sábado, 11 de diciembre de 2010

el teatro según grotowski

“el número de definiciones de teatro es prácticamente ilimitado.
para escapar del circulo vicioso uno debe sin duda eliminar y no añadir.
esto es, uno debe preguntarse qué es lo que se hace indispensable en el teatro.
¿puede el teatro existir sin trajes y sin decorados? si.
¿puede existir sin música que acompañe al argumento? si.
¿puede existir sin iluminación? por supuesto.
¿y sin texto? también.
pero puede existir el teatro sin actores?
no conozco ningún ejemplo de esto
¿y sin público?
por lo menos se necesita un espectador para lograr una representación.
así nos hemos quedado con el actor y el espectador.
de esta manera podemos definir al teatro como lo que “sucede entre el espectador y el actor”.
"todas las demás cosas son suplementarias.”

arseni tarkovsy // vida, vida

1

no creo en el presentir, ni temo a las señales.
no huyo del veneno, ni de la calumnia.
en este mundo no hay muerte.
todos son inmortales, todo es inmortal.
no temas a la muerte ni a los diecisiete, ni a los setenta.
existe sólo la luz y la realidad.
no hay ni la oscuridad, ni la muerte en este mundo.
estamos todos en la costa del mar.
yo soy de los que van sacando redes
repletas, llenas de inmortalidad.

2

morad en su casa para que no se derrumbe.
puedo invocar un siglo cualquiera,
voy a entrar en él para construir una casa.
es por eso que sus hijos y mujeres están conmigo
en la misma mesa y la mesa es del bisabuelo y del nieto.
el futuro se realiza hoy,
y si levanto ahora mi mano
los cinco rayos con ustedes quedarán.
cada día del pasado fue entibado
a fuerza de mis clavículas y hombros.
medí el tiempo con una cadena del agrimensor
y lo atravesé como si fuesen los urales.

3

elegí el siglo a mi altura.
fuimos al sur, levantando polvaredas sobre la estepa;
las hierbas malas humeaban, el saltamontes retozaba,
tocando las herraduras con su bigote y profetizaba,
y, como monje, me amenazaba con la muerte.
até mi destino a la silla de montar,
también hoy, en tiempos venideros,
me levanto cual niño en los estribos.

me basta con mi inmortalidad,
para que mi sangre fluya de siglo en siglo.
por un rincón fiel del calor bien conservado
pagaría con mi vida obstinada,
mas su aguja voladiza
me lleva por el mundo, como el hilo de ariadna.

