viernes, 1 de julio de 2011

tadashi endo (japón,1947 - ) & robin von hoegen // black box, butoh performance. 3

tadashi endo (japón,1947 - ) & robin von hoegen // black box, butoh performance. 2

tadashi endo (japón,1947 - ) & robin von hoegen // black box, butoh performance. 1

heiner müller (alemania, 1929 - 1995) // poema - the odour of the soap

jueves, 30 de junio de 2011

silvina ocampo (argentina, 1903 - 1993) // poemas - la vida infinita / las caras

la vida infinita
a veces me pregunto, al escuchar
como un recuerdo ya, el zorzal cantar

en los fondos más dóciles del sueño,
qué persigue la vida en su diseño

y en qué nos tornaremos cuando nada
nos distinga del aire y de la oleada

del mar que baña orillas de la tierra
donde nacemos y algo nos destierra.

cuando llegue átropos, supersticiosa,
con su cara de negra mariposa,

¿tendremos el anillo de oro mágico
que nos protegerá del hado trágico?

¿o tendremos las alas, el caballo,
que traspasará el vidrio como un rayo?

¿o perderemos todo en un momento
con el secreto y breve adiestramiento

que nos dan ya las cosas indistintas?
no escribiremos con las mismas tintas.

no pasará alejandro nevsky sólo
con música, armadura y protocolo

en los cinematógrafos oscuros.
no existirán los largos, largos muros

en el remoto imperio de la china;
ni en el tibet los monjes, su doctrina.

no existirán las sombras ni los piélagos.
ni las montañas ni los archipiélagos,

ni esos bustos dorados, ni esos nombres
ni esa voz que venera el pueblo, de hombres.

no habrá tigres ni monstruos de cemento,
ni la proclamación del monumento.

no habrá teatros y gentes y mercados,
agapantos, lugares retirados,

donde canta el calor con sus chicharras
o la lluvia en los techos de pizarras.

no sabremos que existe egipto, el nilo,
ni leeremos las páginas de esquilo.

no veremos en ciertos ojos almas
que besan a la nuestra en nuestras palmas.

en el itinerario de los días,
a veces víctimas de brujerías,

no omitiremos lo que más amamos
para incluir luego lo que detestamos.

no existirá el lustral mediterráneo,
ni las plantas, ni el sol contemporáneo.

no habrá calles con nombres previsibles,
ni metales ni piedras más sensibles.

no estará el mismo río sobre el barro,
las quemas de basuras ni ese carro,

con perros que en las noches del suburbio.
se pierden junto a un niño cruel y rubio.

no habrá reinas de egipto, ni monedas
que conservan sus caras, ni habrá sedas.

si hoy existimos, para no morirnos
mañana lograremos no eximirnos

del universo al inventar un mundo
para vivir de nuevo. vagabundo

como nosotros nuestro pensamiento
recordará quizás un alimento,

un dolor, un estigma, una pasión,
un rostro pálido, la comunión,

y por ejemplo dentro de algún verso
de san juan de la cruz un ciervo, un cierzo,

para otra vez incluirnos en la historia.
¿será como una jaula la memoria?

el sésamo ábrete de recordar,
de nuevo nos pondrá en nuestro lugar

o en lugares distintos como ciegos
que no se reconocen, como en juegos.


las caras

las caras de los hombres que en mi vida he encontrado
me persiguen y viven adentro de mi espíritu.
las caras de los hombres que he encontrado en mi vida
me miran y me abruman.
podría dibujarlas pero nunca me atrevo.
algunas tienen cuerpos y llevan en las manos
anillos y collares, flores de terciopelo,
algunas son mansiones, son jardines, son ríos,
algunas son un viaje, una playa, un desierto.
algunas son de mármol, algunas son fenicias,
algunas son romanas, griegas y perniciosas
con los rasgos borrados.
algunas tienen penas, muchas penas algunas,
y largas cabelleras que lloran en el viento.
algunas son horribles, casi siempre me advierten
que un peligro me acecha.
algunas tienen horas marcadas en los ojos
y son como clepsidras,
me despiertan de noche.
algunas me quisieron
y movieron los labios para decir mi nombre.
algunas no entendieron nunca lo que les dije
ni supieron por qué las miré largamente.
algunas son anónimas
llevan frutas y fuentes, manos de terracota,
como las estaciones.
algunas se arrodillan, buscan algo en la tierra.
algunas como pájaros siempre estiran el cuello.
algunas se inclinaron
y escribieron sus nombres sobre mi corazón
sin que yo lo advirtiera.
algunas fueron mías, algunas se alejaron
y perdieron su sexo, su virtud y su candor;
fueron como la imagen
del infierno en el mundo
que tratamos, en vano, de olvidar.
algunas fueron deidades
que no olvidaré nunca.

