viernes, 23 de septiembre de 2011

silvina ocampo (argentina, 1903 - 1993) // cuentos - las ondas

las ondas

¿sólo creerás en las calumnias? ¡hasta cuándo! qué feliz era la época en que bastaba que dos personas se
amaran o sintieran simpatía la una por la otra, para que les fuera permitido convivir, o simplemente, frecuentarse. la luna era un misterioso satélite lejano como américa antes de cristóbal colón. maldigo a la señorita lina zfanseld, que en los meses de invierno de mil novecientos setenta y cinco prestó su abrigo a la señora rosa tilda. ayer leí su biografía, por casualidad, en el pequeño diccionario médico que me acompaña. por culpa del maldito abrigo, de la vitalidad de la señora lina zfanseld, nosotros tenemos que sufrir esta separación, este malentendido. si aquella apática señora rosa tilda no hubiera sido tan apática, si aquella señorita lina zfanseld no hubiera sido tan vital, si el anticuado abrigo de piel de camello no hubiera trasmitido tan perfectamente las ondas de un organismo a otro, si no hubiera existido ese horrible microscopio electrónico, que revela la disposición de nuestras moléculas, con el que se entretienen los médicos modernos como antiguamente con los calidoscopios los niños, no estaríamos en esta situación. ya ves de qué complicadas confabulaciones, de qué ínfimos detalles dependen los descubrimientos; de qué casualidades las desdichas, las costumbres que van adoptando los seres humanos. en verdad, somos como un rebaño que obedece a las más sutiles o groseras combinaciones para el bien de la sociedad. ciegamente, para no merecer castigos, obedecemos a los deberes cívicos y cuando meditamos sobre ellos y los eludimos, caemos en grandes desventuras. a veces me da risa pensar que si la señora rosa tilda no se hubiera sometido a un tratamiento médico porque sus depresiones le impedían acudir diariamente a su trabajo, el hecho del abrigo que transformó su organismo no hubiera llamado la atención a nadie, ni el tejido de piel de camello, que ya no se usa, hubiera subido de precio. pero un médico, que tenía alma de investigador, según dicen, estudió el caso y logró, indebidamente, a mi juicio, celebridad y riqueza.
desearía haber nacido en otra época, siempre que te hubiera encontrado en ella. hasta el año mil novecientos setenta y cinco el mundo era tolerable. somos víctimas de lo quealgunos hombres llaman progreso. las guerras se hacen ahora con lluvias o sequías, con movimientos sísmicos, con plagas sorpresivas, con cambios exorbitantes de temperatura: la mayor parte del tiempo no se derrama una gota de sangre, pero esto no significa que suframos menos que nuestros antecesores. ¡cuántos jóvenes sueñan con morir en un campo de batalla, después de jugar a balazos con el enemigo! es natural que quieran tener una satisfacción individual.
puedo comunicarme contigo por medio de este diminuto metal (que recuerda los antiguos televisores); veo tu cara reflejada y oigo tu voz, y tú recibes mis mensajes diarios y el reflejo también de mi cara. salvajes de 1930 (y todavía existen salvajes de ese tipo), creerían que vivimos en un mundo mágico,
pero si yo pudiera hablar con ellos, les diría: "desengáñense, soy más desdichada que ustedes, que no tenían televisor". a ejemplo de algunos roedores que dejan dentro de la tierra alimento para sus hijos, yo dejaré mensajes para nuestros descendientes. que tú estés en la luna trabajando en las minas, con todas las comodidades y halagos de tu posición, que yo esté en la tierra, atisbando tus menores movimientos, oculta, para que las autoridades no me descubran y me den drogas para olvidarte, parecerá un infortunio suficiente para los hombres del futuro que descifren nuestros mensajes.
hallo monstruoso que los pueblos se hayan dividido y se fundan de acuerdo con la disposición de las moléculas de los individuos y sus proyecciones de ondas. tendré ideas anticuadas. cuando rememoro mis siete años, me estremezco. las interdicciones comenzaron con la masacre de los niños de la escuela de massachusetts, con el incendio del circo nipón, en tokio, y con los asaltos a mano armada en los jardines públicos de inglaterra y de alemania. los crímenes no los cometía nunca un individuo solo, sino una combinación de moléculas, y disparates de ese estilo, que yo comprendía apenas. las fotografías en colores de lina zfanseld y de rosa tilda aparecieron en los diarios, pegadas a las paredes de las casas, como salvadoras de la humanidad. se adoptaron severas medidas: se empezó con las cuestiones de los viajes: las personas del grupo a no podían viajar con las del grupo b, ni las del grupo b con las del grupo c y así sucesivamente. (en la libreta de control ¡cuánto me repugnaba la fotografía de las moléculas en un recuadro junto a mi cara!) se dividieron las familias. muchos hogares quedaron deshechos. ¿digo o no digo la verdad? llegaron a formar pueblos de gente que no tenía nada que ver la una con la otra. hubo varios suicidios: la mayor parte eran de enamorados o de alumnos y maestros que no querían separarse. se dio el caso de unos niños de once años, que yo conocía, y de dos estudiantes de ingeniería, pues de ningún modo hay que creer que sólo el amor de novios o de amantes puede ser apasionado. nunca estuvimos de acuerdo sobre ese punto.
