa y astuta mentalidad comercial se deshaga de los últimos vestigios de los dogmas inventados por los sacerdotes, el periodismo y la publicidad demostrarán la misma indiferencia hacia los tabúes actuales que hoy en día demostramos hacia los tabúes de la edad media. el robo se justificará al igual que la usura y nos andaremos con los mismos tapujos al hablar de cortar cuellos que hoy tenemos para monopolizar mercados. los quioscos se adornaran con títulos como la falsificación en quince lecciones o ¿por qué aguantar las miserias del matrimonio?, con una divulgación del envenenamiento que será tan científica como la divulgación del divorcio o los anticonceptivos. pero, como a menudo se nos recuerda, no debemos impacientarnos por la llegada de una humanidad feliz y, mientras tanto, parece que es tan fácil conseguir buenos consejos sobre la manera de cometer un crimen como sobre la manera de investigarlos o sobre la manera de describir la manera en que podrían investigarse. me imagino que la razón es que el crimen, su investigación, su descripción y la descripción de la descripción requieren, todas ellas, algo de inteligencia. mientras que triunfar en la vida y escribir un libro sobre ello no requieren de tan agotadora experiencia.
en cualquier caso, he notado que al pensar en la teoría de los cuentos de misterio me pongo lo que algunos llamarían teórico. es decir que empiezo por el principio, sin ninguna chispa, gracia, salsa ni ninguna de las cosas necesarias del arte de captar la atención, incapaz de despertar o inquietar de ninguna manera la mente del lector.
lo primero y principal es que el objetivo del cuento de misterio, como el de cualquier otro cuento o cualquier otro misterio, no es la oscuridad sino la luz. el cuento se escribe para el momento en el que el lector comprende por fin el acontecimiento misterioso, no simplemente por los múltiples preliminares en que no. el error sólo es la oscura silueta de una nube que descubre el brillo de ese instante en que se entiende la trama. y la mayoría de los malos cuentos policíacos son malos porque fracasan en esto. los escritores tienen la extraña idea de que su trabajo consiste en confundir a sus lectores y que, mientras los mantengan confusos, no importa si les decepcionan. pero no hace falta sólo esconder un secreto, también hace falta un secreto digno de ocultar. el clímax no debe ser anticlimático. no puede consistir en invitar al lector a un baile para abandonarle en una zanja. más que reventar una burbuja debe ser el primer albor de un amanecer en el que el alba se ve acentuada por las tinieblas. cualquier forma artística, por trivial que sea, se apoya en algunas verdades valiosas. y por más que nos ocupemos de nada más importante que una multitud de watsons dando vueltas con desorbitados ojos de búho, considero aceptable insistir en que es la gente que ha estado sentada en la oscuridad la que llega a ver una gran luz; y que la oscuridad sólo es valiosa en tanto acentúa dicha gran luz en la mente.
siempre he considerado una coincidencia simpática que el mejor cuento de sherlock holmes tiene un titulo que, a pesar de haber sido concebido y empleado en un sentido completamente diferente, podría haber sido compuesto para expresar este esencial clarear: el título es "resplandor plateado" ("silver blaze").
el segundo gran principio es que el alma de los cuentos de detectives no es la complejidad sino la sencillez. el secreto puede ser complicado pero debe ser simple. esto también señala las historias de más calidad. el escritor esta ahí para explicar el misterio pero no debería tener que explicar la propia explicación. ésta debe hablar por sí misma. debería ser algo que pueda decirse con voz silbante (por el malo, por supuesto) en unas pocas palabras susurradas o gritado por la heroína antes de desmayarse por la impresión de descubrir que dos y dos son cuatro. ahora bien, algunos detectives literarios complican más la solución que el misterio y hacen el crimen más complejo aun que su solución.
en tercer lugar, de lo anterior deducimos que el hecho o el personaje que lo explican todo, deben resultar familiares al lector. el criminal debe estar en primer plano pero no como criminal; tiene que tener alguna otra cosa que hacer que, sin embargo, le otorgue el derecho de permanecer en el proscenio. tomaré como ejemplo el que ya he mencionado, "resplandor plateado". sherlock holmes es tan conocido como shakespeare. por lo tanto, no hay nada de malo en desvelar, a estas alturas, el secreto de uno de estos famosos cuentos. a sherlock holmes le dan la noticia de que un valioso caballo de carreras ha sido robado y el entrenador que lo vigilaba asesinado por el ladrón. se sospecha, justificadamente, de varias personas y todo el mundo se concentra en el grave problema policial de descubrir la identidad del asesino del entrenador. la pura verdad es que el caballo lo asesinó.
pues bien, considero el cuento modélico por la extrema sencillez de la verdad. la verdad termina resultando algo muy evidente. el caballo da título al cuento, trata del caballo en todo momento, el caballo está siempre en primer plano, pero siempre haciendo otra cosa. como objeto de gran valor, para los lectores, va siempre en cabeza. verlo como el criminal es lo que nos sorprende. es un cuento en el que el caballo hace el papel de joya hasta que olvidamos que una joya puede ser un arma.
si tuviese que crear reglas para este tipo de composiciones, esta es la primera que sugeriría: en términos generales, el motor de la acción debe ser una figura familiar actuando de una manera poco frecuente. debería ser algo conocido previamente y que esté muy a la vista. de otra manera no hay autentica sorpresa sino simple originalidad. es inútil que algo sea inesperado no siendo digno de espera. pero debería ser visible por alguna razón y culpable por otra. una gran parte de la tramoya, o el truco, de escribir cuentos de misterio es encontrar una razón convincente, que al mismo tiempo despiste al lector, que justifique la visibilidad del criminal, más allá de su propio trabajo de cometer el crimen. muchas obras de misterio fracasan al dejarlo como un cabo suelto en la historia, sin otra cosa que hacer que delinquir. por suerte suele tener dinero o nuestro sistema legal, tan justo y equitativo, le habría aplicado la ley de vagos y maleantes mucho antes de que lo detengan por asesinato. llegamos al punto en que sospechamos de estos personajes gracias a un proceso inconsciente de eliminación muy rápido. por lo general, sospechamos de él simplemente porque nadie lo hace. el arte de contar consiste en convencer, durante un momento, al lector no sólo de que el personaje no ha llegado al lugar del crimen sin intención de delinquir si no de que el autor no lo ha puesto allí con alguna segunda intención. porque el cuento de detectives no es más que un juego. y el lector no juega contra el criminal sino contra el autor.
el escritor debe recordar que en este juego el lector no preguntará, como a veces hace en una obra seria o realista: ¿por qué el agrimensor de gafas verdes trepa al árbol para vigilar el jardín del medico? sin sentirlo ni dudarlo, se preguntará: ¿porque el autor hizo que el agrimensor trepase al árbol o cuál es la razón que le hizo presentarnos a un agrimensor?. el lector puede admitir que cualquier ciudad necesita un agrimensor sin reconocer que el cuento pueda necesitarlo. es necesario justificar su presencia en el cuento (y en el árbol) no sólo sugiriendo que lo envía el ayuntamiento sino explicando por qué lo envía el autor. más allá de las faltas que planea cometer en el interior de la historia debe tener alguna otra justificación como personaje de la misma, no como una miserable persona de carne y hueso en la vida real. el lector, mientras juega al escondite con su auténtico rival el autor, tiende a decir: sí soy consciente de que un agrimensor puede trepar a un árbol, y sé que existen árboles y agrimensores. ¿pero qué esta haciendo con ellos? ¿por qué hace usted que este agrimensor en concreto trepase a este árbol en particular, hombre astuto y malvado?
esto nos conduce al cuarto principio que debemos recordar. la gente no lo reconocerá como práctico ya que, como en los otros casos, los pilares en que se apoya lo hacen parecer teórico. descansa en el hecho que, entre las artes, los asesinatos misteriosos pertenecen a la gran y alegre compañía de las cosas llamadas chistes. la historia es un vuelo de la imaginación. es conscientemente una ficción ficticia. podemos decir que es una forma artística muy artificial pero prefiero decir que es claramente un juguete, algo a lo que los niños juegan. de donde se deduce que el lector que es un niño, y por lo tanto muy despierto, es consciente no sólo del juguete, también de su amigo invisible que fabricó el juguete y tramó el engaño. los niños inocentes son muy inteligentes y algo desconfiados. e insisto en que una de las principales reglas que debe tener en mente el hacedor de cuentos engañosos es que el asesino enmascarado debe tener un derecho artístico a estar en escena y no un simple derecho realista a vivir en el mundo. no debe venir de visita sólo por motivos de negocios, deben ser los negocios de la trama. no se trata de los motivos por los que el personaje viene de visita, se trata de los motivos que tiene el autor para que la visita ocurra. el cuento de misterio ideal es aquel en que es un personaje tal y como el autor habría creado por placer, o por impulsar la historia en otras áreas necesarias y después descubriremos que está presente no por la razón obvia y suficiente sino por las segunda y secreta. añadiré que por este motivo, a pesar de las burlas hacia los noviazgos estereotipados, hay mucho que decir a favor de la tradición sentimental de estilo más lector o más victoriano. habrá quien lo llame un aburrimiento pero puede servir para taparle los ojos al lector.
por último, el principio de que los cuentos de detectives, como cualquier otra forma literaria, empiezan con una idea. lo que se aplica también a sus facetas más mecánicas y a los detalles. cuando la historia trata de investigaciones, aunque el detective entre desde fuera el escritor debe empezar desde dentro. cada buen problema de este tipo empieza con una buena idea, una idea simple. algún hecho de la vida diaria que el escritor es capaz de recordar y el lector puede olvidar. pero en cualquier caso la historia debe basarse en una verdad y, por más que se le pueda añadir, no puede ser simplemente una alucinación.