silvina ocampo (argentina, 1903 - 1993) // poemas - única sabiduría / quisiera ser tu predilecta almohada / si la verdad se vuelve una mentira / los ojos

única sabidurÍa

lo único que sabemos
es lo que nos sorprende:
que todo pasa, como
si no hubiera pasado.


quisiera ser tu predilecta almohada

quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada

ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada,

no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte

la tediosa y vulgar fidelidad
de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.


si la verdad se vuelve una mentira

si la verdad se vuelve una mentira,
si se vuelve dolor la dicha aviesa,
si se vuelve alegría la tristeza
con sus falsas promesas cuando expira,

si la virtud a la cual en vano aspira
mi vida frustra la habitual promesa,
si el corazón de odio o de amor me pesa
y al helarse cual mármol, aún suspira.

si no pude enmendarme al recibir
la ingratitud de los que más he amado
ni pude ensombrecerme al eximir

de mi cariño a los que me han colmado,
será porque los dioses me han herido
del inocente horror de haber nacido.


los ojos

como casandra yo escuché tu paso
en las baldosas de la galería.
como ella, adivinaba yo en los días
y en la voz recurrente del ocaso
lo que ocultabas y conozco tanto.
ciega, sola, atenta penetré
en tu velado reino y consagré
bajo sus plantas, al rencor, mi espanto.

transformabas el mundo en un desierto.
como a casandra no quisiste oírme.
pensando junto al río sólo en irme,
en la noche incesante busqué el puerto.
al ver los astros, con aristas, rojos,
sabía que el infierno era mirarte
y volver a tu lado y no olvidarte.
¡ah, por qué no quemé más bien mis ojos!

¡vanas son las mentiras y las guerras!
nuestros ojos traicionan nuestra cara;
la vuelven transparente, fría y clara
como el agua en la orilla de las tierras.
no me perdonarás de haber llorado:
no me lo perdonabas, yo tampoco.
tus noches y tus días los evoco.
¡por qué con tanto amor me has engañadol

símbolos tiene la desesperanza,
propiedades antiguas y suntuosas,
a veces tiene cosas muy preciosas.
como la muerte, siempre nos alcanza.
con el rostro de piedra, de la ira,
por tu amor me acerqué a sus pabellones.
ah, fue triste en los pérfidos frontones
de sus oscuras torres tu mentira.

vi que en su primavera con glicinas,
la languidez secreta de las ramas,
las canciones del mirlo, las retamas,
la vegetal constancia que germina,
urden una ávida y común tortura
a ejemplo de esos ramos en la muerte
que simbolizan con un lujo inerte
la soledad, el polvo, la locura.

vi al pie de las columnas los despojos
de las fiestas en sueño, de la aurora;
te seguí paso a paso, hora por hora,
más que tu sombra guiada por tus ojos.
oscuros en tu cuarto me rodeaban
los muebles habituales: los abismos
labraban en desorden cataclismos
mientras las furias su clamor callaban.

en los iridiscentes labios rojos
de alguna flor resplandecía el alma
del céfiro purísimo en su calma:
mas yo estaba cegada por tus ojos.
la llanura, la nieve o la montaña
me recibía reconciliadora:
y persistía entre árboles sonora
la dicha exigua que la duda empaña.

vi caras, muchas caras previsibles;
todos mis diálogos fueron falaces;
escuché de las voces los compases
sin oír las palabras más sensibles;
proyecté formas de mi destrucción.
en las ciudades, en la calle sucia,
en los sórdidos parques, sin astucia
llegué al infierno con obstinación.

como alas nacen del cansancio arrojos
busqué por todas partes el horror,
el desencanto pacificador
como los santos porque vi tus ojos.
y conseguí morir perfectamente
sin ningún esplendor como soñaba
sola en el iris gris que me aterraba
viendo tus ojos incesantemente.

heiner müller (alemania, 1929 - 1995) // müller por müller

ayer en una tarde soleada

mientras cruzaba por la ciudad muerta de berlín
recién llegado de un país extranjero cualquiera
sentí por primera vez esa necesidad
de desenterrar del cementerio a mi mujer
con la pala arrojar dos cuajos de tierra
ver qué queda de ella
los huesos que nunca he visto
sostener su calavera entre mis manos
imaginar cuál era su rostro
detrás de las máscaras con las que cruzó
la ciudad muerta de berlín y otras ciudades
cuando todavía vestía su carne.

no cedí a esa necesidad
por miedo a la policía y al aplauso de mis amigos.



