viernes, 22 de julio de 2011

robert mapplethorpe (estados unidos, 1946 - 1989) // fotografías








william forsythe & the frankfurt ballet // kammer/kammer. 2

william forsythe & the frankfurt ballet // kammer/kammer. 1

music by thomas williams - coreographed bywilliam forsythe and dana casperson // " from a classical position". 3

music by thomas williams - coreographed bywilliam forsythe and dana casperson // " from a classical position". 2

music by thomas williams - coreographed bywilliam forsythe and dana casperson // " from a classical position". 1

firstext // co-choreographed by william forsythe, dana casperson and anthony rizzi - f rankfurt ballet

music, sonny krosochetz - graphics, gabor papp // "sos - enter/exit", 2004

alaska på göteborgsoperan

albert camus (argelia, 1913 - 1960) // novela y rebeldía

novela y rebeldía

es posible separar la literatura de consentimiento que coincide, en líneas generales, con los siglos antiguos y los siglos clásicos, y la literatura de disidencia que empieza con los tiempos modernos. se observará entonces la escasez de novela en la primera. cuando existe, salvo raras excepciones, no concierne a la historia, sino a la fantasía (teágenes y cariclea o la astrea). son cuentos, no novelas. con la segunda, por el contrario, se desarrolla realmente el género novelesco que no ha cesado de enriquecerse y extenderse hasta nuestros días, al mismo tiempo que el movimiento crítico y revolucionario. la novela nace al mismo tiempo que el espíritu de rebeldía y traduce, en el plano estético, la misma ambición.
«historia ficticia, escrita en prosa», dice littré de la novela. ¿no es más que esto? un crítico católico (1) ha escrito no obstante: «el arte, sea cual sea su objetivo, siempre hace una competencia culpable a dios». es más justo, en efecto, hablar de una competencia a dios, a propósito de la novela, que de una competencia al estado civil. thibaudet expresaba una idea parecida cuando decía a propósito de balzac: «la comedia humana es la imitación de dios padre.» el esfuerzo de la gran literatura parece consistir en crear universos cerrados o tipos completos. occidente, en sus grandes creaciones, no se limita a describir su vida cotidiana. se propone sin descanso grandes imágenes que lo enardecen y se lanza tras ellas.
al fin y al cabo, escribir o leer una novela son acciones insólitas. construir una historia mediante una disposición nueva de hechos verdaderos no tiene nada de inevitable, ni de necesario. Incluso si la explicación vulgar, por el gusto del creador y del lector, fuese verdad, habría que preguntarse entonces por qué necesidad la mayor parte de los hombres experimentan precisamente gusto e interés en historias fingidas. la crítica revolucionaria condena la novela pura como la evasión de una imaginación ociosa. la lengua común, a su vez, llama «novela» al relato engañoso del periodista torpe. hace unos lustros, la costumbre quería asimismo, contra la verosimilitud, que las jóvenes fuesen «novelescas». se daba a entender con ello que tales criaturas ideales no tenían en cuenta las realidades de la existencia. de manera general, siempre se ha considerado que lo novelesco se apartaba de la vida y que la embellecía al mismo tiempo que la traicionaba. la manera más simple y la más común de entender la expresión novelesco consiste, pues, en ver en ella un ejercicio de evasión. el sentido común se suma a la crítica revolucionaria.
pero ¿de qué nos evadimos por medio de la novela? ¿de una realidad juzgada demasiado aplastante? la gente feliz lee también novelas y es constante que el extremo sufrimiento quite la afición a la lectura. por otro lado, el universo novelesco tiene ciertamente menos peso y menor presencia que ese otro universo en que unos seres de carne y hueso nos asedian sin descanso. ¿por qué misterio, sin embargo, adolfo nos aparece como un personaje mucho más familiar que benjamin constant, el conde mosca que nuestros moralistas profesionales? balzac terminó un día una larga conversación sobre la política y la suerte del mundo diciendo: «y ahora volvamos a las cosas serias», queriendo hablar de sus novelas. la gravedad indiscutible del mundo novelesco, nuestro empeño en tomar, en efecto, en serio los mitos incontables que nos brinda desde hace dos siglos el genio novelesco, el gusto por la evasión no basta para explicarlo. ciertamente, la actividad novelesca supone una especie de rechazo de lo real. pero este rechazo no es una simple huida. ¿hay que ver en él el movimiento de retiro del alma noble que, según hegel, se crea a sí misma, en su decepción, un mundo ficticio en que la moral reina sola? la novela edificante, sin embargo, queda asaz distante de la gran literatura; y la mejor novela rosa, pablo y virginia, obra propiamente penosa, no ofrece nada al consuelo.
la contradicción es la siguiente: el hombre rechaza el mundo tal cual es, sin aceptar escaparse. de hecho, los hombres tienen apego al mundo y, en su inmensa mayoría, no desean abandonarlo. lejos de querer olvidarlo siempre, sufren, al contrario, por no poseerlo bastante, extraños ciudadanos del mundo, exiliados en su propia patria. salvo en los instantes fulgurantes de la plenitud, toda realidad es para ellos inacabada. sus actos les escapan en otros actos, vuelven a juzgarlos bajo rostros inesperados, huyen como el agua de tántalo hacia una desembocadura ignorada aún. conocer la desembocadura, dominar el curso del río, captar por fin la vida como destino, he ahí su verdadera nostalgia, en lo más denso de su patria. pero esta visión que, en el conocimiento al menos, los reconciliaría por fin con ellos mismos, no puede aparecer, si es que aparece, más que en ese momento fugitivo que es la muerte: todo acaba en él. para estar, una vez, en el mundo, es preciso no estar ya en él nunca más.
nace aquí esa desgraciada envidia que tantos hombres sienten por la vida de los otros. percibiendo esas existencias por fuera, les suponen una coherencia y una unidad que no pueden tener, en verdad, pero que parecen evidentes al observador. éste no ve más que la línea superior de tales vidas, sin cobrar conciencia del detalle que las roe. hacemos entonces arte de tales existencias. de modo elemental, las novelamos. cada cual, en este sentido, trata de hacer de su vida una obra de arte. deseamos que el amor dure y sabemos que no dura; aunque, por milagro, debiese durar toda una vida, sería aún inacabado. quizás, en esta insaciable necesidad de durar, comprenderíamos mejor el sufrimiento terrestre si supiéramos que fuese eterno. parece que a las grandes almas las asusta a veces menos el dolor que el hecho de que no dura. a falta de una felicidad infatigable, un largo sufrimiento crearía al menos un destino. pero no, y nuestras peores torturas cesarán un día. una mañana, después de tantas desesperaciones, un irreprimible deseo de vivir nos anunciará que todo ha terminado y que el sufrimiento ya no tiene más sentido que la felicidad.
el afán de posesión no es más que otra forma del deseo de durar; él es el que hace el delirio impotente del amor. ningún ser, ni siquiera el más amado, y que mejor nos responda, está nunca en nuestra posesión. en la tierra cruel, donde los amantes mueren a veces separados, nacen siempre divididos, la posesión total de un ser, la comunión absoluta en el tiempo entero de la vida es una imposible exigencia. el afán de la posesión es hasta tal punto insaciable que puede sobrevivir al amor mismo. amar, entonces, es esterilizar al amado. el vergonzoso sufrimiento del amante, en lo sucesivo solitario, no es tanto el no ser ya amado, cuanto el saber que el otro puede y debe amar aún. en el límite, todo hombre devorado por el deseo loco de durar y de poseer desea a los seres a los que ha amado la esterilidad o la muerte. ésta es la verdadera rebeldía. quienes no han exigido, un día al menos la virginidad absoluta de los seres y del mundo; quienes no han temblado de nostalgia y de impotencia ante su imposibilidad; quienes, entonces, vueltos a su nostalgia de absoluto, no son destruidos intentando amar a media altura, ésos no pueden comprender la realidad de la rebeldía y su furia de destrucción. pero los seres se escapan siempre y nosotros les escapamos también: no tienen perfiles firmes. la vida desde este punto de vista no tiene estilo. no es más que un movimiento que corre en pos de su forma sin dar nunca con ella. el hombre, desgarrado así, busca en vano esa forma que le daría los límites entre los cuales sería rey. ¡que una sola cosa viva tenga su forma en este mundo y éste estará reconciliado!
no hay ser por fin que, a partir de cierto nivel elemental de conciencia, no se agote buscando las fórmulas o las actitudes que darían a su existencia la unidad que le falta. parecer o hacer, el dandi o el revolucionario exigen la unidad, para ser, y para ser en este mundo. como en esas patéticas y miserables relaciones que se prolongan a veces largo tiempo porque uno de los miembros espera hallar la palabra, el gesto o la situación que harán de su aventura una historia concluida y formulada en el tono justo, cada uno se crea o se propone tener la palabra final. no basta con vivir, hace falta un destino, y sin esperar la muerte. es, pues, justo decir que el hombre tiene la idea de un mundo mejor que éste. pero mejor no quiere decir entonces diferente, mejor quiere decir unificado. esta fiebre que levanta el corazón por encima de un mundo disperso, del que, sin embargo, no puede desprenderse, es la fiebre de la unidad. no desemboca en una mediocre evasión, sino en la reivindicación más obstinada. religión o crimen, todo esfuerzo humano obedece a la postre a ese deseo irrazonable y pretende dar a la vida la forma que no tiene. el mismo movimiento, que puede llevar a la adoración del cielo o a la destrucción del hombre, lleva asimismo a la creación novelesca, que recibe entonces su seriedad.
¿qué es, en efecto, la novela sino este universo en que la acción halla su forma, en que las palabras del final son pronunciadas, los seres entregados a los seres, en que toda vida toma la faz del destino? (2). el mundo novelesco no es más que la corrección de este mundo, según el deseo profundo del hombre. pues se trata indudablemente del mismo mundo. el sufrimiento es el mismo, la mentira y el amor. los personajes tienen nuestro lenguaje, nuestras debilidades, nuestras fuerzas. su universo no es ni más bello ni más edificante que el nuestro. pero ellos, al menos, corren hasta el final de su destino y no hay nunca personajes tan emocionantes como los que van hasta el extremo de su pasión, kirilov y stavroguin, la señora graslin, julián sorel o el príncipe de cléves. es aquí donde nos alejamos de su medida, pues ellos acaban lo que nosotros no acabamos nunca.
madame de la fayette sacó la princesa de cléves de la más estremecedora experiencia. sin duda es la señora de cléves, y sin embargo no lo es. ¿dónde está la diferencia? la diferencia está en que madame de la fayette no entró en un convento y que nadie en su entorno murió de desesperación. no cabe duda de que conoció al menos los instantes desgarradores de aquel amor sin igual. pero no tuvo punto final, le sobrevivió, lo prolongó cesando de vivirlo, y por último, nadie, ni ella misma, hubiera conocido su dibujo si no le hubiera dado la curva desnuda de un lenguaje impecable. del mismo modo, no existe historia más novelesca y más bella que la de sophie tonska y casimir en las pléyades de gobineau. sophie, mujer sensible y bella, que hace entender la confesión de stendhal, «no hay más que las mujeres de gran carácter que puedan hacerme feliz», obliga a casimir a confesarle su amor. acostumbrada a ser amada, se impacienta ante aquél, que la ve todos los días y que, a pesar de ello, no ha abandonado nunca una calma irritante. casimir confiesa, en efecto, su amor, pero en el tono de una exposición jurídica. la ha estudiado, la conoce tanto como se conoce a sí mismo, está seguro de que este amor, sin el que no puede vivir, carece de futuro. ha decidido, pues, declararle a la vez este amor y su inconsistencia, hacerle donación de su fortuna -sophie es rica y este gesto es inconsecuente- a condición de que ella le pase una modestísima pensión que le permita trasladarse al suburbio de una ciudad elegida al azar (será vilna), y esperar en ella la muerte, en la pobreza. casimir reconoce, por lo demás, que la idea de recibir de sophie lo que le será necesario para subsistir representa una concesión a la debilidad humana, la única que se permitirá, con, de tarde en tarde, el envío de una página en blanco metida en un sobre en el que escribirá el nombre de sophie. tras mostrarse indignada, luego turbada, luego melancólica, sophie aceptará; todo se desarrollará tal como casimir había previsto. morirá en vilna, de su pasión triste. lo novelesco tiene así su lógica. una bella historia no carece de esa continuidad imperturbable que no se da nunca en las situaciones vividas, pero que se encuentra en el proceso del sueño, a partir de la realidad. si gobineau hubiese ido a vilna, se habría aburrido y habría regresado, o habría estado allí a su gusto. pero casimir no conoce las ganas de cambiar y las mañanas de cura. va hasta el fin, como heathcliff, que deseará ir más allá de la muerte para regar hasta el infierno.
he aquí, pues, un mundo imaginario, pero creado por la corrección de éste, un mundo en que el dolor puede, si quiere, durar hasta la muerte, en que las pasiones no se distraen nunca, en que los seres se entregan a una idea fija y están siempre presentes los unos para con los otros. el hombre se da al fin a sí mismo la forma y el límite apaciguador que persigue en vano en su condición. la novela fabrica destinos a la medida. así es como compite con la creación y vence, provisionalmente, a la muerte. un análisis detallado de las novelas más famosas mostraría, con perspectivas cada vez diferentes, que la esencia de la novela está en esa corrección perpetua, dirigida siempre en el mismo sentido, que el artista efectúa sobre su experiencia. lejos de ser moral o puramente formal, esta corrección apunta primero a la unidad y traduce, con ello, una necesidad metafísica. la novela, a este nivel, es en primer lugar un ejercicio de la inteligencia al servicio de una sensibilidad nostálgica o en rebeldía. se podría estudiar esta búsqueda de la unidad en la novela francesa de análisis, y en melville, balzac, dostoievski o tolstoi. pero una breve confrontación entre dos tentativas que se sitúan en los extremos opuestos del mundo novelesco, la creación proustiana y la novela norteamericana de estos últimos años, bastará para nuestra intención.
la novela norteamericana pretende hallar su unidad reduciendo al hombre, ya sea a lo elemental, ya a sus reacciones externas y a su comportamiento (3). no elige un sentimiento o una pasión del que dará una imagen privilegiada, como en nuestras novelas clásicas. rechaza el análisis, la búsqueda de un resorte psicológico fundamental que explicaría y resumiría la conducta de un personaje. por eso, la unidad de dicha novela no es más que una unidad de enfoque. su técnica consiste en describir a los hombres por fuera, en los más indiferentes de sus gestos, en reproducir sin comentarios los discursos hasta en sus repeticiones (4), en hacer, por fin, como si los hombres se definiesen enteramente por sus automatismos cotidianos. a ese nivel maquinal, efectivamente, los hombre se parecen y así se explica ese curioso universo en que todos los personajes parecen intercambiables, hasta en sus particularidades físicas. esta técnica es llamada realista tan sólo por un malentendido. además de que el realismo en arte es, como veremos, una noción incomprensible, resulta muy evidente que este mundo novelesco no tiende a la reproducción pura y simple de la realidad, sino a su estilización más arbitraria. nace de una mutilación, y de una mutilación voluntaria, llevada a cabo sobre lo real. la unidad así obtenida es una unidad degradada, una nivelación de los seres y del mundo. parece que, para esos novelistas, sea la vida interior la que priva las acciones humanas de la unidad y que arrebata a los seres los unos a los otros. tal sospecha es en parte legítima. pero la rebeldía que se halla en la fuente de este arte, no puede encontrar su satisfacción sino fabricando la unidad a partir de esa realidad interior, y no negándola. negarla totalmente es referirse a un hombre imaginario. la novela negra es también una novela rosa de la que tiene la vanidad formal. edifica a su manera (5). la vida de los cuerpos, reducida a sí misma, produce paradójicamente un universo abstracto y gratuito, constantemente negado a su vez por la realidad. esa novela, purgada de vida interior, en que los hombres parecen observados detrás de un cristal, acaba lógicamente dándose, como tema único, al hombre presuntamente medio, escenificando lo patológico. así se explica la cantidad considerable de «inocentes» utilizados en este universo. el inocente es el tema ideal de semejante empresa, ya que no es definido, y por entero, sino por su comportamiento. es el símbolo de este mundo exasperante, en que unos autómatas desdichados viven en la más maquinal de las coherencias, y que los novelistas norteamericanos han elevado frente al mundo moderno como una protesta patética, pero estéril.
en cuanto a proust, su esfuerzo ha consistido en crear a partir de la realidad, obstinadamente contemplada, un mundo cerrado, insustituible, que no le pertenecía más que a él y marcaba su victoria sobre la huida de las cosas y sobre la muerte. pero sus medios son opuestos. dependen ante todo de una elección concertada, una meticulosa colección de instantes privilegiados que el novelista escogerá en lo más secreto de su pasado. Inmensos espacios muertos son así expulsados de la vida porque no han dejado nada en el recuerdo. Si el mundo de la novela norteamericana es el de los hombres sin memoria, el mundo de proust no es en sí mismo más que una memoria. se trata tan sólo de la más difícil y la más exigente de las memorias, la que rechaza la dispersión del mundo tal cual es y que saca de un perfume recobrado el secreto de un nuevo y antiguo universo. proust elige la vida interior y, en la vida interior, lo que es más interior que ella, contra lo que en lo real se olvida, es decir lo maquinal, el mundo ciego. pero de este rechazo de lo real, no saca la negación de lo real. no comete el error, simétrico al de la novela norteamericana, de suprimir lo maquinal. reúne, por el contrario, en una unidad superior, el recuerdo perdido y la sensación presente, el pie que se tuerce y los días felices de antaño.
es difícil retornar a los lugares de la dicha y la juventud. las muchachas en flor ríen y parlotean eternamente frente al mar, pero aquel que las contempla va perdiendo poco a poco el derecho a amarlas, igual que aquellas a las que amó pierden el poder de ser amadas. esta melancolía es la de proust. ha sido bastante potente en él para hacer brotar un rechazo de todo el ser. pero el amor a las caras y a la luz lo ataban al mismo tiempo a este mundo. no consintió que las vacaciones felices se perdieran para siempre. se comprometió a recrearlas de nuevo y a mostrar, contra la muerte, que el pasado se encontraba al término del tiempo en un presente imperecedero, más verdadero y más rico aún que en el origen. el análisis psicológico de el tiempo perdido no es entonces más que un poderoso medio. la grandeza real de proust es haber escrito el tiempo recobrado, que reúne un mundo dispersado y le da una significación al nivel mismo del desgarramiento. su victoria difícil, en vísperas de su muerte, consiste en haber podido extraer de la huida incesante de las formas, por las vías solas del recuerdo y la inteligencia, los símbolos estremecedores de la unidad humana. el reto más seguro que una obra de esta índole pueda plantear a la creación es presentarse como un todo, un mundo cerrado y unificado. Esto define las obras sin correcciones.
se ha podido decir que el mundo de proust era un mundo sin dios. si eso es verdad, no es porque en él no se hable nunca de dios, sino porque este mundo tiene la ambición de ser una perfección cerrada y de dar a la eternidad el rostro del hombre. el tiempo recobrado, en su ambición al menos, es la eternidad sin dios. la obra de proust, desde este punto de vista, aparece como una de las empresas más desmesuradas y más significativas del hombre contra su condición mortal. ha demostrado que el arte novelesco rehace la creación misma, tal cual nos es impuesta y tal cual es rechazada. bajo uno de sus aspectos al menos, este arte consiste en elegir a la criatura contra su creador. pero, más profundamente aún, se alía con la belleza del mundo o de los seres contra las potencias de la muerte y del olvido. así es como su rebeldía es creadora.