viernes, 10 de diciembre de 2010

héctor hugh munro (saki) // gabriel ernesto

hay un animal salvaje en sus bosques -dijo el artista cunningham, mientras lo llevaban a la estación. era la única observación que había hecho durante el trayecto, pero como van cheele había hablado sin parar, el silencio de su compañero no había sido notorio.
-un zorro extraviado o dos y unas cuantas comadrejas de la región. nada más formidable que eso -dijo van cheele. el artista no dijo nada.
-¿qué quería decir con animal salvaje? -le dijo van cheele más tarde, cuando estaban en el andén. -nada. mi imaginación. aquí está el tren -dijo cunningham.
esa tarde, van cheele salió a dar uno de sus frecuentes paseos por su boscosa propiedad. tenía una garza disecada en su estudio, y sabía los nombres de un gran número de flores salvajes, de modo que su tía tenía tal vez alguna justificación para describirlo como un gran naturalista. en todo caso, era un gran andarín. tenía la costumbre de tomar nota mental de todo lo que veía durante esos paseos, no tanto para ayudar a la ciencia contemporánea, como para disponer de temas de conversación más tarde. cuando las campanillas azules comenzaban a florecer, él se encargaba de informar a todo el mundo de ese hecho; la época del año hubiera podido advertir a sus oyentes de la probabilidad de que esto ocurriera, pero por lo menos pensaba que él les estaba siendo absolutamente franco.
sin embargo, lo que vio van cheele esa tarde en particular era algo muy lejano de su experiencia corriente. en una saliente de piedra lisa sobre un pozo profundo en el claro de un bosquecillo de robles, un muchacho de unos dieciséis años estaba echado secándose deliciosamente los miembros bronceados al sol. tenía el pelo mojado, partido por una zambullida reciente y pegado a la cabeza, y sus ojos castaños claros, tan claros que tenían casi un brillo atigrado, se dirigían a van cheele con cierta atención perezosa. era una aparición inesperada, y van cheele se encontró envuelto en el desusado proceso de pensar antes de hablar. ¿dé dónde en el mundo podía provenir ese muchacho de aspecto salvaje? a la esposa del molinero se le había perdido un chico hacía unos dos meses, se suponía que se lo había llevado la corriente que movía el molino, pero aquel era un bebé y no un muchacho crecido como este.
-¿qué estás haciendo ahí? -le preguntó.
-obviamente, asoleándome -replicó el muchacho.
-¿dónde vives?
-aquí en estos bosques.
-no puedes vivir en los bosques -dijo van cheele.
-son unos bosques muy bonitos -dijo el muchacho con cierto tono condescendiente en la voz.
-¿pero dónde duermes de noche?
-no duermo de noche; es cuando estoy más ocupado.
van cheele empezó a tener el irritante sentimiento de estar lidiando un problema que lo eludía.
-¿de qué te alimentas? -preguntó.
-carne -dijo el muchacho.
y pronunció la palabra con una lenta delicia, como si estuviera saboreándola.
-¡carne! ¿qué carne?
-ya que le interesa, conejos, perdices, liebres, aves de corral, corderitos recién nacidos, y niños cuando consigo alguno; en general están encerrados con llave por la noche, cuando yo hago la mayor parte de la cacería. hace ya dos meses que no pruebo carne de niño.
haciendo caso omiso de la irritante naturaleza de la última frase, van cheele trató de llevar al muchacho al tema de la posible caza furtiva.
-estás hablando por tu sombrero cuando mencionas lo de alimentarse con liebres (por el aspecto del muchacho no era un símil muy afortunado). las liebres de nuestras colinas no son fáciles de cazar.
-por la noche yo cazo en cuatro patas -fue la respuesta más o menos enigmática.
-¿supongo que lo que dices es que cazas con un perro? -aventuró van cheele.
el muchacho se dio vuelta lentamente sobre la espalda y se rió con una extraña risa baja que tenía algo agradable de broma y algo desagradable de gruñido.
-no creo que ningún perro tuviera muchas ganas de andar conmigo, especialmente por la noche.
van cheele empezó a sentir que ese muchacho de ojos y hablar extraño tenía algo pavoroso.
-no puedo permitirle permanecer en estos bosques -declaró en tono autoritario.
-creo que usted preferiría tenerme aquí y no en su casa -dijo el joven.
la perspectiva de ese animal desnudo y salvaje en la casa ordenada y perfecta de van cheele evidentemente era alarmante.
-si no te vas, tendré que obligarte -dijo van cheele.
el muchacho se volvió como un rayo, se zambulló en el pozo, y en un momento ya había recorrido con su cuerpo mojado y brillante la mitad de la distancia de la otra orilla hasta el lugar donde estaba van cheele. en una nutria el movimiento no hubiera sido nada especial; en un muchacho, a van cheele le pareció suficientemente sobrecogedor. se resbaló al hacer un movimiento involuntario para retroceder y se encontró casi postrado en la orilla húmeda, con aquellos ojos atigrados no muy lejos de los suyos. casi instintivamente se llevó la mano a la garganta. el muchacho volvió a reírse, con una risa en la que el gruñido había hecho desaparecer casi toda la alegría, y luego, con otro de sus movimientos asombrosamente rápidos, desapareció corriendo hacia un tupido macizo de hierbas y helechos.
-¡qué animal salvaje tan raro! -dijo van cheele mientras se ponía de pie. y luego se acordó de la observación de cunningham, “hay un animal salvaje en sus bosques”.
de regreso a casa sin prisa, van cheele empezó a darle vueltas en la mente a una serie de acontecimientos locales que podían atribuirse a la existencia de este asombroso muchacho salvaje.
algo había estado haciendo que escaseara los animales silvestres últimamente en aquellos bosques, las gallinas desaparecían de las granjas, las liebres ya casi no se encontraban, y le habían llegado noticias de corderos a los que se habían llevado de sus rebaños en las colinas. ¿sería posible que ese muchacho salvaje estuviera cazando en la región en compañía de algún perro inteligente? el muchacho había hablado de cazar “en cuatro patas” durante la noche, pero también había insinuado que a ningún perro le gustaría acercársele “especialmente de noche”. era verdaderamente intrigante. y luego, mientras van cheele repasaba las distintas depredaciones que se habían cometido en el último mes o dos, de pronto se detuvo tanto en su camino como en sus especulaciones. el niño perdido del molino hacía dos meses, la teoría aceptada era que se había caído entre la corriente del molino y ésta se lo había llevado, pero la madre siempre había declarado haber oído un grito en el lado de la casa que daba a la colina, en la dirección contraria a la del arroyo. era impensable por supuesto, pero él habría preferido que el muchacho no hubiera hecho esa aterradora alusión a haber comido carne de niño hacía dos meses. cosas tan horribles no debían decirse ni en broma.
van cheele, contra su costumbre, no se sentía dispuesto a mostrarse comunicativo sobre su descubrimiento en el bosque. su posición como consejero de la parroquia y juez de paz se vería comprometida de cierto modo por el hecho de estar albergando en su propiedad a una personalidad de tan dudosa fama; había incluso la posibilidad de que le pasaran una costosa cuenta por el valor de los corderos y las gallinas que se habían perdido. esa noche a la cena estaba desusadamente callado.
-¿te comieron la lengua? -le dijo su tía-. cualquiera diría que te encontraste con un lobo.