" ...me gusta estar con una pierna a cada lado del muro. Acaso sea una posición esquizofrénica, pero ninguna otra me parece lo suficientemente real... "

" ...mi interés principal cuando escribo teatro es destruir cosas. durante treinta años me obsesionó Hamlet, de modo que escribí un breve texto, hamletmaschine, con el que intenté destruirla… creo que mi impulso más fuerte consiste en reducir las cosas a su esqueleto, arrancándoles la carne y la superficie. entender sin destruir es no entender en absoluto... "

" ...trabajando en un proyecto que pretendía reunir todos los textos que había escrito sobre shakespeare, nos devanábamos los sesos buscando un título y surgió el de "factoría shakespeare”, que me gustó desde un principio. así que tenía esta obra sin título aún, pero que quería fuera ilustrada con una imagen de duchamp, así el título "máquina hamlet" se sucedió automáticamente. otros la interpretaron como hamletmaschine igual a h.m. igual a heiner müller. nunca lo desmentí, sino que diseminé cuidadosamente esta interpretación... "

" ...enero 31, 1933, 4 a.m., mi padre, un funcionario del partido social demócrata, es arrestado
sorpresivamente. yo desperté, afuera el cielo más allá de la ventana aún está oscuro, el ruido de voces y pasos. en el cuarto de a lado eran arrojados libros al suelo. escuché la voz de mi padre, más alta que la voz de los extraños. me levanté de mi cama y fui hacia la puerta. temblaba, me cubría con la manta hasta la barbilla, cuando la puerta de mi cuarto se abrió, ya me había metido de nuevo en mi cama. mi padre estaba de pie frente a la puerta, detrás un grupo de extraños en uniforme… escuché cómo me llamaba sin alzar mucho la voz. yo no respondí, sino que me quedé muy quieto. entonces mi padre dijo: está dormido. la puerta se cerró, después sólo escuché cómo lo llevaban lejos de la casa... "

" ...la primera experiencia de traición... "

un año después del arresto, mi madre recibió permiso para visitarlo en el campo… estuvimos de pie esperando a mi padre ante una enorme puerta cruzada con alambre de púas… la puerta no se abrió. no pudimos ni siquiera darnos la mano porque el alambre estaba entretejido estrechamente. tuve que acercarme mucho para verle el rostro, estaba muy pálido. no puedo recordar de qué hablamos. detrás de mi padre, la guardia armada esperaba, su rostro lucíá un rosa saludable. no podía entender por qué mi padre simplemente no saltaba sobre la cerca... "


un padre muerto acaso hubiera sido
mejor padre. lo mejor de todo
un padre nacido muerto
siempre vuelve a brotar hierba sobre la frontera
hay que arrancar la hierba
que crece sobre la frontera una y otra vez.

miércoles, 29 de junio de 2011

heiner müller (alemania, 1929 - 1995) // corazón

corazón

uno. ¿me permite poner mi corazón a sus pies?

dos. si no me ensucia el suelo.

uno. mi corazón es limpio.

dos. eso ya lo veremos.

uno. no logro sacarlo.

dos. ¿quiere que lo ayude?

uno. si no es un inconveniente...

dos. es un placer. tampoco logro sacarlo.

uno. (llora).

dos. se lo operaré. para qué tengo una navaja. lo resolveremos enseguida. trabajar y no desesperarse. ajá, ya lo tenemos. pero esto es un ladrillo. su corazón es un ladrillo.

uno. pero late solo por usted.

bob wilson (estados unidos, (1941 - ) & susushi hanayaghi (japón, 1928 - ) sobre claude debussy (francia, 1862 - 1918)// le martyre de saint sébastien (1911 - 1988)

silvina ocampo (argentina, 1903 - 1993) // cuentos - el retrato mal hecho / la cabeza pegada al vidrio / el corredor ancho de sol