raymond clevie carver, jr. (estados unidos, 1938 - 1988) // escribir un cuento

escribir un cuento

allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. de todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. verlo y soltarlo, sin pena alguna. avanzar. por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. la ambición y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. hay que tener talento.
son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. el mundo según garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con john irving. también hay un mundo en consonancia con flannery o’connor, y otro con william faulkner, y otro con ernest hemingway. hay mundos en consonancia con cheever, updike, singer, stanley elkin, ann beattie, cynthia ozick, donald barthelme, mary robinson, william kitredge, barry hannah, ursula k. leguin... cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.
tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. este es su mundo y no otro. esto es lo que diferencia a un escritor de otro. no se trata de talento. hay mucho talento a nuestro alrededor. pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse.
decía isak dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... entonces tendré al menos es ficha escrita. “el esmero es la única convicción moral del escritor”. lo dijo ezra pound. no lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo.
tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de chejov:... y súbitamente todo empezó a aclarársele. sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. palabras que también tienen su misterio. porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿qué es lo que comienza a aclararse? ¿qué está pasando? bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar. siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello.
una vez escuché al escritor geoffrey wolff decir a un grupo de estudiantes: no a los juegos triviales. también eso pasó a una ficha de tres por cinco. sólo que con una leve corrección: no jugar. odio los juegos. al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. el escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.
hace unos meses, en el new york times books review, john barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. se lamentaba barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”. argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar -y maltratar, incluso- a sus lectores. esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá sólo resulte interesante para un puñado de especializadísimos científicos.
sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. pero esa manera de ver las cosas -barthelme, por ejemplo- no puede ser imitada luego por otro escritor. eso no sería trabajar. sólo hay un barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. la experimentación de veras será algo nuevo, como pedía pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo.
tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos -una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer- con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a navokov. esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. en el maravilloso cuento de isaak babel, guy de maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco.
en una ocasión decía evan connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento -si las palabras resultan oscuras, enrevesadas- los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. el propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. henry james llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura.
tengo amigos que me cuentan que deben acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. no sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. ese no es mi problema. pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. no debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse.
en un ensayo titulado "escribir cuentos", flannery o’connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. dice o’connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próxima al final:
"cuando comencé a escribir el cuento no sabía que ph.d. acabaría con una pierna de madera. una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. no sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable."
cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de o’connor.
al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla.
puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir.
me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. en ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma en el cuento. y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas.
la definición que da v.s. pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. primero es la mirada. luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. y de ahí se derivan las consecuencias y significados. por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los más las contempla. ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz más necesaria al cuento que ofrecemos al lector. esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.





raymond clevie carver, jr. (estados unidos, 1938 - 1988) // poesía -.miedo

miedo
miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa.
miedo de quedarme dormido durante la noche.
miedo de no poder dormir.
miedo de que el pasado regrese.
miedo de que el presente tome vuelo.
miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.
miedo a las tormentas eléctricas.
miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.
miedo a los perros aunque me digan que no muerden.
¡miedo a la ansiedad!
miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
miedo de quedarme sin dinero.
miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.
miedo a los perfiles psicológicos.
miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.
miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.
miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.
miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
miedo a la confusión.
miedo a que este día termine con una nota triste.
miedo a despertarme y ver que te has ido.
miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.
miedo a la muerte.
miedo a vivir demasiado tiempo.
miedo a la muerte.
ya dije eso.