(1). stanislas funet
(2). incluso si la novela no dice más que la nostalgia, la desesperación, lo inacabado, crea con todo la forma y la salvación. nombrar la desesperación es superarla. la literatura desesperada es una contradicción en los términos.
(3). se trata naturalmente de la novela «dura», la de los años treinta y cuarenta, y no de la floración norteamericana del siglo XIX.
(4). hasta en faulkner, gran escritor de esta generación, el monólogo interior no reproduce más que la corteza del pensamiento.
(5). bernardin de saint-pierre y el marqués de sade, con indicios diferentes, son los creadores de la novela de propaganda.

nicolás guillén (nicolás cristóbal guillén batista, cuba, 1902 - 1989 // poesías - mi patria es dulce por fuera / no sé por qué piensas tú / burgueses / canción / un son para niños antillanos

mi patria es dulce por fuera

mi patria es dulce por fuera,
y muy amarga por dentro;
mi patria es dulce por fuera,
con su verde primavera,
con su verde primavera,
y un sol de hiel en el centro.

¡qué cielo de azul callado
mira impasible tu duelo!
¡qué cielo de azul callado,
ay, cuba, el que dios te ha dado,
ay, cuba, el que dios te ha dado,
con ser tan azul tu cielo!

un pájaro de madera
me trajo en su pico el canto;
un pájaro de madera.
¡ay, cuba, si te dijera,
yo que te conozco tanto,
ay, cuba, si te dijera,
que es de sangre tu palmera,
que es de sangre tu palmera,
y que tu mar es de llanto!

bajo tu risa ligera,
yo, que te conozco tanto,
miro la sangre y el llanto,
bajo tu risa ligera.

sangre y llanto
bajo tu risa ligera;
sangre y llanto
bajo tu risa ligera.
sangre y llanto.

el hombre de tierra adentro
está en un hoyo metido,
muerto sin haber nacido,
el hombre de tierra adentro.
y el hombre de la ciudad,
ay, cuba, es un pordiosero:
anda hambriento y sin dinero,
pidiendo por caridad,
aunque se ponga sombrero
y baile en la sociedad.
(lo digo en mi son entero,
porque es la pura verdad.)

hoy yanqui, ayer española,
sí, señor,
la tierra que nos tocó
siempre el pobre la encontró
si hoy yanqui, ayer española,
¡cómo no!
¡qué sola la tierra sola,
la tierra que nos tocó!

la mano que no se afloja
hay que estrecharla en seguida;
la mano que no se afloja,
china, negra, blanca o roja,
china, negra, blanca o roja,
con nuestra mano tendida.

un marino americano,
bien,
en el restaurant del puerto,
bien,
un marino americano
me quiso dar con la mano,
me quiso dar con la mano,
pero allí se quedó muerto,
bien,
pero allí se quedó muerto
el marino americano
que en el restaurant del puerto
me quiso dar con la mano,
¡bien!


no sé por qué piensas tú

no sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo,
si somos la misma cosa
yo,
tú.

tú eres pobre, lo soy yo;
soy de abajo, lo eres tú;
¿de dónde has sacado tú,
soldado, que te odio yo?

me duele que a veces tú
te olvides de quién soy yo;
caramba, si yo soy tú,
lo mismo que tú eres yo.

pero no por eso yo
he de malquererte, tú;
si somos la misma cosa,
yo,
tú,
no sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo.

ya nos veremos yo y tú,
juntos en la misma calle,
hombro con hombro, tú y yo,
sin odios ni yo ni tú,
pero sabiendo tú y yo,
a dónde vamos yo y tú...
¡no sé por qué piensas tú,
soldado, que te odio yo!


burgueses

no me dan pena los burgueses vencidos.
y cuando pienso que van a dar me pena,
aprieto bien los dientes, y cierro bien los ojos.

pienso en mis largos días sin zapatos ni rosas,
pienso en mis largos días sin sombrero ni nubes,
pienso en mis largos días sin camisa ni sueños,
pienso en mis largos días con mi piel prohibida,
pienso en mis largos días Y

no pase, por favor, esto es un club.
la nómina está llena.
no hay pieza en el hotel.
el señor ha salido.

se busca una muchacha.
fraude en las elecciones.
gran baile para ciegos.

cayó el premio mayor en santa clara.
tómbola para huérfanos.
el caballero está en parís.
la señora marquesa no recibe.
en fin y

que todo lo recuerdo y como todo lo recuerdo,
¿qué carajo me pide usted que haga?
además, pregúnteles,
estoy seguro de que también
recuerdan ellos.


canción

¡de qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(yo, muriendo.)

y de qué modo sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril.