el retrato mal hecho
a los chicos les debía de gustar sentarse sobre las amplias faldas de eponina porque tenía vestidos como sillones de brazos redondos. pero eponina, encerrada en las aguas negras de su vestido de moiré, era lejana y misteriosa; una mitad del rostro se le había borrado pero conservaba movimientos sobrios de estatua en miniatura. raras veces los chicos se le habían sentado sobre las faldas, por culpa de la desaparición de las rodillas y de los brazos que con frecuencia involuntaria dejaba caer.
detestaba los chicos, había detestado a sus hijos uno por uno a medida que iban naciendo, como ladrones de su adolescencia que nadie lleva presos, a no ser los brazos que los hacen dormir. los brazos de Ana, la sirvienta, eran como cunas para sus hijos traviesos.
la vida era un larguísimo cansancio de descansar demasiado; la vida era muchas señoras que conversan sin oírse en las salas de las casas donde de tarde en tarde se espera una fiesta como un alivio. y así, a fuerza de vivir en postura de retrato mal hecho, la impaciencia de eponina se volvió paciente y comprimida, e idéntica a las rosas de papel que crecen debajo de los fanales.
la mucama la distraía con sus cantos por la mañana, cuando arreglaba los dormitorios. ana tenía los ojos estirados y dormidos sobre un cuerpo muy despierto, y mantenía una inmovilidad extática de rueditas dentro de su actividad. era incansablemente la primera que se levantaba y la última que se acostaba. era ella quien repartía por toda la casa los desayunos y la ropa limpia, la que distribuía las compotas, la que hacía y deshacía las camas, la que servía la mesa.
fue el 5 de abril de 1890, a la hora del almuerzo; los chicos jugaban en el fondo del jardín; eponina leía en la moda elegante: "se borda esta tira sobre pana de color bronce obscuro" o bien: "traje de visita para señora joven, vestido verde mirto", o bien: "punto de cadeneta, punto de espiga, punto anudado, punto lanzado y pasado". los chicos gritaban en el fondo del jardín. eponina seguía leyendo: "las hojas se hacen con seda color de aceituna" o bien: "los enrejados son de color de rosa y azules", o bien: "la flor grande es de color encarnado", o bien: "las venas y los tallos color albaricoque".
ana no llegaba para servir la mesa; toda la familia, compuesta de tías, maridos, primas en abundancia, la buscaba por todos los rincones de la casa. no quedaba más que el altillo por explorar. eponina dejó el periódico sobre la mesa, no sabía lo que quería decir albaricoque: "las venas y los tallos color albaricoque". subió al altillo y empujó la puerta hasta que cayó el mueble que la atrancaba. un vuelo de murciélagos ciegos envolvía el techo roto. entre un amontonamiento de sillas desvencijadas y palanganas viejas, ana estaba con la cintura suelta de náufraga, sentada sobre el baúl; su delantal, siempre limpio, ahora estaba manchado de sangre. eponina le tomó la mano, la levantó. ana, indicando el baúl, contestó al silencio: "lo he matado".
eponina abrió el baúl y vio a su hijo muerto, al que más había ambicionado subir sobre sus faldas: ahora estaba dormido sobre el pecho de uno de sus vestidos más viejos, en busca de su corazón.
la familia enmudecida de horror en el umbral de la puerta, se desgarraba con gritos intermitentes clamando por la policía. habían oído todo, habían visto todo; los que no se desmayaban, estaban arrebatados de odio y de horror.
eponina se abrazó largamente a ana con un gesto inusitado de ternura. los labios de eponina se movían en una lenta ebullición: "niño de cuatro años vestido de raso de algodón color encarnado. esclavina cubierta de un plegado que figura como olas ribeteadas con un encaje blanco. las venas y los tallos son de color marrón dorados, verde mirto o carmín".


