sábado, 2 de febrero de 2013

clarice lispector (brasil, 1920 - 1977) // cuentos - restos del carnaval

Restos del Carnaval no, no del último carnaval. pero éste, no sé por qué, me transportó a mi infancia y a los miércoles de ceniza en las calles muertas donde revoloteaban despojos de serpentinas y confeti. una que otra beata, con la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia, atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval. hasta que llegase el próximo año. Y cuando se acercaba la fiesta, ¿cómo explicar la agitación íntima que me invadía? como si al fin el mundo, de retoño que era, se abriese en gran rosa escarlata. como si las calles y las plazas de recife explicasen al fin para qué las habían construido. como si voces humanas cantasen finalmente la capacidad de placer que se mantenía secreta en mí. el carnaval era mío, mío. en la realidad, sin embargo, yo poco participaba. nunca había ido a un baile infantil, nunca me habían disfrazado. En compensación me dejaban quedar hasta las once de la noche en la puerta, al pie de la escalera del departamento de dos pisos, donde vivíamos, mirando ávidamente cómo se divertían los demás. dos cosas preciosas conseguía yo entonces, y las economizaba con avaricia para que me durasen los tres días: un atomizador de perfume, y una bolsa de confeti. ah, se está poniendo difícil escribir. porque siento cómo se me va a ensombrecer el corazón al constatar que, aun incorporándome tan poco a la alegría, tan sedienta estaba yo que en un abrir y cerrar de ojos me transformaba en una niña feliz. ¿y las máscaras? tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque coincidía con la sospecha más profunda de que también el rostro humano era una especie de máscara. si un enmascarado hablaba conmigo en la puerta al pie de la escalera, de pronto yo entraba en contacto indispensable con mi mundo interior, que no estaba hecho sólo de duendes y príncipes encantados, sino de personas con su propio misterio. hasta el susto que me daban los enmascarados era, pues, esencial para mí. no me disfrazaban: en medio de las preocupaciones por la enfermedad de mi madre, a nadie en la casa se le pasaba por la cabeza el carnaval de la pequeña. pero yo le pedía a una de mis hermanas que me rizara esos cabellos lacios que tanto disgusto me causaban, y al menos durante tres días al año podía jactarme de tener cabellos rizados. en esos tres días, además, mi hermana complacía mi intenso sueño de ser muchacha -yo apenas podía con las ganas de salir de una infancia vulnerable- y me pintaba la boca con pintalabios muy fuerte pasándome el colorete también por las mejillas. entonces me sentía bonita y femenina, escapaba de la niñez. pero hubo un carnaval diferente a los otros. tan milagroso que yo no lograba creer que me fuese dado tanto; yo, que ya había aprendido a pedir poco. ocurrió que la madre de una amiga mía había resuelto disfrazar a la hija, y en el figurín el nombre del disfraz era rosa. por lo tanto, había comprado hojas y hojas de papel crepé de color rosa, con las cuales, supongo, pretendía imitar los pétalos de una flor. boquiabierta, yo veía cómo el disfraz iba cobrando forma y creándose poco a poco. aunque el papel crepé no se pareciese ni de lejos a los pétalos, yo pensaba seriamente que era uno de los disfraces más bonitos que había visto jamás. fue entonces cuando, por simple casualidad, sucedió lo inesperado: sobró papel crepé, y mucho. y la mamá de mi amiga -respondiendo tal vez a mi muda llamada, a mi muda envidia desesperada, o por pura bondad, ya que sobraba papel- decidió hacer para mí también un disfraz de rosa con el material sobrante. aquel carnaval, pues, yo iba a conseguir por primera vez en la vida lo que siempre había querido: iba a ser otra aunque no yo misma. ya los preparativos me atontaban de felicidad. nunca me había sentido tan ocupada: minuciosamente calculábamos todo con mi amiga, debajo del disfraz nos pondríamos un fondo de manera que, si llovía y el disfraz llegaba a derretirse, por lo menos quedaríamos vestidas hasta cierto punto. (ante la sola idea de que una lluvia repentina nos dejase, con nuestros pudores femeninos de ocho años, con el fondo en plena calle, nos moríamos de vergüenza; pero no: ¡dios iba a ayudarnos! ¡no llovería!) en cuanto a que mi disfraz sólo existiera gracias a las sobras de otro, tragué con algún dolor mi orgullo, que siempre había sido feroz, y acepté humildemente lo que el destino me daba de limosna. ¿pero por qué justamente aquel carnaval, el único de disfraz, tuvo que ser melancólico? el domingo me pusieron los tubos en el pelo por la mañana temprano para que en la tarde los rizos estuvieran firmes. pero tal era la ansiedad que los minutos no pasaban. ¡al fin, al fin! Dieron las tres de la tarde: con cuidado, para no rasgar el papel, me vestí de rosa. muchas cosas peores que me pasaron ya las he perdonado. ésta, sin embargo, no puedo entenderla ni siquiera hoy: ¿es irracional el juego de dados de un destino? es despiadado. cuando ya estaba vestida de papel crepé todo armado, todavía con los tubos puestos y sin pintalabios ni colorete, de pronto la salud de mi madre empeoró mucho, en casa se produjo un alboroto repentino y me mandaron en seguida a comprar una medicina a la farmacia. yo fui corriendo vestida de rosa -pero el rostro no llevaba aún la máscara de muchacha que debía cubrir la expuesta vida infantil-, fui corriendo, corriendo, perpleja, atónita, ente serpentinas, confeti y gritos de carnaval. la alegría de los otros me sorprendía. cuando horas después en casa se calmó la atmósfera, mi hermana me pintó y me peinó. pero algo había muerto en mí. Y, como en las historias que había leído, donde las hadas encantaban y desencantaban a las personas, a mí me habían desencantado: ya no era una rosa, había vuelto a ser una simple niña. bajé a la calle; de pie allí no era ya una flor sino un pensativo payaso de labios encarnados. a veces, en mi hambre de sentir el éxtasis, empezaba a ponerme alegre, pero con remordimiento me acordaba del grave estado de mi madre y volvía a morirme. sólo horas después llegó la salvación. y si me apresuré a aferrarme a ella fue por lo mucho que necesitaba salvarme. un chico de doce años, que para mí ya era un muchacho, ese chico muy guapo se paró frente a mí y con una mezcla de cariño, grosería, broma y sensualidad me cubrió el pelo, ya lacio, de confeti: por un instante permanecimos enfrentados, sonriendo, sin hablar. y entonces yo, mujercita de ocho años, consideré durante el resto de la noche que al fin alguien me había reconocido; era, sí, una rosa.