¿quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(no soy tanto.)

en cambio, ¡qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

¡de qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera!
(yo, muriendo.)


un son para niños antillanos

por el mar de las antillas
anda un barco de papel:
anda y anda el barco barco,
sin timonel.

de la habana a portobelo,
de jamaica a trinidad,
anda y anda el barco barco
sin capitán.

una negra va en la popa,
va en la proa un español:
anda y anda el barco barco,
con ellos dos.

pasan islas, islas, islas,
muchas islas, siempre más;
anda y anda el barco barco,
sin descansar.

un cañón de chocolate
contra el barco disparó,
y un cañón de azúcar, zúcar,
le contestó.

¡ay, mi barco marinero,
con su casco de papel!
¡ay, mi barco negro y blanco
sin timonel!

allá va la negra negra,
junto junto al español;
anda y anda el barco barco
con ellos dos.

jorge luis borges (argentina, 1899 - 1986) // poesías - elegía de la patria / el sueño / elogio de la sombra / españa

elegía de la patria

de hierro, no de oro, fue la aurora.
la forjaron un puerto y un desierto,
unos cuantos señores y el abierto
ámbito elemental de ayer y ahora.

vino después la guerra con el godo.
siempre el valor y siempre la victoria.
el brasil y el tirano. aquella historia
desenfrenada. el todo por el todo.

cifras rojas de los aniversarios,
pompas del mármol, arduos monumentos,
pompas de la palabra, parlamentos,

centenarios y sesquicentenarios,
son la ceniza apenas, la soflama
de los vestigios de esa antigua llama.


el sueño

si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?

¿por qué es tan triste madrugar? la hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora

de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra

y que el día deforma en sus espejos.
¿quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?


elogio de la sombra

la vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
el animal ha muerto o casi ha muerto.
quedan el hombre y su alma.
vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
buenos aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la recoleta, el retiro,
las borrosas calles del once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el sur.
siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
demócrito de abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi demócrito.
esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
de las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
del sur, del este, del oeste, del norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
emerson y la nieve y tantas cosas.
ahora puedo olvidarlas. llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
pronto sabré quién soy.


españa

más allá de los símbolos,
más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios,
más allá de la aberración del gramático
que ve en la historia del hidalgo
que soñaba ser don quijote y al fin lo fue,
no una amistad y una alegría
sino un herbario de arcaísmos y un refranero,
estás, españa silenciosa, en nosotros.
españa del bisonte, que moriría
por el hierro o el rifle,
en las praderas del ocaso, en Montana,
españa donde ulises descendió a la casa de hades,
españa del íbero, del celta, del cartaginés, y de roma,
españa de los duros visigodos,
de estirpe escandinava,
que deletrearon y olvidaron la escritura de ulfilas,
pastor de pueblos,
españa del islam, de la cábala
y de la noche oscura del alma,
españa de los inquisidores,
que padecieron el destino de ser verdugos
y hubieran podido ser mártires,
españa de la larga aventura
que descifró los mares y redujo crueles imperios
y que prosigue aquí, en buenos aires,
en este atardecer del mes de julio de 1964,
españa de la otra guitarra, la desgarrada,
no la humilde, la nuestra,
españa de los patios,
españa de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,
españa de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,
españa del inútil coraje,
podemos profesar otros amores,
podemos olvidarte
como olvidamos nuestro propio pasado,
porque inseparablemente estás en nosotros,
en los íntimos hábitos de la sangre,
en los acevedo y los suárez de mi linaje,
españa,
madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,
incesante y fatal.

josé lezama lima (josé maría andrés fernando lezama lima, cuba,1910-1976) // cuento - para un final presto

para un final presto

una muchedumbre gnoseológica se precipitaba desembocando con un silencio lleno de agudezas, ocupa después el centro de la plaza pública. su actitud, de lejos, presupone gritería, y de cerca, un paso y unos ojos de encapuchados. eran transparentes jóvenes estoicos, discípulos de galópanes de numidia, que aportaban el más decidido contingente al suicidio colectivo, preconizado por la secta. ese fervor lo había conseguido galópanes abriendo las puertas de sus jardines a jóvenes de quince a veinte años; así logró aportar trescientos treinta y tres decididos jóvenes que se iban a precipitar en el suicidio colectivo al final de sus lecciones. la secta denominada el secuestro del tamboril por la luna menguante, tenía visibles influencias orientales, y por eso, muchos padres atenienses, que amaban más al eidos que al ideal de vida refinada, si mandaban a sus hijos a esos jardines era para permitirse el áureo dispendio, de que sus hijos, sin viajar, pudiesen hablar de exotismos.
la primera idea de fundar el secuestro del tamboril, había surgido en galópanes de numidia, al observar cómo el rey kuk lak, al verse en el trance de ejecutar a un grupo de conspiradores, había tenido que arrancarlos de la vida amenazadora que llevaban y lanzarlos con fuerza gomosa en la moira o en tártaro, según estuviesen más apegados a la religión que nacía o a la que moría. al ver galópanes los crispamientos y gestos desiguales e incorrectos de los jóvenes ajusticiados decidió idear nuevos planes de enseñanza. un jardín de amistosas conversaciones, donde los jóvenes fuesen conspiradores o amigos, pero donde pudiesen irse preparando para entrar en la muerte, cuando se cumpliesen los deseos del rey. así una de las frases que había de seguir en la academia: un joven desmelenado, o que pasea perros o tortugas, es tan incorrecto o alucinante como el león que en la selva no ruge dos o tres veces al día. con esos recursos los jóvenes iban conversando y preparándose para morir, mientras el rey afinaba mejor sus ocios y buscaba con detenimiento las mejores cabezas.
habían acudido los trescientos treinta y tres jóvenes estoicos para cerrar el curso con el suicidio colectivo. existía en el centro de la plaza pública un cuadrado de rigurosas llamas, donde los jóvenes se iban lanzando como si se zambullesen en una piscina. el fuego actuaba con silencio y el cuerpo se adelantaba silenciosamente. esa decisión e imposibilidad de traición, ninguno de los jóvenes transparentes habían faltado, únicamente podía haber sido alcanzada por las pandillas diseminadas de estoicos contemporáneos. aun en el san mauricio el greco, lo que se muestra es patente: se espera la muerte, no se va hacia la muerte, no se prolonga el paseo hasta la muerte. solamente los estoicos contemporáneos podían mostrar esa calidad; ningún traidor, ningún joven vividor y apresurado había corrido para indicarle al rey que los jóvenes que él utilizaba para la guerra iban con pasos cautelosos a hacer sus propios ofrecimientos con su propio cuerpo ante el fuego.
las lecciones de los últimos estoicos transcurrían visiblemente en el jardín. sus cautelas, sus frases lentas, los mantenía para los curiosos alejados de cualquier decisión turbulenta. muy cerca, en sótanos acerados, una banda de conservadores chinos, en combinación con unos falsificadores de diamantes de glasgow, había fundado la sociedad secreta el arcoiris ametrallado. en el fondo, ni eran conservadores chinos ni falsificadores de diamantes. era esa la disculpa para reunirse en el sótano, ya que por la noche iban a los sitios más concurridos del violín, la droga y el préstamo. querían apoderarse del rey, para que el hijo del jefe, que tenía unas narices leoninas de leproso, utilizadas, desde luego, como un atributo más de su temeridad, fuese instalado en el trono, mientras el jefe disfrutaría con su querida un estío en las arenas de long beach.
la policía vigilaba copiosamente a la banda de chinos y falsificadores. pero sufrirían un error esencial que a la postre volaría en innumerables errores de detalles. de esos errores derivarían un grupo escultórico, una muerte fuera de toda causalidad y la suplantación de un rey. era el día escogido por los estoicos de galópanes para iniciar los suicidios colectivos. el frenesí con que habían surgido los gendarmes de la estación, les impedía entrar en sospechas al ver los pasos lentos, casi pitagorizados de los estoicos. a las primeras descargas de la gendarmería, los estoicos que iban hacia la hoguera silenciosamente, prorrumpían en rasgados gritos de alborozo, de tal manera que se mezclaban para los pocos espectadores indiferentes, los agujeros sanguinolentos que se iban abriendo en los cuadros de los estoicos suicidas y las risas con que éstos respondían. al continuar las detonaciones, las carcajadas se frenetizaron.
el capitán que dirigía el pelotón tuvo una intuición desmedida. la situación siguiente a la muerte de su tío, poseedor de un inquieto comercio de cerámica de delft, y ya antes de morir serenamente arruinado, con quien había vivido desde los cinco años; al ocurrir la muerte de su tío, se obligaba a aceptar esa plaza de capitán de gendarmes, brindada por un cuarentón comandante de húsares a quien había conocido en un baile conmemorativo del 14 de julio. nuestro futuro capitán de gendarmes había asistido al baile disfrazado de comandante de húsares, mientras el comandante de húsares asistía disfrazado de cordelero franciscano. éste fue el motivo de su amistad iniciada por unas sonrisas mefistofélicas, continuada por la espera de la plaza demandada, y terminada, como siempre, por una apoplejía fulminante.
el comandante cuando se embriagaba abría su bagdad de lugares comunes. uno de los que recordaba el actual capitán de gendarmes era: que una carga de húsares era la antítesis del suicidio colectivo de los estoicos. más tarde, al recibir una beca en yale para estudiar el taladro en la cultura eritrea en relación con el culto al sol en la cultura totoneca, había aclarado esa frase que él creía sibilina al brotar mezclada con los eructos de una copa de borgoña seguida por la ringlera inalcanzable de tragos de cerveza. un insignificante estudiante de filosofía de yale, que presumía que había frustrado su vocación, pues él quería ser pastor protestante y poseer una cría de pericos cojos del japón, le reveló en una sola lección el secreto, lo que él había creído en su oportunidad un dictado del comandante en éxtasis.
la plaza pública ofrecía diagonalmente la presencia del museo y de una bodega de vinos siracusanos. el capitán decidió utilizar los servicios de ambos. así, mientras lentamente iban cesando las detonaciones mandaba contingentes bifurcados. unos traían del museo ánforas y lekytosaribalisco, y otros traían borgoña espumoso de la bodega. los estoicos se iban trocando en cejijuntos, aunque no en malhumorados. el jefe, galópanes de numidia, había trazado el plan donde estaban ya de antemano copadas todas las salidas. días antes del vuelco definitivo de los estoicos suicidas en la plaza pública, había hecho traer de la bodega sus colecciones de vinos, con la disculpa de consultar etiquetas y precios para la festividad trascendental. los había devuelto, alegando otras preferencias y la excesiva lejanía aun del festival, pero regresaban los frascos portando los venenos más instantáneos. los gendarmes que creían transportar en esas ánforas líquidos sanguinosos cordiales reconciliaciones con el germen y el transcurso, se quedaban absortos al observar cómo abrevando los estoicos entraban en la moira. los estoicos, con dosificado misterio causal provocado, morían al reconciliarse con la vida y el vino les abría la puerta de la perfecta ataraxia.
el rey vigilaba a los conspiradores que no eran conspiradores, pero desconocía a los estoicos de galópanes. creía, como al principio creyó el capitán, que la salida era la de los conspiradores falsarios. desde una ventana conveniente contempló el primer choque de los gendarmes con los estoicos pero al observar posteriormente cómo conducían hasta los labios de los que él presuponía conspiradores, las ánforas vinosas, creyó en la traición de ese pelotón, y desesperado, irregular, ocultadizo, corrió a hacer la llamada a otro cuartel donde él creía encontrar fidelidad.
ante esa llamada y su noticia, la tropa salió como el cohete sucesivo que permitiría a endimión besar la luna. pero entre la llamada y la salida a escape habían sucedido cosas que son de recordación. en ese cuartel, en la manipulación de los nítricos, trabajaba un pacifista desesperado. fundador de la sociedad la blancura comunicada, cuya finalidad era hacer por injertos sucesivos, precioso trabajo de laboratorismo suizo, del tigre, una jirafa, y del águila, un sinsonte; asistía furtivamente a las reuniones de los estoicos; en sus paseos digestivos sorprendía a ratos aquellos diálogos la preparación de la muerte, y sabía la noche en que los estoicos caerían sobre la plaza pública. el día anterior se introdujo valerosamente en el almacén del cuartel y le quitó a cada rifle tornillos de precisión, debilitando en tal forma el fulminante que el plomo caía a pocos pies del tirador, formándose tan sólo el halo detonante de una descarga temeraria.
al llegar a la plaza la tropa del cuartel y contemplar a los gendarmes y a los supuestos conspiradores, alzando el ánfora de la amistad, lanzaron de inmediato disparos tras disparos. los estoicos ya iban cayendo por el veneno deslizado en las ánforas, pero la tropa del cuartel admiraba su puntería, la cegadora furia les impedía contemplar que el plomo caía, pobre de impulso, en una parábola miserable. cuando creían que la muerte lanzada con exquisita geometría daba en el pecho de los conspiradores, el azar le comunicaba a sus certezas una vacilación disfrazada tras lo alcanzado, tan distante siempre de los errores preparados por los maestros de ajedrez que saben distribuir un fracaso parcial, o el detalle imperfecto de algunos retratos de goya, el perrillo watteau que tiene una cabeza de tagalo combatiente, hecho maliciosamente para que el conjunto adquiera una deslizada exquisitez.
el rey formaba un grupo escultórico. detrás de la ventana contemplaba la muerte refinada activísima y las detonaciones bárbaras eternamente inútiles. cuando llegó a la plaza pública la tropa del cuartel, y vio sus detonaciones, corrió a llamar a los otros cuarteles, anunciándole paz tendida y muy blanca.
el grueso de sus tropas vigilaba las fronteras. el jefe de la pandilla acariciaba sus parabrisas y vigilaba todo posible gagueo de sus ametralladoras. al pasar el jefe por la estación del capitán de gendarmes notó una ausencia terrible: más tarde al no encontrar resistencia por parte de la tropa del cuartel, pensaron que todos esos guerreros equívocos estaban rodeando al rey para preparar una defensa real.
al pasar por la plaza pensaron en el regreso de las tropas fronterizas en abierta pugna con aspirantes
consanguíneos. ya aquí pensaron que les sería fácil apoderarse del rey, pero extremadamente peligroso abrir las ventanas del rey puesto, frente a esa plaza, donde no se sabía cuándo sería el último muerto, y con quién en definitiva se abrazaría.
la jornada de los conspiradores falsarios era como un largo brazo que va adentrándose en un oleaje. pudieron resbalar en palacio hasta llegar frente a la antecámara. aquí el jefe y su hijo, el de las narices leoninas de leproso, se adelantaron, finos, capciosos, con sus dedos como un instrumental probándose en la yugular regicida.
un año después, el jefe, con su querida, se estira y despereza en las arenas de long beach. contempla la cáscara de toronja que las aguas se llevan, y el peine desdentado, con un mechón pelirrojo, que las aguas quieren traer hasta la arena.

