martes, 12 de abril de 2011

sylvia plath (1932 - 1963) // poemas. 1

las musas inquietantes

madre, ¿a qué antipática, grosera
o rara tía o prima te olvidaste
invitar a mi bautizo, de modo
que enviara a estas damas en vez suya
con cabezas cual huevos, que asintieron
y asintieron al fondo y a la izquierda
y a la cabezera de mi cuna?

madre, que me inventabas historietas
del oso patasnegras, oso heroíco,
oh madre, cuyas brujas siempre, siempre
acaban en pasteles de jengibre,
¿quién llamó a estas damas?
¿las expulsaste de mi lado
cuando, de noche y a mi cabecera
asentían sin voz sus testas calvas?

cuando en el viento las doce ventanas
crujían del despacho de mi padre
como burbujas que revientan, tú
nos dabas a mi hermano y a mí pastas
y nos llevabas luego al coro"thor
está enfadado ¡pum pum pum!, thor
está enfadado, ¡pues nos da lo mismo! "
pero esas damas rompían los cristales.

cuando bailaban de puntillas todas
las alumnas lucientes cual luciérnagas
cantando la canción de la falena
ni un pie siquiera levantar podía
yo, dentro del ropón, torpona, aparte
echábanme a la sombra aquellas feas
madrinas, tú llorabas y llorabas:
venía la sombra e íbanse las luces.

madre, me hiciste aprender el piano
y elogiabas mis trémoles, mis trinos,
aunque el maestro hallaba que mis dedos
eran de madera a pesar de las claves
y las horas de práctica, mi oído,
sordo a toda armonía , se volvía
inenseñable. aprendí en otros sitios,
de musas que tú, madre, no sabías.

desperté una mañana y te vi, madre
flotando sobre mí en el aire azul
sobre un globo tan verde que lucía
con un millón de pájaros y flores,
nunca, nunca jamás vistos por nadie.
pero el pequeño planeta alejóse
como burbuja y tú gritabas:¡ven!
y yo, rodeada de mis compañeros.

ahora noche, ahora día, y en el fondo
junto a la cabecera, me vigilan
con sus batas de piedra, inexpresivas
como cuando nací, sus sombras largas
al sol que nunca sale ni se pone.
y éste es el reino en que me naciste,
madre, madre, mas no te lo reprocho
ni haré traición a los que me acompañan.


papi


ya no, ya no,
ya no me sirves, zapato negro,
en el cual he vivido como un pie
durante treinta años, pobre y blanca,
sin atreverme apenas a respirar o hacer achís.

papi: he tenido que matarte.
te moriste antes de que me diera tiempo…
pesado como el mármol, bolsa llena de dios,
lívida estatua con un dedo del pie gris,
del tamaño de una foca de san francisco.

y la cabeza en el atlántico extravagante
en que se vierte el verde legumbre sobre el azul
en aguas del hermoso nauset.
solía rezar para recuperarte.
ach, du.

en la lengua alemana, en la localidad polaca
apisonada por el rodillo
de guerras y más guerras.
pero el nombre del pueblo es corriente.
mi amigo polaco

dice que hay una o dos docenas.
de modo que nunca supe distinguir dónde
pusiste tu pie, tus raíces:
nunca me pude dirigir a ti.
la lengua se me pegaba a la mandíbula.

se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
ich, ich, ich, ich,
apenas lograba hablar:
creía verte en todos los alemanes.
y el lenguaje obsceno,

una locomotora, una locomotora
que me apartaba con desdén, como a un judío.
judío que va hacia dachau, auschwitz, belsen.
empecé a hablar como los judíos.
creo que podría ser judía yo misma.

las nieves del tirol, la clara cerveza de viena,
no son ni muy puras ni muy auténticas.
con mi abuela gitana y mi suerte rara
y mis naipes de tarot, y mis naipes de tarot,
podría ser algo judía.

siempre te tuve miedo,
con tu luftwaffe, tu jerga pomposa
y tu recortado bigote
y tus ojos arios, azul brillante.
hombre-panzer, hombre-panzer: oh Tú...

no dios, sino un esvástica
tan negra, que por ella no hay cielo que se abra paso.
cada mujer adora a un fascista,
con la bota en la cara; el bruto,
el bruto corazón de un bruto como tú.

estás de pie junto a la pizarra, papi,
en el retrato tuyo que tengo,
un hoyo en la barbilla en lugar de en el pie,
pero no por ello menos diablo, no menos
el hombre negro que

me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.
tenía yo diez años cuando te enterraron.
a los veinte traté de morir
para volver, volver, volver a ti.
supuse que con los huesos bastaría.

pero me sacaron de la tumba,
y me recompusieron con pegamento.
y entonces supe lo que había que hacer.

saqué de ti un modelo,
un hombre de negro con aire de meinkampf,

e inclinación al potro y al garrote.
y dije sí quiero, sí quiero.
de modo, papi, que por fin he terminado.
el teléfono negro está desconectado de raíz,
las voces no logran que críe lombrices.

si ya he matado a un hombre, que sean dos:
el vampiro que dijo ser tú
y me estuvo bebiendo la sangre durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
ya puedes descansar, papi.

hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,
y a la gente del pueblo nunca le gustaste.
bailan y patalean encima de ti.
siempre supieron que eras tú.
papi, papi, hijo de puta, estoy acabada.

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