viernes, 10 de diciembre de 2010

silvina ocampo // poemas

el sueño recurrente

llego como llegué, solitaria, asustada,
a la puerta de calle de madera encerada.

abro la puerta y entro, silenciosa, entre alfombras.
los muros y los muebles me asustan con sus sombras.

subo los escalones de mármol amarillo,
con reflejos rosados. penetro en un pasillo.

no hay nadie, pero hay alguien escondido en las puertas.
las persianas oscuras están todas abiertas.

los cielos rasos altos en el día parecen
un cielo con estrellas apagadas que crecen.

el recuerdo conserva una antigua retórica,
se eleva como un árbol o una columna dórica,

habitualmente duerme dentro de nuestros sueños
y somos en secreto sus exclusivos dueños.


los delfines

los delfines no juegan en las olas
como la gente cree.
los delfines se duermen bajando hasta el fondo del mar.
¿qué buscan? no sé.
cuando tocan el fin del agua
despiertan bruscamente
y vuelen a subir porque el mar es muy profundo
y cuando suben ¿qué buscan? no sé.
y ven el cielo y les vuelve a dar sueño
y vuelven a bajar dormidos,
y vuelven a tocar el fondo del mar
y se despiertan y vuelen a subir.
así son nuestros sueños.


las caras

las caras de los hombres que en mi vida he encontrado
me persiguen y viven adentro de mi espíritu.
las caras de los hombres que he encontrado en mi vida
me miran y me abruman.
podría dibujarlas pero nunca me atrevo.
algunas tienen cuerpos y llevan en las manos
anillos y collares, flores de terciopelo,
algunas son mansiones, son jardines, son ríos,
algunas son un viaje, una playa, un desierto.
algunas son de mármol, algunas son fenicias,
algunas son romanas, griegas y perniciosas
con los rasgos borrados.
algunas tienen penas, muchas penas algunas,
y largas cabelleras que lloran en el viento.
algunas son horribles, casi siempre me advierten
que un peligro me acecha.
algunas tienen horas marcadas en los ojos
y son como clepsidras,
me despiertan de noche.
algunas me quisieron
y movieron los labios para decir mi nombre.
algunas no entendieron nunca lo que les dije
ni supieron por qué las miré largamente.
algunas son anónimas
llevan frutas y fuentes, manos de terracota,
como las estaciones.
algunas se arrodillan, buscan algo en la tierra.
algunas como pájaros siempre estiran el cuello.
algunas se inclinaron
y escribieron sus nombres sobre mi corazón
sin que yo lo advirtiera.
algunas fueron mías, algunas se alejaron
y perdieron su sexo, su virtud y su candor;
fueron como la imagen
del infierno en el mundo
que tratamos, en vano, de olvidar.
algunas fueron deidades
que no olvidaré nunca.


la vida infinita

a veces me pregunto, al escuchar
como un recuerdo ya, el zorzal cantar

en los fondos más dóciles del sueño,
qué persigue la vida en su diseño

y en qué nos tornaremos cuando nada
nos distinga del aire y de la oleada

del mar que baña orillas de la tierra
donde nacemos y algo nos destierra.

cuando llegue átropos, supersticiosa,
con su cara de negra mariposa,

¿tendremos el anillo de oro mágico
que nos protegerá del hado trágico?

¿o tendremos las alas, el caballo,
que traspasará el vidrio como un rayo?

¿o perderemos todo en un momento
con el secreto y breve adiestramiento

que nos dan ya las cosas indistintas?
no escribiremos con las mismas tintas.

no pasará alejandro nevsky sólo
con música, armadura y protocolo

en los cinematógrafos oscuros.
no existirán los largos, largos muros

en el remoto imperio de la china;
ni en el tibet los monjes, su doctrina.

no existirán las sombras ni los piélagos.
ni las montañas ni los archipiélagos,

ni esos bustos dorados, ni esos nombres
ni esa voz que venera el pueblo, de hombres.

no habrá tigres ni monstruos de cemento,
ni la proclamación del monumento.

no habrá teatros y gentes y mercados,
agapantos, lugares retirados,

donde canta el calor con sus chicharras
o la lluvia en los techos de pizarras.

no sabremos que existe Egipto, el Nilo,
ni leeremos las páginas de Esquilo.

no veremos en ciertos ojos almas
que besan a la nuestra en nuestras palmas.

en el itinerario de los días,
a veces víctimas de brujerías,

no omitiremos lo que más amamos
para incluir luego lo que detestamos.

no existirá el lustral Mediterráneo,
ni las plantas, ni el sol contemporáneo.

no habrá calles con nombres previsibles,
ni metales ni piedras más sensibles.