cuando quisimos falsificar nuestros documentos nos sentíamos felices, ¿por qué no lo seríamos ahora si no fuera por esta separación? para obtener la felicidad nada nos parecería imposible. imaginas que todo ha terminado entre nosotros, pero te equivocas. ¿gastaste tu dinero en sobornos? ya lo sé, no me lo eches en cara.
¿recuerdas aquella preciosa mañana de verano, cuando subíamos la escalinata de la plaza de la verdad? llevábamos los papeles en las manos. tus ondas coincidían con las mías en el certificado que nos dieron en el ministerio de salud. después de haber visitado los hospitales que nos correspondían para las investigaciones, nos detuvimos al pie del monumento, donde la figura de la verdad, con los ojos enormes, relumbra como si fuese de azúcar. nos sentamos en el pedestal de mármol, comimos un helado de frambuesa, después de besarnos. durante unos días, pensando que no nos dañábamos mutuamente, planeábamos el porvenir. aquel certificado nos impresionaba tanto que no nos disgustamos ni una sola vez, en cinco días. mi mano sobre tu piel no ocasionaba la desazón habitual, mi voz no repercutía sobre tu sueño inspirándote aquella extraña angustia. tus ojos, cuando me miraban fijamente, no me hacían vacilar.
o cambiar de rumbo, como si yo hubiera sido una autómata. tu abrazo no obliteraba mi ser como de costumbre. asistíamos a una suerte de milagro. como si no hubiéramos querido engañar al estado, nos conducíamos de acuerdo a sus normas, a sus leyes. ¡qué importaba que el documento hubiera sido fraguado, que nuestras ondas no coincidieran! nos transformábamos de acuerdo a los papeles sellados que desdeñábamos. habíamos nacido el uno para el otro, nos amábamos legalmente y nadie podía separarnos. pero alguien siempre dice la verdad y si la verdad salva a algunos individuos a otros los hunde. el que nos
delató fue un enemigo mío. nos incomunicaron y te exiliaron. antes de tu partida te dijeron que yo había confesado la verdad, porque me había arrepentido: que había tenido que reconocer mi error y mi desdicha. lo creíste. que yo me haya retirado del mundo para vivir en esta gruta, no te conmueve, que huya de los hombres para poder comunicarme contigo, no te parece una prueba de amor.
nuestros malentendidos persisten. creo que nuestro cariño nació de un malentendido y creo que no se debilitó por eso.
"amemos a los organismos que nos benefician. desechemos a los que nos perjudican", decía una inscripción sobre la puerta de los hospitales. "controle sus trenes de ondas." ¡no quiero oír hablar de ondas ni de organismos!
recuerdo con horror aquellas leyendas de crímenes pasionales que me contaban los médicos, para hacerme entrar en razón.
he conocido a un sabio (no sé si será un embustero), que pretende, por medio de una operación, reintegrarme a tu grupo. por unos días se interrumpirán mis mensajes y tal vez durante mi ausencia se asome mi perro al disco de metal. dile "vaya a la cucha", o "tome agua", o "pobrecito", para consolarlo. no pienso sino en esa operación. sueño noche y día con ella. no he averiguado qué grado de sufrimiento tendré que soportar, qué anestesia me darán, ni en qué lugar de mi cuerpo se realizará. estoy entregada a la esperanza de pertenecer a tu grupo de ondas y poder, de ese modo, convivir contigo de un modo normal. naturalmente correré el riesgo de cambiar de personalidad, y falta saber si esa nueva personalidad te agradará. podría transformarme en un ratón o en una baldosa. no tengo que pensar en todos los peligros; me volvería loca. si fracasara este intento lo pagaré con mi vida, y realmente será la única solución que pondría término al sufrimiento de verme defraudada.
después de la operación pienso enrolarme en un viaje interplanetario para acercarme discretamente a tu mundo. aprenderé a caminar sobre el aire, para que me confundan con un ángel o una divinidad mitológica griega, de esas con las cuales me comparabas cuando creías en mi honestidad, en mi belleza, en mi amor.

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