silvina ocampo (argentina, 1903 - 1994) // cuentos - la casa de los relojes / mimoso / el cuaderno

la casa de los relojes

estimada señorita:
ya que me he distinguido en sus clases con mis composiciones, cumplo con mi promesa: me ejercitaré escribiéndole cartas. ¿me pregunta qué hice en los últimos días de mis vacaciones?
le escribo mientras ronca joaquina. es la hora de la siesta y usted sabe que a esa hora y a la noche, joaquina, porque tiene carne crecida en la nariz, ronca más que de costumbre. es una lástima porque no deja dormir a nadie. le escribo en el cuadernito de deberes porque el papel de carta que conseguí del pituco no tiene líneas y la letra se me va para todos lados. sabrá que la perrita julia duerme ahora debajo de mi cama, llora cuando entra luz de luna por la ventana, pero a mí no me importa porque ni el ronquido de joaquina me despierta.
fuimos a pasear a la laguna la salada. es muy lindo bañarse. y me hundí hasta las rodillas en el barro. junté hierbas para el herbario y también, en los árboles que quedaban bastante apartados del lugar, huevos para mi colección, de torcaza, de hurraca y de perdiz. las perdices no ponen huevos en los árboles sino en el suelo, pobrecitas. me divertí mucho en la laguna salada, hicimos fortalezas de barro; pero más me divertí anoche en la fiesta que dio ana maría sausa, para el bautismo de rusito. todo el patio estaba decorado con linternas de papel y serpentinas. pusieron cuatro mesas, que improvisaron con tablas y caballetes, con comidas y bebidas de toda clase, que era de chuparse los dedos. no hicieron chocolate por la huelga de leche y porque mi padre se vuelve loco al verlo y le hace mal al hígado.
estanislao romagán abandonó aquel día la tropilla de relojes que tiene a su cargo para ver cómo preparaban la fiesta y para ayudar un poquito (él, que ni en domingos ni en días de fiesta deja de trabajar). yo lo quería mucho a estanislao romagán. ¿usted recuerda aquel relojero jorobado que le compuso a usted el reloj ¿aquel que en los altos de esta casa vivía en esa casilla que yo llamaba la casa de los relojes, que él mismo construyó y que parece de perro? ¿aquel que se especializaba en despertadores? ¡quién sabe si no lo ha olvidado! ¡me cuesta creerlo! relojes y jorobas no se olvidan así no más. pues ése es estanislao romagán. en láminas me mostraba un reloj de sol que disparaba un cañón automáticamente al mediodía, otro que no era de sol cuya parte exterior representaba una fuente, otro, el reloj de estrasburgo, con escalera, con carros y
caballos, figuras de mujeres con túnicas, y hombrecitos raros. usted no me creerá, pero era tan agradable oír las campanillas diferentes de todos los despertadores en cualquier momento y los relojes que daban las horas mil veces al día. mi padre no pensaba lo mismo. para la fiesta, estanislao desenterró un traje que tenía guardado en un pequeño baúl, entre dos ponchos, una frazada y tres pares de zapatos que no eran de él. el traje estaba arrugado, pero estanislao, después de lavarse la cara y de peinarse el pelo, que tiene muy lustroso, negro y que le llega casi hasta las cejas, como un gorro catalán, quedó bastante elegante.
–sentado, con la nuca apoyada sobre un almohadón, se le vería bien.
tiene buena presencia, mejor que la de muchos invitados –comentó mi madre.
–dejáme tocarte la espaldita –le decía joaquina, corriéndolo por la casa.
él permitía que le tocaran la espalda, porque era buenito.
–¿y a mí quién me trae suerte? –decía.
–sos un suertudo –le contestaba joaquina–, tenés la suerte encima.
pero a mí me parece que era una injusticia decirle eso. ¿a usted no,
señorita?
la fiesta fue divina. y el que diga que no, es un mentiroso. pirucha bailó el rock and roll y rosita bailes españoles, que aunque es rubia lo hace con gracia. comimos sándwiches de tres pisos pero un poquito secos, merengues rosados, con gusto a perfume, de esos chiquititos, y torta y alfajores. las bebidas eran riquísimas. pituco las mezclaba, las batía, las servía como un verdadero mozo de restaurante. a mí me daba todo el mundo un poquito de acá, un poquito de allá y así llegué a juntar y a beber el contenido de tres copas, por lo menos. iriberto me preguntó:
–she, pibe, ¿qué edad tenés?
–nueve años.
–¿bebiste algo?
–no. ni un trago –le contesté, porque me dio vergüenza.
–entonces tomá esta copa.
y me hizo beber un licor que me quemó la garganta hasta la campanilla.
se rió y me dijo:
–así serás un hombre.
esas cosas no se hacen con un chico, ¿no le parece, señorita? la gente estaba muy alegre. mi madre que habla poco charlaba como una señora cualquiera y joaquina, que es tímida, bailó sola cantando una canción