van cheele, que no conocía ese viejo dicho, pensó que la observación era bastante tonta; si se hubiera encontrado con un lobo en su propiedad su lengua hubiera estado extraordinariamente ocupada con el tema.
al día siguiente al desayuno, van cheele se daba cuenta de que su desazón por el episodio del día anterior no había desaparecido del todo y resolvió tomar el tren hasta la población vecina, buscar a cunningham, y enterarse de qué era lo que realmente había visto, obligándole a hablar con insistencia acerca de un animal salvaje en sus bosques. tomada esa resolución, su alegría habitual volvió en parte, y empezó a musitar una pequeña melodía mientras se dirigía al estudio a fumarse su cigarrillo de costumbre. al entrar al estudio, la melodía abruptamente dio paso a una invocación piadosa. graciosamente extendido en la otomana, en una actitud de reposo casi exagerada, estaba el muchacho de los bosques. estaba más seco que la última vez que lo había visto van cheele, pero por otra parte sin ninguna alteración notable de su apariencia.
-¿cómo te atreves a venir aquí? -le preguntó van cheele furioso.
-usted me dijo que no podía quedarme en los bosques -dijo el muchacho calmadamente.
-pero no te dije que vinieras aquí. ¡supón que te hubiera visto mi tía!
y con la intención de minimizar semejante catástrofe, van cheele apresuradamente cubrió todo lo posible a su no bienvenido visitante bajo los pliegues del periódico de la mañana. en ese momento, la tía entró a la habitación.
-este es un pobre muchacho que ha perdido su camino y perdido la memoria. no sabe quién es ni de dónde viene -explicó van cheele desesperadamente, mirando atemorizado a la cara del vagabundo para saber si agregaba la franqueza inoportuna a sus otras propensiones salvajes.
la señorita van cheele estaba enormemente interesada.
-tal vez tenga alguna marca en la ropa interior -sugirió.
-parece haber perdido eso también -dijo van cheele, dándole tironcitos nerviosos al diario de la mañana para mantenerlo en su lugar.
un niño desnudo y sin hogar le atraía tanto a la señorita van cheele como un gatito perdido o un perrito sin dueño.
-tenemos que hacer todo lo que podamos por él -decidió, y, en poquísimo tiempo, un mensajero despachado a la parroquia, en donde había un joven paje, había regresado con un juego de ropa y los accesorios necesarios como camisa, cuello, zapatos, etc. vestido, limpio, y arreglado, el muchacho no había perdido nada de su expresión aterradora, a los ojos de van cheele, pero su tía lo encontraba encantador.
-debemos llamarlo de algún modo mientras averiguamos quién es realmente -dijo ella-.
gabriel ernesto, me parece; son nombres apropiados y simpáticos.
van cheele estaba de acuerdo, pero en su interior dudaba sobre si se los estarían poniendo a un muchacho apropiado y simpático. sus recelos no disminuyeron por el hecho de que su manso y viejo perro de cacería se había escapado de la casa apenas llegó el muchacho, y seguía tiritando y ladrando obstinadamente en el otro lado del huerto, mientras que el canario, usualmente tan activo vocalmente como el propio van cheele, se había encerrado en su mutismo de píos aterrados. más que nunca se resolvió a consultar a cunningham sin pérdida de tiempo.
mientras él se dirigía a la estación, su tía hacía los arreglos para que gabriel ernesto la ayudara a divertir a los niños de la escuela dominical, esa tarde en el té.
al principio, cunningham no estaba dispuesto a mostrarse comunicativo.
-mi madre murió de una enfermedad cerebral -explicó -, de manera que usted comprenderá por qué me niego a confiarle a nadie cualquier cosa de naturaleza fantástica e imposible que haya visto o pensado que he visto.
-¿pero qué fue lo que vio? -insistió van cheele.
-lo que creí ver fue algo tan fuera de lo común, que nadie, en su sano juicio le daría crédito como a algo realmente sucedido. yo estaba la última tarde que estuve con usted, medio escondido entre los arbustos de la entrada del huerto viendo la puesta del sol. de pronto me di cuenta de la presencia de un muchacho desnudo; pensé que fuera un muchacho que se había estado bañando en algún pozo cercano, y que se había quedado en la falda de la colina también mirando el atardecer. su actitud sugería de tal modo la de un fauno silvestre de la mitología pagana que inmediatamente se me ocurrió contratarlo como modelo, y lo hubiera llamado un momento después. pero justo en ese momento el sol dejó de verse, y todos los colores naranja y rosado desaparecieron del paisaje, dejándolo frío y gris. en ese mismo momento, pasó algo asombroso, ¡el muchacho también desapareció!
-qué, ¿se desvaneció en la nada? -preguntó van cheele excitado.
-no; esa es la parte horrible del asunto -contestó el artista-, en la falda de la colina, en donde había estado el muchacho hacía un segundo, estaba un lobo grande, de color negruzco, con los colmillos brillantes y los ojos amarillos crueles. uno creería...
pero van cheele no se detuvo por algo tan fútil como lo que se creía. ya estaba corriendo a toda velocidad hacia la estación del tren. desechó la idea de un telegrama. “gabriel ernesto es un hombre-lobo” era un esfuerzo desesperadamente inadecuado para hablar de lo que pasaba, y su tía lo tomaría por un mensaje en una clave de la cual él no le había dado la contraseña. su única esperanza era alcanzar a llegar a casa antes de la puesta del sol. el taxi que tomó en el otro extremo del viaje en tren lo llevó con lo que parecía una lentitud exasperante por los caminos rurales, que ya se ponían rosados y malva bajo la luz del sol poniente. su tía estaba recogiendo algunos bizcochos sin terminar cuando él llegó.
-¿dónde está gabriel ernesto? -preguntó casi gritando.
-está llevando a casa al pequeño de los toop -dijo la tía-. se estaba haciendo tan tarde que no me pareció seguro dejarlo ir solo. qué bonito atardecer, ¿cierto?
pero van cheele, aunque consciente del resplandor del cielo al occidente, no se quedó a comentar su belleza. a una velocidad para la cual estaba escasamente dotado corría a lo largo del estrecho sendero que llevaba a casa de los toop. a un lado corría la rápida corriente que movía el molino, del otro estaba la franja de loma pelada.
un resplandor mortecino de sol poniente todavía se veía en el horizonte, y tras la próxima vuelta del camino podía estar la pareja dispareja que buscaba. de pronto el color de las cosas desapareció, y la luz gris se posó con un leve temblor sobre el paisaje. van cheele oyó un estridente grito de terror, y dejó de correr.
nunca se volvió a saber nada del pequeño toop o de gabriel ernesto, pero se encontró la ropa de este último tirada en el camino, de modo que se supuso que el niño había caído al agua y que el muchacho se había desnudado y se había lanzado en un vano intento de salvarlo. van cheele y unos trabajadores que andaban por allí cerca en esos momentos testificaron sobre el fuerte grito del niño que habían oído hacia el lugar en donde se encontraron las ropas. la señora toop, que tenía otros once hijos, se resignó decentemente a su desgracia, pero la señorita van cheele hizo un duelo sincero por su muchacho expósito perdido.
por iniciativa suya, se puso una placa en memoria de éste en la iglesia parroquial. a gabriel ernesto, muchacho desconocido, que sacrificó valientemente su vida por la de otro.
van cheele complacía a la tía en la mayoría de sus asuntos, pero se rehusó por completo a contribuir con su dinero a una placa en memoria de gabriel ernesto.