jueves, 31 de enero de 2013

peter broderick & machinefabriek // blank grey

peter broderick & machinefabriek // in session 05.10.09

machinefabriek (rutger zuydervelt) & stephen vitiello // box music

machinefabriek (rutger zuydervelt. holanda, 1978 - ) // instuif

hildur guðnadóttir (islandia, 1982) // you

amy winehouse (reino unido, 1983 - 2011) // full concert, glastonbury festival, 2008

björk // full concert, national theatre, reykjavík (6th. january1999)

björk // biophilia - full album

björk // wanderlust

bjork / who is it

clarice lispector (brasil, 1920 - 1977) // cuentos - felicidad clandestina / una gallina

felicidad clandestina

ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería. no lo aprovechaba mucho. y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. encima siempre era un paisaje de recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos". pero qué talento tenía para la crueldad. mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. en mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban. hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. como al pasar, me informó que tenía las travesuras de naricita, de monteiro lobato. era un libro gordo, válgame dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría. hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro. literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. no vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. no me hizo pasar. con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de recife. esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez. pero las cosas no fueron tan sencillas. el plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla. y así seguimos. ¿cuánto tiempo? yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. a veces ella decía: pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos. hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. nos pidió explicaciones a las dos. hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. a la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. hasta que, madre buena, entendió al fin. se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo! y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija: -vas a prestar ahora mismo ese libro. y a mí: -y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿entendido? eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer. ¿cómo contar lo que siguió? yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. creo que no dije nada. Cogí el libro. no, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. tenía el pecho caliente, el corazón pensativo. al llegar a casa no empecé a leer. simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. era como si yo lo presintiera. ¡cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. yo era una reina delicada. a veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. no era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.


