lunes, 4 de abril de 2011

boris vian (1920 - 1959) // relatos. 1 - el viaje a jonostrov

1 la locomotora lanzó un grito estridente. el mecánico comprendió que el freno la apretaba demasiado fuerte y giró la manivela en el sentido correcto, mientras un hombre de gorro blanco silbaba a su vez para tener la última palabra. el tren se puso en marcha lentamente. la estación estaba húmeda y oscura y no era agradable quedarse en ella. Había seis personas en el compartimiento, cuatro hombres y dos mujeres. cinco de ellas intercambiaban vocablos, y la sexta no. partiendo de la ventanilla, sobre la banqueta de enfrente y de izquierda a derecha estaban jacques, raymond, brice y una joven rubia, muy linda, corinne. frente a ella había un hombre cuyo nombre no se conocía, saturne lamiel y, frente a raymond, otra mujer, morocha no muy linda, pero que mostraba las piernas. se llamaba garamuche. - se va el tren -dijo jacques. - hace frío -dijo garamuche. - ¿jugamos a las cartas? -dijo raymond. - ¡al diablo, no! -dijo brice. - usted no es muy galante que digamos -dijo corinne. - ¿si se pusiera entre raymond y yo? -dijo jacques. - claro que sí -dijo raymond. - es una buena idea -dijo brice, que no era muy galante que digamos. - ella estará frente a mí -dijo garamuche, - yo voy a su lado -dijo brice. - no se mueva -dijo raymond. - venga, pues -dijo jacques. - voy -dijo corinne. se levantaron todos a la vez y se mezclaron, y hay que volver a empezar desde el comienzo. únicamente saturne lamiel no había cambiado de lugar, y seguía sin decir nada. de manera que, partiendo de la ventanilla, en la otra banqueta y de izquierda a derecha, estaban brice, garamuche, un espacio vacío y saturne lamiel. frente a saturne lamiel, un espacio vacío. y luego jacques, corinne y raymond. - así estamos mejor -dijo raymond. lanzó una mirada hacia saturne lamiel, que la recibió de lleno en el ojo y parpadeó, pero no dijo nada. - no estamos peor -dijo brice-, casi igual. garamuche volvió a ponerse la pollera en su lugar. se empezaban a ver los clips niquelados que usaba para agarrar sus medias... se arregló para que se pudiera ver lo mismo de un lado que de otro. - ¿no le gustan mis piernas? -dijo a brice. - escuche -dijo corinne-, pórtese bien. esas cosas no se preguntan. - usted es genial -dijo jacques a corinne-. si usted tuviera la cara que ella tiene, también mostraría las piernas. miró a saturne lamiel y éste no apartó la cabeza, pero observó fijamente algo bastante lejano. - ¿si jugáramos a las cartas? -dijo raymond. - ¡diablos! -dijo corinne-. eso no me divierte. me gusta más charlar. hubo un instante de malestar, y todos sabían por qué. brice puso el dedo en la llaga. - si en este compartimiento no hubiera personas que no quieren responder cuando se les habla -dijo-, no estaría nada mal. - ¡vaya! -dijo garamuche-. ¡usted me miró, ch, antes de decir eso! ¿tal vez yo no le respondo? - no es de usted de quien se habla -dijo jacques. tenía el pelo castaño y los ojos azules, y una linda voz de bajo. estaba bien afeitado, pero la piel de sus mejillas era azul como la espalda de un camarón crudo. - si brice quiere habérselas conmigo -dijo raymond-, quizá tendría que decirlo claramente. miró a saturne lamiel una segunda vez. saturne lamiel parecía absorto en sus pensamientos. - en otros tiempos -dijo corinne-, se conocían medios para hacer hablar a la gente. durante la inquisición. leí cosas sobre eso. ahora el tren iba rápido, pero eso no le impedía hacer la misma reflexión cada medio segundo con sus ruedas. afuera, la noche era sucia, y la arena de la estepa reflejaba algunas estrellas. de tiempo en tiempo, un árbol azotaba, con sus hojas avanzadas, el gran espejo frío. - ¿cuándo llegamos? -dijo garamuche. - no antes de mañana por la mañana -dijo raymond, - tenemos tiempo de aburrirnos -dijo brice. - si la gente sólo quisiera responder -dijo jacques. - ¿usted dice eso por mí? -dijo corinne. - ¡pero no! -dijo raymond-. ¡con él estamos enojados! se callaron súbitamente. el dedo tendido de raymond designaba a saturne lamiel. éste no se movió, pero los otros cuatro se sobresaltaron. - tiene razón -dijo brice-. nada de pretextos. tiene que hablar. - ¿usted también va a jonostrov? -dijo jacques. - ¿le gusta este viaje? -dijo garamuche, quien ocupó el espacio vacío entre ella y saturne lamiel, dejando a Brice solo al lado de la ventanilla. su gesto descubrió la parte alta de sus medias y los clips rosados de sus cosas niqueladas. un poco de la piel de los muslos, también, curtida y lisa a pedir de boca. - ¿juega a las cartas? -dijo raymond. - ¿oyó hablar de la inquisición? -dijo corinne. saturne lamiel no se movió y arregló sus pies en la manta escocesa verde y azul que tenía sobre las rodillas. su cara era muy joven, y su pelo rubio, cuidadosamente partido por una raya al medio, caía en olas iguales sobre sus sienes. - ¡vaya! -dijo brice-. ¡nos provoca! estas palabras no tuvieron eco, cosa natural si se considera que las paredes de un compartimiento de ferrocarril se comportan, dada su constitución, como materiales insonoros; y, por otra parte, es menester recordar que entra en juego cierta longitud de diecisiete metros. el silencio era molesto. - ¿si jugáramos a las cartas? -dijo entonces raymond. - ¡oh! ¡usted! ¡con sus cartas! -dijo garamuche. visiblemente tenía ganas de que le hicieran cosas. - ¡déjenos en paz! -dijo jacques. - en la inquisición -dijo corinne-, les quemaban los pies para hacerlos hablar. con hierros al rojo o cualquier cosa. también les arrancaban las uñas o les reventaban los ojos. y... - está bien -dijo brice-. ¡ya tenemos con qué ocuparnos! se levantaron todos juntos, salvo saturne lamiel. el tren pasó bajo un túnel dejando oír un gran aullido ronco y un ruido de piedras golpeadas. cuando salió del túnel, corinne y garamuche estaban al lado de la ventanilla, una frente a otra. al lado de saturne lamiel estaba sentado raymond. entre él y corinne había una espacio vacío. frente a saturne lamiel estaban jacques, brice y un espacio vacío, luego garamuche. sobre las rodillas de brice se podía ver una valijita de cuero amarillo nuevita, con anillos niquelados para sostener la empuñadura y las iniciales de algún otro, que también se llamaba brice, pero cuyo apellido llevaba dos p. - ¿va a jonostrov? -dijo jacques. se dirigía directamente a saturne lamiel. este último tenía los ojos cerrados y respiraba suavemente para no despertarse. raymond volvió a colocar sus anteojos en su lugar. era un hombre grande y fuerte, con anteojos gruesos y peinado con raya, el pelo un poco desordenado. - ¿qué hacemos? -dijo. - los dedos del pie -dijo brice. abrió su valijita de cuero amarillo. - hay que sacarle los zapatos -sugirió corinne. - preferiría que le aplicaran el método de los chinos -dijo garamuche. se calló y se ruborizó porque todos la miraban con rabia. - ¡no vuelva a empezar! -dijo jacques. - ¡requetediablos! ¡qué puerca! -dijo brice. - exagera usted -dijo corinne. - ¿qué es el método de los chinos? -preguntó raymond. esta vez hubo un verdadero silencio de muerte, sobre todo porque el tren rodaba, en ese momento, sobre la porción de vía de caucho que acaban de construir entre considermetrov y smogogolets. eso despertó a saturne lamiel. sus lindos ojos almendra se abrieron de un solo golpe y se subió la manta escocesa que se deslizaba sobre sus rodillas. y luego volvió a cerrar los ojos y pareció dormirse. raymond se puso escarlata, en un gran ruido de frenos, y no insistió. garamuche farfulló algo en su rincón y buscó su lápiz labial, que hizo salir y entrar rápidamente dos o tres veces a hurtadillas, para que raymond comprendiera. él se puso más rojo todavía. brice y jacques se habían inclinado sobre la valijita, y