clarice lispector (brasil, 1920 - 1977) // cuentos - felicidad clandestina / la cena

felicidad clandestina

ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
no lo aprovechaba mucho. y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
pero qué talento tenía para la crueldad. mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. como al pasar, me informó que tenía el reinado de naricita, de monteiro lobato.
era un libro gordo, válgame dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. y totalmente por encima de mis posibilidades. me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. no vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. no me hizo pasar. con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de recife. esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
pero las cosas no fueron tan sencillas. el plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
y así seguimos. ¿cuánto tiempo? yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. a veces ella decía: pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. nos pidió explicaciones a las dos. hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. a la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. hasta que, madre buena, entendió a fin. se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de recife. fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: vas a prestar ahora mismo ese libro. y a mí: y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras.
¿entendido? eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿cómo contar lo que siguió? yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. creo que no dije nada. cogí el libro. no, no partí saltando como siempre. me fui caminando muy despacio. sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
al llegar a casa no empecé a leer. simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. era como si yo lo presintiera. ¡cuánto me demoré! vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. yo era una reina delicada.
a veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. no era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.


la cena

él entró tarde en el restaurante. por cierto, hasta entonces se había ocupado de grandes negocios. podría tener unos sesenta años, era alto, corpulento, de cabellos blancos, cejas espesas y manos potentes. en un dedo el anillo de su fuerza. se sentó amplio y sólido.
lo perdí de vista y mientras comía observé de nuevo a la mujer delgada, la del sombrero. ella reía con la boca llena y le brillaban los ojos oscuros.
en el momento en que yo llevaba el tenedor a la boca, lo miré. ahí estaba, con los ojos cerrados masticando pan con vigor, mecánicamente, los dos puños cerrados sobre la mesa. continué comiendo y mirando. el camarero disponía platos sobre el mantel, pero el viejo mantenía los ojos cerrados. a un gesto más vivo del camarero, él los abrió tan bruscamente que ese mismo movimiento se comunicó a las grandes manos y un tenedor cayó. el camarero susurró palabras amables, inclinándose para recogerlo; él no respondió. Porque, ahora despierto, sorpresivamente daba vueltas a la carne de un lado para otro, la examinaba con vehemencia, mostrando la punta de la lengua -palpaba el bistec con un costado del tenedor, casi lo olía, moviendo la boca de antemano. y comenzaba a cortarlo con un movimiento inútilmente vigoroso de todo el cuerpo. en breve llevaba un trozo a cierta altura del rostro y, como si tuviera que cogerlo en el aire, lo cobró en un impulso de la cabeza. miré mi plato. cuando lo observé de nuevo, él estaba en plena gloria de la comida, masticando con la boca abierta, pasando la lengua por los dientes, con la mirada fija en la luz del techo. yo iba a cortar la carne nuevamente, cuando lo vi detenerse por completo.
y exactamente como si no soportara más -¿qué cosa?- cogió rápido la servilleta y se apretó las órbitas de los ojos con las dos manos peludas. me detuve, en guardia. su cuerpo respiraba con dificultad, crecía. retira finalmente la servilleta de los ojos y observa atontado desde muy lejos. respira abriendo y cerrando desmesuradamente los párpados, se limpia los ojos con cuidado y mastica lentamente el resto de comida que todavía tiene en la boca.
un segundo después, sin embargo, está repuesto y duro, toma una porción de ensalada con el cuerpo todo inclinado y come, el mentón altivo, el aceite humedeciéndole los labios. se interrumpe un momento, enjuga de nuevo los ojos, balancea brevemente la cabeza -y nuevo bocado de lechuga con carne engullido en el aire-. le dice al camarero que pasa:
-este no es el vino que pedí.
la voz que esperaba de él: voz sin posibles réplicas, por lo que yo veía que jamás se podría hacer algo por él. nada, sin obedecerlo.
el camarero se alejó, cortés, con la botella en la mano.
pero he ahí que el viejo se inmoviliza de nuevo como si tuviera el pecho contraído y enfermo. su violento vigor se sacude preso. él espera. hasta que el hambre parece asaltarlo y comienza a masticar con apetito, las cejas fruncidas. yo sí comencé a comer lentamente, un poco asqueado sin saber por qué, participando también no sabía de qué. de pronto se estremece, llevándose la servilleta a los ojos y apretándolos con una brutalidad que me extasía… abandono con cierta decisión el tenedor en el plato, con un ahogo insoportable en la garganta, furioso, lleno de sumisión. pero el viejo se demora poco con la servilleta sobre los ojos. esta vez, cuando la retira sin prisa, las pupilas están extremadamente dulces y cansadas, y antes de que él se las enjugara, vi. vi la lágrima.
me inclino sobre la carne, perdido. cuando finalmente consigo encararlo desde el fondo de mi rostro pálido, veo que también él se ha inclinado con los codos apoyados sobre la mesa, la cabeza entre las manos. realmente él ya no soportaba más. las gruesas cejas estaban juntas. la comida debía haberse detenido un poco más debajo de la garganta bajo la dureza de la emoción, pues cuando él estuvo en condiciones de continuar hizo un terrible gesto de esfuerzo para engullir y se pasó la servilleta por la frente. yo no podía más, la carne en mi plato estaba cruda, y yo era quien no podía continuar más. sin embargo, él comía.
el camarero trajo la botella dentro de una vasija con hielo. yo observaba todo, ya sin discriminar: la botella era otra, el camarero de chaqueta, la luz aureolaba la cabeza gruesa de plutón que ahora se movía con curiosidad, goloso y atento. por un momento el camarero me tapa la visión del viejo y apenas veo las alas negras de una chaqueta sobrevolando la mesa, vertía vino tinto en la copa y aguarda con los ojos ardientes -porque ahí estaba seguramente un señor de buenas propinas, uno de esos viejos que todavía están en el centro del mundo y de la fuerza-. el viejo, engrandecido, tomó un trago, con seguridad, dejó la copa y consultó con amargura el sabor en la boca. restregaba un labio con otro, restallaba la lengua con disgusto como si lo que era bueno fuera intolerable. yo esperaba, el camarero esperaba, ambos nos inclinábamos, en suspenso. finalmente, él hizo una mueca de aprobación. el camarero curvó la cabeza reluciente con sometimiento y gratitud, salió inclinado, y yo respiré con alivio.
ahora él mezclaba la carne y los tragos de vino en la gran boca, y los dientes postizos masticaban pesadamente mientras yo espiaba en vano. nada más sucedía. el restaurante parecía centellear con doble fuerza bajo el titilar de los cristales y cubiertos; en la dura corona brillante de la sala los murmullos crecían y se apaciguaban en una dulce ola, la mujer del sombrero grande sonreía con los ojos entrecerrados, tan delgada y hermosa, el camarero servía con lentitud el vino en el vaso. pero en ese momento él hizo un gesto.
con la mano pesada y peluda, en cuya palma las líneas se clavaban con fatalismo, hizo el gesto de un pensamiento. dijo con mímica lo más que pudo, y yo, yo sin comprender. y como si no soportara más, dejó el tenedor en el plato. esta vez fuiste bien agarrado, viejo. quedó respirando, agotado, ruidoso. entonces sujeta el vaso de vino y bebe, los ojos cerrados, en rumorosa resurrección. mis ojos arden y la claridad es alta, persistente. estoy prisionero del éxtasis, palpitante de náusea. todo me parece grande y peligroso. la mujer delgada, cada vez más bella, se estremece seria entre las luces.
él ha terminado. su rostro se vacía de expresión. cierra los ojos, distiende los maxilares. trato de aprovechar ese momento, en que él ya no posee su propio rostro, para finalmente ver. pero es inútil. la gran forma que veo es desconocida, majestuosa, cruel y ciega. lo que yo quiero mirar directamente, por la fuerza extraordinaria del anciano, en ese momento no existe. él no quiere.
llega el postre, una crema fundida, y yo me sorprendo por la decadencia de la elección. él come lentamente, toma una cucharada y observa correr el líquido pastoso. lo toma todo, sin embargo hace una mueca y, agrandado, alimentado, aleja el plato. entonces, ya sin hambre, el gran caballo apoya la cabeza en la mano. la primera señal más clara, aparece. el viejo devorador de criaturas piensa en sus profundidades. pálido, lo veo llevarse la servilleta a la boca. Imagino escuchar un sollozo. ambos permanecemos en silencio en el centro del salón. quizás él hubiera comido demasiado deprisa. ¡porque, a pesar de todo, no perdiste el hambre, eh!, lo instigaba yo con ironía, cólera y agotamiento. pero él se desmoronaba a ojos vista. ahora los rasgos parecían caídos y dementes, él balanceaba la cabeza de un lado para otro, sin contenerse más, con la boca apretada, los ojos cerrados, balanceándose, el patriarca estaba llorando por dentro. la ira me asfixiaba. lo vi ponerse los anteojos y envejecer muchos años. mientras contaba el cambio, hacía sonar los dientes, proyectando el mentón hacia delante, entregándose un instante a la dulzura de la vejez. yo mismo, tan atento había estado a él que no lo había visto sacar el dinero para pagar, ni examinar la cuenta, y no había notado el regreso del camarero con el cambio.
por fin se quitó los anteojos, castañeteó los dientes, se enjugó los ojos haciendo muecas inútiles y penosas. pasó la mano por los cabellos blancos alisándolos con fuerza. se levantó asegurándose al borde de la mesa con las manos vigorosas. y he aquí que, después de liberado de un apoyo, él parecía más débil, aunque todavía era enorme y todavía capaz de apuñalar a cualquiera de nosotros. sin que yo pudiera hacer nada, se puso el sombrero acariciando la corbata en el espejo. cruzó el ángulo luminoso del salón, desapareció.
pero yo todavía soy un hombre.
cuando me traicionaron o me asesinaron, cuando alguien se fue para siempre, cuando perdí lo mejor que me quedaba, o cuando supe que iba a morir. -yo no como. no soy todavía esa potencia, esta construcción, esta ruina. empujo el plato, rechazo la carne y su sangre.

