viernes, 10 de diciembre de 2010

raymond carver // poemas

desocupado

los que eran mejores que nosotros
vivían cómodamente en casas recién pintadas
con inodoros a botón en todos los baños.
manejaban autos de modelo y marca
reconocibles.
los que no tenían trabajo, estaban apenados,
no les iba bien.
sus autos extraños estaban estacionados
sobre cajones, ‘al fondo’ de casas polvorientas,
donde se amontonaban infinidad de objetos inútiles.
los años pasan y todo y todos son reemplazados.
existen siempre, es lo que dicen, nuevas oportunidades.
pero, para decir la verdad,
a mí nunca me gustó el trabajo.
mi objetivo era permanecer desocupado.
ése era mi mérito.
me gustaba la idea de sentarme en una silla,
hora tras hora, frente a la casa, sin hacer nada
con un sombrero sobre mi cabeza y tomando una gaseosa.
¿qué hay de malo en eso?
fumar, escupir de vez en cuando.
tallar madera con mi cuchillo.
¿hay daño o maldad en esto?
en ocasiones salgo con mi perro a perseguir conejos.
tienes que hacerlo alguna vez.
a veces levanto a un chico gordo y rubio como yo,
diciéndole: ‘‘¿de dónde te conozco?’’.
nunca digas: ‘‘¿que quieres ser cuando seas grande?’’


esperanza

‘‘mi esposa’’, dijo pinnegar,
‘‘‘‘cuando me abandona desea que yo destruya
‘‘ mi vida.".‘ésa es su última esperanza’’.
‘‘d. h. lawrence. jimmy y la mujer desesperada


me dejó el auto y doscientos dólares.
dijo: ‘‘hasta luego, querido.
tómate las cosas con tranquilidad ¿me entiendes?
esto es todo. absolutamente todo.
esto es lo que queda
después de veinte años de matrimonio.
ella cree adivinar lo que sucederá.
piensa que me voy a gastar la plata
en dos o tres días
y que tarde o temprano
voy a destruir el auto - que ya era mío
y que además necesitaba varios arreglos -.
al momento de alejarme
los vi, a ella y a su novio,
estaban cambiando la cerradura de la puerta.
saludaron con el brazo en alto.
los saludé de la misma manera.
sólo para que supieran
que no había malos sentimientos de mi parte.
apreté el acelerador y me alejé rápidamente.
estaba como atolondrado.
ella, por lo menos, tenía razón en eso.
seguí el camino de la ruina.
el alcohol fue mi compañero fiel.
resultamos buenos amigos.
no me detuve.
recorrí el largo camino sin escalas.
pude, al fin, dejar en el pasado
a mi amiga, la botella.
meses, quizás años más tarde,
cuando aparecí frente a la puerta
de esa casa
manejando un auto diferente,
sobrio, vistiendo camisa y pantalones
limpios y las botas bien lustradas,
ella lloró al ver mi cara.
su última esperanza estalló en el aire.
y ya no tendría más esperanzas.


durmiendo

él durmió sobre sus manos.
sobre una roca.
sobre sus pies,
sobre los pies de algún desconocido.
él durmió en micros, en trenes, en aviones.
se durmió estando de guardia.
se durmió a un costado de la ruta.
se durmió apoyado en una bolsa de manzanas.
él durmió en un baño público.
en un galpón.
en el estadio.
durmió en un jaguar descapotable
y en la caja de una camioneta.
durmió en los teatros.
en la cárcel.
sobre los barcos.
él durmió en casillas deshechas y en una ocasión
en un inmenso castillo.
soportó dormido las frías gotas del agua de lluvia
y los ardientes rayos del sol.
durmió sobre caballos.

se durmió sobre sillas.
él durmió en iglesias, en hoteles de lujo.
él durmió bajo techos extraños toda su vida.
ahora él duerme cubierto por la tierra.
duerme y seguirá durmiendo.
igual que un rey antiguo.


la lapicera

la lapicera que no faltaba a la verdad,
por todas sus preocupaciones
terminó dentro del lavarropas.
salió una hora más tarde y la tiraron
al secarropas junto con un par de ‘jeans’ viejos
y una camisa a cuadros.
los días pasaron y ella permaneció
recostada tranquilamente sobre el escritorio
que estaba frente a la ventana.
ella pensaba que estaba totalmente agotada.
sin convicciones. Sin voluntad.
una mañana, poco antes del amanecer,
recuperó antiguas fuerzas
y escribió:
‘‘los campos húmedos duermen
bañados por la luz de la luna’’.
después de este esfuerzo
se quedó muy quieta,
nuevamente vacía, su utilidad
terminada.

él la sacudió,
la golpeó sobre la tapa del escritorio.
la dejó a un lado.
abandonó las pretensiones de hacerla trabajar
o casi todas.
sin embargo
ella realizó un nuevo esfuerzo,
apeló a sus últimas reservas.
esto es lo que escribió:
‘‘un viento suave, y más allá del ventanal
los árboles flotan en el dorado aire de la mañana’’.

él trató de hacerla escribir algo más,
pero eso fue todo. la lapicera
dejó de escribir, definitivamente.
él la puso con otras cosas inservibles
en el incinerador.
el tiempo transcurrió, días o meses,
y fue otra lapicera
una que todavía no había demostrado nada
la que con facilidad escribió:
‘‘la oscuridad se posa en las ramas.
quedate muy quieto, no salgas de la casa,
quedate muy quieto...’’

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