martes, 20 de octubre de 2009

manifiesto envasado. 2

No podemos vivir eternamente rodeados de muertos ilustres. Tampoco de falsos profetas o pretendidos revolucionarios que no revolucionan nada, solo sus bolsillos. Y si todavía quedan prejuicios habría que destruirlos, por lo menos hacerlos presentes.
El deber del filósofo, del escritor, del poeta, del artista del teatro no es ir a encerrarse cobardemente en un texto, un libro, una revista o una obra de teatro de los que ya nunca más saldrá, sino al contrario salir a la sociedad para sacudir, para atacar a la conciencia pública, para decir lo que tenga que decir con su propia voz, encontrar su propia voz, su propio modo, siempre desde el respeto esencial a sí mismo, a su historia a su propio devenir y a sus principios. si no es desde ese lugar, ¿Para qué sirve? ¿A quién podrá dirigirse honestamente? ¿Quién lo escuchará y se sentirá escuchado, quién se conmoverá con sus palabras, a quién le mostrará su camino para que ese quien busque el suyo propio? ¿Y para qué nació si no es para gritar y denunciar con su dolor que es dolor en el cuerpo, producido por una sociedad que para vivir necesita controlar,uniformizar, enloquecer a los hombres, alienarlos de sí, una sociedad que es máquina de locura, de espejos distorsionados, de separación de lo que no entiende, de lo que no quiere ver, de lo que no controla o de lo que pone en cuestión pero disfrazada de normalidad, de bien, de salud.
En el artista, sea cual sea su campo de trabajo, no debería vacilaciones, desde el comienzo de su trabajo, con la primera intuición debería sabe que hay que denunciar esta sociedad porque es la causa de que el hombre viva cortado en miles de pedazos, miles de caras que no ninguna; hay que rebelarse para que el hombre pueda rehacer su cuerpo, vale decir, el mundo.
Y ¿cuál es el riesgo de ser inalienablemente fiel a sí mismo y a su palabra ? ser puesto fuera, ser apartado, no sólo materialmente, de esa misma sociedad, sino también fuera de sí, como si el problema estuviera en algún recóndito lugar de sí, su mente o cuerpo o ambos están mal por eso cuestiona la sociedad, lo hace creer, lo marca lo hace ser un auténtico alienado. Se proclama que el alienado es el que no quiere salir de su insanía. Pero ¿Qué se entiende por auténtico alienado?Es un hombre que prefiere volverse loco -en un sentido social de la palabra- antes que traicionar una idea superior del honor humano.
Ese loco social, esa voz que constantemente denuncia a los reyes desnudos, esos que no traicionan al conjunto ni a los ideales y valores, lo mejor de la sociedad humana, lo más humano de lo humano, son los artistas. La mente de los artistas, se dice, está siempre en entredicho, tachados de extravagantes, bohemios, anarquistas, disfuncionales, la lista podría seguir al infinito, cualquier etiqueta es buena para ponerse a salvo.
La voz del artista es delirante porque porta el delirio de la profecía, anuncia, denuncia y acosa, es una voz preñada de voces, está llena no da tranquilidad ni paz ni serenidad, no tiene un mensaje apaciguador. No sé si esa es su misión si es que tienen alguna otra que no sea que la de hablar con su propia voz.
Los hacedores del campo artístico y del pensamiento hacen irritar a las almas bondadosas que tratan, en vano, de mantener o conservar estructuras que han conservado su funcionalidad, su tranquila y reposada continuidad sin cuestionamiento en el lapso de un tiempo, convirtiendo a ese tiempo y a esa continuidad en sólo un continuo del orden, la pereza por pensar más, el crimen, o peor, la desidia de dejar que otros piensen por nosotros.
Por esta misma razón y para plantarse frente y sobre ese orden al precio que sea y poner en evidencia esa uniformidad y esa falsa quietud es que el artista elige alienarse en el más primario de sus sentidos, ponerse afuera de su cuerpo y de su alma, y con cuerpo y alma decir lo suyo, con su voz, con sus herramientas, del modo que sea, hasta que sea escuchado.

Van Gogh escribió
"¿Qué significa dibujar? ¿Cómo se llega a hacer?
Es el movimiento de abrirse camino a través de un muro de hierro invisible que parece interponerse entre lo que se siente y lo que es posible hacer.
De qué manera atravesar ese muro, ya que de nada sirve golpear con fuerza contra él; para conseguirlo hay que corroerlo despacio y pacientemente con una lima, eso es lo que pienso".