lunes, 3 de enero de 2011

jorge luis borges (1889-1986) // poemas

los justos

un hombre que cultiva un jardín, como quería voltaire.
el que agradece que en la tierra haya música.
el que descubre con placer una etimología.
dos empleados que en un café del sur juegan un silencioso ajedrez.
el ceramista que premedita un color y una forma.
un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
el que acaricia a un animal dormido.
el que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
el que agradece que en la tierra haya Stevenson.
el que prefiere que los otros tengan razón.
esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.


poema de los dones

nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

de esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. en vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en alejandría.

de hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega.

enciclopedias, atlas, el oriente
y el occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

groussac o borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.


otro poema de los dones

gracias quiero dar al divino laberinto de los efectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo,
por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto,
por el rostro de elena y la perseverancia de ulises,
por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad,
por el firme diamante y el agua suelta,
por el álgebra, palacio de precisos cristales,
por las místicas monedas de ángel silesio,
por schopenhauer, que acaso descifró el universo,
por el fulgor del fuego,
que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
por la caoba, el cedro y el sándalo,
por el pan y la sal,
por el misterio de la rosa, que prodiga color y que no lo ve,
por ciertas vísperas y días de 1955,
por los duros troperos que en la llanura arrean los animales y el alba,
por la mañana en montevideo,
por el arte de la amistad,
por el último día de sócrates,
por las palabras que en un crepúsculo se dijeron de una cruz a otra cruz,
por aquel sueño del islam que abarcó mil noches y una noche,
por aquel otro sueño del infierno,
de la torre del fuego que purifica
y de las esferas gloriosas,
por swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de londres,
por los ríos secretos e inmemoriales que convergen en mí,
por el idioma que, hace siglos, hablé en nortumbria,
por la espada y el arpa de los sajones,
por el mar, que es un desierto resplandeciente
y una cifra de cosas que no sabemos
y un epitafio de los vikings,
por la música verbal de Inglaterra,
por la música verbal de Alemania,
por el oro, que relumbra en los versos,
por el épico invierno,
por el nombre de un libro que no he leído: gesta dei per francos,
por verlaine, inocente como los pájaros,
por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
por las rayas del tigre,
por las altas torres de san francisco y de la isla de manhattan,
por la mañana en texas,
por aquel sevillano que redactó la epístola moral
y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
por séneca y lucano, de córdoba
que antes del español escribieron
toda la literatura española,
por el geométrico y bizarro ajedrez
por la tortuga de zenón y el mapa de royce,
por el olor medicinal de los eucaliptos,
por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
por el olvido, que anula o modifica el pasado,
por la costumbre, que nos repite y nos confirma como un espejo,
por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
por la noche, su tiniebla y su astronomía,
por el valor y la felicidad de los otros,
por la patria, sentida in los jazmines, o en una vieja espada,
por whitman y francisco de asís, que ya escribieron el poema,
por el hecho de que el poema es inagotable
y se confunde con la suma de las criaturas
y no llegará jamás al último verso
y varía según los hombres,
por frances haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio,
por los minutos que preceden al sueño,
por el sueño y la muerte, esos dos tesoros ocultos,
por los íntimos dones que no enumero,
por la música, misteriosa forma del tiempo.


los espejos

yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos

sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita

y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa,

hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.

espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,

infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.

prolongan este vano mundo incierto
en su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el hálito de un hombre que no ha muerto.

nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. hay otro. hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.

todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.

claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.

que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.

dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.

dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. por eso nos alarman.

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