la cabeza pegada al vidrio

lesde hacía quince años mlle. dargére tenía a su cargo una colonia de niños débiles que había sido fundada por una de sus abuelas. la casa estaba situada a la orilla del mar y ella desde su juventud había vivido en la parte lateral del asilo, en el último piso de la torre.
en los primeros tiempos vivía en el primer piso, pero de noche en los vidrios de la ventana se le aparecía la cabeza de un hombre en llamas. una cabeza espantosamente roja, pegada al vidrio como las pinturas de los vitraux. se mudó al segundo piso: la misma cabeza la perseguía. se mudó al tercer piso: la misma cabeza la perseguía; se mudó de todos los cuartos de la casa con el mismo resultado.
mlle. dargére era extremadamente bonita y los chicos la querían, pero una preocupación constante se le instaló en el entrecejo en forma de arrugas verticales que estropeaban un poco su belleza. sus noches se llenaban de insomnios y en sus desvelos oía los coros de los sueños de los niños subir, con blancura de camisón, de los dormitorios de veinte camas en donde depositaba besos cotidianos.
las mañanas eran diáfanas a la orilla del mar; los chicos salían todos vestidos con trajes de baño demasiado largos que se enredaban en las olas. no era la culpa de los trajes, pensaba mlle. dargére apoyada contra la balaustrada de la terraza; los chicos no podían usar sino trajes hechos a medida, para no quedar ridículos. tenían un bañero negro que los mortificaba diariamente con una zambullida dolorosa, que lo resguardaba a él sólo, cuidadosamente, de las olas. pero ella no podía oír llorar a los chicos y se acordaba del suplicio de los baños con bañeros en su infancia, que habían llenado su vida de sueños eternos de maremotos.se bañaba de tarde con el agua a la altura de las rodillas, cuando la playa
estaba desierta; entonces llevaba a veces un libro que no leía y se acostaba sobre la arena después del baño; era el único momento del día en que descansaba. era la madre de ciento cincuenta chicos pálidos a pesar del sol, flacos a pesar de la alimentación estudiada por los médicos, histéricos a pesar de la vida sana que llevaban.
mlle. dargére derramaba su prestigio de belleza sobre ellos. su proximidad los serenaba un poco y los engordaba más que los alimentos estudiados por los mejores médicos, pero la cabeza del hombre en llamas seguía de noche en la ventana hasta que llegó a ser una horrible cosa necesaria que se busca detrás de las cortinas.
una noche no durmió un solo minuto; la cabeza estaba ausente, la buscó detrás de las cortinas, y la desveló esta vez la posibilidad de poder dormir tranquila: la cabeza parecía haberse perdido para siempre.
a la mañana siguiente, en los dormitorios, una extraña exasperación retenía a los chicos al borde de las lágrimas. llantos contenidos se amontonaban en las bocas. mlle. dargére creyó ver un asilo de ancianos en traje de baño azul marino desfilando hacia la playa. carolina, su preferida, la única que tenía un cuerpo capaz de rellenar el traje de baño, se escapó de entre sus brazos.
la playa esa mañana se llenó de llantos obscuros y atorados dentro de las olas.
mlle. dargére, después de apoyar su melancolía sobre la balaustrada, que fue como una despedida a la belleza, subió corriendo hasta el espejo de su cuarto. la cabeza del hombre en llamas se le apareció del otro lado; vista de tan cerca era una cabeza picada de viruela y tenía la misma emotividad de los flanes bien hechos. mlle. dargére atribuyó el arrebato de su cara a las quemaduras del sol que se derraman en líquidos hirvientes sobre las pieles finas. se puso compresas de óleo calcáreo, pero la imagen de la cabeza enllamas se había radicado en el espejo.


el corredor ancho de sol

se sintió enferma el día de su convalecencia. ya no oía los ruidos inusita- dos del alba: el carrito del lechero, las cortinas metálicas de las tiendas, los tranvías solitarios que no se detienen a esa hora en las esquinas.
el día estaba ya viejo en las ventanas de su cuarto cuando se despertaba y oía los ruidos de la mañana. la casa donde vivía quedaba sobre la pendiente de una calle empedrada que aceleraba los autos con cambios de velocidad, y esos cambios de velocidad le recordaban un hotel de francia situado al pie de una montaña en donde había pasado protestando los días que ahora le parecían más felices de su vida. el hotel estaba rodeado de lambercianas y las piñas amontonadas en las ramas eran redondas y grises como muchos pájaros juntitos. era un paisaje parecido a los paisajes de la provincia de aquí, pero donde las plantas eran menos fragantes y sin espinas, como los pescados preparados por un cocinero hábil. en las provincias existían plantas de olores extraordinarios: recordaba una planta con olor a sartén venenosa, otra con olor a piso recién encerado, otra con olor a guaranga.
estaba sentada contra la ventana, con la frente apoyada sobre el vidrio que temblaba masajes eléctricos cada vez que pasaba por la calle un carro de tres o cuatro caballos. no podía hacer el gesto de cambiar de
postura, porque entre cada postura había que hacer un salto mortal que ponía en movimiento giratorio de terremoto todos los muebles y cuadros del cuarto... su cuerpo se había distanciado de ella y sus ojos se disolvían como si fueran de azúcar, en un punto fijo indefinidamente vago y rodeado como un cielo de estrellas.
la aliviaba pensar en un corredor muy ancho de sol, donde una vez se ha- bía estirado en un sillón de mimbre blanco. era una casa rosada en forma de herradura. tres corredores rodeaban un patio de pasto lleno de flores de agapanto muy azules o muy violetas, según el color de la pared contra la cual se apoyaban entre los arcos de un croquet abandonado. ella sentía que había nacido en esa casa repleta de silencio donde andaba por el campo en una americana con un caballo empacado y enfurecido de galopes en las vueltas de los caminos. había nacido en esa casa, aunque solamente la hubieran invitado por un día. conocía la casa de memoria antes de haber entrado en ella, la hubiera podido dibujar con la misma facilidad con la cual había dibujado, un día, en un cuaderno la cara de su novio antes de conocerlo. recordaba como un recuerdo anterior a su vida, que en medio de una inmensa inconsciencia había tenido que atravesar días de angustias antes de llegar hasta ese rostro donde había encerrado su cariño, hasta ese corredor tan ancho de sol. volvió a pensar en el hotel de francia, porque el linoleum del cuarto de baño del hotel era igual al de aquella casa de campo. movió blandamente sus grandes brazos de nadadora, y sus manos buscaban un libro sobre la mesa. hubiera podido nadar, porque nadando se va acostado sobre colchones espesos de agua, y el sol la hubiera sanado, pero los árboles estaban desnudos contra el cielo gris y los toldos de las ventanas volaban el viento. era inútil que sus manos tomaran el libro. por la puerta entreabierta se oyeron can- tos de cucharas y platos que anunciaban la llegada de una sopa de tapioca en una bandeja con estrellitas y con gusto a infancia.

