sábado, 28 de julio de 2012
emily dickinson (estados unidos, 1830 - 1886) // poemas - sentí un funeral en mi cerebro... / no era la muerte, pues yo estaba de pie... / poema 128 / poema 520 / poema 739
sentí un funeral en mi cerebro...
sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose -arrastrándose -hasta que pareció
que el sentido se quebraba totalmente -
y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor -
comenzó a batir -a batir -hasta que pensé
que mi mente se volvía muda -
y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos botines de plomo, de nuevo,
el espacio -comenzó a repicar,
como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna extraña raza
naufragada, solitaria, aquí -
y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí -
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo -entonces -Morir no duele mucho...
morir no duele mucho:
nos duele más la vida.
Pero el morir es cosa diferente,
tras la puerta escondida:
la costumbre del sur, cuando los pájaros
antes que el hielo venga,
van a un clima mejor. Nosotros somos
pájaros que se quedan:
los temblorosos junto al umbral campesino,
que la migaja buscan,
brindada avaramente, hasta que ya la nieve
piadosa hacia el hogar nos empuja las plumas.
no era la muerte, pues yo estaba de pie...
no era la muerte, pues yo estaba de pie
Y todos los muertos están acostados,
No era de noche, pues todas las campanas
Agitaban sus badajos a mediodía.
no había helada, pues en mi piel
sentí sirocos reptar,
ni había fuego, pues mis pies de mármol
podían helar un santuario.
y, sin embargo, se parecían a todas
las figuras que yo había visto
ordenadas para un entierro
que rememoraba como el mío.
como si mi vida fuera recortada
y calzada en un marco
y no pudiera respirar sin una llave
y era como si fuera medianoche
cuando todo lo que late se detiene
y el espacio mira a su alrededor
la espeluznante helada, primer otoño que llora,
repele la apaleada tierra.
pero todo como el caos,
interminable, insolente,
sin esperanza, sin mástil
ni siquiera un informe de la tierra
para justificar la desesperación.
poema 128
dame el ocaso en una copa,
enumérame los frascos de la mañana
y dime cuánto hay de rocío,
dime cuán lejos la mañana salta-
dime a qué hora duerme el tejedor
que tejió el espacio azul.
escríbeme cuántas notas habrá
en el nuevo éxtasis del tordo
entre asombradas ramas-
cuántos caminos recorre la tortuga-
cuántas copas la abeja comparte,
disoluta del rocío.
también, ¿quién puso la base del arco iris,
también, quién guía las esferas dóciles
por juncos de azul flexible?
¿qué dedos atan las estalactitas-
quién cuenta la plata de la noche
para saber si nadie está en deuda?
¿quién edificó esta casita albana
y cerró herméticamente las ventanas
que mi espíritu no puede ver?
¿quién me dejará salir un día de gala
con implementos de vuelo,
fugaz pomposidad?
vers,; s. ocampo
poema 520
me fui temprano -me llevé a mi perro-
a visitar el mar.
las sirenas del sótano
salían a mirarme
y, en el piso de arriba, las fragatas
extendían manos de cáñamo,
creyéndome una rata
encallada en la arena.
no huí, con todo. Hasta que el flujo
me llegó a los zapatos
y al delantal y al cinturón
y enseguida al corpiño,
tal como si intentara devorarme
como a una gota de rocío
en una flor de diente-de-león.
entonces salí huyendo.
él me siguió. Venía detrás, cerca.
sentía su tacón de plata
en mi tobillo y mis zapatos
rebosaron de perlas.
los dos llegamos hasta el pueblo firme.
no parecía conocer a nadie.
me miró con dureza
y se fue, haciéndome una venia.
poema 739
muchas veces pensé que la paz había llegado
cuando la paz estaba muy lejos-
como los náufragos- creen que ven la tierra-
en el centro del mar-
y luchan más débilmente -sólo para probar
tan deshauciadamente como yo-
cuántas ficticias costas-
antes del puerto hay-
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