lucien freud (alemania, 1922 - 2011)

jueves, 21 de julio de 2011

egon schielle (austria, 1890 - 1918) // pinturas









miércoles, 20 de julio de 2011

bertolt brecht (eugen berthold friedrich brechter han culen, alemania, 1898 - 1956) // poesías - canción de la mujer / canción de la prostituta / canción de la viuda enamorada / canción de una amada / canción desde el acuario

canción de la mujer

1. de noche junto al río en el oscuro corazón de los arbustos
a veces vuelvo a ver su rostro, el de la mujer que amé: mi
mujer, que murió.

2. hace ya muchos años, y a ratos ya no sé nada de ella, la
que antes lo fue todo, pero todo se marchita.

3. y ella era en mí como un pequeño enebro en las estepas de
mongolia, cóncavas, con el cielo amarillo pálido y de gran tristeza.

4. vivíamos en una cabaña negra junto al río, los mosquitos
solían perforar su blanco cuerpo, y yo leía el periódico
siete veces o decía: tu pelo tiene un color sucio. o: no tienes corazón.

5. pero un día, cuando estaba yo lavando mi camisa en la
cabaña, ella se acercó a la puerta y me miró y quería salir.

6. y quien le había pegado hasta cansarse, dijo: ángel mío.

7. y quien le había dicho te quiero la condujo fuera y
riendo miró al aire y alabó el buen tiempo y le dio la mano.

8. como ya estaban afuera, al aire libre, y la cabaña estaba
desierta, cerró la puerta y se sentó tras el periódico.

9. desde entonces no la he vuelto a ver, y de ella sólo quedó
el gritito que dio cuando por la mañana volvió a la puerta que
ya estaba cerrada.

10. ahora la cabaña se ha podrido y mi pecho está relleno de
papel de periódico y por las noches tumbado junto al río en
el oscuro corazón de los arbustos me acuerdo de ella.

11. el viento lleva olor a hierba en el pelo y el agua grita sin
fin pidiendo calma a dios, y en mi lengua tengo un sabor amargo.


canción de la prostituta

1
señores míos, con diecisiete años
llegué al mercado del amor
y mucho he aprendido.
malo hubo mucho,
pero ése era el juego.
aunque hubo cosas que sí me molestaron
(al fin y al cabo también yo soy persona).
gracias a dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿dónde están las lágrimas de anoche?
¿dónde la nieve del año pasado?

2
claro que con los años una va
más ligera al mercado del amor
y los abraza por rebaños.
pero los sentimientos
se vuelven sorprendentemente fríos
si se escatiman tanto
(al fin y al cabo no hay provisión que no se acabe).
gracias a dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿dónde están las lágrimas de anoche?
¿dónde la nieve del año pasado?

3
y aunque aprendas bien el trato
en la feria del amor,
transformar el placer en calderilla
nunca resulta fácil.
pero, bien, se consigue.
aunque también envejeces mientras tanto
(al fin y al cabo no siempre se tienen diecisiete).
gracias a dios todo pasa deprisa,
la pena incluso; también el amor.
¿dónde están las lágrimas de anoche?
¿dónde la nieve del año pasado?


canción de la viuda enamorada

ay, ya sé, no deberla reconocer
que tiemblo cuando su mano me toca.
ay, qué me ha sucedido
que rezo para que me seduzca.
¡ay, ni cien caballos me arrastrarían al pecado!
¡si al menos no me apeteciese tanto!

si me resisto tanto al amor
sólo me he resistido realmente en el fondo
porque sé que si estuviera ante él en camisón
me dejaría hasta sin camisa.
¡como que le van a importar a él mis reproches!
¡si al menos no me apeteciese tanto!

dudo que valga tanto como yo
y que para él sea amor de verdad.
cuando todos mis ahorros se hayan gastado,
¿tirará el cacharro a la basura?
¡ay, ya sé por qué le opuse tanta resistencia!
¡si al menos no me apeteciese tanto!

si tuviera dos dedos de sentido
nunca le habría concedido lo que por desgracia me pidió,
sino que le habría pegado una paliza
en cuanto se me acercó demasiado, como hizo.
¡ay, ojalá se fuera al infierno!
(¡si al menos no me apeteciese tanto!)


canción de una amada


1. lo sé, amada: ahora se me cae el pelo por mi vida salvaje,
y me tumbo en las piedras. me veis beber el aguardiente más
barato, y camino desnudo al viento.

2. pero hubo un tiempo, amada, en que fui puro.

3. tuve una mujer que era más fuerte que yo, como la hierba
es más fuerte que el toro: se vuelve a erguir.

4. ella vio que yo era malo, y me amó.

5. no preguntó a dónde conducía el camino, que era su camino,
y quizás iba hacia abajo. cuando me dio su cuerpo, dijo:
esto es todo. y fue mi cuerpo.

6. ahora ya no está en ningún lado, desapareció como una
nube cuando ha llovido, la abandoné y cayó, pues ése era su camino.

7. pero de noche, a veces, cuando me veis beber, veo su cara,
pálida en el viento, fuerte y vuelta hacia mí, y me inclino ante
el viento.


canción desde el acuario

salmo 5
he apurado la copia hasta el fondo. es decir, he sido seducido.
era un niño, y me amaron.
el mundo se desesperaba, pues yo me mantenía puro. ella
se revolcó por el suelo ante mí, con miembros tiernos
y atrayente trasero. me mantuve firme.
para calmarla, cuando se excitó demasiado, yací con ella
y me volví impuro.
el pecado me satisfizo. la filosofía me ayudaba al amanecer,
cuando velaba. me convertí en lo que querían.
miré largo tiempo hacia arriba y pensé que el cielo estaba
triste sobre mí. pero veía que le era indiferente.
él se amaba a sí mismo.
ahora hace tiempo que me ahogué. yazgo hinchado sobre
el fondo.
los peces viven dentro de mí. el mar se está agotando.