mejicana que no sabía de memoria. yo, que soy tan huraño, conversé hasta con el viejito malo que siempre me manda al diablo. era tarde ya cuando bajó de su casilla por fin vestido y peinado estanislao romagán que se disculpó de llevar un traje arrugado. lo aplaudieron y le dieron de beber. le hicieron mil atenciones: le ofrecieron los mejores sándwiches, los mejores alfajores, las más ricas bebidas. una muchacha, la más bonita, creo, de la fiesta, arrancó una flor de una enredadera y se la puso en el ojal. puedo decir que era el rey de la fiesta y que se fue alegrando con cada copa que tomaba. las señoras le mostraban el reloj pulsera descompuesto o roto, que llevaban casi todas en la muñeca. el los examinaba sonriente, prometiendo que los iba a componer sin cobrar nada. se disculpó de nuevo de tener un traje tan arrugado y riendo dijo que era porque no acostumbraba ir a las fiestas. entonces gervasio palmo, que tiene una tintorería a la vuelta de casa, se le acercó y le dijo:
–vamos a planchárselo ahora mismo en mi tintorería. ¿a qué sirven las tintorerías si no es para planchar los trajes de los amigos? todos acogieron la idea con entusiasmo, hasta el mismo estanislao, que es tan moderado, gritó de alegría y dio unos pasitos al compás de la música de un aparato de radio que estaba colocado en el centro del patio. así iniciaron la peregrinación a la tintorería. mi madre, apenada porque le habían roto el adorno más bonito de la casa y ensuciado una carpeta de macramé, me retuvo del brazo:
–no vayas, querido. ayudame a arreglar los desperfectos.
como si me hubiera hablado el gato (aunque usted no lo crea), salí corriendo detrás de estanislao, de gervasio y del resto de la comitiva. después de la casilla de los relojes de estanislao romagán, la casa del barrio que más me gusta es esa tintorería la mancha. en su interior hay hormas de sombreros, planchas enormes, aparatos de donde sale vapor, frascos gigantescos y una pecera, en el escaparate, con peces colorados. el socio de gervasio palmo, que llamamos nakoto, es un japonés, y la pecera es de él. una vez me regaló una plantita que murió en dos días. ¿a un chico cómo quiere que le guste una planta? esas cosas son para los grandes, ¿no le parece, señorita? pero nakoto tiene anteojos, los dientes muy afilados y los ojos muy largos; no me atreví a decírselo: lo que yo quería que me regalara era uno de los peces. cualquiera me
comprende.
ya había oscurecido. caminamos media cuadra cantando una canción que desafinábamos o que no existe.
gervasio palmo, frente a la puerta de la tintorería, buscó las llaves en su bolsillo, tardó en encontrarlas porque tenía muchas. cuando abrió la puerta, todos nos agolpamos y ninguno podía entrar, gervasio palmo impuso tranquilidad con su voz de trueno. nakoto nos apartó, encendió las luces de la casa, quitándose los anteojos. entramos en una enorme sala que yo no conocía. frente a una horma que parecía la montura de un caballo me detuve para mirar el lugar donde iban a planchar el traje de estanislao.
–¿me desnudo? –interrogó estanislao.
–no –respondió gervasio–, no se moleste. se lo plancharemos puesto.
–¿y la giba? –interrogó estanislao, tímidamente. era la primera vez que yo oía esa palabra, pero por la conversación me enteré de lo que significaba (ya ve que progreso en mi vocabulario).
–también te la plancharemos –respondió gervasio, dándole una palmada sobre el hombro.
estanislao se acomodó sobre una mesa larga, como le ordenó nakoto que estaba preparando las planchas. un olor a amoníaco, a diferentes ácidos, me hicieron estornudar: me tapé la boca, siguiendo sus enseñanzas, señorita, con un pañuelo, pero alguien me dijo "cochino", lo que me pareció de muy mala educación. ¡qué ejemplo para un chico! nadie se reía, salvo estanislao. todos los hombres tropezaban con algo, con los muebles, con las puertas, con los útiles de trabajo, con ellos mismos. traían trapos húmedos, frascos, planchas. aquello parecía, aunque usted no lo crea, una operación quirúrgica. un hombre cayó al suelo y me hizo una zancadilla que por poco me rompo el alma. entonces, para mí al menos, se terminó la alegría. comencé a vomitar. usted sabe que tengo un estómago muy sano y que los compañeros de colegio me llamaban avestruz, porque tragaba cualquier cosa. no sé lo que me pasó. alguien me sacó de allí a los tirones y me llevó a casa.
no volví a ver a estanislao romagán. mucha gente vino a buscar los relojes y un camioncito de la relojería la parca retiró los últimos, entre los cuales había uno que parecía una casa de madera, que era mi preferido. cuando pregunté a mi madre dónde estaba estanislao, no quiso contestarme como era debido. me dijo, como si hablara al perro: "se fue a otra parte", pero tenía los ojos colorados de haber llorado por la carpeta de macramé y el adorno y me hizo callar cuando hablé de la tintorería.
no sé lo que daría por saber algo de estanislao. cuando lo sepa le escribiré otra vez.
la saluda cariñosamente, su discípulo preferido.
n. n.


