viernes, 14 de septiembre de 2012
silvina ocampo (argentina, 1903 – 1994) // poemas - sinmí / advertencias vanas
sinmí
que hace la casa cuando se queda Sinmí
(amarga promiscuidad de la ausencia),
qué hace con sus ventanas
con sus habitaciones con sus rumores
con la luz de cada tarde
que cruje en los muebles del
atardecer
en el jeroglífico del cielo raso.
sus rosales desmedidos y el mirto paciente
esperando agua.
qué hace el jardín Sinmí
sus rosales desmedidos
y el mirto paciente
esperando agua.
qué hacen la tierra y la sombra
de la tierra, el gomero que utiliza
cuando llueve sus hoja como cucharas
para beber.
qué hace la playa
el mar sinmí
cuando cruzan los delfines
y la espuma inventa
raudos gatos, lauchas, liebres
que corren en la arena.
y el mar se pone azul
como la flor de santa lucía.
oh narciso estúpido,
imprevisto narciso.
qué hace, por favor sinmí el caballo negro comiendo
alfalfa,
y la flor de la tumbergia de enero tan fragante,
si se le acercan mujeres con pelucas enormes dedos
gordos.
frágil cirio de enero encendido en su pedestal
qué hacen dos, tres, cuatro, cinco, una persona y
media.
que quiero sinmí
señor mí como si no viviera del todo
o demasiado para lo que puedo anular.
¿qué hago yo sinmí?
y el mundo sufre y el mundo se mata
y es hermoso el negro y el blanco
y el amarillo celeste
y todo se incendia y todo se desgarra y todo se
confunde y todo se oblitera.
y mueren los libros porque tienen hojas como los árboles
que caen y se renuevan, vestidos de papel.
señor de los ejércitos cuando hay niebla en la
ventana
sol ardiente, invierno, infierno, primavera,
yo a mi lado no en mí
yo a mil leguas de mi mano, de mi lengua, de mí
origen,
de mi pie de mi mismo
acá donde me pusiste quedo aunque no quiera.
yo sinmí.
advertencias vanas
ten cuidado con tu imaginación.
en algún sitio de la tierra queda, todo el tiempo nos
sigue
poco a poco se vuelve
realidad grosera o delicada
lo que el hombre o la
bestia, las plantas o las piedras
imaginaron.
los enfermos con fiebre,
los que tiemblan, los que
quieren y no pueden
hablar
en las salas de espera,
entre papeles de diarios,
naranjas,
los que miran el techo o
bien el sol, lastimados,
los que se abrazan
delictuosamente, sin saber por
qué
o en el recinto azul del
matrimonio, los desfigurados
por las carcajadas,
los niños, los esclavos,
los injustos, los que hacen
compras, manosean la
carne,
los prisioneros, los
soldados, los tiranos, con caras
de cantores,
los nadadores, los
verdugos ávidos, los que blasfeman,
los que piden o dan, los
misioneros, los anarquistas,
los sometidos, los
soberbios, los solitarios, los que
no entienden,
los que trabaja
incesantemente,
los que después de no
hacer nunca nada se cansan
vuelven a no hacer nada
sin descanso, irreductiblemente,
los nonatos,
los que llevan en su
pelaje signos, letras, dibujos,
misterios que nadie ha
descifrado,
los que lavan todo el
día como el osito lavandero,
los fétidos que buscan
osamentas o excrementos,
y se revuelcan para ser
más fétidos,
los que parecen
simplemente espirituales, o musicales,
o poéticos,
los que devoran a sus
semejantes
o a sí mismos por estar
enfurecidos,
los veteados, con
pintas, con escamas de plata y colas,
los feroces y los
domesticados, lo que aman,
los que mutuamente se
comen para fecundar,
los que se nutren sólo
de hierbas o de leche preciosa
o los que necesitan
comer carne podrida.
los que se arrastran o
los más hermosos, con plumas
de príncipes,
los que el agua atesora
entre sus vidrios, verdes
claros o negros,
en los moldes oscuros de
la tierra, enterrada,
los que tardan muchísimo
en morir que no mueren
y que parecen plantas o
bien piedras, con los aditamentos
del tiempo,
los que viven apenas de
milagro, de suicidio, de
nada.
todo lo que han
imaginado
y lo que imaginamos los
mortales
forman la realidad del
mundo.
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