una gallina

era una gallina de domingo. todavía vivía porque no pasaba de las nueve de la mañana. parecía calma. Desde el sábado se había encogido en un rincón de la cocina. no miraba a nadie, nadie la miraba a ella. aun cuando la eligieron, palpando su intimidad con indiferencia, no supieron decir si era gorda o flaca. nunca se adivinaría en ella un anhelo. por eso fue una sorpresa cuando la vieron abrir las alas de vuelo corto, hinchar el pecho y, en dos o tres intentos, alcanzar el muro de la terraza. todavía vaciló un instante -el tiempo para que la cocinera diera un grito- y en breve estaba en la terraza del vecino, de donde, en otro vuelo desordenado, alcanzó un tejado. allí quedó como un adorno mal colocado, dudando ora en uno, ora en otro pie. la familia fue llamada con urgencia y consternada vio el almuerzo junto a una chimenea. el dueño de la casa, recordando la doble necesidad de hacer esporádicamente algún deporte y almorzar, vistió radiante un traje de baño y decidió seguir el itinerario de la gallina: con saltos cautelosos alcanzó el tejado donde ésta, vacilante y trémula, escogía con premura otro rumbo. la persecución se tornó más intensa. de tejado en tejado recorrió más de una manzana de la calle. poca afecta a una lucha más salvaje por la vida, la gallina debía decidir por sí misma los caminos a tomar, sin ningún auxilio de su raza. el muchacho, sin embargo, era un cazador adormecido. y por ínfima que fuese la presa había sonado para él el grito de conquista. sola en el mundo, sin padre ni madre, ella corría, respiraba agitada, muda, concentrada. a veces, en la fuga, sobrevolaba ansiosa un mundo de tejados y mientras el chico trepaba a otros dificultosamente, ella tenía tiempo de recuperarse por un momento. ¡Y entonces parecía tan libre! estúpida, tímida y libre. no victoriosa como sería un gallo en fuga. ¿qué es lo que había en sus vísceras para hacer de ella un ser? La gallina es un ser. aunque es cierto que no se podría contar con ella para nada. ni ella misma contaba consigo, de la manera en que el gallo cree en su cresta. su única ventaja era que había tantas gallinas, que aunque muriera una surgiría en ese mismo instante otra tan igual como si fuese ella misma. finalmente, una de las veces que se detuvo para gozar su fuga, el muchacho la alcanzó. entre gritos y plumas fue apresada. y enseguida cargada en triunfo por un ala a través de las tejas, y depositada en el piso de la cocina con cierta violencia. todavía atontada, se sacudió un poco, entre cacareos roncos e indecisos. fue entonces cuando sucedió. de puros nervios la gallina puso un huevo. sorprendida, exhausta. quizás fue prematuro. Pero después que naciera a la maternidad parecía una vieja madre acostumbrada a ella. Sentada sobre el huevo, respiraba mientras abría y cerraba los ojos. su corazón tan pequeño en un plato, ahora elevaba y bajaba las plumas, llenando de tibieza aquello que nunca podría ser un huevo. solamente la niña estaba cerca y observaba todo, aterrorizada. Apenas consiguió desprenderse del acontecimiento, se despegó del suelo y escapó a los gritos: -¡mamá, mamá, no mates a la gallina, puso un huevo!, ¡ella quiere nuestro bien! todos corrieron de nuevo a la cocina y enmudecidos rodearon a la joven parturienta. entibiando a su hijo, ella no estaba ni suave ni arisca, ni alegre ni triste, no era nada, solamente una gallina. lo que no sugería ningún sentimiento especial. el padre, la madre, la hija, hacía ya bastante tiempo que la miraban sin experimentar ningún sentimiento determinado. nunca nadie acarició la cabeza de la gallina. el padre, por fin, decidió con cierta brusquedad: -¡si mandas matar a esta gallina, nunca más volveré a comer gallina en mi vida! -¡y yo tampoco -juró la niña con ardor. la madre, cansada, se encogió de hombros. inconsciente de la vida que le fue entregada, la gallina empezó a vivir con la familia. la niña, de regreso del colegio, arrojaba el portafolios lejos sin interrumpir sus carreras hacia la cocina. el padre todavía recordaba de vez en cuando: ¡"Y pensar que yo la obligué a correr en ese estado!" La gallina se transformó en la dueña de la casa. todos, menos ella, lo sabían. continuó su existencia entre la cocina y los muros de la casa, usando de sus dos capacidades: la apatía y el sobresalto. pero cuando todos estaban quietos en la casa y parecían haberla olvidado, se llenaba de un pequeño valor, restos de la gran fuga, y circulaba por los ladrillos, levantando el cuerpo por detrás de la cabeza pausadamente, como en un campo, aunque la pequeña cabeza la traicionara: moviéndose ya rápida y vibrátil, con el viejo susto de su especie mecanizado. una que otra vez, al final más raramente, la gallina recordaba que se había recortado contra el aire al borde del tejado, pronta a renunciar. en esos momentos llenaba los pulmones con el aire impuro de la cocina y, si se les hubiese dado cantar a las hembras, ella, si bien no cantaría, cuando menos quedaría más contenta. aunque ni siquiera en esos instantes la expresión de su vacía cabeza se alteraba. en la fuga, en el descanso, cuando dio a luz, o mordisqueando maíz, la suya continuaba siendo una cabeza de gallina, la misma que fuera desdeñada en los comienzos de los siglos. hasta que un día la mataron, se la comieron y pasaron los años.