mimoso

desde hacía cinco días mimoso agonizaba. mercedes con una cucharita le daba leche, jugo de frutas y té. mercedes llamó por teléfono al embalsamador, dio la altura y el largo del perro y pidió los precios. embalsamarlo iba a costar casi un mes de sueldo. cortó la comunicación y pensó llevarlo inmediatamente
para que no se estropeara demasiado. al mirarse en el espejo vio que sus ojos estaban muy hinchados por el llanto y decidió esperar la muerte de mimoso. junto a la estufa de kerosene, colocó un platito y volvió a darle leche al perro,con la cucharita. ya no abría la boca y la leche se derramó por el suelo. a las
ocho llegó el marido, lloraron juntos y se consolaron pensando en el embalsamamiento. Imaginaron al perro a la entrada de la habitación, con sus ojos de vidrio, cuidando simbólicamente la casa.
a la mañana siguiente mercedes metió al perro adentro de una bolsa. no estaba muerto, tal vez. hizo un paquete con arpillera y papel de diario para no llamar la atención en el colectivo y lo llevó a la tienda del embalsamador. en el escaparate de la casa vio muchos pájaros, monos embalsamados y víboras. la
hicieron esperar. el hombre apareció en mangas de camisa, fumando un cigarro toscano. tomó el paquete, diciendo:
–me trajo el perro. ¿cómo lo quiere? –mercedes parecía no comprender–.
el hombre trajo un álbum lleno de dibujos.
–¿lo quiere sentado, acostado o parado? ¿sobre un soporte de madera negra o pintadito de blanco? ¿cómo lo quiere?
mercedes miró sin ver nada:
–sentadito, con las patitas cruzadas.
–¿con las patitas cruzadas? –repitió el hombre, como si no le gustara.
–como usted quiera –dijo mercedes, ruborizándose.
hacía calor, un calor sofocante. mercedes se quitó el abrigo.
–vamos a ver al animal –dijo el hombre, abriendo el paquete. tomó a mimoso por las patas traseras, y continuó:
–no está tan gordito como su dueña –y lanzó una carcajada. la miró de arriba abajo y ella bajó los ojos y vio sus pechos bajo el sweater demasiado ajustado. –cuando lo vea listo le va a dar ganas de comerlo.
bruscamente, mercedes se cubrió con el abrigo. retorció entre sus manossus guantes negros de cabritilla y dijo, tratando de contener sus deseos de abofetear o de quitar el perro al hombre:
–quiero que tenga un soporte de madera como aquél –le enseñó el que sostenía una paloma mensajera.
–veo que la señora tiene buen gusto –musitó el hombre–. ¿y los ojos dequé los quiere? de vidrio resultará un poco más caro.
–los quiero de vidrio –respondió mercedes, mordiendo los guantes.
–¿verdes, azules o amarillos?
–amarillos –dijo mercedes, impetuosamente–. tenía los ojos amarillos como las mariposas.
–¿y usted les vio los ojos a las mariposas?
–como las alas –protestó mercedes–, como las alas de las mariposas.
–¡ya me parecía! tiene que pagar adelantado –dijo el hombre.
–ya lo sé –respondió mercedes–, me lo dijo por teléfono –abrió su cartera y sacó los billetes; los contó y los dejó sobre la mesa. el hombre le dio el recibo.
–¿cuándo estará listo para venir a buscarlo? –preguntó, guardando el recibo en su cartera.
–no hace falta. se lo llevaré yo el veinte del mes que viene.
–vendré a buscarlo con mi marido –respondió mercedes y salió precipitadamente de la casa.
las amigas de mercedes supieron que el perro había muerto y quisieron saber qué habían hecho con el cadáver. mercedes dijo que lo habían hecho embalsamar y nadie le creyó. muchas personas rieron. ella resolvió que era mejor decir que lo había tirado por ahí. con su tejido en la mano esperaba como penélope, tejiendo, la llegada del perro embalsamado. pero el perro no llegaba. mercedes todavía lloraba y se secaba las lágrimas con el pañuelo floreado.
el día convenido mercedes recibió un llamado telefónico: el perro yaestaba embalsamado, sólo faltaba ir a buscarlo. el hombre no podía ir tan lejos.
mercedes y su marido fueron a buscar al perro en un taxímetro.
–lo que nos ha hecho gastar este perro –dijo el marido de mercedes, en el taxímetro, mirando los números que subían.
–un hijo no hubiera costado más –dijo mercedes, sacando su pañuelo del bolsillo y enjugándose las lágrimas.
–bueno, basta; ya lloraste bastante.
en la casa del embalsamador tuvieron que esperar. mercedes no hablaba, pero su marido la miraba atentamente.
–¿la gente no dirá que estás loca? –inquirió su marido con una sonrisa.
–peor para ellos –respondió mercedes apasionadamente–. no tienen corazón, y la vida es muy triste para los que no tienen corazón. nadie los quiere.
–mujer, tienes razón.
el embalsamador trajo casi demasiado pronto al perro. sobre un pie de madera barnizada de oscuro, semisentado, con los ojos de vidrio y el hocico barnizado estaba mimoso. nunca había parecido de mejor salud; estaba gordo, bien peinado y lustroso, lo único que le faltaba era hablar. mercedes lo acarició
con sus manos trémulas; lágrimas saltaron de sus ojos y cayeron sobre la cabeza del perro.
–no me lo moje –dijo el embalsamador–. y lávese la mano.
–sólo le falta hablar –dijo el marido de mercedes–. ¿cómo hace estas maravillas?
–con venenos, señor. todo el trabajo lo hago con venenos, con guantes y anteojos, de otro modo, me intoxicaría. es un sistema personal. ¿no hay niños en su casa?
–no.
–¿será peligroso para nosotros? –preguntó mercedes.
–únicamente si lo comen –respondió el hombre.
–tenemos que envolverlo –dijo mercedes, después de secar sus lágrimas.
el embalsamador envolvió el animal embalsamado en papeles de diario y entregó el paquete al marido de mercedes. salieron con alegría. en el camino hablaron del lugar donde colocarían a mimoso. eligieron el vestíbulo de la casa, junto a la mesita del teléfono en donde mimoso los esperaba cuando ellos salían. después de examinar el trabajo del embalsamador, una vez en la casa, colocaron al perro en el lugar elegido. mercedes se sentó frente a él para mirarlo: ese perro muerto la acompañaría como la había acompañado el mismo perro vivo, la defendería de los ladrones y de la soledad. le acarició la cabeza con la punta de los dedos y cuando creyó que el marido no la miraba, le dio un beso furtivo.
–¿qué dirán tus amigas, cuando vean esto? –inquirió el marido–. qué dirá el tenedor de libros de la casa merluchi.
–cuando vengan a cenar lo guardaré en el armario o diré que fue un regalo de la señora del segundo piso.
–tendrás que decírselo a la señora.
–se lo diré –dijo mercedes.
aquella noche bebieron un vino especial y se acostaron más tarde que de costumbre.
la señora del segundo piso sonrió ante el pedido de mercedes.
comprendió la perversidad del mundo ante el cual una mujer no puede mandar embalsamar a su perro sin que la crean loca.
mercedes era más feliz con el perro embalsamado que con el perro vivo; no le daba de comer, no tenía que sacarlo para que orinara, ni tenía que bañarlo, no le ensuciaba la casa ni le mordía el felpudo.
pero la felicidad no es duradera.
bajo la forma de un anónimo llegó la maledicencia a esa casa. un dibujo obsceno ilustraba las palabras. el marido de mercedes tembló de indignación: el fuego ardía en la cocina menos que en su corazón. tomó al perro sobre sus rodillas, lo quebró en varias partes como si fuese una rama seca y lo arrojó al horno que estaba abierto.
–que sea o que no sea verdad no importa, lo que importa es que lo digan.
–no me impedirás que sueñe con él –gritó mercedes y se acostó en la cama vestida–. sé quién es el hombre perverso que hace anónimos. es ese tenedor de porquería. no volverá a entrar en esta casa.
–tendrás que recibirlo. esta noche viene a cenar.
–¿esta noche? –dijo mercedes. saltó de la cama y corrió a la cocina a preparar la cena, con una sonrisa en los labios. puso junto al perro el asado de tira, en el horno.
preparó la comida más temprano que de costumbre.
–hay asado con cuero –anunció mercedes.
antes de saludar, junto a la puerta, el invitado se restregó las manos, al tomar el olor que venía del horno. después, mientras se servía, dijo:
–estos animales parecen embalsamados –miró con admiración los ojos del perro.
–en china –dijo mercedes–, me han dicho que la gente come perros, ¿será cierto o será un cuento chino?
–yo no sé. pero en todo caso, yo por nada del mundo los comería.
–no hay que decir "de este perro no comeré" –respondió mercedes, con una sonrisa encantadora.
–de esta agua no beberé –corrigió el marido.
el invitado se asombró de que mercedes hablara con tanto desparpajo de los perros.
–tendremos que llamar al peluquero –dijo el invitado, viendo la carne con cuero donde asomaban algunos pelos y, riendo a carcajadas, con una risa contagiosa, preguntó–: ¿la carne con cuero se come con salsa?
–es una novedad –contestó mercedes.
el invitado se sirvió de la fuente, chupó un pedazo de cuero untado con
salsa, lo mascó y cayó muerto.
–mimoso todavía me defiende –dijo mercedes, recogiendo los platos y secando sus lágrimas, pues lloraba cuando reía.


