miércoles, 6 de abril de 2011
friedrich nietzsche (1844 - 1900) // diez mandamientos para escribir con estilo
2- el estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento.
3- antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de viva voz lo que se tiene que decir. escribir debe ser sólo una imitación.
4- el escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. debe, pues, inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá de todos modos mucho más apagado que su modelo.
5- la riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; También la elección de las palabras, y la sucesión de los argumentos.
6- cuidado con el período. sólo tienen derecho a él aquellos que tienen la respiración muy larga hablando. para la mayor parte, el período es tan sólo una afectación.
7- el estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente.
8- uanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.
9- el tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.
10- no es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría.
antón pávlovich chéjov (1860 - 1904) // cuentos. 2 - los mártires
he aquí cómo cuenta la señora lisa la historia de su enfermedad:
-después de pasar una semana en la quinta de mi tía me fui a casa de mi prima varia. aunque su marido es un déspota -¡yo lo mataría!- hemos pasado unos días deliciosos. la otra noche dimos una función de aficionados, en la que tomé yo parte. representamos un escándalo en el gran mundo. frustalev estuvo muy bien. en un entreacto bebí un poco de limón helado con coñac. es una mezcla que sabe a champagne. al parecer no me sentó mal. al día siguiente hicimos una excursión a caballo. la mañana era un poco húmeda y me resfrié. hoy he venido a ver a mi pobre maridito y a llevarme el traje de seda. no había hecho más que llegar, cuando he sentido unos espasmos en el estómago y unos dolores... creí que me moría. varia, ¡claro!, se ha asustado mucho; ha empezado a tirarse de los pelos, ha mandado por el médico. ¡han sido unos momentos terribles!
tal es el relato que la pobre enferma les hace a todos sus visitantes.
después de la visita del médico se duerme con el sosegado sueño de los justos, y no se despierta en seis horas.
en el reloj acaban de dar las dos de la mañana. la luz de una lámpara con pantalla azul alumbra débilmente la estancia. lisa, envuelta en un blanco peinador de seda y tocada con un coquetón gorro de encaje, entreabre los ojos y suspira. a los pies de la cama está sentado su marido, vasili stepanovich. al pobre le colma de felicidad la presencia de su mujer, casi siempre ausente de casa; pero, al mismo tiempo, su enfermedad le desasosiega en extremo.
-¿qué tal, querida? ¿estás mejor? -le pregunta muy quedo.
-¡un poco mejor! -gime ella-. ¡ya no tengo espasmos; pero no puedo dormir!...
-¿quieres que te cambie la compresa, ángel mío?
lisa se incorpora con lentitud, pintado un intenso sufrimiento en la faz, e inclina la cabeza hacia su marido, que, sin tocar apenas su cuerpo, como si fuese algo sagrado, le cambia la compresa. el agua fría la estremece ligeramente y le arranca risitas nerviosas.
-¿y tú, pobrecito, no has dormido? -gime, tendiéndose de nuevo.
-¿acaso podría yo dormir estando enferma mi mujercita?
-esto no es nada, vasia. son los nervios. ¡soy una mujer tan nerviosa...! el doctor lo achaca al estómago; pero estoy segura de que se engaña. no ha comprendido mi enfermedad. son los nervios y no el estómago, ¡te lo juro! lo único que temo es que sobrevenga alguna complicación...
-¡no, mujer! mañana se te habrá pasado ya todo.
-no lo espero... no me importa morirme; pero cuando pienso que tú te quedarías solo... ¡dios mío!... ¡ya te veo viudo!...
aunque el amante esposo está solo casi siempre y ve muy poco a su mujer, se amilana y se aflige al oírla hablar así.
-¡vamos, mujer! ¿cómo se te ocurren pensamientos tan tristes? te aseguro que mañana estarás completamente bien...
-no lo espero... además, aunque yo me muera, la pena no te matará. llorarás un poco y te casarás luego con otra...
el marido no encuentra palabras para protestar contra semejantes suposiciones, y se defiende con gestos y ademanes de desesperación.
