martes, 14 de febrero de 2012

william wordsworth /reino unido, 1770 1850) // poemas - cielo tras la borrasca / el barranco encantado / el preludio / halcones / la casa de un párroco en el oxfordshire

cielo tras la borrasca
de «la excursión». libro II

un solo paso, que me libertó de los límites
de aquel ciego vapor, abrió a mis ojos
un tan vivo esplendor como no viera nunca
el despierto sentido ni el alma en sus ensueños.
fué la visión, de pronto desplegada,
una inmensa ciudad; se hubiera dicho
gran selva de edificios, hacia lo hondo
retirada de algún ilimitado abismo,
naufragando entre glorias, ya sin fin.
fábricas parecían de diamantes y oro,
cúpulas de alabastro y argénteas agujas
y encendidas terrazas sobre terrazas, hacia
lo alto; aquí, apacibles, brillantes pabellones,
en avenidas; torres, allí, adornadas
de almenas, que en sus frentes incansables
sostenían los astros, luciente pedrería.
la terrestre natura labraba aquel efecto
con la oscura materia de la borrasca, ya
apaciguada. En ella y en las cavernas y
en las faldas abruptas y en cresterías, donde
se habían los vapores retirado, fijando
su estancia bajo aquel cerúleo cielo.
visión no imaginada! nubes, nieblas,
arroyos, peñas húmedas y hierba de esmeralda,
nubes de cien colores y rocas y zafiro
de cielo: confundido, mezclado, en mutuo ardor,
fundido todo y componiendo,
todo en todo perdido, el asombroso adorno
de templo y ciudadela y palacio, y la ingente
y fantástica pompa de vagos edificios,
envueltos como en lana, en vastos pliegues...
vers.: màrie montand


el barranco encantado

no era ficción de tiempos remotos: una piedra
de azul celeste, al fondo del barranco sin sol,
muestra aún claramente las pisadas
que los pequeños elfos, en la escena pulida
dejaron, al danzar con brillante cortejo,
en festejos ocultos, tras el robo de un niño
dulce, como una flor, trocada por hierbajos,
con que intenta la madre abstraída acallar
su pena, si es posible. pero decidme: ¿dónde
hallaréis un vestigio de las notas
que guiaron aquellos salvajes bailoteos?
¿en la tierra profunda o en las cumbres del aire,
en el nocturno cierzo o en los bancales donde
telarañas de otoño flotan en el crepúsculo?
vers.: màrie montand


el preludio

libro primero
introducción- infancia y escuela

hay en la suave brisa una ventura
o visita que roza mi mejilla
y es casi sabedora de ese gozo
que trae desde los campos y del cielo.
Sea cual sea su misión, a nadie
hallará más agradecido, hastiado
de la urbe donde he sobrellevado
perpetuo descontento y libre ahora
cual ave que se posa donde quiera.
¿qué hogar me acogerá? ¿entre qué valles
tendré mi puerto? ¿bajo qué arboleda
construiré mi morada? ¿qué hondo río
me dará la canción de su murmullo?
la tierra está ante mí. con corazón
alegre y sin temer la libertad,
contemplo. y aunque sea sólo alguna
nubecilla quien guíe mi camino,
extraviarme no puedo. ¡al fin respiro!
pensamientos e impulsos de la mente
me asaltan, se desprende esa onerosa
máscara que traiciona mi alma auténtica,
el peso de los días que me fueron
ajenos, como hechos para otros.
largos meses de paz (si acaso esta palabra
concuerda con promesas de lo humano),
largos meses de gozo sin molestia
esperan ante mí. ¿adónde iré,
por los caminos o cruzando el campo,
cuesta arriba o abajo? ¿o tal vez
me guiará alguna rama por el río?

¡amada libertad! ¿y de qué sirve
si no es don que consagra la alegría?
pues mientras el dulce aliento del cielo
soplaba en mi cuerpo, creí sentir
otra brisa en respuesta que corría
con suave rapidez, pero se ha vuelto
tempestad, energía ya excesiva
que su creación destruye. gracias doy
a ambas y a sus fuerzas, que al unirse
ponen fin a una pertinaz helada
y traen tiernas promesas, la esperanza
de los días y horas de alegría,
¡días de dulce ocio y pensamiento
profundo, sí, con el divino oficio
de maitines y vísperas en verso!

hasta ahora, mi amigo, no he solido
escoger como asunto la alegría
pero hoy quiero verter mi alma en versos
a salvo del olvido, que aquí quedan
guardados. a los campos he lanzado
mi profecía: sílabas llegaban
espontáneas, vistiendo con sagrados
hábitos al espíritu escogido
-ésa era mi fe- para el sacramento.
mi propia voz me henchía y en mi mente 55
reverberaba ese imperfecto son.
a ambos yo escuchaba y obtenía
de ellos la confianza en el futuro (...)

vers.: gabriel insausti


halcones

una abeja zumbadora, un pequeño y susurrante arroyo
un par de halcones girando al vuelo
en clamorosa agitación alrededor de la cima
de una alta roca-su aérea citadela;
por cada una y todas estas cosas
gozó el oído pensativo en el silencio que siguió,
cuando hubimos pasado por el umbral de la cabaña
y al fondo de ese solitario valle,
se destacaba, una vez más, debajo de la bóveda
azul y sin una sola nube.

vers.: jaime valdivieso


 
iba solitario como una nube...

iba solitario como una nube
que flota sobre valles y colinas,
cuando de pronto vi una muchedumbre
de dorados narcisos: se extendían
junto al lago, a la sombra de los árboles,
en danza con la brisa de la tarde.

reunidos como estrellas que brillaran
en el cielo lechoso del verano,
Poblaban una orilla junto al agua
dibujando un sendero ilimitado.
Miles se me ofrecían a la vista,
moviendo sus cabezas danzarinas.

el agua se ondeaba, pero ellas
mostraban una más viva alegría.
¿cómo, si no feliz, será un poeta
en tan clara y gozosa compañía?
mis ojos se embebían, ignorando
que aquel prodigio suponía un bálsamo.

porque a menudo, tendido en mi cama,
pensativo o con ánimo cansado, 20
los veo en el ojo interior del alma
que es la gloria del hombre solitario.
y mi pecho recobra su hondo ritmo
y baila una vez más con los narcisos.

vers.: gabriel insausti


la casa de un párroco en el oxfordshire

dónde empieza la tierra sagrada o dónde acaba
la profana, no hay línea visible que lo muestre;
mézclase el césped y los senderos se enlazan,
y dondequiera vague tu paso sigiloso,
el jardín y el dominio en que deudos y amigos
y vecinos descansan unidos, aquí funden
su vario aspecto, al modo de un rumor
de muchas aguas, o como la tarde en mezcla
con la sombría noche. dulces brisas de arbustos
y flores son mensajes a las tumbas calladas;
y mientras estremecen esos chopos altísimos
sus copas, aparece y se apaga un azul
brillante, como aquellos atisbos de lo eterno
que a los santos se otorgan en el supremo día.

vers.: màrie montand

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