martes, 28 de junio de 2011

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // quartett - ah le néant en moi (l'odéon - théâtre de l'europe, paris, 2006)

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // quartett - c'est ma peau qui se souvient (l'odéon - théâtre de l'europe, paris, 2006)

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // quartett - anéantissement de la nièce(l'odéon - (l´odéon - théâtre de l'europe, paris, 2006)

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // quartett - alors quoi. continuons à jouer (l'odéon - théâtre de l'europe, paris, 2006)

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) & rufus wainright (estados unidos, 1973 - ) // shakespeare sonette by the berliner ensemble, 2009. extrait 4

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) & rufus wainright (estados unidos, 1973 - ) // shakespeare sonette by the berliner ensemble, 2009. extrait 3

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) & rufus wainright (estados unidos, 1973 - ) // shakespeare sonette by the berliner ensemble, 2009. extrait 2

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) & rufus wainright (estados unidos, 1973 - ) // shakespeare sonette by the berliner ensemble, 2009. extrait 1

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // sonett 10 of shakespeare sonette by the berliner ensemble, 2009

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // sonett 87 of shakespearen sonette by the berliner ensemble, 2009

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // sonett 71 of shakespeares sonette by the berliner ensemble, 2009

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // sonett 66 of Sshakespeares sonette by the berliner ensemble, 2009

bob wilson (estados unidos, 1941) // sonnette 20 - shakespeares sonette by the berliner ensemble

lunes, 27 de junio de 2011

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // shakespeares sonnette by the berliner ensemble, 2009

bob wilson (estados unidos, 1941 - ) // sonett 23 of shakespeares sonnette by the berliner ensemble, 2009

victoria santa cruz (perú, 1922 - ) // función de la palabra - entrevista de marco aurelio denegri (perú, 1938 - ). 4

victoria santa cruz (perú, 1922 - ) // función de la palabra - entrevista de marco aurelio denegri (perú, 1938 - ). 3

victoria santa cruz (perú, 1922 - ) // función de la palabra - entrevista de marco aurelio denegri (perú, 1938 - ). 2

victoria santa cruz (perú, 1922 - ) // función de la palabra - entrevista de marco aurelio denegri (perú, 1938 - ). 1

eugenio barba (italia, 1936 - ) & victoria santa cruz (perú, 1922 - ) // black & woman. 3

eugenio barba (italia, 1936 - ) & victoria santa cruz (perú, 1922 - ) // black & woman. 2

eugenio barba (italia, 1936 - ) & victoria santa cruz (perú, 1922 - ) // black & woman . 1

silvina ocampo (argentina, 1903 - 1993) // cuentos - la enemistad de las cosas / el pasaporte perdido