clarice lispector (brasil, 1920 - 1977) // relatos - es allí donde voy / si yo fuera yo

es allí donde voy 

más allá de la oreja existe un sonido, en el extremo de la mirada un aspecto, en las puntas de los dedos unobjeto: es allí adonde voy. 
en la punta del lápiz el trazo. 
donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de la alegría otra alegría, en la punta de la espada la magia: es allí adonde voy. 
en la punta del pie el salto. 
parece la historia de alguien que fue y no volvió: es allí adonde voy. 
¿o no voy? voy, sí. y vuelvo para ver cómo están las cosas. si continúan mágicas. ¿realidad? yo os espero. es allí adonde voy. 
en la punta de la palabra está la palabra. quiero usar la palabra "tertulia", y no sé ni dónde ni cuándo. al borde de la tertulia está la famila. al borde de la familia estoy yo. a la orilla de mí estoy yo. es hacia mí adonde voy. Y de mí salgo para ver. ¿ver qué? Ver lo que existe. después de muerta es hacia la realidad adonde voy. mientras tanto, lo que hay es el sueño. Sueño fatídico. pero después, después todo es real. y el alma libre busca un rincón para acomodarse. soy un yo que anuncia. no sé sobre qué estoy hablando. estoy hablando de nada. yo soy nada. después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre. 
es hacia mi pobre nombre adonde voy. 
y de allá vuelvo para llamar al nombre del ser amado y de los hijos. ellos me responderán. al fin tendré una respuesta. ¿qué respuesta? la del amor. amor: yo os amo tanto. yo amo el amor. el amor es rojo. los celos son verdes. mis ojos son verdes. pero son verdes tan oscuros que en las fotografías salen negros. mi secreto es tener los ojos verdes y que nadie lo sepa. 
en el extremo de mí estoy yo. yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta. pero la que canta. la que dice palabras. ¿palabras al viento? qué importa, los vientos las traen de nuevo y yo las poseo. 
yo a la orilla del viento. la colina de los vientos aullantes me llama. voy, bruja que soy. y me transmuto. Oh, perro ¿dónde está tu alma? ¿está cerca de tu cuerpo? yo estoy cerca de mi cuerpo. y muero lentamente. 
¿qué estoy diciendo? estoy diciendo amor. y cerca del amor estamos nosotros.