el cuaderno

era un día patrio. su marido había ido a ver el desfile. las calles estaban embanderadas y en todas las casas se oían músicas marciales. era también un día sin horas. para no perder el espectáculo habían almorzado a las once y media. el cielo estaba tormentoso.
–pobres soldados, tener que marchar con este día –repetía ermelina de ríos encendiendo la luz.
por más que levantara las cortinitas de la ventana, el cuarto quedaba en tinieblas. afuera caía una lluvia finísima.
los días de fiesta, siempre ermelina cosía frente a la ventana. remendaba las camisas, zurcía las medias. esta vez, ermelina cosía un vestido, para cuandoestuviese más delgada. el cuarto estaba en desorden, había retazos de género en el suelo, alfileres, papeles recortados. la puerta que comunicaba con la pieza vecina estaba abierta. ermelina alzó los ojos y miró la cama de matrimonio que era de bronce dorado; un ramo de flores en el centro de la cabecera entrelazaba los barrotes con una cinta. esa cama era el testimonio de su felicidad. se la mostraba siempre a sus amigas y a las amigas de sus vecinas. era el regalo de bodas que le había hecho paula hódl, la dueña de la casa de sombreros donde ella trabajaba. hacía quince años que trabajaba en esa casa, y era sin duda la mejor ofíciala. las alas de los sombreros bajo sus manos se plegaban mágicamente; las cintas, las plumas, los moños y las flores eran dóciles a sus dedos, que formaban, con idéntica facilidad, el sombrero de fieltro, el panamá de papel, el verdadero panamá o el sombrero de paja de italia. paula hodl la adoraba. cuando algún admirador mandaba flores para paula, ésta, infaliblemente, le daba dos o tres de las más lindas. pero paula no la quería a ella, sino a su habilidad, no la quería a ella, sino a los sombreros que salían de sus manos como pájaros recién nacidos. desde que se había casado, paula le hablaba de mal modo, los sombreros estaban mal planchados, las clientas se quejaban. paula movía una mano amenazadora.
–ya te dije, ermelina, ya te dije que no te casaras. ahora estás triste. has perdido hasta la habilidad que tenías para adornar sombreros –y sacudiendo un sombrero adornado con cintas, añadía con una pequeñísima risa, que parecía una carraspera–: ¿qué significa este moño? ¿qué significa esta costura ermelina sabía que el sombrero era un cachivache, pero quedaba en silencio (era su manera de contestar). no estaba triste. hasta entonces había tratado los sombreros como a recién nacidos, frágiles e importantes. ahora le inspiraban un gran cansancio, que se traducía en moños mal hechos y pegados con grandes puntadas, que martirizaban la frescura de las cintas.
–cuando sienta los primeros dolores venga en seguida a la maternidad –le había dicho el médico–. me parece que le faltan pocos días.
ermelina sentía su hijo moverse dentro de ella. sentía que se encogía, que se estiraba caprichosamente, como en una cuna recién estrenada. creía ver la forma de los pies desnudos y de las manos de muñeca.
no estaba sola en ese cuarto frío.
alguien golpeaba la puerta, alguien venía siempre a interrumpir las largas conversaciones que tenía con su hijo que era a veces un muchacho de veinte años con un traje gris rayado, a veces de doce años y otras veces un recién nacido. veía al hombre, al niño, al bebé; no el rostro. ermelina dejó la costura, hizo pasar a la vecina que llegaba con sus dos hijos. le pidió que se sentara en la mecedora que era su preferida, mientras ella volvió a la pequeña silla de costura. los chicos se arrastraban por el suelo. eran chiquitos y morenos, con las mejillas paspadas.
–cumplo con mi promesa; aquí le traigo los cuadernos de mis hijos.
pobrecitos, es el primer año que van al colegio –dijo la vecina, abriendo los cuadernos y dándoselos a ermelina.
entre cada página de palotes había figuritas pegadas, ramos de rosas y nomeolvides, manos entrelazadas, palomas, niños, animales, banderas. ermelina hojeaba el cuaderno.
–qué bien. qué estudiosos son sus hijos, señora –repetía dando vuelta las páginas, hasta que se detuvo frente a una, donde había la cara de un chico muy rosado, pegada entre un ramo de lilas–. así quisiera que fuese. así quisiera que fuese mi hijo –repetía ermelina indicando con la mano la imagen brillante–. me ha dicho mi tía que en los meses de preñez, si se mira mucho un rostro o una magen, el hijo sale idéntico a ese rostro o a esa imagen.
–dicen tantas cosas –suspiró la vecina, y agregó–: no es porque sean mios, pero mis hijos son bien lindos y durante los nueve meses del embarazo se puede decir que no he visto a nadie, ni mirado a nadie, ni siquiera en revistas, ni siquiera en figuras. en aquella estancia en la pampa no teníamos radio. no teníamos otra música que la música de los eucaliptos. yo estaba recluida en las habitaciones todo el santo día, haciendo solitarios. ¡qué vacaciones fueron aquellas! no me las olvidaré nunca –y diciendo esto tomó el cuaderno que ermelina le tendía, para mostrarle el rostro del niño rosado.
de repente ermelina vio que el menor de los hijos de la vecina se parecía extrañamente a la sota de espadas; era una suerte de hombrecito pequeño aplastado contra el suelo, vestido de verde y rojo. el otro parecía un rey muy cabezón con una copa en la mano, donde bebía una cantidad incalculable de agua. habían sembrado el suelo con los útiles de colegio, y jugaban a la guerra con unos sacapuntas en forma de cañoncitos.
la vecina, mirando la figura, comentó:
–tiene la nariz demasiado respingada, y además tiene mota, como un negro.
ermelina sacudió la cabeza:
–es un niño precioso –alzó los ojos triunfantes–. así quiero que sea mi hijo.
hasta entonces no sabía cómo tenía que ser su hijo, rubio o moreno, de ojos azules, verdes o negros. ¿parecido a quién? no lo sabía, y ahora había encontrado la imagen.
–¿me presta este cuaderno, señora? solamente hasta esta noche.
la vecina consintió, y se despidió de ermelina, dejándole un beso pegajoso en cada mejilla. los dos niños salieron del cuarto arrastrando los pies.
ermelina volvió a sentarse con el cuaderno entre las manos; estudió la imagen minuciosamente, luego la dejó sobre la mesa y tomó la costura. pero no había cosido cuatro puntadas, cuando empezó a sentir un dolor y después otro, como relámpagos espaciados, pero puntuales. se levantó de la silla.
seguramente era el niño que estaba por nacer; lo sentía en su vientre, como en un cuarto oscuro, golpeando contra la puerta, con insistencia. se puso un abrigo y ató un pañuelo alrededor del cuello.
tomó un lápiz y un papel donde escribió en letras temblorosas: el niño está por nacer, me voy a la maternidad, la sopa está lista, no hay más que calentarla para la hora de la comida, la figura que está en la hoja abierta de este cuaderno es igual a nuestro hijo, en cuanto la mires llévale el cuaderno a la señora lucía que me lo ha prestado. prendió el papelito con un alfiler sobre la colcha de la cama, puso al lado el cuaderno
abierto, apagó la luz y salió del cuarto.
atravesó los corredores oscuros, lentamente. bajó las escaleras empinadas, con miedo de caerse; se aferraba a la baranda. en la esquina esperó el ómnibus. llevaba apretada en su mano la recomendación para el médico. el trayecto era largo. parecía que el conductor del ómnibus no tenía apuro como otras veces; parecía esperar a una novia, en todas las esquinas; miraba de izquierda a derecha y hablaba solo. ermelina pensó que iba a tener el hijo allí mismo, tan fuerte seguían los golpes y con tanta impaciencia. el tránsito estaba interrumpido; los dolores se sucedían como cuentas de un rosario interminable.
por fin se detuvo el ómnibus. para llegar a la maternidad, no había que caminar más que unos cuantos metros. ermelina se bajó trabajosamente; caminaba con rapidez y, por el esfuerzo que hacía para no separar demasiado las piernas, con una extraña cadencia de baile. subió los escalones larguísimos y blancos de la
maternidad; había una luz constante, de amanecer.
las enfermeras la rodearon, la llevaron de sala en sala, luego la estiraron sobre una cama. vio muchas estrellas rojas y azules, adornando gigantescos sombreros; rompió con los dientes cintas de seda, que eran ásperas sábanas de algodón, que le hicieron sangrar las encías. la negrura del cuarto se llenaba de filamentos deslumbrantes y de gritos. y después perdió la conciencia. nadaba en un lago sin agua y sin orillas, hasta que llegó a la ausencia del dolor, que fue una gran desnudez pura y diáfana. se había sentido como una casa muy grande y muy cerrada, que hubieran de pronto abierto, para un solo niño que quería ver el mundo.
despertó en la camita blanca, repetida como en un cuarto de espejos, un cuarto larguísimo, repleto de camitas blancas, alineadas. la enfermera se inclinó sobre la cama:
–señora, mire lo que le traigo.
entre envoltorios de llantos y pañales ermelina reconoció la cara rosada pegada contra las lilas del cuaderno. la cara era quizá demasiado colorada, pero ella pensó que tenía el mismo color chillón que tienen los juguetes nuevos, para que no se decoloren de mano en mano.

