miércoles, 12 de octubre de 2011

t.s.eliot (estados unidos, 1888 - 1965) // poemas - cuatro cuartetos - east coker

east coker

I
en mi principio está mi fin. una tras otra
las casas se levantan y se derrumban, se
desmoronan, se extienden,
son arrancadas, destruidas, restauradas,
o en su lugar
queda un baldío, una fábrica o un paso a desnivel. viejas piedras para nuevos edificios,
vieja leña para nuevas hogueras,
viejas hogueras para las cenizas y cenizas
para la tierra
que ya es carne, pieles y heces,
huesos humanos y animales, tallos y hojas de cereal. las casas viven y mueren.
hay un tiempo para la construcción,
un tiempo para habitar y engendrar
y un tiempo para que el viento rompa el cristal
desprendido
sacuda las maderas en que trota el ratón del campo
y el tapiz en jirones donde se halla bordado
un lema silencioso.

en mi principio está mi fin. ahora cae la luz
a lo largo del campo abierto
y oculta con sus ramas la honda vereda,
vereda oscura en el anochecer
donde uno se protege contra el talud cuando pasa un vehículo,
y la honda vereda insiste en continuar
hasta la aldea hipnotizada en el calor eléctrico.
en la neblina cálida la luz sofocante
es absorbida, no refractada, por la piedra gris. duermen las dalias en el silencio vacío.
esperan al búho que llega temprano.
en ese campo abierto,
si uno no se acerca demasiado, si uno no se acerca
demasiado,
en una medianoche de verano se puede oír
la música de la débil gaita y el tamboril
y ver la danza en torno de la hoguera
la unión del hombre y la mujer
en bailes que significan matrimonio—
un sacramento noble y útil.
de dos en dos, en conjunción necesaria,
tomados de la mano o de los brazos
como símbolo de concordia.
dan vueltas a la hoguera
saltan sobre las llamas o se unen en corros,
rústicamente solemnes o en rústica risa
levantan sus pesados pies en toscos zapatos,
pies de tierra y arcilla que se alzan en el júbilo
del campo
el júbilo de aquellos que están bajo la tierra
desde hace mucho y nutren los cereales.
llevan el tiempo, marcan el ritmo de su danza, como viven al ritmo de las vivientes estaciones,
el tiempo de las estaciones y las constelaciones,
el tiempo de la ordeña y el tiempo de la cosecha,
el tiempo de ayuntarse hombre y mujer
y el de los animales. pies que suben y bajan,
comida y bebida, estiércol y muerte.

el alba ya despunta y otro día
se dispone al silencio y al calor.
el viento de la aurora mar adentro
ondula y se desliza. estoy aquí
o allá o en otra parte. en mi principio.

II
¿qué hacen noviembre y su final entorno
con primavera y su feliz trastorno
y las criaturas del calor de estío,
las flores que destruye el paso impío
malvarrosa que apunta a lo excesivo,
(su color rojo muere en gris cautivo)
rosas tardías con temprana nieve?
entre los astros a rodar se atreve
el trueno que simula un carro armado
en la guerra de estrellas constelado
al sol combate sin piedad escorpión
sol y luna se van. por esta acción
lloran cometas y el meteoro vuela
en fuego acabará este mundo en vela
cazan los cielos, cazan las llanuras
forman un remolino en las alturas
guerra perpetua que arderá en el cielo hasta que cubra a este planeta el hielo.

esto fue una manera de decirlo, no muy satisfactoria.
un ejercicio perifrástico en un estilo poético raído que lo deja a uno ante la intolerable lucha
con las palabras y los significados.
la poesía no importa.
no era (para recomenzar) lo que uno se había imaginado.
¿Cuál iba a ser el valor de lo que durante tanto
tiempo anhelamos,
la calma tan esperada, la serenidad otoñal
y la sabiduría de la vejez? ¿nos habían engañado
o se engañaron a sí mismos los ancestros de voces tranquilas
y simplemente nos legaron una receta
para el engaño?
la serenidad sólo una deliberada torpeza,
la sabiduría sólo el conocimiento de secretos
muertos
inútiles en las tinieblas que ellos escudriñaron
o de las que apartaron los ojos. hay, nos parece, cuando mucho un valor limitado
en el conocimiento que deriva de la experiencia.
el conocimiento impone una estructura
y falsifica,
porque la estructura es nueva a cada instante
y cada instante una nueva y estremecedora
valoración de cuánto hemos sido.
sólo nos desengañamos
de lo que engañándonos ya no puede hacer daño.
en medio, no sólo en medio del camino, en
todo el camino,
la selva oscura, la zarza, al borde de una ciénaga en
donde todo paso es inseguro
y amenazados por monstruos, luces delirantes
bajo riesgo de encantamiento. no me hablen
de la sabiduría de los ancianos sino más bien
de su locura,
su miedo al miedo y al frenesí, su miedo
a la posesión,
a pertenecer a otro, a otros o a dios.
la única sabiduría que podemos esperar adquirir
es la sabiduría de la humildad:
la humildad es infinita.

las casas yacen bajo el mar.