yasunari kawabata (japón, 1899 - 1972) // cuento - un brazo

un brazo

-puedo dejarte uno de mis brazos para esta noche -dijo la muchacha. se quitó el brazo derecho desde el hombro y, con la mano izquierda, lo colocó sobre mi rodilla.
-gracias -me miré la rodilla. el calor del brazo la penetraba.
-pondré el anillo. para recordarte que es mío -sonrió y levantó el brazo izquierdo a la altura de mi pecho-. por favor -con un solo brazo era difícil para ella quitarse el anillo.
-¿es un anillo de compromiso?
-no, un regalo. de mi madre.
era de plata, con pequeños diamantes engarzados.
-tal vez se parezca a un anillo de compromiso, pero no me importa. lo llevo, y cuando me lo quito es como si estuviera abandonando a mi madre.
levanté el brazo que tenía sobre la rodilla, saqué el anillo y lo deslicé en el anular.
-¿en éste?
-sí -asintió ella-. parecería artificial si no se doblan los dedos y el codo. no te gustaría. deja que los doble por ti.
tomó el brazo de mi rodilla y, suavemente, apretó los labios contra él. entonces los posó en las articulaciones de los dedos.
-ahora se moverán.
-gracias -recuperé el brazo-. ¿crees que me hablará? ¿me dirigirá la palabra?
-sólo hace lo que hacen los brazos. si habla, me dará miedo tenerlo de nuevo. pero inténtalo, de todos modos. al menos debería escuchar lo que digas, si eres bueno con él.
-seré bueno con él.
-hasta la vista -dijo, tocando el brazo derecho con la mano izquierda, como para infundirle un espíritu propio-. eres suyo, pero sólo por esta noche.
cuando me miró, parecía contener las lágrimas.
-supongo que no intentarás cambiarlo con tu propio brazo -dijo-. pero no importa. adelante, hazlo.
-gracias.
puse el brazo dentro de mi gabardina y salí a las calles envueltas por la bruma. temía ser objeto de extrañeza si tomaba un taxi o un tranvía. habría una escena si el brazo, ahora separado del cuerpo de la muchacha, lloraba o profería una exclamación.
lo sostenía contra mi pecho, hacia el lado, con la mano derecha sobre la redondez del hombro. estaba oculto bajo la gabardina, y yo tenía que tocarla de vez en cuando con la mano izquierda para asegurarme de que el brazo seguía allí. probablemente no me estaba asegurando de la presencia del brazo sino de mi propia felicidad.
ella se había quitado el brazo en el punto que más me gustaba. era carnoso y redondo; ¿estaría en el comienzo del hombro o en la parte superior del brazo? la redondez era la de una hermosa muchacha occidental, rara en una japonesa. se encontraba en la propia muchacha, una redondez limpia y elegante como una esfera resplandeciente de una luz fresca y tenue. cuando la muchacha ya no fuese pura, aquella gentil redondez se marchitaría, se volvería fláccida. al ser algo que duraba un breve momento en la vida de una muchacha hermosa, la redondez del brazo me hizo sentir la de su cuerpo. sus pechos no serían grandes. tímidos, sólo lo bastante grandes para llenar las manos, tendrían una suavidad y una fuerza persistentes. y en la redondez del brazo yo podía sentir sus piernas mientras caminaba. las movería grácilmente, como un pájaro pequeño o una mariposa trasladándose de flor en flor. habría la misma melodía sutil en la punta de su lengua cuando besara.
era la estación para llevar vestidos sin manga. el hombro de la muchacha, recién destapado, tenía el color de la piel poco habituada al rudo contacto del aire. tenía el resplandor de un capullo humedecido al amparo de la primavera y no deteriorado todavía por el verano. aquella mañana yo había comprado un capullo de magnolia y ahora estaba en un búcaro de cristal; y la redondez del brazo de la muchacha era como el gran capullo blanco. su vestido tenía un corte más radical que la mayoría de vestidos sin mangas. la articulación del hombro quedaba al descubierto, así como el propio hombro. el vestido, de seda verde oscuro, casi negro, tenía un brillo suave. la muchacha estaba en la delicada inclinación de los hombros, que formaban una dulce curva con la turgencia de la espalda. vista oblicuamente desde atrás, la carne de los hombros redondos hasta el cuello largo y esbelto se detenía bruscamente en la base de sus cabellos peinados hacia arriba, y la cabellera negra parecía proyectar una sombra brillante sobre la redondez de los hombros.
ella había intuido que la consideraba hermosa, y me había prestado el brazo por esta redondez del hombro.
cuidadosamente oculto debajo de mi gabardina, el brazo de la muchacha estaba más frío que mi mano. mi corazón desbocado me causaba vértigo, y sabía que tendría la mano caliente. quería que el calor permaneciera así, pues era el calor de la propia muchacha. y la fresca sensación que había en mi mano me comunicaba el placer del brazo. era como sus pechos, aún no tocados por un hombre.
la niebla se espesó todavía más, la noche amenazaba lluvia y mi cabello descubierto estaba húmedo. oí una radio que hablaba desde la trastienda de una farmacia cerrada. anunciaba que tres aviones cuyo aterrizaje era impedido por la niebla estaban sobrevolando el aeropuerto desde hacía media hora. llamó la atención de los radioescuchas hacia el hecho de que en las noches de niebla los relojes podían estropearse, y que en tales noches los muelles tenían tendencia a romperse si se tensaban demasiado. busqué las luces de los aviones, pero no pude verlas. no había cielo. la presión de la humedad invadía mis oídos, emitiendo un sonido húmedo como el retorcerse de millares de lombrices distantes. me quedé frente a la farmacia, esperando ulteriores advertencias. me enteré de que en noches semejantes los animales salvajes del zoológico, leones, tigres, leopardos y demás, rugían su malestar por la humedad, y que no tardaríamos en oírlos. hubo un bramido como si bramara la tierra. y entonces supe que las mujeres embarazadas y las personas melancólicas debían acostarse temprano en tales noches, y que las mujeres que perfumaban directamente su piel tendrían dificultades en eliminar después el perfume.
al oír el rugido de los animales empecé a andar, y la advertencia sobre el perfume me persiguió. aquel airado rugido me había puesto nervioso, y seguí andando para que mi inquietud no se transmitiera al brazo de la muchacha. esta no estaba embarazada ni era melancólica, pero me pareció que esta noche en que tenía un solo brazo debía tener en cuenta el consejo de la radio y acostarse temprano. esperé a que durmiera plácidamente.
mientras cruzaba la calle apreté mi mano izquierda contra la gabardina. sonó una bocina. algo me rozó por el lado y tuve que escabullirme. tal vez la bocina había asustado el brazo. los dedos estaban crispados.
-no te preocupes -dije-. estaba muy lejos, no podía vernos. por eso hizo sonar la bocina.
como sostenía algo importante para mí, había mirado en ambas direcciones. el sonido del claxon fue tan lejano que pensé que iba dirigido a otra persona. miré hacia la dirección de donde procedía, pero no pude ver a nadie. solamente vi los faros, que se convirtieron en una mancha de color violeta pálido. un color extraño para unos faros. me detuve en la acera y lo vi pasar. conducía el coche una mujer vestida de rojo. me pareció que se volvía hacia mí y me saludaba con la mano. sentí el deseo de echar a correr, temiendo que la muchacha hubiera venido a recuperar el brazo. entonces recordé que no podía conducir con uno solo. pero, ¿acaso la mujer del coche no había visto lo que yo llevaba? ¿no lo habría adivinado con su intuición femenina? tendría que ser muy cauteloso para no enfrentarme a otra de su sexo antes de llegar a mi apartamento. las luces de detrás eran también de un color violeta pálido. no distinguí el coche. bajo la niebla cenicienta, una mancha color de espliego surgió de pronto y desapareció.
«conduce sin ninguna razón, sin otra razón que la de conducir. y mientras lo hace, desaparecerá –murmuré para mí mismo-. ¿y qué era lo que iba sentado en el asiento trasero?»
nada, al parecer. ¿sería porque me paseaba llevando brazos de muchachas por lo que me sentía tan nervioso por la vaciedad? el coche conducido por aquella mujer llevaba consigo la pegajosa niebla nocturna. y algo que había en ella había prestado a los faros un tono ligeramente violeta. si no era de su propio cuerpo, ¿de dónde procedía aquella luz purpúrea? ¿podía el brazo que yo ocultaba envolver en vaciedad a una mujer que conducía sola en una noche semejante? ¿habría hecho ésta una seña al brazo de la muchacha desde su coche? en una noche así podía haber ángeles y fantasmas por la calle, protegiendo a las mujeres. tal vez aquélla no iba en un coche, sino en una luz violeta. su paseo no había sido en vano. había espiado mi secreto.
llegué al apartamento sin encuentros ulteriores. me quedé escuchando ante la puerta. la luz de una luciérnaga pasó sobre mi cabeza y desapareció. era demasiado grande y demasiado intensa para una luciérnaga. retrocedí. pasaron varias luces semejantes a luciérnagas, que desaparecieron incluso antes de que la espesa niebla pudiera absorberlas. ¿se me habría adelantado un fuego fatuo, una especie de fuego mortífero, para esperar mi regreso? pero entonces vi que se trataba de un enjambre de pequeñas polillas. al pasar frente a la luz de la puerta, las alas de las polillas brillaban como luciérnagas. demasiado grandes para ser luciérnagas, y sin embargo, tan pequeñas, como polillas, que invitaban al error.
evitando el ascensor automático, me escabullí por las estrechas escaleras hasta el tercer piso. como no soy zurdo, tuve cierta dificultad en abrir la puerta. cuanto más lo intentaba, más temblaba mi mano, como si estuviera dominada por el terror que sigue a un crimen. algo estaría esperándome dentro de la habitación, una habitación donde vivía solo; ¿y no era la soledad una presencia? con el brazo de la muchacha ya no estaba solo. y por eso, tal vez, mi propia soledad me esperaba allí para intimidarme.
-adelante -dije, descubriendo el brazo de la muchacha cuando por fin abrí la puerta-. bienvenido a mi habitación. voy a encender la luz.
-¿tienes miedo de algo? -pareció decir el brazo-. ¿hay algo aquí dentro?
-¿crees que puede haberlo?
-percibo cierto olor.
-¿olor? debe ser el tuyo. ¿no ves rastros de mi sombra allí arriba, en la oscuridad? mira con atención. quizá mi sombra esperara mi regreso.
-es un olor dulce.
-¡ah!, la magnolia -contesté con alivio.
me alegró que no fuera el olor mohoso de mi soledad. un capullo de magnolia era digno de mi atractivo huésped. me estaba acostumbrando a la oscuridad; incluso en plenas tinieblas sabía dónde se encontraba todo.
-permíteme que encienda la luz -una extraña observación, viniendo del brazo-. aún no conocía tu habitación.
-gracias. me causará una gran satisfacción. hasta ahora nadie más que yo ha encendido las luces aquí.
acerqué el brazo al interruptor que hay junto a la puerta. las cinco luces se encendieron inmediatamente: en el techo, sobre la mesa, junto a la cama, en la cocina y en el cuarto de baño. no me había imaginado que pudieran ser tan brillantes.
la magnolia había florecido enormemente. por la mañana era un capullo. podía haberse limitado a florecer, pero había estambres sobre la mesa. curioso, me fijé más en los estambres que en la flor blanca. mientras recogía uno o dos y los contemplaba, el brazo de la muchacha, que estaba sobre la mesa, empezó a moverse, con los dedos como orugas, y a recoger los estambres en la mano. fui a tirarlos a la papelera.
-qué olor tan fuerte. me penetra la piel. ayúdame.
-debes estar cansado. no ha sido un paseo fácil. ¿y si descansaras un poco?
puse el brazo sobre la cama y me senté a su lado. lo acaricié suavemente.
-qué bonita. me gusta -el brazo debía referirse a la colcha, que tenía flores estampadas de tres colores sobre un fondo azul. algo animado para un hombre que vivía solo-. de modo que aquí es donde pasaremos la noche. Eetaré muy quieto.
-¿ah, sí?
-permaneceré a tu lado y no a tu lado.
la mano cogió la mía, suavemente. las uñas, lacadas con minuciosidad, eran de un rosa pálido. los extremos sobrepasaban con mucho los dedos.