si yo fuera yo  

Cuando no sé dónde guardé un papel importante y la búsqueda se revela inútil, me pregunto: ¿si yo fuera yo y tuviera un papel importante para guardar, qué lugar elegiría? A veces resulta. Pero muchas veces me quedo tan presionada por la frase “si yo fuera yo”, que la búsqueda del papel se vuelve secundaria, y empiezo a pensar. Mejor dicho, a sentir. Y no me siento bien. Pruebe: si usted fuera usted, ¿qué haría? De inmediato uno se siente intimidado: la mentira en que nos acomodamos resultó ligeramente corrida del lugar donde se había acomodado. Sin embargo, ya leí biografías de personas que de repente pasaban a ser ellas mismas, y cambiaban por completo de vida. Creo que si yo fuera realmente yo, los amigos no me saludarían en la calle porque incluso mi fisonomía estaría cambiada. ¿Cómo? No sé. La mitad de las cosas que yo haría si fuera yo, no las puedo contar. Creo, por ejemplo, que por cierto motivo acabaría presa en la cárcel. Y si yo fuera yo daría todo lo que es mío, y confiaría el futuro al futuro.“Si yo fuera yo” parece representar nuestro mayor peligro al vivir, parece la entrada nueva a lo desconocido. Pero tengo la intuición de que, pasadas las primeras llamadas locuras de la fiesta que sería, tendríamos al final la experiencia del mundo. Bien sé, experimentaríamos finalmente a pleno el dolor del mundo. Y nuestro dolor, aquel que aprendimos a no sentir. Pero también seríamos a veces invadidos por un éxtasis de alegría pura y legítima que no logro adivinar. No, creo que ya estoy de algún modo adivinándola porque me sentí sonriendo y también sentí una especie de pudor, el que se tiene ante lo que es muy grande.

clarice lispector, (brasil, 1920 - 1977) // poemas - silencio

Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un pro­grama, frágil punto que mal nos une al súbitamente im­probable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tie­ne vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla. Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanque­ce todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan hue­lla. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silen­cio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice. La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las úl­timas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más dis­tantes. Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomo­darán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con espe­ranza por las escaleras. Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. En­tonces él, el silencio, aparece. El corazón late al reconocerlo. Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es sólo fuga. Pues si al princi­pio el silencio parece aguardar una respuesta —cómo ar­demos por ser llamados a responder—, pronto se descu­bre que de ti nada exige, quizás tan sólo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzga­dos por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justifi­caciones forzadas, humildes disculpas hasta la indigni­dad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento. Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su in­dignidad. Él es el silencio. Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, ho­rror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de éste. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio. Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, sólo él mismo. Será como si es­tuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y éste navegara tan lar­gamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede. Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El cora­zón tiene que presentarse frente a la nada sólito y sólito latir alto en las tinieblas. Sólo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando éste se presenta completamen­te desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, sólo los pies mo­jados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda ben­dita de un tercer elemento, la luz de la aurora.Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasma­górica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asom­bran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde enton­ces, él es fantasma.

