miércoles, 24 de agosto de 2011

jorge luis borges (argentina, 1899 - 1986) // poemas - arte poética / a un poeta menor de la antología / amorosa anticipación

arte poética

mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.

ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

a veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

cuentan que ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. el arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

también es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.


a un poeta menor de la antología

¿dónde está la memoria de los días
que fueron tuyos en la tierra, y tejieron
dicha y dolor y fueron para ti el universo?

el río numerable de los años
los ha perdido; eres una palabra en un índice.

dieron a otros gloria interminable los dioses,
inscripciones y exergos y monumentos y puntuales historiadores;
de ti sólo sabemos, oscuro amigo,
que oíste al ruiseñor, una tarde.

entre los asfodelos de la sombra, tu vana sombra
pensará que los dioses han sido avaros.

pero los días son una red de triviales miserias,
¿y habrá suerte mejor que ser la ceniza,
de que está hecho el olvido?

sobre otros arrojaron los dioses
la inexorable luz de la gloria, que mira las entrañas y enumera las grietas,
de la gloria, que acaba por ajar la rosa que venera;


amorosa anticipación

ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes,
arrojado a quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera, quizá,
como dios ha de verte,
desbaratada la ficción del tiempo
sin el amor, sin mí.

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