junto a mis propias uñas, cortas y gruesas, las suyas poseían una belleza extraña, como si no pertenecieran a un ser humano. con tales yemas de los dedos, quizás una mujer trascendiera la mera humanidad. ¿o acaso perseguía la feminidad en sí? una concha luminosa por el diseño de su interior, un pétalo bañado en rocío, pensé en los símiles obvios. sin embargo, no recordé ningún pétalo o concha cuyo color y forma fuesen parecidos. eran las uñas de los dedos de la muchacha, incomparables con otra cosa. más traslúcidos que una concha delicada, que un fino pétalo, parecían contener un rocío de tragedia. cada día y cada noche las energías de la muchacha se dedicaban a dar brillo a esta belleza trágica. penetraba mi soledad. tal vez mi soledad, mi anhelo, la transformaba en rocío.
posé su dedo meñique en el índice de mi mano libre, contemplando la uña larga y estrecha mientras la frotaba con mi pulgar. mi dedo tocaba el extremo del suyo, protegido por la uña. el dedo se dobló, y el codo también.
-¿sientes cosquillas? -pregunté-. seguro que sí.
había hablado imprudentemente. sabía que las yemas de los dedos de una mujer son sensibles cuando las uñas son largas. y así había dicho al brazo de la muchacha que había conocido a otras mujeres.
una de ellas, no mucho mayor que la muchacha que me había prestado el brazo, pero mucho más madura en su experiencia de los hombres, me había dicho que las yemas de los dedos, ocultas de este modo bajo las uñas, eran a menudo extremadamente sensibles. se adquiría la costumbre de tocar las cosas con las uñas y no con las yemas, y por lo tanto éstas sentían un cosquilleo cuando algo las rozaba.
yo había demostrado asombro ante este descubrimiento, y ella continuó:
-si, por ejemplo, estás cocinando, o comiendo, y algo te toca las yemas de los dedos y das un respingo, parece tan sucio...
¿era la comida lo que parecía impuro, o la punta de la uña? cualquier cosa que tocara sus dedos le repugnaba por su suciedad. su propia pureza dejaba una gota de trágico rocío bajo la sombra larga de la uña. no cabía suponer que hubiera una gota de rocío para cada uno de los diez dedos.
era natural que por esta razón yo deseara aún más tocar las yemas de sus dedos, pero me contuve. mi soledad me contuvo. era una mujer en cuyo cuerpo no se podía esperar que quedasen muchos lugares sensibles.
en cambio, en el cuerpo de la muchacha que me había prestado el brazo serían innumerables. tal vez, al jugar con las yemas de los dedos de semejante muchacha, ya no sentiría culpa, sino afecto. pero ella no me había prestado el brazo para tales desmanes. no debía hacer una comedia de su gesto.
-la ventana -no advertí que la ventana estaba abierta, sino que la cortina estaba descorrida.
-¿habrá algo que mire hacia adentro? -preguntó el brazo de la muchacha.
-un hombre o una mujer, nada más.
-nada humano me vería. si acaso sería un ser. el tuyo.
-¿un ser? ¿qué es eso? ¿dónde está?
-muy lejos -dijo el brazo, como cantando para consolarme-. la gente va por ahí buscando seres, muy lejos.
-¿y llegan a encontrarlos?
-muy lejos -repitió el brazo.
se me antojó que el brazo y la propia muchacha se hallaban a una distancia infinita uno de otra. ¿podría el brazo volver a la muchacha, tan lejos? ¿podría yo devolverlo, tan lejos? el brazo reposaba tranquilamente, confiando en mí; ¿dormiría la muchacha con la misma confianza tranquila? ¿no habría dureza, una pesadilla? ¿acaso no había dado la impresión de contener las lágrimas cuando se separó de él? ahora, el brazo estaba en mi habitación, que la propia muchacha aún no había visitado.
la humedad nublaba la ventana, como el vientre de un sapo extendido sobre ella. la niebla parecía retener la lluvia en el aire, y la noche, al otro lado de la ventana, perdía distancia, pese a estar envuelta en una lejanía ilimitada. no se veían tejados, no se oía ninguna bocina.
-cerraré la ventana -dije, asiendo la cortina.
también ella estaba húmeda. mi rostro apareció en la ventana, más joven que mis treinta y tres años. Sin embargo, no vacilé en correr la cortina. mi rostro desapareció.
de pronto, el recuerdo de una ventana. en el noveno piso de un hotel, dos niñas vestidas con faldas amplias y rojas jugaban ante la ventana. niñas muy parecidas con ropas similares, occidentales, tal vez mellizas. golpeaban el cristal, empujándolo con los hombros y empujándose mutuamente. su madre tejía, de espaldas a la ventana. si la gran hoja de cristal se hubiera roto o desprendido de su marco, habrían caído desde el piso noveno. sólo yo pensé en el peligro. su madre estaba totalmente distraída. de hecho, el cristal era tan sólido que no existía el menor peligro.
-es hermosa -dijo el brazo desde la cama, cuando me aparté de la ventana. quizás hablara de la cortina, cuyo estampado era el mismo que el de la colcha.
-¡oh! pero el sol la ha descolorido y casi habría que tirarla -me senté en la cama y coloqué el brazo sobre mi rodilla-. eso sí que es hermoso. más hermoso que todo.
tomando la palma de la mano en mi propia palma derecha, y el hombro en mi mano izquierda, doblé el codo y lo volví a doblar.
-pórtate bien -dijo el brazo, como sonriendo suavemente-. ¿te diviertes?
-nada en absoluto.
una sonrisa apareció efectivamente en el brazo, cruzándolo como una luz. era la misma sonrisa fresca de la mejilla de la muchacha.
yo conocía esta sonrisa. con los codos en la mesa, ella solía enlazar las manos con soltura y apoyar en ellas el mentón o la mejilla. la posición hubiera debido ser poco elegante en una muchacha; pero había en ella una cualidad sutilmente seductora que hacía parecer inadecuadas expresiones como «los codos en la mesa». La redondez de los hombros, los dedos, el mentón, las mejillas, las orejas, el cuello largo y esbelto, el cabello, todo se juntaba en un único movimiento armonioso. al usar hábilmente el cuchillo y el tenedor, con el primer dedo y el meñique doblados, los levantaba de modo casi imperceptible de vez en cuando. la comida pasaba por los pequeños labios y ella tragaba; yo tenía ante mí menos a una persona cenando que a una música incitante de manos, rostro y garganta. la luz de su sonrisa fluyó a través de la piel de su brazo.
el brazo parecía sonreír porque, mientras yo lo doblaba, olas muy suaves pasaron sobre los músculos firmes y delicados para enviar ondas de luz y sombra sobre la piel tersa. antes, cuando había tocado las yemas de los dedos bajó las largas uñas, la luz que pasaba por el brazo al doblarse el codo había atraído mi mirada. fue aquello, y no un impulso cualquiera de causar daño, lo que me incitó a doblar y desdoblar el brazo. me detuve, y lo contemplé estirado sobre mi rodilla. luces y sombras frescas seguían pasando por él.
-me preguntas si me divierto. ¿te das cuenta de que tengo permiso para cambiarte por mi propio brazo?
-sí.
-en cierto modo, me asusta hacerlo.
-¿ah, sí?
-¿puedo?
-por favor.
oí el permiso concedido y me pregunté si lo aceptaría.
-dilo otra vez. di «por favor».
-por favor, por favor.
me acordé. era como la voz de una mujer que había decidido entregarse a mí, no tan hermosa como la muchacha que me había prestado el brazo. tal vez existía algo extraño en ella.
-por favor -me había dicho, mirándome. yo puse los dedos sobre sus párpados y los cerré. su voz temblaba-. «jesús lloró. entonces dijeron los judíos: "¡miren cuánto la amaba!»
era un error decir «la» en vez de «le». se trataba de la historia del difunto lázaro. quizá, siendo ella una mujer, lo recordaba mal, o quizá la sustitución era intencionada.
las palabras, tan inadecuadas a la escena, me trastornaron. la miré con fijeza, preguntándome si brotarían lágrimas en los ojos cerrados.
los abrió y levantó los hombros. yo la empujé hacia abajo con el brazo.
-¡me haces daño! -se llevó la mano a la nuca.
había una pequeña gota de sangre en la almohada blanca. apartando sus cabellos, posé los labios en el punto de sangre que se iba hinchando en su cabeza.
-no importa -se quitó todas las horquillas-. sangro con facilidad. al menor contacto.
una horquilla le había pinchado la piel. un estremecimiento pareció sacudir sus hombros, pero se controló.
aunque creo comprender lo que siente una mujer cuando se entrega a un hombre, sigue habiendo en el acto algo inexplicable. ¿qué es para ella? ¿por qué ha de desearlo, por qué ha de tomar la iniciativa? jamás pude aceptar realmente la entrega, aun sabiendo que el cuerpo de toda mujer está hecho para ella. incluso ahora, que soy viejo, me parece extraño. y las actitudes adoptadas por diversas mujeres: diferentes, si se quiere, o tal vez similares, o incluso idénticas. ¿acaso no es extraño? quizá la extrañeza que encuentro en todo ello es la curiosidad de un hombre más joven, o la desesperación de uno de edad avanzada. o tal vez una debilidad espiritual que padezco.
su angustia no era común a todas las mujeres en el acto de la entrega. y con ella ocurrió solamente aquella única vez. el hilo de plata estaba cortado, la taza de oro, destruida.
«por favor», había dicho el brazo, recordándome así a la otra muchacha; pero ¿eran realmente iguales ambas voces? ¿no habrían sonado parecidas porque las palabras eran las mismas? ¿hasta este punto se habría independizado el brazo del cuerpo del que estaba separado? ¿y no eran las palabras el acto de entregarse, de estar dispuesto a todo, sin reservas, responsabilidad o remordimiento?
me pareció que si aceptaba la invitación y cambiaba el brazo con el mío, causaría a la muchacha un dolor infinito.
miré el brazo que tenía sobre la rodilla. había una sombra en la parte interior del codo. Me dio la impresión de que podría absorberla. apreté mis labios contra el codo, para sorber la sombra.
-me haces cosquillas. pórtate bien -el brazo estaba en torno a mi cuello, rehuyendo mis labios.
-precisamente cuando bebía algo bueno.
-¿y qué bebías?
no contesté.
-¿qué bebías?
-el olor de la luz. de la piel.
la niebla parecía más espesa; incluso las hojas de la magnolia se antojaban húmedas. ¿qué otras advertencias emitiría la radio? caminé hacia mi radio de sobremesa y me detuve. escucharla con el brazo alrededor de mi cuello parecía excesivo. pero sospechaba que oiría algo similar a esto: a causa de las ramas mojadas, y de sus propias alas y patas mojadas, muchos pájaros pequeños han caído al suelo y no pueden volar. los coches que estén cruzando un parque deben tomar precauciones para no atropellarlos. y si se levanta un viento cálido, es probable que la niebla cambie de color. las nieblas de color extrañó son nocivas. por consiguiente, los radioescuchas deben cerrar con llave sus puertas si la niebla adquiere un tono rosa o violeta.
-¿cambiar de color? -murmuré-. ¿volverse rosa o violeta?
aparté la cortina y miré hacia fuera. la niebla parecía condensarse con un peso vacío. ¿acaso se debía al viento que hubiera en el aire una oscuridad sutil, diferente de la habitual negrura de la noche? el espesor de la niebla parecía infinito, y no obstante, más allá de ella se retorcía y enroscaba algo terrorífico.
recordé que antes, mientras me dirigía a casa con el brazo prestado, los faros delanteros y traseros del coche conducido por la mujer vestida de rojo aparecían indistintos en la niebla. una esfera grande y borrosa de tono violeta parecía aproximarse ahora a mí. me apresuré a retirarme de la ventana.
-vámonos a la cama. nosotros también.
daba la impresión de que nadie más en el mundo estaba levantado. estar levantado era el terror.
después de quitarme el brazo del cuello y colocarlo sobre la mesa, me puse un kimono de noche limpio, de algodón estampado. el brazo me observó mientras me cambiaba. me avergonzaba ser observado. ninguna mujer me había visto desnudándome en mi habitación.
con el brazo en el mío, me metí en la cama. me acosté a su lado y lo atraje suavemente hacia mi pecho. Se quedó inmóvils
con intermitencias podía oír un leve sonido, como de lluvia, un sonido muy ligero, como si la niebla no se hubiera convertido en lluvia, sino que ella misma estuviera formando gotas. los dedos entrelazados con los míos bajo la manta adquirieron más calor; y el hecho de que no se hubieran calentado a mi propia temperatura me comunicó la más serena de las sensaciones.
-¿estás dormido?
-no -replicó el brazo.
-estabas tan quieto que pensé que te habrías dormido.
-¿qué quieres que haga?
abriendo mi kimono, llevé el brazo a mi pecho. la diferencia de calor me penetró. en la noche algo sofocante, algo fría, la suavidad de la piel era agradable.
las luces seguían encendidas. había olvidado apagarlas al meterme en la cama.
-las luces -me levanté, y el brazo se cayó de mi pecho.
me apresuré a recogerlo.
-¿quieres apagar las luces? -me dirigí hacia la puerta-. ¿duermes a oscuras o con las luces encendidas?