lunes, 28 de enero de 2013

[31.33]teatro // manifesto. 2

manifesto. 2

no podemos vivir eternamente rodeados de muertos ilustres. tampoco de falsos profetas o pretendidos revolucionarios que no revolucionan nada, solo sus bolsillos. y si todavía quedan prejuicios habría que destruirlos, por lo menos hacerlos presentes.
el deber del filósofo, del escritor, del poeta, del artista del teatro no es ir a encerrarse cobardemente en un texto, un libro, una revista o una obra de teatro de los que ya nunca más saldrá, sino al contrario salir a la sociedad para sacudir, para atacar a la conciencia pública, para decir lo que tenga que decir con su propia voz, encontrar su propia voz, su propio modo, siempre desde el respeto esencial a sí mismo, a su historia a su propio devenir y a sus principios. si no es desde ese lugar, ¿para qué sirve? ¿a quién podrá dirigirse honestamente? ¿quién lo escuchará y se sentirá escuchado, quién se conmoverá con sus palabras, a quién le mostrará su camino para que ese quien busque el suyo propio? ¿y para qué nació si no es para gritar y denunciar con su dolor que es dolor en el cuerpo, producido por una sociedad que para vivir necesita controlar,uniformizar, enloquecer a los hombres, alienarlos de sí, una sociedad que es máquina de locura, de espejos distorsionados, de separación de lo que no entiende, de lo que no quiere ver, de lo que no controla o de lo que pone en cuestión pero disfrazada de normalidad, de bien, de salud.
en el artista, sea cual sea su campo de trabajo, no debería vacilaciones, desde el comienzo de su trabajo, con la primera intuición debería sabe que hay que denunciar esta sociedad porque es la causa de que el hombre viva cortado en miles de pedazos, miles de caras que no ninguna; hay que rebelarse para que el hombre pueda rehacer su cuerpo, vale decir, el mundo.
y  ¿cuál es el riesgo de ser inalienablemente fiel a sí mismo y a su palabra ? ser puesto fuera, ser apartado, no sólo materialmente, de esa misma sociedad, sino también fuera de sí, como si el problema estuviera en algún recóndito lugar de sí, su mente o cuerpo o ambos están mal por eso cuestiona la sociedad, lo hace creer, lo marca lo hace ser un auténtico alienado. se proclama que el alienado es el que no quiere salir de su insanía. pero ¿qué se entiende por auténtico alienado? es un hombre que prefiere volverse loco -en un sentido social de la palabra- antes que traicionar una idea superior del honor humano.
ese loco social, esa voz que constantemente denuncia a los reyes desnudos, esos que no traicionan al conjunto ni a los ideales y valores, lo mejor de lasociedad humana, lo más humano de lo humano, son los artistas. la mente de los artistas, se dice, está siempre en entredicho, tachados de extravagantes, bohemios, anarquistas, disfuncionales, la lista podría seguir al infinito, cualquier etiqueta es buena para ponerse a salvo.
la voz del artista es delirante porque porta el delirio de la profecía, anuncia, denuncia y acosa, es una voz preñada de voces, está llena no da tranquilidad ni paz ni serenidad, no tiene un mensaje apaciguador. No sé si esa es su misión si es que tienen alguna otra que no sea que la de hablar con su propia voz.
los hacedores del campo artístico y del pensamiento hacen irritar a las almas bondadosas que tratan, en vano, de mantener o conservar estructuras que han conservado su funcionalidad, su tranquila y reposada continuidad sin cuestionamiento en el lapso de un tiempo, convirtiendo a ese tiempo y a esa continuidad en sólo un continuo del orden, la pereza por pensar más, el crimen, o peor, la desidia de dejar que otros piensen por nosotros.
por esta misma razón y para plantarse frente y sobre ese orden al precio que sea y poner en evidencia esa uniformidad y esa falsa quietud es que el artista elige alienarse en el más primario de sus sentidos, ponerse afuera de su cuerpo y de su alma, y con cuerpo y alma decir lo suyo, con su voz, con sus herramientas, del modo que sea, hasta que sea escuchado.
van gogh escribió
"¿qué significa dibujar? ¿cómo se llega a hacer?
es el movimiento de abrirse camino a través de un muro de hierro invisible que parece interponerse entre lo que se siente y lo que es posible hacer.
de qué manera atravesar ese muro, ya que de nada sirve golpear con fuerza contra él; para conseguirlo hay que corroerlo despacio y pacientemente con una lima, eso es lo que pienso".

