martes, 12 de abril de 2011

sylvia plath (1932 - 1963) // poemas. 2

carta de amor

no es fácil expresar lo que has cambiado.
si ahora estoy viva entonces muerta he estado,
aunque, como una piedra, sin saberlo,
quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.
no me moviste un ápice, tampoco
me dejaste hacia el cielo alzar los ojos
en paz, sin esperanza, por supuesto,
de asir los astros o el azul con ellos.

no fue eso. dormí: una serpiente
como una roca entre las rocas hiende
el intervalo del invierno blanco,
cual mis vecinos, nunca disfrutando
del millón de mejillas cinceladas
que a cada instante para fundir se alzan
las mías de basalto. como ángeles
que lloran por la gente tonta hacen
lágrimas que se congelan. los muertos
tenían yelmos helados. no les creo.

me dormí como un dedo curvo yace.
lo primero que vi fue puro aire
y gotas que se alzaban de un rocío
límpidas como espíritus. y miro
densas y mudas piedras en tomo a mí,
sin comprender. reluzco y me deshojo
como mica que a sí misma se escancie,
igual que un líquido entre patas de ave,
entre tallos de planta. mas no pienses
que me engañaste, eras transparente.

árbol y piedra nítidos, sin sombras.
mi dedo, cual cristal de luz sonora.
yo florecía como rama en marzo:
una pierna y un brazo y otro brazo.
de piedra a nube iba yo ascendiendo.
a una especie de dios ya me asemejo,
hiende el aire la veste de mi alma
cual pura hoja de hielo. es una dádiva.


espejo


soy de plata y exacto. sin prejuicios.
y cuanto veo trago sin tardanza
tal y como es, intacto de amor u odio.
no soy cruel, solamente veraz:
ojo cuadrangular de un diosecillo.
en la pared opuesta paso el tiempo
meditando: rosa, moteada. tanto ha que la miro
que es parte de mi corazón. pero se mueve.
rostros y oscuridad nos separan

sin cesar. ahora soy un lago. ciérnese
sobre mí una mujer, busca mi alcance.
vuélvese a esos falaces, las luciérnagas
de la luna. su espalda veo, fielmente
la reflejo. ella me paga con lágrimas
y ademanes. le importa. ella va y viene.
su rostro con la noche sustituye
las mañanas. me ahogó niña y vieja


soy vertical

mejor querría ser horizontal.
no soy un árbol con raíces hondas
en tierra, sorbiendo minerales y amor materno,
refloreciendo así de marzo en marzo,
reluciente, ni orgullo de parterre
blanco de admirativos gritos, muy repintado,
y a punto, ignaro, de perder sus pétalos.
comparado conmigo es inmortal
el árbol, y las flores más audaces:
querría la edad del uno, la temeridad de las otras.

esta noche, en luz infinitésima
de estrellas, árboles y flores
han esparcido su frescura aulente.
yo entre ellos me paseo, no me ven, cuando duermo
a veces pienso que me les hermano
más que nunca: mi mente descaece.
resulta más normal, echada. El cielo
y yo trabamos conversación abierta, así seré
más útil cuando por fin me una con la tierra.
árbol y flor me tocarán, veránme.


últimas palabras


no quiero una caja sencilla, quiero un sarcófago
de atigradas listas y un rostro pintado, redondo
como la luna, que mire, quiero
estar mirándolo cuando lleguen, escogiendo
entre minerales mudos, raíces. véolos
ya: los pálidos, astralmente distantes rostros.
ahora no son nada, no son siquiera criaturas.
imagínolos huérfanos, como los primeros dioses,
de padre y madre, se preguntarán si tuve importancia
¡debí haber preservado mis días, como frutos, en azúcar!
m espejo se empaña:
unos pocos hálitos, y no reflejará ya nada.
las flores y los rostros blanqueantes cual sábanas.

no confío en el espíritu. hye como vapor en mis sueños,
por la boca o los ojos. no puedo impedírselo.
un día se irá para no volver. así no son las cosas.
permanecen, sus luces idóneas se calientan
en mis manos frecuentes. ronronean casi.
cuando se enfrían las suelas de mis pies, los ojos azules,
mi turquesa, me darán solaz. déjame
mis cacharros de cobre, déjame los cacharros de afeites,
que florezcan en torno a mí como flores nocturnas, aulentes.
me envolverán en vendas, almacenarán mi corazón
bajo mis pies, bien envuelto.
conoceréme a mí misma. seré noche
y el relucir de tantas cosas será más dulce que el rostro de Istar.


una vida

tócala: no se encogerá como pupila
esta rareza oviforme, clara como una lágrima.
he aquí ayer, el año pasado: palmiforme lanza,
azucena, como flora distinta
de un tapiz en la quieta urdimbre vasta.

toca este vaso con los dedos: sonará
como campana china al mínimo temblor del aire
aunque nadie lo note o se anime a contestar.
los indígenas, como el corcho graves,
todos ocupadísimos para siempre jamás.

a sus pies las olas, en fila india,
no reventando nunca de irritación, se inclinan:
en el aire se atascan,
frenan, caracolean como caballos en plaza de armas.
las nubes enarboladas y orondas, encima.

como almohadones victorianos. esta familia
de rostros habituales, a un coleccionista,
por auténtica, como porcelana buena, gustaría.

en otros lugares el paisaje es más franco.
las luces mueren súbitas, cegadoramente.

una mujer arrastra, circular, su sombra, de un calvo
platillo de hospital en torno, parece
la luna o una cuartilla de papel intacto.
se diría que ha sufrido una particular guerra relámpago.
vive silente.

y sin vínculos, cual feto en frasco, la casa
anticuada, el mar, plano como una postal,
que una dimensión de más le impide penetrar.
dolor y cólera neutralizadas,
ahora dejad la en paz.

el porvenir es una gaviota gris, charla
con voz felina de adioses, partida.
edad y miedo, como enfermeras, la cuidan,
y un ahogado, quejándose del frío, se agazapa
saliendo a la orilla.

de "cruzando el océano" 1971

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