viernes, 11 de febrero de 2011

de mi antología personal.1

bertolt brecht (1896-1956)

parábola de buda sobre la casa en llamas

gautama, el buda, emnseñaba
la doctrina de la rueda de los deseos, a la que estamos sujetos, y nos aconsejaba
liberarnos de todos los deseos para así,
ya sin pasiones, hundirnos en la nada, a la que lamaba nirvana.
un día sus discípulos le preguntaron:
"¿cómo es esa nada, maestro? todos quisiéramos
liberarnos de nuestros apetitos, según aconsejas, pero explícanos
si es anada en la que entraremos
es algo semejante a esa fusión con todo lo creado
que se siente cuando, al mediodía, yace el cuerpo en el agua,
casi sin pensamientos, indolentemente; o si es como cuendo,
apenas ya sin conciencia para cubrirnos con la manta,
nos hundimos de pronto en el sueño, dinos, pues, de que s etrata
de una nada buena y alegre o si esa nada tuya
no es ino un anada fría, vacía, sin sentido.
buda calló largo rato. luego dijo con indiferencia:
"ninguna respuesta hay para vuetsra pregunta."
pero a la noche cuando se hubieron ido,
buda, sentado todavía bajo el árbol del pan, a los que no le habían preguntado
les narró la sigueinte parábola:
" no hace mucho vi un acasa que ardía, su techo
era ya pasto de las llamas. al acercarme advertí
que aún había gente en su interior. fui a la puerta y les grité
que el techo estaba ardiendo, incitándoles
a que saliera rápidamente. pero aquella gente
no parecía tener prisa. uno me preguntó
mientras el fuego le chamuscaba las cejas,
qué tiempo hacía fuera, si llovía
si no hacía viento, si existía otra casa
y otras cosas parecidas. sin responder,
volví a salir. esta gente, pensé,
tiene que arder antes que acabe con sus preguntas. verdaderamente, amigos,
a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de desear gustosamente
cambiarse de sitio, nada tengo que decirle. así hablaba gautama, el buda.
pero también nosotros, que ya no cultivamos el arte d ela paciencia
sino más bien el arte de la impaciencia;
nosotros, que con consejos de carácter bien terreno
incitamos al hombre a sacudirse sus tormentos; nosotros pensamos, asimismo, que a quienes
viendo acercarse ya las cuadrillas de los bomberos del capitalismo,
aú siguen preguntando cómo solucionaremos tal cosa o cual otra
y qué será de sus huchas y de sus pantalones domingueros después de una revolución,
a ésos poco tenemos que decirles.

de historias del calendario, 1939


balada del sí y del no

pensaba, una vez, cuando era inocente
-y lo he sido lo mismo que tú-,
"acaso un hombre me venga a buscar."
¡cuidado con perder el juicio entonces!
y si tiene dinero,
y es bien educado,
y a diario lleva camisa limpia,
si sabe a una señora tratar,
le diré entonces: "no"
co la cabeza alta
y sentido común.
brilará la luna en la noche,
zarpará la barca de la orilla, sí,
pero no hay que dejarle pasar de la raya.
una no puede dejarse levar,
hay que ser frías, hay que ser duras de corazón.
¡cuántas cosas podrían pasar!
pero sólo se puede decir: "no"

el primero que vino fue un hombre d ekent
y era como un hombre debe ser.
el segundo tenía en el puerto tres barcos,
y estba el tercero loco por mí.
y como tenian dinero
y eran bien educados,
como llevaban a diario camisa limpia,
y sabían a una señora tratar,
les dije a los tres: "no"
con la cabeza alta
y sentido común.
y la luna en la noche brilló,
se alejó la barca de la orilla, sí,
pero no les dejé pasdar d ela raya.
una no puedo dejarse llevar,
hay que ser frías, hay que ser duras de corazón.
¡ cuántas cosas podían pasar!
pero sólo se puede decir: "no"

mas un día, un hermoso día azul,
vino uno que no me rogó.
colgó su sombrero en el clavo de mi habitación
y ya no supe lo que hacía.
y como no tenía dinero,
ni era bien educado,
y no llevaba camisa limpia ni el domingo,
ni sabía a una señora tratar,
a él no le dije "no".
no tuve la cabeza alta
ni sentido común.
ah, brilló la luna en la noche,
y la barca atada a la orilla quedó,
pero fue inevitable pasar de la raya.
sí, hay que dejarse llevar simplemente,
no hay que ser frías, no hay que ser duras de corazón.
¡ tantas cosas tenían que pasar!
no se podía ya decir "no"

de la ópera de los tres centavos, canción de polly peachum

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