silvina ocampo (argentina, 1903 - 1994) // cuentos - el vástago

el vástago

hasta en la manía de poner sobrenombres a las personas, ángel arturo se parece a labuelo; fue él quien
bautizó a este último y al gato, con el mismo nombre. es una satisfacción pensar que labuelo sufrió en carne propia lo que sufrieron otros por culpa de él. a mí me puso tacho, a mi hermano pingo y a mi cuñada chica, para humillarla, pero ángel arturo lo marcó a él para siempre con el nombre de labuelo. este de algún modo proyectó sobre el vástago inocente, rasgos, muecas, personalidad: fue la última y la más perfecta de sus venganzas. en la casa de la calle tacuarí vivíamos mi hermano y yo, hasta que fuimos mayores, en una sola habitación. la casa era enorme, pero no convenía que ocupáramos, según opinaba labuelo, distintos dormitorios. teníamos que estar incómodos, para ser hombres. mi cama, detalle inexplicable, estaba arrimada al ropero. asimismo nuestra habitación, se transformaba, los días de semana, en taller de costura de una gitana que reformaba, para nosotros, camisas deformes, y los domingos en depósito de empanadas y pastelitos (que la cocinera, por orden de labuelo, no nos permitía probar) para regalos destinados a dos o tres señoras del vecindario.
para mal de mis pecados, yo era zurdo. cuando en la mano izquierda tomaba el lápiz para escribir, o
empuñaba el cuchillo, a la hora de las comidas, para cortar carne, labuelo me daba una bofetada y me mandaba a la cama sin comer. llegué a perder dos dientes a fuerza de golpes y, por esa penitencia, a
debilitarme tanto, que en verano, con abrigos de invierno, temblaba de frío. para curarme, labuelo me dejó pasar toda una noche bajo la lluvia, en camisón, descalzo sobre las baldosas. si no he muerto, es porque dios es grande o porque somos más fuertes de lo que creemos.
sólo después del casamiento de arturo (mi hermano), ocupamos, él y yo, diferentes habitaciones. por una ironía de la suerte lograba con mi desdicha lo que tanto había esperado: un cuarto propio. arturo ocupó una habitación, en los fondos más inhospitalarios de la casa, con su mujer (se me hiela la sangre cuando lo digo, como si no me hubiera habituado) y yo, otra, que daba, con sus balcones de estuco y de mármol, a la calle. por razones misteriosas, no se podía entrar en un cuarto de baño que estaba junto a mi dormitorio; en consecuencia, yo tenía que atravesar, para ir al baño, dos patios. por culpa de esas manías, para no helarme de frío en invierno o para no pasar junto a la habitación de mi hermano casado, orinando o jabonándome las orejas, las manos o los pies debajo del grifo, quemé dos plantas de jazmines que nadie regaba, salvo yo. pero volveré a recordar mi infancia, que si no fue alegre, fue menos sombría que mi pubertad. durante mucho tiempo creyeron que labuelo era portero de la casa. a los siete años yo mismo lo creía. en una entrada lujosa, con puerta cancel, donde brillaban vidrios azules como zafiros y rojos como rubíes, un hombre, sentado en una silla de viena, leyendo siempre algún diario, en mangas de camisa y pantalón de fantasía raído, no podía ser sino el portero. labuelo vivía sentado en aquel zaguán, para impedirnos salir o para fiscalizar el motivo de nuestras salidas. lo peor de todo es que dormía con los ojos abiertos: aun roncando, sumido en el más profundo de los sueños, veía lo que hacíamos o lo que hacían las moscas, a su alrededor. burlarlo era difícil, por no decir imposible. a veces nos escapábamos por el balcón. un día mi hermano recogió un perro perdido, y para no afrontar responsabilidades, me lo regaló. lo escondimos detrás del ropero. sus ladridos pronto me delataron. labuelo, de un balazo, le reventó la cabeza, para probar su puntería y mi debilidad. no contento con este acto me obligó a pasar la lengua por el sitio donde el perro había dormido.
–los perros en la perrera, en las jaulas o en el otro mundo –solía decir. sin embargo, en el campo, cuando salía a caballo, una jauría que manejaba a puntapiés o a rebencazos, iba a la zaga. otro día, al saltar del balcón a la acera durante la siesta, me recalqué un tobillo. labuelo me divisó desde su puesto. no dijo nada, pero a la hora de la cena, me hizo subir por la escalera de mano que comunicaba con la azotea, para acarrear ladrillos amontonados, hasta que me desmayé. ¿para qué amontonaba ladrillos? la riqueza de
nuestra familia no se advertía sino en detalles incongruentes: en bóvedas, con columnas de mármol y estatuas, en bodegas bien surtidas, en legados que iban pasando de generación en generación, en álbumes de cuero repujado,., con retratos célebres de familia; en un sinfín de sirvientes, todos jubilados, que traían, de cuando en cuando, huevos frescos, naranjas, pollos o junquillos, de regalo, y en el campo de azul, cuyos potreros adornaban, en fotografías, las paredes del último patio, donde había siempre jaulas con gallinas,
canarios, que nosotros teníamos que cuidar y mesas de hierro con plantas de hojas amarillas, que siempre estaban a punto de morir,como diciendo, mírame y no me toques.
cuando quise estudiar francés, labuelo me quemó los libros, porque para él todo libro francés era indecente.
a mi hermano y a mí no nos gustaban los trabajos de campo. a los quince años tuvimos que abandonar la ciudad para enterrarnos en aquella estancia de azul. labuelo nos hizo trabajar a la par de los peones, cosa que hubiera resultado divertida si no fuera que se ensañaba en castigarnos porque éramos ignorantes o torpes para cumplir los trabajos.