los danzantes yacen bajo el montículo

III
oh tinieblas, tinieblas; tinieblas. todos caen
en tinieblas,
los vacantes espacios entre los astros, lo vacío
en el vacío,
militares, banqueros, mercaderes, eminentes .
hombres de letras,
mecenas generosos de las artes, estadistas y
gobernantes,
notables funcionarios, presidentes de muchos
comités,
señores de la industria y pequeños contratistas,
todos caen en tinieblas,
y tinieblas el sol, la luna y el almanaque de gotha
y la gaceta de la bolsa y el directorio de directores
y se enfría el sentido y se pierde el motivo
de la acción
y todos vamos con ellos en el funeral silencioso,
el funeral de nadie pues no hay nadie
a quién enterrar.
quédate inmóvil, dije a mi alma, y deja que caigan
sobre ti las tinieblas
que serán las tinieblas de dios. como en un teatro
se apagan las luces para cambiar el decorado
con un hueco rumor de bastidores, un movimiento de
tinieblas sobre tinieblas,
y sabemos que enrollan y quitan de su lugar
las colinas y los árboles, el panorama distante
y la fachada altiva e imponente.
o como cuando el vagón del metro se detiene en el
túnel entre dos estaciones
y la conversación se eleva y luego poco a poco
se desvanece en silencio
y uno ve ahondarse el vacío mental detrás de cada rostro
y queda sólo el terror creciente de no tener ya nada en qué pensar.
o como cuando bajo anestesia la mente tiene
conciencia pero conciencia de nada
dije a mi alma: quédate inmóvil y espera
sin esperanza
porque la esperanza sería esperanza en lo que no
debe esperarse;
aguarda sin amor
porque el amor sería amor de lo que no se debe amar.
sin embargo queda la fe;
pero la fe, el amor y la esperanza se encuentran
en la espera.
espera sin el pensamiento ya que no estás preparada
para él.
así las tinieblas serán la luz y la inmovilidad será
la danza.
susurro de corrientes y relámpagos invernales.
el invisible tomillo silvestre y la fresa silvestre,
la risa en el jardín, eco del éxtasis
no pedido sino exigente que marca la agonía
de muerte y nacimiento.

dices que repito
algo que he dicho. lo diré nuevamente.
¿lo diré nuevamente? para llegar ahí,
para llegar adonde estás,
para salir desde donde no estás,
debes ir por un camino en donde no hay éxtasis, para llegar a lo que no sabes
debes ir por un camino que es el de la ignorancia.
para poseer lo que no posees
debes ir por el camino de la desposesión.
para llegar a lo que no eres
debes ir por el camino en que no eres.
y lo único que sabes es lo que no sabes .....
y lo único que posees es lo que no posees
y en donde estás es en donde no estás.

IV
el cirujano herido hunde el acero
e interroga la parte destemplada.
late bajo su mano ensangrentada
la aguda compasión del curandero
que interroga la fiebre en su tablero.

nuestra única salud es la enfermedad,
si acato a la enfermera agonizante
que no intenta agradar: es su constante
afán el recordar: la humanidad
empeora y desde allí sigue adelante.

nuestro hospital está en la tierra entera.
lo legó el arruinado millonario.
en él, si bien nos va, tan sólo espera
la muerte, ese cuidado extraordinario
que protege y estorba dondequiera.

sube el frío del pie hasta la rodilla.
canta la fiebre en su mental alambre.
para tener calor me enfrío a la orilla
del purgatorio. el fuego es hielo y hambre;
rosas la llama; el humo, zarza, astilla.

sólo bebemos sangre, y mientras tanto
carne sangrienta es la única comida.
a pesar de ello hacemos nuestra vida
de suponernos carne sin espanto
y a este viernes llamamos viernes santo.

V
y bien, estoy aquí, en medio del camino
y he pasado veinte años —veinte años en gran parte perdidos,
los años de entreguerra*—
tratando de aprender a usar las palabras
y cada intento es un comienzo enteramente nuevo
y es un tipo distinto de fracaso.
porque uno sólo ha aprendido a dominar
las palabras
para decir lo que ya no tiene que decir
o de ese modo en que no está dispuesto ya a
decirlo.
por eso cada intento
es un nuevo comienzo, una incursión en lo
inarticulado
con un mísero equipo cada vez más roído
en el desorden general de la inexactitud
del sentimiento,
escuadras de la emoción sin disciplina.
y lo que debe ser conquistado
mediante fuerza y sumisión, ya ha sido descubierto una, dos, varias veces por hombres que uno no tiene
esperanza de emular
—pero no hay competencia:
sólo existe la lucha por recobrar lo perdido
y encontrado y perdido una vez y otra vez
y ahora en condiciones que parecen adversas.
pero quizá no hay ganancia ni pérdida:
para nosotros sólo existe el intento.
lo demás no es asunto nuestro.

la casa es el lugar del que partimos.
a medida que envejecemos
el mundo se nos vuelve más extraño, más compleja
la ordenación de muertos y vivos.
no el intenso momento
aislado sin antes ni después,
sino la vida entera que arde a cada momento
y no la vida entera de un solo hombre
sino de viejas piedras indescifrables.
hay un tiempo para el anochecer bajo la luz
de las estrellas,
un tiempo para el anochecer a la luz de la lámpara (el anochecer con el álbum de fotos).
el amor se acerca más a sí mismo
cuando dejan de importar el aquí y el ahora.
los viejos deben ser exploradores
aquí o allá, no importa dónde
debemos estar inmóviles y sin embargo movernos
hacia otra intensidad
en busca de una mayor unión, una comunión
más profunda
a través del frío oscuro y la vacía desolación,
el grito de la ola, el grito del viento, las grandes
aguas
del petrel y de la marsopa.
en mi fin está mi principio.

*en
el original: the years of l'entre deux guerres.

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