jueves, 14 de julio de 2011

clarice lispector (brasil, 1920 - 1977) // cuentos - una gallina / mejor que arder

una gallina

era una gallina de domingo. todavía vivía porque no pasaba de las nueve de la mañana. parecía calma. desde el sábado se había encogido en un rincón de la cocina. no miraba a nadie, nadie la miraba a ella. aun cuando la eligieron, palpando su intimidad con indiferencia, no supieron decir si era gorda o flaca. nunca se adivinaría en ella un anhelo.
por eso fue una sorpresa cuando la vieron abrir las alas de vuelo corto, hinchar el pecho y, en dos o tres intentos, alcanzar el muro de la terraza. todavía vaciló un instante -el tiempo para que la cocinera diera un grito- y en breve estaba en la terraza del vecino, de donde, en otro vuelo desordenado, alcanzó un tejado. allí quedó como un adorno mal colocado, dudando ora en uno, ora en otro pie. la familia fue llamada con urgencia y consternada vio el almuerzo junto a una chimenea. el dueño de la casa, recordando la doble necesidad de hacer esporádicamente algún deporte y almorzar, vistió radiante un traje de baño y decidió seguir el itinerario de la gallina: con saltos cautelosos alcanzó el tejado donde ésta, vacilante y trémula, escogía con premura otro rumbo. la persecución se tornó más intensa. de tejado en tejado recorrió más de una manzana de la calle. poca afecta a una lucha más salvaje por la vida, la gallina debía decidir por sí misma los caminos a tomar, sin ningún auxilio de su raza. el muchacho, sin embargo, era un cazador adormecido. Y por ínfima que fuese la presa había sonado para él el grito de conquista.
sola en el mundo, sin padre ni madre, ella corría, respiraba agitada, muda, concentrada. a veces, en la fuga, sobrevolaba ansiosa un mundo de tejados y mientras el chico trepaba a otros dificultosamente, ella tenía tiempo de recuperarse por un momento. ¡y entonces parecía tan libre!
estúpida, tímida y libre. no victoriosa como sería un gallo en fuga. ¿qué es lo que había en sus vísceras para hacer de ella un ser? la gallina es un ser. aunque es cierto que no se podría contar con ella para nada. ni ella misma contaba consigo, de la manera en que el gallo cree en su cresta. su única ventaja era que había tantas gallinas, que aunque muriera una surgiría en ese mismo instante otra tan igual como si fuese ella misma.
finalmente, una de las veces que se detuvo para gozar su fuga, el muchacho la alcanzó. entre gritos y plumas fue apresada. y enseguida cargada en triunfo por un ala a través de las tejas, y depositada en el piso de la cocina con cierta violencia. todavía atontada, se sacudió un poco, entre cacareos roncos e indecisos.
fue entonces cuando sucedió. de puros nervios la gallina puso un huevo. sorprendida, exhausta. quizás fue prematuro. pero después que naciera a la maternidad parecía una vieja madre acostumbrada a ella. sentada sobre el huevo, respiraba mientras abría y cerraba los ojos. su corazón tan pequeño en un plato, ahora elevaba y bajaba las plumas, llenando de tibieza aquello que nunca podría ser un huevo. solamente la niña estaba cerca y observaba todo, aterrorizada. apenas consiguió desprenderse del acontecimiento, se despegó del suelo y escapó a los gritos:
-¡mamá, mamá, no mates a la gallina, puso un huevo!, ¡ella quiere nuestro bien!
todos corrieron de nuevo a la cocina y enmudecidos rodearon a la joven parturienta. entibiando a su hijo, ella no estaba ni suave ni arisca, ni alegre ni triste, no era nada, solamente una gallina. lo que no sugería ningún sentimiento especial. el padre, la madre, la hija, hacía ya bastante tiempo que la miraban sin experimentar ningún sentimiento determinado. nunca nadie acarició la cabeza de la gallina. el padre, por fin, decidió con cierta brusquedad:
-¡si mandas matar a esta gallina, nunca más volveré a comer gallina en mi vida!
-¡y yo tampoco -juró la niña con ardor.
la madre, cansada, se encogió de hombros.
¡inconsciente de la vida que le fue entregada, la gallina empezó a vivir con la familia. la niña, de regreso del colegio, arrojaba el portafolios lejos sin interrumpir sus carreras hacia la cocina. el padre todavía recordaba de vez en cuando: ¡"y pensar que yo la obligué a correr en ese estado!" la gallina se transformó en la dueña de la casa. todos, menos ella, lo sabían. continuó su existencia entre la cocina y los muros de la casa, usando de sus dos capacidades: la apatía y el sobresalto.
pero cuando todos estaban quietos en la casa y parecían haberla olvidado, se llenaba de un pequeño valor, restos de la gran fuga, y circulaba por los ladrillos, levantando el cuerpo por detrás de la cabeza pausadamente, como en un campo, aunque la pequeña cabeza la traicionara: moviéndose ya rápida y vibrátil, con el viejo susto de su especie mecanizado.
una que otra vez, al final más raramente, la gallina recordaba que se había recortado contra el aire al borde del tejado, pronta a renunciar. en esos momentos llenaba los pulmones con el aire impuro de la cocina y, si se les hubiese dado cantar a las hembras, ella, si bien no cantaría, cuando menos quedaría más contenta. aunque ni siquiera en esos instantes la expresión de su vacía cabeza se alteraba. en la fuga, en el descanso, cuando dio a luz, o mordisqueando maíz, la suya continuaba siendo una cabeza de gallina, la misma que fuera desdeñada en los comienzos de los siglos.
hasta que un día la mataron, se la comieron y pasaron los años.