-¡bueno, bueno, me callo! -le dice su mujer-. pero debes estar preparado...
y piensa, cerrando los ojos: «si efectivamente me muriera...»
el cuadro de su propia muerte se le representa con todo lujo de detalles. en torno del lecho mortuorio lloran vasia, su madre, su prima varia y su marido, sus amigos, su adoradores. está pálida y bella. la amortajan con un vestido color de rosa, que le sienta a las mil maravillas, y la colocan sobre un verdadero tapiz de flores, en un ataúd magnífico, con aplicaciones doradas. huele a incienso; arden las velas funerarias. su marido la mira a través de las lágrimas. sus adoradores la contemplan con admiración. «se diría -murmuran- que está viva. ¡hasta en el ataúd está bella!» toda la ciudad se conduele de su fin prematuro... el ataúd es transportado a la iglesia por sus adoradores, entre los que va el estudiante de ojos negros que le aconsejó que bebiese la limonada con coñac... es lástima que no acompañe a la procesión fúnebre una banda de música... después de la misa, todos rodean el ataúd y se oyen los adioses supremos. llantos, sollozos, escenas dramáticas... luego, el cementerio. cierran el ataúd...
lisa se estremece y abre los ojos.
-¿estás ahí, vasia? -pregunta-. ¡no hago más que pensar cosas tristes, no puedo dormir!... ¡ten piedad de mí, vasia, y cuéntame algo interesante!
-¿qué quieres que te cuente, querida?
-una historia de amor -contesta con voz moribunda la enferma-, una anécdota....
vasili stepanovich hasta bailaría de coronilla con tal de ahuyentar los pensamientos tristes de su mujer.
-bueno; voy a imitar a un relojero judío.
el amante esposo pone una cara muy graciosa de judío viejo, y se acerca a la enferma.
-¿necesita usted, por casualidad, componer su reloj, hermosa señora? -pregunta con una pronunciación cómicamente hebrea.
-¡sí, sí! -contesta lisa, riendo y alargándole a su marido su relojito de oro, que ha dejado, como de costumbre, en la mesa de noche-. ¡compóngalo, compóngalo!
vasili stepanovich coge el reloj, lo abre, lo examina detenidamente, encorvado y haciendo muecas, y dice:
-no tiene compostura; la máquina está hecha una lástima.
lisa se ríe a carcajadas y aplaude.
-¡muy bien! ¡magnífico! -exclama-. ¡eres un excelente artista! haces mal en no tomar parte en nuestras funciones de aficionados. tienes talento. más que sisunov. sisunov es un joven con una vis cónica admirable. sólo el verle la cara es morirse de risa. figúrate una nariz apatatada, roja como una zanahoria, unos ojillos verdes... pues ¿y el modo de andar?... anda de un modo graciosísimo, igual que una cigüeña. así, mira...
la enferma salta de la cama y empieza a andar descalza a través de la habitación.
-¡salud, señoras y señores! -dice con voz de bajo, remedando al señor sisunov-. ¿qué hay de bueno por el mundo?
su propia tontada la hace reír.
-¡ja, ja, ja!
-¡ja, ja, ja! -ríe su marido.
y ambos, olvidada la enfermedad de ella, se ponen a jugar, a hacer niñerías, a perseguirse. el marido logra sujetar a la mujer por los encajes de la camisa y la cubre de ardientes besos.
de pronto ella se acuerda de que está gravemente enferma.
se vuelve a acostar, la sonrisa huye de su rostro...
-¡es imperdonable! -se lamenta-. ¡no consideras que estoy enferma!
-¿me perdonas?
-si me pongo peor, tú tendrás la culpa. ¡qué malo eres!
lisa cierra los ojos y enmudece. se pinta de nuevo en su faz el sufrimiento. se escapan de su pecho dolorosos gemidos. vasia le cambia la compresa y se sienta a su cabecera, de donde no se mueve en toda la noche.
a las diez de la mañana vuelve el doctor.
-bueno; ¿cómo van esas fuerzas? -le pregunta a la enferma, tomándole el pulso-. ¿ha dormido usted?
-¡se siente mal, muy mal! -susurra el marido.
ella abre los ojos y dice con voz débil:
-doctor, ¿podría tomar un poco de café?
-no hay inconveniente.
-¿y me permite usted levantarme?
-sí; pero sería mejor que guardase usted cama hoy.
-los malditos nervios... -susurra el marido en un aparte con el médico-. la atormentan pensamientos tristes... estoy con el alma en un hilo.
el doctor se sienta ante una mesa, se frota la frente y le receta a lisa bromuro. luego se despide hasta la noche.
al mediodía se presentan los adoradores de la enferma, con cara de angustia todos ellos. le traen flores y novelas francesas. lisa, interesantísima con su peinador blanco y su gorro de encaje, les dirige una mirada lánguida en que se lee su escepticismo respecto a una curación próxima. la mayoría de sus adoradores no han visto nunca a su marido, a quien tratan con cierta indulgencia. soportan su presencia armados de cristiana resignación: su común desventura les ha reunido con él junto a la cabecera de la enferma adorable.
a las seis de la tarde, lisa torna a dormirse para no despertar hasta las dos de la mañana. vasia, como la noche anterior, vela junto a su cabecera, le cambia la compresa, le cuenta anécdotas regocijadas.