héctor hugh munro (saki) // la reticencia de lady anne //

egbert entró a la amplia y oscura sala como quien no está seguro si está entrando a un palomar o a una fábrica de bombas, pero que está preparado para cualquiera de las dos eventualidades. la habitual discusión doméstica a la hora del almuerzo no había tocado su fin, y la cuestión era saber hasta qué punto lady anne deseaba reanudar las hostilidades o renunciar a ellas. su postura en el sillón junto a la mesa de té era casi elaboradamente rígida; en la penumbra de aquel atardecer de diciembre, los lentes de egbert no lo ayudaban a discernir la expresión de su rostro. a modo de intento de romper el hielo que pudiera flotar en la superficie, egbert hizo un comentario sobre la mística luz que bañaba aquel instante. tanto él como lady anne estaban acostumbrados a hacer esa observación entre las cuatro y media y las seis en las tardes de invierno y fines de otoño; era parte de su vida matrimonial. no había ninguna respuesta fija, y lady anne no dio ninguna.
don Tarquinio yacía tendido sobre la alfombra persa, gozando del calor de la chimenea con total indiferencia al posible mal humor de lady anne. su pedigree era tan inmaculadamente persa como el de la alfombra, y su pelaje ingresaba ya a la gloria de su segundo invierno. el sirviente, que tenía tendencias renacentistas, lo había bautizado don tarquino. si hubiera sido por ellos, egbert y lady anne lo hubieran llamado indefectiblemente michifús, pero no eran obstinados. egbert se sirvió una taza de té. como el silencio no daba señales de romperse con iniciativa de lady anne, se dispuso a hacer otro esfuerzo.
-mi comentario durante el almuerzo tiene una aplicación puramente académica -anunció-. tú pareces haberle dado un sentido personal innecesario...
lady anne mantuvo su defensiva barrera de silencio. el pardillo llenó el intervalo con un aria de ifigenia en táuride. egbert la reconoció de inmediato, porque era la única melodía que el pardillo silbaba, y había llegado a ellos con la reputación de hacerlo. tanto Egbert como lady anne hubieran preferido algo de el alabardero del castillo, que era su ópera favorita. en materia artística, tenían gustos similares. se inclinaban hacia el arte honesto y explícito; un cuadro, por ejemplo, que contara su historia con la generosa asistencia de un título. un corcel sin jinete, con las guarniciones obviamente desarregladas, que entra a un patio lleno de mujeres desfallecientes, y que lleva el título “malas noticias” les sugiere sin dudas una catástrofe militar. pueden comprender lo que significa y explicarlo a amigos de menor inteligencia. el silencio continuaba. como regla general, el descontento de lady anne se volvía articulado y marcadamente locuaz después de cuatro minutos de silencio introductorio. egbert tomó la jarra de leche y sirvió un poco en el platillo de don tarquino. como el plato estaba lleno ya hasta el tope, una desagradable inundación fue el resultado. don tarquino la observó con sorprendido interés, que se transformó de a poco en elaborada indiferencia cuando egbert le ordenó que bebiera lo que se había derramado. don tarquino estaba preparado para desempeñar muchos roles en la vida, pero el de aspiradora no era uno de ellos.
-¿no crees que estamos comportándonos como unos tontos? -preguntó egbert jovialmente.
si lady anne lo pensaba, no lo dijo.
-la culpa ha sido en parte mía -continuó egbert, con menor jovialidad-. después de todo, soy un ser humano... pero tú pareces olvidar que no soy más que un ser humano...
insistió en ese punto como si se hubiera sugerido infundadamente que su constitución se asemejaba a la de un sátiro, con prolongaciones cabrunas donde finalizaba lo humano.
el pardillo recomenzó su aria de ifigenia en táuride. egbert comenzó a deprimirse. lady anne no estaba bebiendo su té. tal vez no se sentía del todo bien. pero cuando lady anne no se sentía del todo bien, no solía mostrarse reticente al respecto. “nadie sabe lo que me hacen sufrir las indigestiones” era una de sus frases favoritas, pero esa falta de conocimiento sólo podía deberse a la audición defectuosa de los demás, pues la cantidad de información disponible sobre el tema hubiera suministrado material suficiente para una monografía. evidentemente, lady anne no se sentía bien. egbert comenzó a pensar que no merecía el trato que estaba recibiendo. naturalmente comenzó a hacer concesiones.
-me atrevería a decir -observó, moviéndose hacia el centro de la alfombra tanto como le permitió don tarquino- que la culpa fue mía. deseo, si puedo hacer así que las cosas vuelvan a ser felices, emprender una vida mejor...
se preguntaba vagamente cómo sería posible hacer esto. en la edad madura, las tentaciones aparecían sin mayor insistencia, como un niño pobre que pide sus regalos de navidad en febrero por la simple razón de no haberlos recibido en diciembre. no tenía más intención de sucumbir a las tentaciones que la que tenía de adquirir los cuchillos de pescado y las estolas de piel que las damas se ven obligadas a sacrificar a través de las columnas de avisos durante doce meses al año. sin embargo, había algo impresionante en su voluntaria renuncia a posibles enormidades latentes. lady anne no dio señales de estar impresionada.
egbert la miró nervioso a través de sus anteojos. llevar la peor parte de una discusión con ella no era experiencia nueva. llevar la peor parte de un monólogo era una novedad humillante.
-debo ir a vestirme para la cena -anunció en un tono en el que intentó poner alguna sombra de severidad. antes de cerrar la puerta, un acceso final de debilidad lo impulsó a hacer un nuevo intento:
-¿no estamos comportándonos como unos tontos?
-como un tonto, sí -fue el comentario mental de don tarquino al cerrarse la puerta detrás de egbert. luego levantó en el aire sus patas aterciopeladas y saltó suavemente sobre un estante de libros inmediatamente inferior a la jaula del pardillo. era la primera vez que parecía notar la existencia del pájaro, pero estaba llevando a cabo un plan de acción largamente meditado. el pardillo, que se había creído una especie de déspota, se encogió de repente hasta casi la tercera parte de su tamaño normal, para sucumbir luego con un inútil aleteo y estridentes chillidos. había costado 27 chelines sin la jaula, pero lady anne no dio señales de intervenir.
hacía dos horas que estaba muerta.

silvina ocampo // anillo de humo

a josé bianco

recuerdo el primer día que viste a gabriel bruno. el caminaba por la calle vestido con su traje azul, de mecánico; simultáneamente, pasó un perro negro que al cruzar la calle, fue atropellado por un automóvil. el perro, aullando porque estaba herido, corrió junto al paredón de la vieja quinta, para guarecerse. gabriel lo ultimó a pedradas. desdeñaste el dolor del perro para admirar la belleza de gabriel.
­¡degenerado! ­exclamaron las personas que te acompañaban.
amaste su perfil y su pobreza.
una tarde de navidad, en la quinta de tu abuela, repartieron en las caballerizas (donde ya no había caballos sino automóviles), ropa y juguetes para los niños del barrio. gabriel bruno y una intempestiva lluvia aparecieron. alguien dijo:
­ese chico tiene quince años; no tiene edad para venir a esta fiesta. es un sinverguenza y, además, un ladrón. el padre por cinco centavos mató al panadero. y él mató un perro herido, a pedradas.
gabriel tuvo que irse. lo miraste hasta que desapareció bajo la lluvia.
gabriel, hijo del guardabarreras que mató no sé por cuántos centavos al panadero, para ir de su casa al almacén pasaba todos los días, con la esperanza tal vez de verte, por un callejón que separaba las dos quintas: la quinta de tu tía y la quinta de tu abuela materna, donde vivías.
sabías a qué hora gabriel pasaba, galopando en su caballo oscuro, para ir al almacén o al mercado, y lo esperabas con el vestido que más te gustaba y con el pelo atado con la más bonita de las cintas. te reclinabas sobre el alambrado en posturas románticas y lo llamabas con tus ojos. bajaba del caballo, saltaba el zanjón para acercarse a eulalia y a magdalena, tus amigas, que no lo miraban. ¿qué prestigio podía tener para ellas su pobreza? el traje de mecánico de gabriel las obligaba a pensar en otros varones mejor vestidos.
hablabas a eulalia y a magdalena de gabriel bruno el día entero, en vano. ellas no conocían los misterios del amor.
todos los días, a la hora de la siesta, corriste sola al callejón. de lejos brillaba la cinta de tu pelo como un barco de vela en miniatura o como una mariposa: la veías reflejada en la sombra. eras la mera prolongación de tu sentimiento: el cirio que sostiene la llama. a veces, en el camino, se desataba el moño; entonces, colocando la cinta entre tus dientes, te recogías el pelo y volvías a atarlo, arrodíllada en el suelo.
como tenía que haber un pretexto para que pudieras hablar con gabriel inventaste el pretexto de los cigarrillos: llevabas plata en tu bolsillo, se la dabas a gabriel para que fuera al almacén a comprarlos. después fumaban, mirándose en los ojos. gabriel sabía hacer anillos con el humo y te los soplaba en la cara. reías. pero estas escenas, tan parecidas a las escenas de amor, iban penetrando en tu corazón apasionado. una vez unieron los cigarrillos para encenderlos. otra vez encendiste un cigarrillo y se lo diste.
era en el mes de enero. jubilosas las chicharras cantaban con ruido de matraca. cuando volviste a la casa, oíste que tu padre hablaba con tu madre. era de ti que hablaban.
­estaba en el callejón, con ese atorrante. con el hijo del guardabarreras. ¿te das cuenta? con el hijo del que mató al panadero por cinco centavos. hay que ponerla en penitencia.
­son cosas de chica, no hay que hacer caso.
­tiene once años ya­, dijo tu madre.
no se atrevieron a decirte nada, pero no te dejaban salir sola. fingías dormir la siesta y en vez de correr al callejón, después de almorzar, llorabas detrás de las persianas o del mosquitero.
oíste, entre el casero y un ciclista, un diálogo insólito: hablaban de gabriel y de ti. dijeron que gabriel se vanagloriaba en el almacén hablando de los cigarrillos que fumaban juntos. decían que te había dicho palabras obscenas o con doble sentido.
te escapaste a la hora de la siesta, corriste al cerco, para perder tu anillo. gabriel pasó a la hora de siempre. fuiste a su encuentro.
­vamos ­le dijiste- a las vías del tren.
­¿para qué?
­se cayó mi anillo al cruzar las vías ayer cuando fui al río.
verdad y mentira salían juntas de tus labios.
fueron, él a caballo y tú caminando, sin hablarse. cuando llegaron a las vías del tren, él dejó su caballo atado a un poste y tú te arrodillaste sobre las piedras.
­¿dónde perdió el anillo?­ te preguntó, arrodillándose a tu lado.
­aquí ­dijiste, apuntando el centro de los rieles.
­bajaron las señales. va a pasar el tren. salgamos de aquí ­ exclamó con desdén.
­quiero que nos suicidemos, ­le dijiste.
te tomó del brazo y te arrastró afuera de las vías, justo a tiempo. las sombras, la trepidación, el viento, el silbato del tren, con mil ruedas pasaron sobre tu cuerpo.
para semana santa, gabriel te siguió hasta la iglesia. lo miraste dentro del aire con incienso de la iglesia, como un pez en el agua mira un pez cuando hace el amor. fue la última entrevista. durante veranos sucesivos, lo imaginaste deambulando por las calles, cruzando frente a las quintas, con su traje de mecánico azul y ese prestigio que le daba la pobreza.