nunca tuvimos un traje nuevo: si lo teníamos era de las liquidaciones de las peores tiendas: nos quedaba
ajustado o demasiado grande y era de ese color café con leche que nos deprimía tanto; había que usar los zapatos viejos de labuelo, que eran ya para la basura, con la punta rellena de papel. tomar café no nos permitían. ¿fumar? podíamos hacerlo en el cuarto de baño, encerrados con llave, hasta que labuelo nos sacó la llave. ¿mujeres? conseguíamos siempre las peores y, en el mejor de los casos, podíamos estar con ellas cinco minutos. bailes, teatros, diversiones, amigos, todo estaba vedado. nadie podrá creerlo: jamás fui a un corso de carnaval ni tuve una careta en las manos. vivíamos, en buenos aires, como en un claustro, baldeando patios, fregando pisos dos veces por día; en la estancia, como en un desierto, sin agua para bañarnos y sin luz para estudiar, comiendo carne de oveja, galleta y nada más.
–si tiene tantos dientes sin caries es de no comer dulces –opinaba la gitana que no tenía ninguno. abuelo no quería que nos casáramos y de haberlo permitido nuestra vestimenta hubiera sido un serio impedimento para ello. enfermó de ira por no poder adivinar nuestros secretos de muchachos. ¿quién no tiene novia en aquella edad? labuelo se escondió debajo de mi cama para oírnos hablar a mi hermano y a mí, una noche. hablábamos de leticia. ¿la sordera o la maldad le hizo pensar que ella era la amante de mi hermano? nunca lo sabré. al moverse, para no ser visto, se le enganchó parte de la barba a una bisagra del armario donde tenía apoyada la cabeza, y dio un gruñido que en aquel momento de intimidad nos dejó aterrados. al ver que estaba a cuatro patas, como un animal cualquiera, no le perdí el miedo, pero sí el respeto, para siempre.
amenazado por el juez y por los padres de leticia que había quedadoembarazada, en una de nuestras más inolvidables excursiones a palermo, en bañadera, mi hermano tuvo que casarse. nadie quiso escuchar razones. por un extraño azar, leticia no confesó que yo era el padre del hijo que iba a nacer. quedé soltero. sufrí ese atropello como una de las tantas fatalidades de mi vida. ¿llegó a parecerme natural que leticia durmiera con mi hermano? de ningún modo natural, pero sí obligatorio e inevitable.
en los primeros tiempos de mi desventura, le dejaba cartas encendidas debajo del felpudo de la puerta o
esperaba que saliera de su cuarto para dirigirle dos o tres palabras, pero el terror de ser descubierto y ángel arturo que nos espiaba, paralizaron mis ímpetus.
cuando ángel arturo nació, oh vanas ilusiones, creíamos que todo iba a cambiar. como carecía de barbas y anteojos, no advertíamos que era el retrato de labuelo. en la cuna celeste, el llanto de la criatura ablandó un poquito nuestros corazones. fue una ilusión convencional. mimábamos, sin embargo, alniño, lo acariciábamos. cuando cumplió tres años, era ya un hombrecito. lo fotografiaron en los brazos de labuelo.
en la casa todo era para ángel arturo. labuelo no le negaba nada, ni el teléfono que no nos permitía utilizar más de cinco minutos, a las ocho de la mañana, ni el cuarto de baño clausurado, ni la luz eléctrica de los veladores, que no nos permitía encender después de las doce de la noche. si pedía mi reloj o mi lapicera fuente para jugar, labuelo me obligaba a dárselos. perdí, de ese modo, reloj y lapicera. ¡quién me regalará otros!
el revólver, descargado, con mango de marfil, que labuelo guardaba en el cajón del escritorio, también sirvió de juguete para ángel arturo. la fascinación que el revólver ejerció sobre él, le hizo olvidar todos los otros objetos. fue una dicha en aquellos días oscuros.
cuando descubrimos por primera vez a ángel arturo jugando con el revólver, los tres, mi hermano, leticia y yo, nos miramos pensando seguramente en lo mismo. sonreímos. ninguna sonrisa fue tan compartida ni elocuente. al día siguiente uno de nosotros compró en la juguetería un revólver de juguete (no gastábamos en juguetes, pero en ese revólver gastamos una fortuna): así fuimos familiarizando a ángel arturo con el arma, haciéndolo apuntar contra nosotros.
cuando ángel arturo atacó a labuelo con el revólver verdadero, de un modo magistral (tan inusitado para su edad) este último rió como si le hicieran cosquillas. desgraciadamente, por grande que fuera la habilidad del niño en apuntar y oprimir el gatillo, el revólver estaba descargado.
corríamos el riesgo de morir todos, pero ¿qué era ese nimio peligro comparado con nuestra actual miseria? pasamos un momento feliz, de unión entre nosotros. teníamos que cargar el revólver: leticia prometió hacerlo antes de la hora en que nieto y abuelo jugaban a los bandidos o a la cacería. leticia cumplió su palabra.
en el cuarto frío (era el mes de julio), tiritando, sin mirarnos, esperamos la detonación, mientras fregábamos el piso, porque se había inundado, junto con buenos aires, el aljibe del patio. tardó aquello más que toda nuestra vida. ¡pero aun lo que más tarda llega! oímos la detonación. fue un momento feliz para mí, al menos.
ahora, ángel arturo tomó posesión de esta casa y nuestra venganza tal vez no sea sino venganza de labuelo. nunca pude vivir con leticia como marido y mujer. ángel arturo con su enorme cabeza pegada a la puerta cancel, asistió, victorioso, a nuestras desventuras y al fin de nuestro amor. por eso y desdeentonces lo llamamos labuelo.