no estará el mismo río sobre el barro,
las quemas de basuras ni ese carro,

con perros que en las noches del suburbio.
se pierden junto a un niño cruel y rubio.

no habrá reinas de Egipto, ni monedas
que conservan sus caras, ni habrá sedas.

si hoy existimos, para no morirnos
mañana lograremos no eximirnos

del universo al inventar un mundo
para vivir de nuevo. vagabundo

como nosotros nuestro pensamiento
recordará quizás un alimento,

un dolor, un estigma, una pasión,
un rostro pálido, la comunión,

y por ejemplo dentro de algún verso
de san juan de la cruz un ciervo, un cierzo,

para otra vez incluirnos en la historia.
¿será como una jaula la memoria?

el sésamo ábrete de recordar,
de nuevo nos pondrá en nuestro lugar

o en lugares distintos como ciegos
que no se reconocen, como en juegos.


envejecer

envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día;
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva
que en lugar de disminuir los detalles los agranda.
envejecer es no poder olvidar lo que se olvida.
envejecer transforma a una víctima en victimario.

siempre pensé que las edades son todas crueles,
y que se compensan o tendrían que compensarse
las unas con las otras. ¿de qué me sirvió pensar de este modo?
espero una revelación. ¿por qué será que un árbol
embellece envejeciendo? y un hombre espera redimirse
sólo con los despojos de la juventud.

nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón.
todo disfraz repugna al que lo lleva. la vejez
es un disfraz con aditamentos inútiles.
si los viejos parecen disfrazados, los niños también.
esas edades carecen de naturalidad. nadie acepta
ser viejo porque nadie sabe serlo,
como un árbol o como una piedra preciosa.

soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas.
no quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente.
ahora pierdo más tiempo que nunca en amar,
porque todo lo que hago lo hago doblemente.
el tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece
que lo que quedó atrás tiene más realidad
para reducir el presente a un interesante precipicio.


los ojos

como casandra yo escuché tu paso
en las baldosas de la galería.
como ella, adivinaba yo en los días
y en la voz recurrente del ocaso
lo que ocultabas y conozco tanto.
ciega, sola, atenta penetré
en tu velado reino y consagré
bajo sus plantas, al rencor, mi espanto.

transformabas el mundo en un desierto.
como a casandra no quisiste oírme.
pensando junto al río sólo en irme,
en la noche incesante busqué el puerto.
al ver los astros, con aristas, rojos,
sabía que el infierno era mirarte
y volver a tu lado y no olvidarte.
¡ah, por qué no quemé más bien mis ojos!

¡vanas son las mentiras y las guerras!
nuestros ojos traicionan nuestra cara;
la vuelven transparente, fría y clara
como el agua en la orilla de las tierras.
no me perdonarás de haber llorado:
no me lo perdonabas, yo tampoco.
tus noches y tus días los evoco.
¡por qué con tanto amor me has engañado!

símbolos tiene la desesperanza,
propiedades antiguas y suntuosas,
a veces tiene cosas muy preciosas.
como la muerte, siempre nos alcanza.
con el rostro de piedra, de la ira,
por tu amor me acerqué a sus pabellones.
ah, fue triste en los pérfidos frontones
de sus oscuras torres tu mentira.

vi que en su primavera con glicinas,
la languidez secreta de las ramas,
las canciones del mirlo, las retamas,
la vegetal constancia que germina,
urden una ávida y común tortura
a ejemplo de esos ramos en la muerte
que simbolizan con un lujo inerte
la soledad, el polvo, la locura.

vi al pie de las columnas los despojos
de las fiestas en sueño, de la aurora;
te seguí paso a paso, hora por hora,
más que tu sombra guiada por tus ojos.
oscuros en tu cuarto me rodeaban
los muebles habituales: los abismos
labraban en desorden cataclismos
mientras las furias su clamor callaban.

en los iridiscentes labios rojos
de alguna flor resplandecía el alma
del céfiro purísimo en su calma:
mas yo estaba cegada por tus ojos.
la llanura, la nieve o la montaña
me recibía reconciliadora:
y persistía entre árboles sonora
la dicha exigua que la duda empaña.

vi caras, muchas caras previsibles;
todos mis diálogos fueron falaces;
escuché de las voces los compases
sin oír las palabras más sensibles;
proyecté formas de mi destrucción.
en las ciudades, en la calle sucia,
en los sórdidos parques, sin astucia
llegué al infierno con obstinación.

como alas nacen del cansancio arrojos
busqué por todas partes el horror,
el desencanto pacificador
como los santos porque vi tus ojos.
y conseguí morir perfectamente
sin ningún esplendor como soñaba
sola en el iris gris que me aterraba
viendo tus ojos incesantemente.

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