silvina ocampo // informe del cielo y del infierno

a ejemplo de las grandes casa de remate, el cielo y el infierno contienen en sus galerías hacinamientos de objetos que no asombrarán a nadie, porque son los que hay en las casas del mundo. pero no es bastante claro hablar sólo de objetos: en esas galerías también hay ciudades, pueblos, jardines, montañas, valles, soles, lunas, vientos, mares, estrellas, reflejos, temperaturas, sabores, perfumes, sonidos, pues toda suerte de sensaciones y de espectáculos nos depara la eternidad.
si el viento ruge, para ti, como un tigre y la paloma angelical tiene, al mirar, ojos de hiena, si el hombre acicalado que cruza por la calle, está vestido de andrajos lascivos; si la rosa con títulos honoríficos, que te regalan, es un trapo desteñido y menos interesante que un gorrión; si la cara de tu mujer es un leño descascarado y furioso: tus ojos y no dios, los creó así.
cuando mueras, los demonios y los ángeles, que son parejamente ávidos, sabiendo que estás adormecido, un poco en este mundo y un poco en cualquier otro, llegarán disfrazados a tu lecho y, acariciando tu cabeza, te darán a elegir las cosas que preferiste a lo largo de tu vida. en una suerte de muestrario, al principio, te enseñarán las cosas elementales. si te enseñan el sol, la luna o las estrellas, los verás en una esfera de cristal pintada, y creerás que esa esfera de cristal es el mundo; si te muestran el mar o las montañas, los verás en una piedra y creerás que esa piedra es el mar y las montañas; si te muestran un caballo, será una miniatura, pero creerás que ese caballo es un verdadero caballo. los ángeles y los demonios distraerán tu ánimo con retratos de flores, de frutas abrillantadas y de bombones; haciéndote creer que eres todavía niño, te sentarán en una silla de manos, llamada también silla de reina o sillita de oro, y de ese modo te llevarán, con las manos entrelazadas, por aquellos corredores al centro de tu vida, donde moran tus preferencias. ten cuidado. si eliges más cosas del infierno que del cielo, irás tal vez al cielo; de lo contrario, si eliges más cosas del Cielo que del Infierno, corres el riesgo de ir al Infierno, pues tu amor a las cosas celestiales denotará mera concupiscencia.
las leyes del cielo y del infierno son versátiles. que vayas a un lugar o a otro depende de un ínfimo detalle. conozco personas que por una llave rota o una jaula de mimbre fueron al infierno y otras que por un papel de diario o una taza de leche, al cielo.

silvina ocampo // el mal

una noche rodearon la cama contigua con biombos. alguien explicó a efrén que su vecino estaba agonizando. ese vecino perverso no sólo le había robado la manzana que estaba sobre la mesa de luz, sino el derecho a gozar de la protección de esos biombos, en cuya otra faz había seguramente pintadas flores y figuras de querubes. esta circunstancia oscureció la alegría de efrén. asimismo, con sábanas y frazadas para cubrirse, estaba en el paraíso. veía de soslayo la luz rosada de los ventanales. de vez en cuando le daban de beber; tenía conciencia del alba, de la mañana, del día, de la tarde y de la noche, aunque las persianas estuvieran cerradas y que ningún reloj le anunciara la hora. cuando estaba sano solía comer con tanta rapidez que todos los alimentos tenían el mismo sabor. ahora, reconocía la diferencia que hay hasta en los gustos de una naranja y de una mandarina.
apreciaba cada ruido que oía en la calle o en el edificio, las voces y los gritos, el ruido de las cañerías, de los ascensores, de los automóviles, de los coches de caballos que pasaban. cuando sentía necesidad de orinar tocaba el timbre; mágicamente aparecía una mujer, con blancura de estatua, trayendo un florero de vidrio que era una suerte de reliquia y esa misma mujer, con ojos etruscos y uñas de rubí, le ponía enemas o lo pinchaba con una aguja como si cosiera un género precioso. una caja de música no era tan musical, el pecho de una santa o de un ángel tan buenos como la almohada donde recostaba la cabeza. cosquilleos agradables le corrían por la nuca, bajaban por la columna vertebral a las rodillas. pensaba: era la primera vez que podía pensar: "qué precio tiene un cuerpo. vivimos como si no valiera nada, imponiéndole sacrificios hasta que revienta. la enfermedad es una lección de anatomía." soñaba: era la primera vez que podía soñar. juegos de billar, una pipa, el diario leído minuciosamente, viajes breves, mujeres que le sonreían en un cinematógrafo, una corbata roja, lo deleitaban. en sus delirios tenía presencias del futuro; las visitas de los domingos, que se enteraron de su don, acudían al hospital para acercarse a su cama y oír las predicciones.
advirtió que los biombos no rodeaban la cama del vecino, sino la suya, y quedó complacido.
los pies ya no le dolían de tanto caminar, ni la cintura de tanto estar agachado, ni el estómago de pasar tanta hambre. divisaba el patio con palmeras y palomas, en cada ventanal. el tiempo no pasaba porque la felicidad es eterna.
los médicos dijeron que iban a salvarlo. retiraron los biombos con flores y querubes. a su juicio, los médicos eran bribones. saben dónde se aloja la enfermedad y la manejan a su gusto. el organismo tal vez oye los diálogos que rodean la cama de un enfermo. efrén tuvo pesadillas por culpa de esos diálogos.
soñó que para ir al trabajo tomaba un colectivo y después de sentarse advertía que el colectivo no tenía ruedas, que bajaba del colectivo y tomaba otro que no tenía motor y así sucesivamente hasta que se hacía de noche.
soñó que estaba en la peletería, cosiendo pieles; las pieles se movían, gruñían. al cabo de un rato, en el cuarto donde trabajaba, varias fieras, con aliento inmundo, le mordían los tobillos y las manos. al cabo de un rato, las fieras hablaban entre ellas. el no entendía lo que decían porque hablaban en un extraño idioma. comprendía finalmente que iban a devorarlo.
soñó que tenía hambre. no había nada que comer; entonces sacaba del bolsillo un trozo de pan tan viejo que no podía morderlo con los dientes; lo remojaba en agua, pero continuaba igual; finalmente, cuando lo mordía, sus dientes quedaban dentro del único pan que había conseguido para alimentarse. el camino hacia la salud, hacia la vida, era ése.
el organismo de efrén, que era fuerte y astuto, buscó un lugar en sus entrañas para esconder el mal. ese mal era una fortuna: con subterfugios, encontró manera de conservarlo el mayor tiempo posible. de ese modo efrén durante unos días, con el sentimiento de culpa que inspira siempre el engaño, volvió a ser feliz. la hermana de caridad le hablaba de sus hijos y de su mujer, inútilmente. Para él, ellos estaban dentro de la libreta del pan o de la carne. Tenían precio. costaban cada día más.
sudó, se agachó, sufrió, lloró, caminó leguas y leguas para conseguir la tranquilidad que ahora querían arrebatarle.