la enemistad de las cosas

arqueó su boca al bajar los ojos sobre la tricota azul que llevaba puesta. desde hacía días, una aprensión inmensa crecía insospechadamente por todas las cosas que lo rodeaban. a veces era una corbata, a veces era una tricota o un traje que le parecía que provocaba su desgracia. había jurado analizar los hechos y las coincidencias para poner fin a sus dudas.
desde esa mañana de invierno en que había salido de buenos aires, no hacía ni tres días, dejaba abierta para las traiciones una extensión que llegaba hasta el día de su nacimiento. aquella ausencia pesaba sobre él varios meses atrás, como una fatalidad imprevisible; tenía que ir a revisar el campo; no podía escapar a su destino, y dócilmente se había ido en un tren que lo mataba de una estación a otra.
pasó la mano por su frente, y al sentirse despeinado, supo que estaba en el campo. había estado hasta entonces sordo al silencio que hacían los árboles en torno de la casa, sordo a la claridad del cielo, sordo a todo, salvo a la turbación que lo habitaba. ya no se acordaba más: cuando era chico, en esa estancia le gustaba tener que cruzar la noche alumbrada por una lámpara de kerosene o por la luna, para llegar desde el comedor hasta el cuarto de dormir, y esa felicidad lo había llevado siempre de la mano al cruzar el patio. No había sido nunca chico aquel día.
súbitamente, se daba cuenta de que vivía rodeado de la enemistad de las cosas. se daba cuenta que el día que había estrenado esa tricota azul con dibujos grises (que su madre le había mandado hacer), su novia había estado distante paseando sus ojos inalcanzables por épocas misteriosas y escondidas de su vida, que la hacían sonreír una sonrisa tierna, que a él le resultaba dura como de piedra donde caían de rodillas las súplicas, "¿en qué piensas?"; y ella había tenido un gesto de impaciencia, y esa impaciencia había crecido con resorte al contacto de sus gestos, al contacto de sus palabras. en ese momento ya no sabía caminar sin tropezar, no sabía tragar sin hacer un ruido extraordinario y su voz se había desbocado en los momentos que requerían más silencio. el odio o la indiferencia que había levantado aquel día estaban ahí delante de él palpables y sólidos como una pared de piedra.
más tarde, cuando volvió a su casa, recordó que al desvestirse había sentido como una liberación. llamó el teléfono, y la ternura de su novia era para él solo: una cama donde uno se duerme cuanto uno está muy cansado.