el brazo no respondió. tenía que saberlo. ¿por qué no contestaba? yo no conocía las costumbres nocturnas de la muchacha. comparé las dos imágenes: dormida a oscuras y con la luz encendida. decidí que esta noche, sin el brazo, dormiría con luz. en cierto modo, yo también prefería tenerla encendida. quería contemplar el brazo. quería mantenerme despierto y mirar el brazo cuando estuviera dormido. pero los dedos se estiraron y apretaron el interruptor.
volví a la cama y me acosté en la oscuridad, con el brazo junto a mi pecho. guardé silencio, esperando que se durmiera. ya fuese porque estaba insatisfecho o temeroso de la oscuridad, la mano permanecía abierta a mi lado, y poco después los cinco dedos empezaron a recorrer mi pecho. el codo se dobló por propia iniciativa, y el brazo me abrazó.
en la muñeca de la muchacha había un pulso delicado. reposaba sobre mi corazón, de forma que los dos pulsos sonaban uno contra otro. el suyo era al principio un poco más lento que el mío, y al poco rato coincidieron. y algo después ya sólo podía sentir el mío. ignoraba cuál era más rápido y cuál más lento.
tal vez esta identidad de pulso y latido fuera para un breve período en el que yo podía intentar cambiar el brazo con el mío. ¿o acaso estaría durmiendo? una vez oí decir a una muchacha que las mujeres eran menos felices en las angustias del éxtasis que durmiendo pacíficamente junto a sus hombres; pero jamás una mujer había dormido tan pacíficamente junto a mí como este brazo.
yo era consciente del latido de mi corazón gracias al pulso que latía sobre él. entre un latido y el siguiente, algo se alejaba muy de prisa y, también muy de prisa, volvía.
mientras yo escuchaba los latidos, la distancia pareció aumentar, y por mucho que este algo se alejara, por muy infinitamente lejos que se fuera, no encontraba nada en su destino. el próximo latido lo hacía volver. yo debía haber tenido miedo, pero no lo tenía. no obstante, busqué el interruptor que estaba junto a la almohada.
antes de oprimirlo, enrollé la manta hacia abajo. el brazo continuaba dormido, ignorante de lo que ocurría. una dulce franja del más pálido blanco rodeaba mi pecho desnudo, y parecía surgir de la misma carne, como el resplandor que antecede a la salida de un sol caliente y diminuto.
encendí la luz. puse mis manos sobre los dedos y el hombro, y estiré el brazo. le di unas vueltas en silencio, contemplando el juego de luces y sombras desde la redondez del hombro hasta la finura y turgencia del antebrazo, el estrechamiento de la suave curva del codo, la sutil depresión en el interior del codo, la redondez de la muñeca, la palma y el dorso de la mano, y después los dedos.
«me lo quedaré.» no tuve conciencia de haber murmurado las palabras. en un trance, me quité el brazo derecho y lo sustituí por el de la muchacha.
hubo un ligero sonido entrecortado -no pude saber si mío o del brazo- y un espasmo en mi hombro. así fue como me enteré del cambio.
el brazo de la muchacha, ahora mío, temblaba y se movía en el aire. lo doblé y lo acerqué a mi boca.
-¿duele? ¿te duele?
-no. nada, nada -las palabras eran vacilantes.
un estremecimiento me recorrió como un relámpago.
tenía los dedos en la boca.
de algún modo proferí mi felicidad, pero los dedos de la muchacha estaban sobre mi lengua, y dijera lo que dijese, no formé ninguna palabra.
-por favor. todo va bien -replicó el brazo. el temblor cesó-. me dijeron que podías hacerlo. y no obstante...
me di cuenta de algo. podía sentir los dedos de la muchacha en la boca, pero los dedos de su mano derecha, que ahora eran los de mi propia mano derecha, no podían sentir mis labios o mis dientes. presa del pánico, sacudí mi mano derecha y no pude sentir las sacudidas. había una interrupción, un paro, entre el brazo y el hombro.
-la sangre no fluye -prorrumpí-. ¿verdad que no?
por primera vez, el miedo me atenazó. me incorporé en la cama. mi propio brazo había caído junto a mí. separado de mí, era un objeto repelente. pero más importante, ¿se habría detenido el pulso? el brazo de la muchacha estaba caliente y palpitaba; el mío parecía estar quedándose frío y rígido. con el brazo de la muchacha, tomé mi propio brazo derecho. lo tomé, pero no hubo sensación.
-¿hay pulso? -pregunté al brazo-. ¿está frío?
-un poco. algo más frío que yo. yo estoy muy caliente.
había algo especialmente femenino en la cadencia. ahora que el brazo estaba sujeto a mi hombro y se había convertido en mío, parecía más femenino que antes.
-¿el pulso no se ha detenido?
-deberías ser más confiado.
-¿por qué?
-has cambiado tu brazo por el mío, ¿verdad?
-¿fluye la sangre?
-«mujer, ¿a quién buscas? ¿conoces el pasaje?»
-«mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?»»
-muy a menudo, cuando estoy soñando y me despierto en plena noche, me lo susurro a mí mismo.
esta vez, naturalmente, quien hablaba debía ser la propietaria del atractivo brazo unido a mi hombro. las palabras de la biblia parecían pronunciadas por una voz eterna, en un lugar eterno.
-¿le resultará difícil dormir? -yo también hablaba de la propia muchacha-. ¿tendrá una pesadilla? esta niebla invita a perderse en miles de pesadillas. pero la humedad hará toser hasta a los demonios.
-para que no puedas oírles -el brazo de la muchacha, con el mío todavía en su mano, cubrió mi oreja derecha.
ahora era mi propio brazo derecho, pero el movimiento no parecía haber procedido de mi voluntad sino de la suya, de su corazón. pese a ello, la separación distaba de ser tan completa.
-el pulso. el sonido del pulso.
escuché el pulso de mi propio brazo derecho. el brazo de la muchacha se había acercado a mi oreja con mi propio brazo en su mano, y tenía mi propia muñeca junto al oído. mi brazo estaba caliente; como el brazo de la muchacha había dicho, sólo perceptiblemente más frío que sus dedos y mi oreja.
-mantendré alejados a los demonios -traviesamente, con suavidad, la uña larga y delicada de su dedo meñique se movió en mi oreja. yo meneé la cabeza. mi mano izquierda, la mía desde el principio, tomó mi muñeca derecha, que era la de la muchacha. cuando eché atrás la cabeza, advertí el meñique de la muchacha.
cuatro dedos de su mano asían el brazo que yo había separado de mi hombro derecho. solamente el meñique -¿diremos que sólo él podía jugar libremente?- estaba doblado hacia el dorso de la mano. la punta de la uña apenas tocaba mi brazo derecho. el dedo estaba doblado en una posición posible únicamente para la mano flexible de una muchacha, descartada para un hombre de articulaciones duras como yo. se elevaba en ángulos rectos desde la base. en la primera articulación se doblaba en otro ángulo recto, y en la siguiente, en otro. de este modo trazaba un cuadrado, cuyo lado izquierdo estaba formado por el dedo anular.
formaba una ventana rectangular al nivel de mis ojos. o más bien una mirilla, o un anteojo, demasiado pequeño para ser una ventana; pero por alguna razón pensé en una ventana. la clase de ventana por la que podría mirar una violeta. esta ventana del dedo meñique, este anteojo formado por los dedos, tan blanco que despedía un débil resplandor, lo acerqué lo más posible a uno de mis ojos, y cerré el otro.
-¿un mundo nuevo? -preguntó el brazo-. ¿y qué ves?
-mi oscura habitación. sus cinco luces -antes de terminar la frase, casi grité-. ¡no, no! ¡ya lo veo!
-¿y qué ves?
-ha desaparecido.
-¿y qué has visto?
-un color. una mancha púrpura. y en su interior, pequeños círculos, pequeñas cuentas rojas y doradas, describiendo círculos una y otra vez.
-estás cansado -el brazo de la muchacha dejó mi brazo derecho, y sus dedos me acariciaron suavemente los párpados.
-¿giraban las cuentas rojas y doradas en una enorme rueda dentada? ¿he visto algo en la rueda dentada, algo que iba y venía?
yo ignoraba si realmente había visto algo en ella o sólo me lo había parecido: una ilusión efímera, que no permanecía en la memoria. no podía recordar qué había sido.
-¿era una ilusión que querías enseñarme?
-no. al final la he borrado.
-de días que ya pasaron. de nostalgia y tristeza. sus dedos dejaron de moverse sobre mis párpados. formulé una pregunta inesperada.
-cuando te sueltas el cabello, ¿te cubre los hombros?
-sí. lo lavo con agua caliente, pero después, tal vez una manía mía, lo mojo con agua fría. me gusta sentir el cabello frío sobre mis hombros y brazos, y también contra los pechos.
naturalmente, volvía a hablar la muchacha. sus pechos nunca habían sido tocados por un hombre, y sin duda le hubiera resultado difícil describir la sensación del cabello frío y mojado sobre ellos. ¿acaso el brazo, separado del cuerpo, se había separado también de la timidez y la reserva?
en silencio posé la mano izquierda sobre la suave redondez de su hombro, que ahora era mío. se me antojó que tenía en la mano la redondez, aún pequeña, de sus pechos. la redondez de los hombros se convirtió en la suave redondez de los pechos.
su mano se posó suavemente sobre mis párpados. los dedos y la mano permanecieron así, impregnándose, y la parte interior de los párpados pareció calentarse a su tacto. el calor penetró en mis ojos.
-ahora la sangre está fluyendo -dije en voz baja-. está fluyendo.
no fue un grito de sorpresa, como cuando advertí que había cambiado mi brazo por el suyo. no hubo estremecimiento ni espasmo, ni en el brazo de la muchacha ni en mi hombro. ¿cuándo había empezado mi sangre a fluir por el brazo, y su sangre, en mi interior? ¿cuándo había desaparecido la interrupción del hombro? la sangre pura de la muchacha estaba fluyendo, en este preciso momento, a través de mí; pero, ¿no habría algo desagradable cuando el brazo fuera devuelto a la muchacha, con esta sangre masculina y sucia fluyendo por él? ¿qué pasaría si no se adaptaba a su hombro?
-no semejante traición -murmuré.
-todo irá bien -susurró el brazo.
no se produjo la conciencia dramática de que la sangre iba y venía entre el brazo y mi hombro. mi mano izquierda, envolviendo mi hombro derecho, y el propio hombro, ahora mío, tenían una comprensión natural del hecho. habían llegado a conocerlo. este conocimiento los adormeció.
me quedé dormido.
flotaba sobre una enorme ola. era la niebla envolvente cuyo color se había tornado violeta pálido, y había rizos de un verde pálido en el lugar donde yo flotaba, y sólo allí. la húmeda soledad de mi habitación había desaparecido. mi mano izquierda parecía reposar ligeramente sobre el brazo derecho de la muchacha; parecía como si sus dedos sostuvieran estambres de magnolia. yo no podía verlos, pero sí olerlos. los habíamos tirado, ¿y cuándo y cómo los recogió ella? los pétalos blancos, de un solo día, aún no habían caído; ¿por qué, pues, los estambres? el coche de la mujer vestida de rojo pasó muy cerca, dibujando un gran círculo conmigo en el centro. parecía vigilar nuestro sueño, el de la muchacha y el mío.
nuestro sueño fue probablemente ligero, pero nunca había conocido un sueño tan cálido y dulce. dormía siempre con inquietud, y aún no había sido bendecido con el sueño profundo de un niño.
la uña larga, estrecha y delicada arañó suavemente la palma de mi mano, y el tenue contacto hizo más profundo mi sueño. desaparecí.
me desperté gritando. casi me caí de la cama, y caminé tambaleándome tres o cuatro pasos.
me había despertado el contacto de algo repulsivo. era mi brazo derecho.
mientras recobraba el equilibrio, contemplé el brazo que estaba sobre la cama. contuve el aliento, mi corazón se disparó y todo mi cuerpo fue recorrido por un estremecimiento. vi el brazo en un instante, y al siguiente ya había arrancado de mi hombro el brazo de la muchacha y colocado nuevamente el mío propio. el acto fue como un asesinato provocado por un impulso repentino y diabólico.
me arrodillé junto a la cama, apoyé el pecho contra ella y froté mi corazón demerite con la mano recobrada. a medida que los latidos se calmaban, cierta tristeza brotó desde una profundidad mayor que lo más profundo de mi ser.
-¿dónde está su brazo? -levanté la cabeza.
yacía a los pies de la cama, con la palma hacia arriba sobre el ovillo de la manta. los dedos estirados no se movían. el brazo era débilmente blanco bajo la luz opaca.
con una exclamación de alarma lo recogí y apreté con fuerza contra mi pecho. lo abracé como se abraza a un niño pequeño a quien la vida está abandonando. llevé los dedos a mis labios. ¡ojalá el rocío de la mujer manara de entre las largas uñas y las yemas de los dedos!