silvina ocampo // poemas

el sueño recurrente

llego como llegué, solitaria, asustada,
a la puerta de calle de madera encerada.

abro la puerta y entro, silenciosa, entre alfombras.
los muros y los muebles me asustan con sus sombras.

subo los escalones de mármol amarillo,
con reflejos rosados. penetro en un pasillo.

no hay nadie, pero hay alguien escondido en las puertas.
las persianas oscuras están todas abiertas.

los cielos rasos altos en el día parecen
un cielo con estrellas apagadas que crecen.

el recuerdo conserva una antigua retórica,
se eleva como un árbol o una columna dórica,

habitualmente duerme dentro de nuestros sueños
y somos en secreto sus exclusivos dueños.


los delfines

los delfines no juegan en las olas
como la gente cree.
los delfines se duermen bajando hasta el fondo del mar.
¿qué buscan? no sé.
cuando tocan el fin del agua
despiertan bruscamente
y vuelen a subir porque el mar es muy profundo
y cuando suben ¿qué buscan? no sé.
y ven el cielo y les vuelve a dar sueño
y vuelven a bajar dormidos,
y vuelven a tocar el fondo del mar
y se despiertan y vuelen a subir.
así son nuestros sueños.


las caras

las caras de los hombres que en mi vida he encontrado
me persiguen y viven adentro de mi espíritu.
las caras de los hombres que he encontrado en mi vida
me miran y me abruman.
podría dibujarlas pero nunca me atrevo.
algunas tienen cuerpos y llevan en las manos
anillos y collares, flores de terciopelo,
algunas son mansiones, son jardines, son ríos,
algunas son un viaje, una playa, un desierto.
algunas son de mármol, algunas son fenicias,
algunas son romanas, griegas y perniciosas
con los rasgos borrados.
algunas tienen penas, muchas penas algunas,
y largas cabelleras que lloran en el viento.
algunas son horribles, casi siempre me advierten
que un peligro me acecha.
algunas tienen horas marcadas en los ojos
y son como clepsidras,
me despiertan de noche.
algunas me quisieron
y movieron los labios para decir mi nombre.
algunas no entendieron nunca lo que les dije
ni supieron por qué las miré largamente.
algunas son anónimas
llevan frutas y fuentes, manos de terracota,
como las estaciones.
algunas se arrodillan, buscan algo en la tierra.
algunas como pájaros siempre estiran el cuello.
algunas se inclinaron
y escribieron sus nombres sobre mi corazón
sin que yo lo advirtiera.
algunas fueron mías, algunas se alejaron
y perdieron su sexo, su virtud y su candor;
fueron como la imagen
del infierno en el mundo
que tratamos, en vano, de olvidar.
algunas fueron deidades
que no olvidaré nunca.


la vida infinita

a veces me pregunto, al escuchar
como un recuerdo ya, el zorzal cantar

en los fondos más dóciles del sueño,
qué persigue la vida en su diseño

y en qué nos tornaremos cuando nada
nos distinga del aire y de la oleada

del mar que baña orillas de la tierra
donde nacemos y algo nos destierra.

cuando llegue átropos, supersticiosa,
con su cara de negra mariposa,

¿tendremos el anillo de oro mágico
que nos protegerá del hado trágico?

¿o tendremos las alas, el caballo,
que traspasará el vidrio como un rayo?

¿o perderemos todo en un momento
con el secreto y breve adiestramiento

que nos dan ya las cosas indistintas?
no escribiremos con las mismas tintas.

no pasará alejandro nevsky sólo
con música, armadura y protocolo

en los cinematógrafos oscuros.
no existirán los largos, largos muros

en el remoto imperio de la china;
ni en el tibet los monjes, su doctrina.

no existirán las sombras ni los piélagos.
ni las montañas ni los archipiélagos,

ni esos bustos dorados, ni esos nombres
ni esa voz que venera el pueblo, de hombres.

no habrá tigres ni monstruos de cemento,
ni la proclamación del monumento.

no habrá teatros y gentes y mercados,
agapantos, lugares retirados,

donde canta el calor con sus chicharras
o la lluvia en los techos de pizarras.

no sabremos que existe Egipto, el Nilo,
ni leeremos las páginas de Esquilo.

no veremos en ciertos ojos almas
que besan a la nuestra en nuestras palmas.

en el itinerario de los días,
a veces víctimas de brujerías,

no omitiremos lo que más amamos
para incluir luego lo que detestamos.

no existirá el lustral Mediterráneo,
ni las plantas, ni el sol contemporáneo.

no habrá calles con nombres previsibles,
ni metales ni piedras más sensibles.