mejor que arder

era alta, fuerte, con mucho cabello. la madre clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros.
había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de dios. obedeció.
cumplía sus obligaciones sin reclamar. las obligaciones eran muchas. y estaban los rezos. rezaba con fervor.
y se confesaba todos los días. todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca.
pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. mujeres, mujeres, mujeres. escogió a una amiga como confidente. le dijo que no aguantaba más. la amiga le aconsejó:
-mortifica el cuerpo.
comenzó a dormir en la losa fría. y se fustigaba con el cilicio*. de nada servía. le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada.
se confesó con el padre. él le mandó que siguiera mortificándose. ella continuó.
pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. éste percibía, pero nada decía. había entre ambos un pacto mudo. ambos se mortificaban.
no podía ver más el cuerpo casi desnudo de cristo.
la madre clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. si supieran, ay de ella. le contó al padre. se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas.
un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. no le explicó la razón a nadie. ni ella sabía por qué lloraba.
y de ahí en adelante vivía llorando. a pesar de comer poco, engordaba. y tenía ojeras moradas. su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto.
hasta que le dijo al padre en el confesionario:
-¡no aguanto más, juro que ya no aguanto más!
él le dijo meditativo:
-es mejor no casarse. pero es mejor casarse que arder.
pidió una audiencia con la superiora. la superiora la reprendió ferozmente. pero la madre clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. la superiora le pidió que esperara un año más. respondió que no podía, que tenía que ser ya.
arregló su pequeño equipaje y salió. se fue a vivir a un internado para señoritas.
sus cabellos negros crecían en abundancia. y parecía etérea, soñadora. pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. la familia no se hacía el ánimo. pero no podían dejarla morir de hambre.
ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata, en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla.
y nada sucedía. rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. en forma de hombre.
y sucedió realmente.
fue a un bar a comprar una botella de agua. el dueño era un guapo portugués a quien le encantaron los modales discretos de clara. no quiso que ella pagara el agua. ella se sonrojó.
pero volvió al día siguiente para comprar cocada. tampoco pagó. el portugués, cuyo nombre era antonio, se armó de valor y la invitó a ir al cine con él. ella se rehusó.
al día siguiente volvió para tomar un cafecito. antonio le prometió que no la tocaría si iban al cine juntos. aceptó.
fueron a ver una película y no pusieron la más mínima atención. durante la película estaban tomados de la mano.
empezaron a encontrarse para dar largos paseos. ella con sus cabellos negros. él, de traje y corbata.
entonces una noche él le dijo:
-soy rico, el bar deja bastante dinero para podernos casar ¿quieres?
-sí -le respondió grave.
se casaron por la iglesia y por lo civil. en la iglesia el que los casó fue el padre, quien le había dicho que era mejor casarse que arder. pasaron la luna de miel en lisboa. antonio dejó el bar en manos del hermano.
ella regresó embarazada, satisfecha y alegre.
tuvieron cuatro hijos, todos hombres, todos con mucho cabello.

* cilicio: n. m. faja de cerdas o cadenillas de hierro con puntas, que se lleva ceñida al cuerpo para mortificación.

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