lunes, 18 de julio de 2011

franz kafka (rep. checa, 1883 - 1924) // cuentos - el híbrido - el paseo repentino - el silencio de las sirenas

el híbrido

tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. es una herencia de mi padre. en mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. ahora es mitad y mitad. del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. en las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. no sabe maullar y abomina a los ratones. horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. a grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. la hora de visita es los domingos por la mañana. me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.
no me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. a veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.
en mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. acurrucado contra mí es como se siente mejor. se apega a la familia que lo ha criado. esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
a veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿eran suyas o mías? ¿tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? no he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. por eso le queda chico el pellejo. a veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. salta entonces al suelo y brinca alrededor.
tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.


el paseo repentino

cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.
todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.


el silencio de las sirenas

existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. he aquí la prueba:
para protegerse del canto de las sirenas, ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. el canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.
sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. no sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
en efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.
ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. el espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.
y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de ulises.
si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. pero ellas permanecieron y ulises escapó.
la tradición añade un comentario a la historia. se dice que ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

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