el pasaporte perdido

"certifico que da. claude vildrac, de estado soltera, de profesión..., que sí lee y escribe, y cuya fotografía, impresión digitopulgar derecha y firma figuran al dorso, es nacida... 15 de abril de 1922... en el pueblo... cap. federal, buenos aires, rep. argentina... tiene 1m 40 cm de altura, el cutis de color blanco, cabello rubio, nariz de dorso recto, boca med. y orejas med."...
claude seguía las huellas de su cara con las dos manos y mirando el pasaporte pensaba: "no tengo que perder este pasaporte. soy claude vildrac y tengo 14 años. no tengo que olvidarme; si pierdo este pasaporte ya nadie me reconocería, ni yo misma. no tengo que perder este pasaporte. si llegara a perderlo, seguiría eternamente en este barco hasta que los años lo usaran y prepararan para un naufragio. los barcos viejos tienen todos que naufragar, y entonces tendría que morirme ahogada y con el pelo suelto y mojado, fotografiada en los diarios: La chica que perdió su pasaporte".
"tengo que llegar a liverpool, en donde me espera mi tía con el sombrero en la punta de la cabeza. mi tía mabel tiene una casa grande con cinco perros, tres daneses y dos galgos. un galgo blanco que llegó fotografiado en una de las cartas breves de mabel: 'this is my beautiful lightning', nombre difícil para un perro, a quien hay que llamar muchas veces. mi tía mabel tiene un jardín con flores y una fábrica de tejidos. no quiero llegar demasiado pronto a liverpool, porque los días a bordo son todos días de fiesta, y quiero tener muchos días de fiestas corriendo por la cubierta, sola, sola, sola, sin que nadie me cuide."
"alguien me preguntó si estaba triste, porque anoche apoyaba mis manos sobre mis ojos de sueño. no, no estaba triste; mi padre me recomendó al comisario de a bordo y a una familia de nombre extraño que se me olvida todo el tiempo. el día que salía del barco las campanas tocaban como en la elevación, y el comedor estaba lleno de olor a flores y los abrazos me hundieron tanto el sombrero que no veía más que los pies despedirse con pasos de baile. mi padre me quitó el sombrero para verme los ojos, y en ese momento vi que había montones de ojos a mi alrededor que lloraban. sentí que ése era un momento de la vida en que había que llorar. refregué mis ojos y guardé mi pañuelo en la mano como un signo de llanto hasta el final de la despedida.
"cuando me dieron el último abrazo, las campanas sonaban como las cam- panillas de los helados en la calle." la sirena hacía temblar el barco, como si se fuera a romper tres veces, y después el silencio del agua se llenó de luces y de tres campanadas en el reloj de los ingleses. buenos aires ya estaba lejos. "así son los viajes", pensaba claude vildrac, "tan distintos de lo que uno ha previsto."
sentada sobre la cama del camarote, leía su pasaporte como un libro de misa. hacía ya una semana que se había embarcado a bordo del transvaal, transatlántico flamante de banderitas y de estrellas. antes de embarcarse habían visitado el barco ella y su madre, habían elegido el camarote, habían buscado corriendo el bote de salvamento correspondiente a un caso de naufragio. el terror le puso a claude el rostro que tenía en el pasaporte, los ojos se le habían ensanchado profundamente con las olas de las tormentas que hacen naufragar los barcos. su madre se había reído, y a claude le pareció un presagio funesto. recordó que ese día habían almorzado en un restaurante que se llama la sonámbula. en cada plato había una sonámbula chiquitita, de cabello suelto, con los brazos tendidos, cruzando un puente; esa sonámbula era más bien una mujer recién desembarcada de un naufragio, que perdió su pasaporte a los catorce años, su casa y su familia.
se asomó por el ojo de buey: el mar estaba azul marino, de tinta muy azul; el barco crujía suavemente de un lado al otro. era increíble lo distinto que podía ser el mar de los baños de mar, el mar de las playas, del mar de a bordo, tan duro, tan impenetrable como las mesas de mármol veteadas de verde. claude tenía el cabello húmedo de un baño de pileta, que había durado más de dos horas. elvia la había retado. ¿quién era elvia? no sabía su apellido, no sabía quién era su padre ni su madre, y, sin embargo, elvia era la persona a quien ella seguía a bordo todo el día; era la persona a quien daría su salvavidas el día del naufragio. guardaba preciosamente un pedazo de cinta, con la cual elvia se había atado el cabello el día de cruzar la línea. el comedor estaba lleno de luces aquella noche, la música de circo se había vuelto sentimental. las mesas tam- bién estaban vestidas de baile, y los crackers eran de un verde de aguas marinas, con anchas mariposas y caballos de carrera y bailarinas y cazadores pintados encima. pero elvia no estaba vestida de baile; llevaba un vestido que lloraba de soledad en el brillo de la noche; los cinco frascos de perfume con que se había
perfumado hacían como un jardín alrededor de ella, que la guardaba encerrada.
¿quién era Elvia? "una guaranga", decían "algunos". "una mujer de la vida", había dicho un viejo, tapándose la boca, como si tosiera, al ver el cabello suelto y las piernas rasguñadas de claude. "una mujer de la vida" debería tener un traje negro de trabajadora, con grandes remiendos y zapatos gastados de caminar por la vida. así veía claude a "las mujeres de la vida", con la boca despintada y una gran bolsa en las espaldas, como los linyeras, caminando de estancia en estancia.
claude recordaba una mañana en que, corriendo por el decktennis, se había caído al suelo. elvia la había recogido con un gesto maternal y le había vendado la rodilla lastimada con un pañuelo fino. después, cuando se encontró sola, vio que la esquinita del pañuelo llevaba un nombre bordado: elvia. así había conocido a elvia.
recostó su cabeza contra la frescura blanda de la almohada; las almoha- das eran caracoles blancos donde se oye de noche el ruido del mar, sin necesidad de estar embarcada. lo que más le gustaba de a bordo eran los desayunos por las mañanas, la  música de circo, el miedo de los naufragios y elvia. pero de pronto un pez redondo, de aletas festoneadas por las grandes profundidades del mar, con un pico largo de medio metro, entró por la puerta volando; primero empezó a picar las peonías de un cuadro y después las bombitas de luz. el cuarto quedó en tinieblas, envuelto entre los tules rayados del mar. la angustia se apoderó de claude: la
angustia de haber perdido el espectáculo del naufragio. ¿el barco se habría hundido hacía ya cuánto tiempo? y, de repente, de una bombita rota, surgió una llama imperceptible, que fue creciendo y derramándose por el suelo y sobre las sillas. el barco entero se iba a incendiar de ese modo. "¡incendio, incendio!", todas las puertas de los camarotes se abrían a gritos. claude salió corriendo, repitiendo el número del bote de
salvamento 55, como una letanía. subió las escaleras. los botes estaban todos llenos de gente en camisón. estaban todos los pasajeros: los que comían en el comedor grande y los que comían en el comedor chico; estaban los mozos y los dos peluqueros, estaban los oficiales y los marineros, los músicos, los cocineros y las mucamas. estaban todos, menos elvia. elvia venía caminando lejos, lejos, por el puente, y no llegaba nunca. elvia, transformada en la sonámbula del plato, no llegaba nunca, nunca. claude corría detrás de ella con el salvavidas en los brazos. el barco se hundía para siempre, llevándose su nombre y su rostro sin copia al fondo del mar.