corinne miraba a garamuche con asco. - los pies -dijo jacques-. sáquele los zapatos -sugirió a raymond. éste, feliz de hacer algo útil, se arrodilló junto a saturne lamiel y trató de deshacer los cordones que silbaron y se retorcieron en todos los sentidos al ver que se acercaba. al no lograrlo, los escupió como un gato enfurecido. - vamos -dijo brice-. usted nos demora. - hago lo mejor que puedo -dijo raymond-. pero no es posible deshacerlos. - tome -dijo brice. tendió a raymond una pincita afilada muy brillante. raymond cortó el cuero de los zapatos alrededor de los cordones para evitar estropear a estos últimos, los que se enrolló alrededor de sus dedos después de haber terminado la operación. - está bien -dijo brice-. sólo falta sacarle los zapatos. jacques se encargó de eso. saturne lamiel seguía durmiendo. jacques los puso en la red. - ¿si le dejaran los calcetines? -propuso corinne-. conservan el calor y ensucian la herida. después, puede infectarse. - es una buena idea -dijo jacques. - ¡fenómeno! -dijo brice. raymond se había sentado al lado de saturne lamiel y jugaba con los cordones. brice tomó de la valija amarilla un lindo soplete en miniatura y una botellita, y virtió nafta en el hueco. jacques encendió un fósforo e inflamó la nafta. se elevó una linda llama amarilla, azul y humosa, que quemó las pestañas de brice, quien se puso a blasfemar. saturne lamiel abrió los ojos en ese momento, pero volvió a cerrarlos enseguida. sus bellas manos largas y cuidadas descansaban sobre la manta escocesa, entrecruzadas de una manera tan complicada que a raymond le dolía la cabeza desde hacía cinco minutos que trataba de comprender. corinne abrió su cartera y sacó su peine. se peinó delante del vidrio, porque el fondo negro de la noche le permitía verse en él. afuera, el viento silbaba muy fuerte, y los lobos galopaban para recalentarse. el tren pasó a un viajero que pedaleaba sobre la arena con la última energía. briskipotolsk no estaba lejos. la estepa seguía así hasta cornoputshik, a dos verstas y media de brantchotcharnovnia. en general, nadie podía pronunciar los nombres de esas ciudades, y se había tomado la costumbre de reemplazarlos por urville, macon, le puy y santa cosa. el soplete se puso a funcionar con un chasquido brutal y brice reguló la válvula para obtener una llama corta y azul. se lo pasó a raymond y apoyó la valija amarilla en el suelo. - ¿hacemos una última tentativa? -propuso raymond. - sí -dijo jacques. se inclinó sobre saturne lamiel. - ¿va hasta jonostrov? saturne lamiel abrió un ojo y lo volvió a cerrar. - ¡qué puerco! -dijo Brice, rabioso. se arrodilló a su vez delante de saturne lamiel y levantó uno de sus pies, sin precisar cuál. - si le quema las uñas primero -explicó corinne-, hace más daño, y es más lento en cicatrizar. - páseme el soplete -dijo brice a raymond. raymond se lo alcanzó y brice paseó la llama sobre la puerta del compartimiento para ver si calentaba. el barniz empezó a fundirse y despidió mal olor. los calcetines de saturne lamiel olían peor aún al quemarse a su vez, por lo cual garamuche reconoció que eran de pura lana. corinne no miraba, había tomado un libro. raymond y jacques esperaban. del pie de saturne lamiel salía humo, y un fuerte chisporroteo y un olor a cuerno quemado, y unas gotas negras cayeron sobre el piso. el pie de saturne lamiel se contraía en la mano sudorosa de brice, a quien le costaba trabajo retenerlo. corinne dejó su libro y bajó un poco el vidrio para aventar el olor. - deténgase -dijo jacques-. vamos a probar una vez más. - ¿juega a las cartas? -propuso raymond con afabilidad volviéndose hacia saturne lamiel. saturne lamiel se arrinconó en el ángulo del compartimiento. tenía la boca un poco torcida y su frente se crispaba. logró sonreír y cerró los ojos más fuerte. - no sirve para nada -dijo Jacques-. no quiere hablar. - ¡qué