no estará el mismo río sobre el barro,
las quemas de basuras ni ese carro,

con perros que en las noches del suburbio.
se pierden junto a un niño cruel y rubio.

no habrá reinas de Egipto, ni monedas
que conservan sus caras, ni habrá sedas.

si hoy existimos, para no morirnos
mañana lograremos no eximirnos

del universo al inventar un mundo
para vivir de nuevo. vagabundo

como nosotros nuestro pensamiento
recordará quizás un alimento,

un dolor, un estigma, una pasión,
un rostro pálido, la comunión,

y por ejemplo dentro de algún verso
de san juan de la cruz un ciervo, un cierzo,

para otra vez incluirnos en la historia.
¿será como una jaula la memoria?

el sésamo ábrete de recordar,
de nuevo nos pondrá en nuestro lugar

o en lugares distintos como ciegos
que no se reconocen, como en juegos.


envejecer

envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día;
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva
que en lugar de disminuir los detalles los agranda.
envejecer es no poder olvidar lo que se olvida.
envejecer transforma a una víctima en victimario.

siempre pensé que las edades son todas crueles,
y que se compensan o tendrían que compensarse
las unas con las otras. ¿de qué me sirvió pensar de este modo?
espero una revelación. ¿por qué será que un árbol
embellece envejeciendo? y un hombre espera redimirse
sólo con los despojos de la juventud.

nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón.
todo disfraz repugna al que lo lleva. la vejez
es un disfraz con aditamentos inútiles.
si los viejos parecen disfrazados, los niños también.
esas edades carecen de naturalidad. nadie acepta
ser viejo porque nadie sabe serlo,
como un árbol o como una piedra preciosa.

soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas.
no quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente.
ahora pierdo más tiempo que nunca en amar,
porque todo lo que hago lo hago doblemente.
el tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece
que lo que quedó atrás tiene más realidad
para reducir el presente a un interesante precipicio.


los ojos

como casandra yo escuché tu paso
en las baldosas de la galería.
como ella, adivinaba yo en los días
y en la voz recurrente del ocaso
lo que ocultabas y conozco tanto.
ciega, sola, atenta penetré
en tu velado reino y consagré
bajo sus plantas, al rencor, mi espanto.

transformabas el mundo en un desierto.
como a casandra no quisiste oírme.
pensando junto al río sólo en irme,
en la noche incesante busqué el puerto.
al ver los astros, con aristas, rojos,
sabía que el infierno era mirarte
y volver a tu lado y no olvidarte.
¡ah, por qué no quemé más bien mis ojos!

¡vanas son las mentiras y las guerras!
nuestros ojos traicionan nuestra cara;
la vuelven transparente, fría y clara
como el agua en la orilla de las tierras.
no me perdonarás de haber llorado:
no me lo perdonabas, yo tampoco.
tus noches y tus días los evoco.
¡por qué con tanto amor me has engañado!

símbolos tiene la desesperanza,
propiedades antiguas y suntuosas,
a veces tiene cosas muy preciosas.
como la muerte, siempre nos alcanza.
con el rostro de piedra, de la ira,
por tu amor me acerqué a sus pabellones.
ah, fue triste en los pérfidos frontones
de sus oscuras torres tu mentira.

vi que en su primavera con glicinas,
la languidez secreta de las ramas,
las canciones del mirlo, las retamas,
la vegetal constancia que germina,
urden una ávida y común tortura
a ejemplo de esos ramos en la muerte
que simbolizan con un lujo inerte
la soledad, el polvo, la locura.

vi al pie de las columnas los despojos
de las fiestas en sueño, de la aurora;
te seguí paso a paso, hora por hora,
más que tu sombra guiada por tus ojos.
oscuros en tu cuarto me rodeaban
los muebles habituales: los abismos
labraban en desorden cataclismos
mientras las furias su clamor callaban.

en los iridiscentes labios rojos
de alguna flor resplandecía el alma
del céfiro purísimo en su calma:
mas yo estaba cegada por tus ojos.
la llanura, la nieve o la montaña
me recibía reconciliadora:
y persistía entre árboles sonora
la dicha exigua que la duda empaña.

vi caras, muchas caras previsibles;
todos mis diálogos fueron falaces;
escuché de las voces los compases
sin oír las palabras más sensibles;
proyecté formas de mi destrucción.
en las ciudades, en la calle sucia,
en los sórdidos parques, sin astucia
llegué al infierno con obstinación.

como alas nacen del cansancio arrojos
busqué por todas partes el horror,
el desencanto pacificador
como los santos porque vi tus ojos.
y conseguí morir perfectamente
sin ningún esplendor como soñaba
sola en el iris gris que me aterraba
viendo tus ojos incesantemente.

influencias, materias primas, estímulos, llámense como se prefiera // 1














































raymond carver // poemas

desocupado

los que eran mejores que nosotros
vivían cómodamente en casas recién pintadas
con inodoros a botón en todos los baños.
manejaban autos de modelo y marca
reconocibles.
los que no tenían trabajo, estaban apenados,
no les iba bien.
sus autos extraños estaban estacionados
sobre cajones, ‘al fondo’ de casas polvorientas,
donde se amontonaban infinidad de objetos inútiles.
los años pasan y todo y todos son reemplazados.
existen siempre, es lo que dicen, nuevas oportunidades.
pero, para decir la verdad,
a mí nunca me gustó el trabajo.
mi objetivo era permanecer desocupado.
ése era mi mérito.
me gustaba la idea de sentarme en una silla,
hora tras hora, frente a la casa, sin hacer nada
con un sombrero sobre mi cabeza y tomando una gaseosa.
¿qué hay de malo en eso?
fumar, escupir de vez en cuando.
tallar madera con mi cuchillo.
¿hay daño o maldad en esto?
en ocasiones salgo con mi perro a perseguir conejos.
tienes que hacerlo alguna vez.
a veces levanto a un chico gordo y rubio como yo,
diciéndole: ‘‘¿de dónde te conozco?’’.
nunca digas: ‘‘¿que quieres ser cuando seas grande?’’