- pero ¿adónde vas, querida? -le pregunta vasia, a la mañana siguiente, a su mujer, que está poniéndose el sombrero ante el espejo-. ¿adónde vas?
y le dirige miradas suplicantes.
- ¿cómo que adónde voy? -contesta ella, asombrada-. ¿no te he dicho que hoy se repite la función de teatro en casa de maría lvovna?
un cuarto de hora después toma un coche.
el marido suspira, coge la cartera y se va a la oficina. las dos noches de vigilia le han producido un fuerte dolor de cabeza y un gran desmadejamiento.
-¿qué le pasa a usted? -le pregunta su jefe.
vasia hace un gesto de desesperación y ocupa su sitio habitual.
-¡si supiera vuestra excelencia -contesta- lo que he sufrido estos dos días!... ¡mi Lisa está enferma!
-¡dios mío! -exclama el jefe-. ¿lisaveta pavlovna? ¿y qué tiene?
el otro alza los ojos y las manos al cielo, como diciendo:
-¡dios lo quiere!
-¿es grave, pues, la cosa?
-¡creo que sí!
-¡amigo mío, yo sé lo que es eso! -suspira el alto funcionario, cerrando los ojos-. he perdido a mi esposa... ¡es una pérdida terrible!... pero estará mejor la señora, ¿verdad? ¿qué médico la asiste?
-von sterk.
-¿von sterk? yo que usted, amigo mío, llamaría a magnus o a semandritsky... está usted muy pálido. se diría que está usted enfermo también...
-sí, excelencia... llevo dos noches sin dormir, y he sufrido tanto...
-pero ¿para qué ha venido usted? ¡váyase a casa y cuídese! no hay que olvidar el proverbio latino: mens sana in corpore sano...
vasia se deja convencer, coge la cartera, se despide del jefe y se va a su casa a dormir.
antón pávlovich chéjov (1860 - 1904) // cuentos. 1 - la tristeza
el cochero yona está todo blanco, como un aparecido. sentado en el pescante de su trineo, encorvado el cuerpo cuanto puede estarlo un cuerpo humano, permanece inmóvil. diríase que ni un alud de nieve que le cayese encima lo sacaría de su quietud.
su caballo está también blanco e inmóvil. por su inmovilidad, por las líneas rígidas de su cuerpo, por la tiesura de palos de sus patas, parece, aun mirado de cerca, un caballo de dulce de los que se les compran a los chiquillos por un copec. hállase sumido en sus reflexiones: un hombre o un caballo, arrancados del trabajo campestre y lanzados al infierno de una gran ciudad, como yona y su caballo, están siempre entregados a tristes pensamientos. es demasiado grande la diferencia entre la apacible vida rústica y la vida agitada, toda ruido y angustia, de las ciudades relumbrantes de luces.
hace mucho tiempo que yona y su caballo permanecen inmóviles. han salido a la calle antes de almorzar; pero yona no ha ganado nada.
las sombras se van adensando. la luz de los faroles se va haciendo más intensa, más brillante. el ruido aumenta.
- ¡cochero! -oye de pronto yona-. ¡llévame a viborgskaya!
yona se estremece. a través de las pestañas cubiertas de nieve ve a un militar con impermeable.
- ¿oyes? ¡a viborgskaya! ¿estás dormido?
yona le da un latigazo al caballo, que se sacude la nieve del lomo. el militar toma asiento en el trineo. el cochero arrea al caballo, estira el cuello como un cisne y agita el látigo. el caballo también estira el cuello, levanta las patas, y, sin apresurarse, se pone en marcha.
- ¡ten cuidado! -grita otro cochero invisible, con cólera-. ¡nos vas a atropellar, imbécil! ¡a la derecha!
- ¡vaya un cochero! -dice el militar-. ¡a la derecha!
siguen oyéndose los juramenitos del cochero invisible. un transeúnte que tropieza con el caballo de yona gruñe amenazador. yona, confuso, avergonzado, descarga algunos latigazos sobre el lomo del caballo. parece aturdido, atontado, y mira alrededor como si acabara de despertar de un sueño profundo.