cerdo! -dijo brice. - es un tipo mal educado -dijo raymond-. cuando se encuentran seis personas en un compartimiento de ferrocarril, se habla. - 0 se hace algo divertido -dijo garamuche. - ¡cierre el pico, usted! -dijo brice-. ya sabemos qué quiere. - podría probar con sus pinzas -observó corinne en ese momento. levantó su linda cara y sus párpados aletearon como élitros de mariposa. - en el hueco de las manos encontrará elementos interesantes para atacar. - ¿detenemos el soplete? -dijo brice. - pero no, sigan los dos -dijo corinne-, ¿qué los urge? jonostrov está lejos. - va a terminar por hablar -dijo jacques. - ¡vaya! -dijo garamuche-. realmente, es un patán. en la cara oval de saturne lamiel se dibujó una sonrisa fugitiva. brice volvió a agarrar el soplete y atacó el otro pie hasta la mitad de la planta, mientras raymond hurgaba en la valija. la llama azul del soplete logró atravesar el pie de saturne lamiel en el momento preciso en que raymond encontraba el nervio. jacques lo alentaba. - prueben bajo la rodilla, después -sugirió corinne. extendieron el cuerpo de Saturne lamiel sobre una de las dos banquetas para trabajar más cómodamente. la cara de saturne lamiel estaba totalmente blanca y sus ojos ya no se movían bajo sus párpados. hbía una violenta corriente de aire en el compartimiento, ya que el olor a carne quemada había aumentado hasta volverse insoportable, y a crinne eso no le gustaba. brice apagó el soplete. de los pies de saturne lamiel corría un humo negro sobre la banqueta manchada. - ¿si nos detuviéramos un minuto? -dijo jacques. se secó la cara con el revés de la mano. raymond se llevó la mano a la boca. sentía ganas de cantar. la mano derecha de saturne lamiel se parecía a un higo estallado. de ella pendían trozos de carne y tendones. - es duro -dijo raymond. y se sobresaltó al ver que la mano de saturne lamiel caía por sí misma sobre la banqueta. no podían sentarse los cinco en la otra banqueta, pero raymond salió al corredor después de haber tomado una hoja de papel de lija y una lima de la valija amarilla para desentumecerse las piernas [1]. así, de la ventanilla a la puerta, se reconocía a corinne, garamuche, jacques y brice. - ¡qué grosero! -dijo jacques. - no quiere hablar -dijo garamuche. - ¡eso lo veremos! -dijo brice. - voy a proponerles otra cosa -dijo corinne. 2 el tren seguía andando en la estepa nevada y cruzaba filas de mendigos que volvían del mercado subterráneo de goldzine. era bien de día ahora, y corinne miraba el paísaje, que se dio cuenta y se ocultó modestamente en una conejera. a saturne lamiel no le quedaba más que un pie y un brazo y medio, pero, como se había dormido, no se podía esperar razonablemente que hablara. pasaron goldzine. pronto jonostrov, en seis verstas. brice, jacques y raymond estaban agotados, pero su moral aún pendía de tres hilos verdes, uno para cada uno. el timbre teologal sonó en el corredor y saturne lamiel se sobresaltó. brice soltó su aguja y jacques estuvo a punto de quemarse con el alambre eléctrico que sostenía. raymond siguió buscando aplicadamente el sitio exacto del hígado, pero el tirador de brice carecía de precisión. saturne lamiel abrió los párpados. se sentó a duras penas, ya que la ausencia de su nalga izquierda parecía desequilibrarlo, y se subió la manta escocesa sobre su pierna hecha jirones. los zapatos de los otros chapoteaban sobre el piso, y había sangre en todos los rincones. entonces, saturne lamiel sacudió su pelo rubio y les dirigió una buena sonrisa. - no soy charlatán, ¿eh? -dijo. justo en ese momento, el tren entraba en la estación de jonostrov. allí bajaban todos. [1] desentumecerse en francés es dérouiller, que también significa pulir, quitar el óxido. (n. del t.) de las hormigas, trad. de víctor goldstein para ediciones librerías fausto, bs. as.

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