esperanza

‘‘mi esposa’’, dijo pinnegar,
‘‘‘‘cuando me abandona desea que yo destruya
‘‘ mi vida.".‘ésa es su última esperanza’’.
‘‘d. h. lawrence. jimmy y la mujer desesperada


me dejó el auto y doscientos dólares.
dijo: ‘‘hasta luego, querido.
tómate las cosas con tranquilidad ¿me entiendes?
esto es todo. absolutamente todo.
esto es lo que queda
después de veinte años de matrimonio.
ella cree adivinar lo que sucederá.
piensa que me voy a gastar la plata
en dos o tres días
y que tarde o temprano
voy a destruir el auto - que ya era mío
y que además necesitaba varios arreglos -.
al momento de alejarme
los vi, a ella y a su novio,
estaban cambiando la cerradura de la puerta.
saludaron con el brazo en alto.
los saludé de la misma manera.
sólo para que supieran
que no había malos sentimientos de mi parte.
apreté el acelerador y me alejé rápidamente.
estaba como atolondrado.
ella, por lo menos, tenía razón en eso.
seguí el camino de la ruina.
el alcohol fue mi compañero fiel.
resultamos buenos amigos.
no me detuve.
recorrí el largo camino sin escalas.
pude, al fin, dejar en el pasado
a mi amiga, la botella.
meses, quizás años más tarde,
cuando aparecí frente a la puerta
de esa casa
manejando un auto diferente,
sobrio, vistiendo camisa y pantalones
limpios y las botas bien lustradas,
ella lloró al ver mi cara.
su última esperanza estalló en el aire.
y ya no tendría más esperanzas.


durmiendo

él durmió sobre sus manos.
sobre una roca.
sobre sus pies,
sobre los pies de algún desconocido.
él durmió en micros, en trenes, en aviones.
se durmió estando de guardia.
se durmió a un costado de la ruta.
se durmió apoyado en una bolsa de manzanas.
él durmió en un baño público.
en un galpón.
en el estadio.
durmió en un jaguar descapotable
y en la caja de una camioneta.
durmió en los teatros.
en la cárcel.
sobre los barcos.
él durmió en casillas deshechas y en una ocasión
en un inmenso castillo.
soportó dormido las frías gotas del agua de lluvia
y los ardientes rayos del sol.
durmió sobre caballos.

se durmió sobre sillas.
él durmió en iglesias, en hoteles de lujo.
él durmió bajo techos extraños toda su vida.
ahora él duerme cubierto por la tierra.
duerme y seguirá durmiendo.
igual que un rey antiguo.


la lapicera

la lapicera que no faltaba a la verdad,
por todas sus preocupaciones
terminó dentro del lavarropas.
salió una hora más tarde y la tiraron
al secarropas junto con un par de ‘jeans’ viejos
y una camisa a cuadros.
los días pasaron y ella permaneció
recostada tranquilamente sobre el escritorio
que estaba frente a la ventana.
ella pensaba que estaba totalmente agotada.
sin convicciones. Sin voluntad.
una mañana, poco antes del amanecer,
recuperó antiguas fuerzas
y escribió:
‘‘los campos húmedos duermen
bañados por la luz de la luna’’.
después de este esfuerzo
se quedó muy quieta,
nuevamente vacía, su utilidad
terminada.

él la sacudió,
la golpeó sobre la tapa del escritorio.
la dejó a un lado.
abandonó las pretensiones de hacerla trabajar
o casi todas.
sin embargo
ella realizó un nuevo esfuerzo,
apeló a sus últimas reservas.
esto es lo que escribió:
‘‘un viento suave, y más allá del ventanal
los árboles flotan en el dorado aire de la mañana’’.

él trató de hacerla escribir algo más,
pero eso fue todo. la lapicera
dejó de escribir, definitivamente.
él la puso con otras cosas inservibles
en el incinerador.
el tiempo transcurrió, días o meses,
y fue otra lapicera
una que todavía no había demostrado nada
la que con facilidad escribió:
‘‘la oscuridad se posa en las ramas.
quedate muy quieto, no salgas de la casa,
quedate muy quieto...’’

jueves, 9 de diciembre de 2010

emily dickinson // poemas // versiones de silvina ocampo

sentí un funeral en mi cerebro...

sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose -arrastrándose -hasta que pareció
que el sentido se quebraba totalmente -

y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor -
comenzó a batir -a batir -hasta que pensé
que mi mente se volvía muda -

y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos botines de plomo, de nuevo,
el espacio -comenzó a repicar,

como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna extraña raza
naufragada, solitaria, aquí -

y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí -
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo -entonces -



poema 128

dame el ocaso en una copa,
enumérame los frascos de la mañana
y dime cuánto hay de rocío,
dime cuán lejos la mañana salta-
dime a qué hora duerme el tejedor
que tejió el espacio azul.

escríbeme cuántas notas habrá
en el nuevo éxtasis del tordo
entre asombradas ramas-
cuántos caminos recorre la tortuga-
cuántas copas la abeja comparte,
disoluta del rocío.

también, ¿quién puso la base del arco iris,
también, quién guía las esferas dóciles
por juncos de azul flexible?
¿qué dedos atan las estalactitas-
quién cuenta la plata de la noche
para saber si nadie está en deuda?

¿quién edificó esta casita albana
y cerró herméticamente las ventanas
que mi espíritu no puede ver?
¿quién me dejará salir un día de gala
con implementos de vuelo,
fugaz pomposidad?


poema 739

muchas veces pensé que la paz había llegado
cuando la paz estaba muy lejos-
como los náufragos- creen que ven la tierra-
en el centro del mar-

y luchan más débilmente -sólo para probar
tan deshauciadamente como yo-
cuántas ficticias costas-
antes del puerto hay-


que yo siempre amé...

que yo siempre amé
yo te traigo la prueba
que hasta que amé
yo nunca viví -bastante-

que yo amaré siempre
te lo discutiré
que amor es vida
y vida inmortalidad

esto -si lo dudas- querido,
entonces yo no tengo
nada que mostrar
salvo el calvario



tan lejos de la piedad, como la queja...

tan lejos de la piedad, como la queja -
tan frío a la palabra -como la piedra -
inconmovible a la revelación
como si mi oficio fuera de hueso -
tan lejos del tiempo -como la historia -
tan cerca de uno mismo -hoy -
como niños, a las bufandas del arco iris -
a la puesta de sol a su juego amarillo
a los párpados en el sepulcro -
¡cuán mudo yace el danzarín -
cuando las revelaciones del color se rompen -
y resplandecen -las mariposas!

martes, 7 de diciembre de 2010

la mujer (r.avedon)


el hombre (r.avedon)


lunes, 6 de diciembre de 2010

una flor amarilla, ceremonias // j.cortázar

"-estaba al borde de un cantero, un aflor amarilla cualquiera. me había detenido a encender un cigarillo y me distraje mirándola. fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces... usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. la flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. de golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. yo me iba a morir y luc ya estaba muerto no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor. el fósforo encendido me abrasó los dedos.
en la plaza salté a un autobús que iba a cualquier lado y me puse absurdamente a mirar, a mirar todo lo que se veía en la calle y todo lo que había en el autobús. cuando llegamos al término, bajé y subí a otro autobús que llevaba a los suburbios. toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en luc, buscando entre los pasajeros a mí y a luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarle irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su propia vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra..."