kasaky // dance and change

kazaky // love

[31.33]teatro // manifesto.1

manifesto. 1
[31.33] es [31.33]
[31.33] es movimiento que se.
[31.33] es movimiento que no se ve.
[31.33] es palabra en movimiento.
[31.33] es máquina teatral.
[31.33] es huella.
[31.33] es marca.
[31.33] es dispositivo inmóvil.
[31.33] es organismo viviente.
[31.33] es estructura fija y fijada.
[31.33] es mapa.
[31.33] es territorio.
[31.33] es la incertidumbre anclada en la provisionalidad.
[31.33] es la provisionalidad disfrazada de verdad.
[31.33] es potencia y es acto de un o varias potencias.
[31.33] es abstracción de concreciones múltiples.
[31.33] es concreción de abstracciones múltiples.
[31.33] es traducción.
[31.33] es estilización.
[31.33] es simplificación de lo complejo
[31.33] es barroquización de los sencillo
[31.33] es estructura firme que sostiene.
[31.33] es contenido que se desarrolla.
[31.33] es apolíneo.
[31.33] es dionisiaco.
[31.33] es idea.
[31.33] es materia.
[31.33] no es figura pero sí es fondo.
[31.33] no es fondo, pero sí figura.
[31.33] no es teatro.
[31.33] no es danza.
[31.33] es teatro.
[31.33] es danza.
[31.33] es más que teatro.
[31.33] es más que danza.
[31.33] es conceptual.
[31.33] es síntesis.
[31.33] es síntesis conceptual.
[31.33] es síntesis material.
[31.33] es dialéctica en funcionamiento perpetuo.
[31.33] es movimiento de lo inmóvil.
[31.33] es inmovilidad del torbellino.
[31.33] es grito en el silencio.
[31.33] es silencio en la multitud.
[31.33] es poesía dura.
[31.33] es política.
[31.33] es social.
[31.33] es rito de la comunidad.
[31.33] es polisemia.
[31.33] es unidad de sentido.
[31.33] es ética.
[31.33] no es didáctica.
[31.33] no explica nada.
[31.33] no responde.
[31.33] pregunta.
[31.33] es un acto vivo en el instante.
[31.33] es integral
[31.33] es integradora
[31.33] es pura posibilidad.
[31.33] es elección antes y después de ser.
[31.33] es la revolución del espacio, del tiempo y del acto teatral.
[31.33] es señalamiento.
[31.33] es distancia.
[31.33] es cercanía.
[31.33] es la vindicación del silencio.
[31.33] es silencio.
[31.33] es relectura de los antiguos.
[31.33] es repaso de los modernos.
[31.33] es espacio lleno de vacío.
[31.33] es ensordecedoramente callado.
[31.33] es un aullido bajo el mar.
[31.33] es lo que es.
[31.33] es calvinismo teatral.
[31.33] es invención y revisitación.
[31.33] es texto.
[31.33] es palabra.
[31.33] es el momento presente.
[31.33] es el pasado del futuro.
[31.33] es teoría llevada a la práctica.
[31.33] es banco de prueba de teorías inaplicables.
[31.33] es teatro del hoy.
[31.33] es teatro del hic et nunc.
[31.33] es célibe.
[31.33] es virgen.
[31.33] es promiscuo.
[31.33] es oscuro en su luminiscencia.
[31.33] es luminoso en sus entrañas.
[31.33] es un sendero que no lleva a ningún lado
[31.33] es un camino que camina con el caminante que lo camina.
[31.33] es convención consciente.
[31.33] es la correspondencia misteriosa de los planos de la realidad.
[31.33] es realidad.
[31.33] es el maquillaje del cuerpo humano al natural.
[31.33] es desnudez del alma.
[31.33] es desnudez del teatro.
[31.33] es desnudez del espíritu.
[31.33] es [31.33]

domingo, 27 de enero de 2013

colton ford // that's me (feat. cazwell)

jonny mcgovern // sexy nerd

giovanni battista pergolesi (italia, 1710 - 1736) // la serva padrona




St. Petersburg, Glazunov Hall,Rimsky-Korsakov St.Petersburg State Conservatory (22nd,Oct2011)
Serpina: Raffaella D'Ascoli
Uberto: Daniele Antonangeli
Vespone: Giovanni Romeo
Cembalo: Enrico Barbagli
Chamber orchestra: St. Petersburg conservatory
Conductor: Marco Pace
Director: Sonia Grandis
Costume supervisor: Daniela Fava

giovanni battista pergolesi (italia, 1710 - 1736) // stabat mater - talens lyriques