jueves, 11 de agosto de 2011

olga orozco (olga nilda gugliotta orozco, argentina, 1920 - 1999) // poesías - día para no estar / el final era el verbo / detrás de aquella puerta / en la brisa, un momento

 día para no estar

vete, día maldito;
guarda bajo tus párpados de yeso la mirada de lobo
que me olvida mejor;
camina sobre mí con tu paso salvaje, simulando un
desierto entre el hambre y la sed,
para que todos crean que no estoy,
que soy una señal de adiós sobre las piedras;
cierra de para en par, lejos de mí, tus fauces sin crueldad
y sin misericordia,
como si fuera ya la invulnerable,
aquella que sin pena puede probarse ya los gestos de
los otros;
y tiéndete a dormir, bajo la ciega lona de los siglos,
el sueño en que me arrojas desde ayer a mañana:
esta escarcha que corre por mi cara.
aun así, he de llegar contigo.
aun así, has de resucitar conmigo entre los muertos.


el final era el verbo

como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo para sustituir los jardines
del edén
sobre las piedras del vocablo.
¿y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás
todos los alfabetos de la muerte?
¿no era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo
alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
miraba las palabras al trasluz.
veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
quería descubrir a dios por transparencia.


detrás de aquella puerta

en algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el
revés de todo tu destino.
es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo
imposible.
acaso ahora cruja con una melodía incomparable
contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido
por las cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared
final del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado
ulises.
es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una
historia baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo
roza la nostalgia.
esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo
de la ausencia.
no regreses entonces como quien al final de un viaje
erróneo
-cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo
el mundo-
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por
un nombre confuso la consigna.
¿acaso cada paso que diste no cambió, como en un
ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa
de toda partida?
no te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arra-
sadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expia-
ción;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos
y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la año-
ranza.
esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que
elegiste.


en la brisa, un momento
a valerio

que pueda el camino subir hasta alcanzarte.
que pueda el viento soplar siempre a tu espalda.
que pueda el sol brillar cálidamente sobre tu rostro
y las lluvias caer con dulzura sobre tus campos,
y hasta que volvamos a encontramos
que dios te sostenga en la palma de su mano.
(oración irlandesa)

¡ya se fue! ¡ya se fue! -se queja la torcaza.
el lamento se expande de hoja en hoja,
de temblor en temblor, de transparencia en transparencia,
hasta envolver en negra desolación el plumaje del mundo.
-¡ya se fue! ¡ya se fue! -como si yo no viera.
y me pregunto ahora cómo hacer para mirar de nuevo una torcaza,
para volver a ver una bahía, una columna, el fuego, el humo de la sopa,
sin que tus ojos me aseguren la consistencia de su aparición,
sin que tu mano me confirme la mía.
será como mirar apenas los reflejos de un espejo ladrón,
imágenes saqueadas desde las maquinarias del abismo,
opacas, andrajosas, miserables.
¿y qué será tu almohada, y qué será tu silla,
y qué serán tus ropas, y hasta mi lecho a solas, si me animo?
posesiones de arena,
sólo silencio y llagas sobre la majestad de la distancia.
ah, si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel
esa larga fisura por donde te fuiste,
ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir,
acaso nos veríamos más desnudos que nunca, como después de nunca,
como después del paraíso que perdimos,
y hasta quizás podríamos nombrarnos con los últimos nombres,
esos que solamente dios conoce,
y descubrir los pliegues ignorados de nuestra propia historia
cubriendo las respuestas que callamos,
incrustadas tal vez como piedras preciosas en el fondo del alma.
todo lo que ya es patrimonio de sombras o de nadie.
pero acá sólo encuentro en mitad de mi pecho
esta desgarradura insoportable cuyos bordes se entreabren
y muestran arrasados todos los escenarios donde tú eres el rey
-un instantáneo calco del que fuiste, un relámpago apenas-
bajo la rotación del infinito derrumbe de los cielos.
fuera de mí la nube dice “no”, el viento dice “no”, las ramas dicen “no”,
y hasta la tierra entera que te alberga,
esa tierra dispersa que ahora es sólo una alrededor de ti,
se aleja cuando llamo.
¿cómo saber entonces d0nde estás en este desmedido, insaciable universo,
donde la historia se confunde y los tiempos se mezclan y los lugares se deslizan,
donde los ríos nacen y mueren las estrellas,
y las rosas que me miran en paestum no son las que nos vieron
sino tal vez las que miró virgilio?
¿cómo acertar contigo,
si aun en medio del día instalabas a veces tu silencio nocturno,
inabordable como un dios, ensimismado como un árbol,
y tu delgado cuerpo ya te sustraía?
aléjate, memoria de pared, memoria de cuchara, memoria de zapato.
no me sirves, memoria, aunque simules este día.
no quiero que me asistas con mosaicos, ni con palacios, ni con catedrales.
húndete, piedra de la navicella, junto al cisne de brujas,
bajo las noches susurradoras de venecia.
sopla, viento de holanda, sobre los campos de temblorosas amapolas,
deshoja los recuerdos, barre los ecos y la lejanía.
no quiero que sea nunca para siempre ni siempre para nunca.
juguemos a que estamos perdidos otra vez entre los laberintos de un jardín.
encuéntrame, amor mío, en tu tiempo presente.
mírame para hoy con tus ojos de miel, de chispas y de claro tabaco.
sé que a veces de pronto me presencias desde todas partes.
tal vez poses tu mano lentamente como esta lluvia sobre mi cabeza
o detengas tus pasos junto a mí en pálida visitación conteniendo el aliento.
he conseguido ver el resplandor con que te llevan cuando te persigo;
he aspirado también, señor de las plantaciones y las flores,
el aroma narcótico con que me abrazas desde un rincón vacío de la casa,
y he oído en el pan que cruje a solas el pequeño rumor con que me nombras,
tiernamente, en secreto, con tu nuevo lenguaje.
lo aprenderé, por más que todo sea un desvarío de lugares hambrientos,
una forma inconclusa del deseo, una alucinación de la nostalgia.
pero aun así, ¿qué muro es insoluble entre nosotros?
¡hemos huido juntos tantos años entre las ciénagas y los tembladerales
delante de las fieras de tu mal
cubriendo la retirada con el sol, con la piel, con trozos de la fiesta,
con pedazos inmensos del esplendor que fuimos, hasta que te atraparon!
anudaron tu cuerpo, ya tan leve, al miedo y al azar,
y escarbó en tus tejidos la tiniebla monarca con uñas y con dientes ,
mientras dábamos vueltas en la trampa, sin hallar la salida.
la encontraste hacia arriba, y lograste escapar a pura pérdida, de caída en caída.
aún nos queda el amor:
esa doble moneda para poder pasar a uno y otro lado.
haz que gire la piedra, que te traiga de nuevo la marea,
aunque sea un instante, nada más que un instante.
ahora, cuando podrás mirar tan “fijamente el sol como la muerte” ,
no querrás apagarlo para mí ni querrás extraviarme detrás de los escombros,
por pequeña que sea mirada desde allá,
aun menos que una nuez, que una brizna de hierba que unos granos de arena.
y porque a veces me decías: “tú hiciste que la luz fuera visible”,
y otra vez descubrimos que la muerte se parece al amor
en que ambos multiplican cada hora y lugar por una misma ausencia,
yo te reclamo ahora en nombre de tu sol y de tu muerte una sola señal,
precisa, inconfundible, fulminante, como el golpe de gracia que parte en dos el muro
y descubre un jardín donde somos posibles todavía,
apenas un instante, nada más que un instante,
tú y yo juntos, debajo de aquel árbol
copiados por la brisa de un momento cualquiera de la eternidad.


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