- ¡se diría que todo el mundo ha organizado una conspiración contra ti! -dice con tono irónico el militar-. todos procuran fastidiarte, meterse entre las patas de tu caballo. ¡Una verdadera conspiración!
yona vuelve la cabeza y abre la boca. se ve que quiere decir algo; pero sus labios están como paralizados, y no puede pronunciar una palabra.
el cliente advierte sus esfuerzos y pregunta:
- ¿qué hay?
yona hace un nuevo esfuerzo y contesta con voz ahogada:
- ya ve usted, señor... he perdido a mi hijo... murió la semana pasada...
- ¿de veras?... ¿y de qué murió?
yona, alentado por esta pregunta, se vuelve aún más hacia el cliente y dice:
- no lo sé... de una de tantas enfermedades... ha estado tres meses en el hospital y a la postre... dios que lo ha querido.
- ¡a la derecha! -óyese de nuevo gritar furiosamente-. ¡parece que estás ciego, imbécil!
- ¡a ver! -dice el militar-. ve un poco más aprisa. a este paso no llegaremos nunca. ¡dale algún latigazo al caballo!
yona estira de nuevo el cuello como un cisne, se levanta un poco, y de un modo torpe, pesado, agita el látigo.
se vuelve repetidas veces hacia su cliente, deseoso de seguir la conversación; pero el otro ha cerrado los ojos y no parece dispuesto a escucharle.
por fin, llegan a viborgskaya. el cochero se detiene ante la casa indicada; el cliente se apea. yona vuelve a quedarse solo con su caballo. se estaciona ante una taberna y espera, sentado en el pescante, encorvado, inmóvil. de nuevo la nieve cubre su cuerpo y envuelve en un blanco cendal caballo y trineo.
una hora, dos... ¡nadie! ¡ni un cliente!
mas he aquí que yona torna a estremecerse: ve detenerse ante él a tres jóvenes. dos son altos, delgados; el tercero, bajo y jorobado.
- ¡cochero, llévanos al puesto de policía! ¡veinte copecs por los tres!
yona coge las riendas, se endereza. veinte copecs es demasiado poco; pero, no obstante, acepta; lo que a él le importa es tener clientes.
los tres jóvenes, tropezando y jurando, se acercan al trineo. como sólo hay dos asientos, discuten largamente cuál de los tres ha de ir de pie. por fin se decide que vaya de pie el jorobado.
- ¡bueno; en marcha! -le grita el jorobado a yona, colocándose a su espalda-. ¡qué gorro llevas, muchacho! me apuesto cualquier cosa a que en toda la capital no se puede encontrar un gorro más feo...
- ¡el señor está de buen humor! -dice yona con risa forzada-. mi gorro...
- ¡bueno, bueno! arrea un poco a tu caballo. a este paso no llegaremos nunca. si no andas más aprisa te administraré unos cuantos sopapos.
- me duele la cabeza -dice uno de los jóvenes-. ayer, yo y vaska nos bebimos en casa de dukmasov cuatro botellas de caña.
- ¡eso no es verdad! -responde el otro- eres un embustero, amigo, y sabes que nadie te cree.
- ¡palabra de honor!
- ¡oh, tu honor! no daría yo por él ni un céntimo.
yona, deseoso de entablar conversación, vuelve la cabeza, y, enseñando los dientes, ríe atipladamente.
- ¡ji, ji, ji!... ¡qué buen humor!
- ¡vamos, vejestorio! -grita enojado el jorobado-. ¿quieres ir más aprisa o no? dale de firme al gandul de tu caballo. ¡qué diablo!
yona agita su látigo, agita las manos, agita todo el cuerpo. a pesar de todo, está contento; no está solo. le riñen, lo insultan; pero, al menos, oye voces humanas. los jóvenes gritan, juran, hablan de mujeres. en un momento que se le antoja oportuno, yona se vuelve de nuevo hacia los clientes y dice:
- y yo, señores, acabo de perder a mi hijo. murió la semana pasada...
- ¡todos nos hemos de morir!-contesta el jorobado-. ¿pero quieres ir más aprisa? ¡esto es insoportable! prefiero ir a pie.
- si quieres que vaya más aprisa dale un sopapo -le aconseja uno de sus camaradas.
- ¿oye, viejo, estás enfermo?-grita el jorobado-. te la vas a ganar si esto continúa.
y, hablando así, le da un puñetazo en la espalda.
- ¡ji, ji, ji! -ríe, sin ganas, yona-. ¡dios les conserve el buen humor, señores!
- cochero, ¿eres casado? -pregunta uno de los clientes.
- ¿yo? !ji, ji, ji! ¡qué señores más alegres! no, no tengo a nadie... sólo me espera la sepultura... mi hijo ha muerto; pero a mí la muerte no me quiere. se ha equivocado, y en lugar de cargar conmigo ha cargado con mi hijo.
y vuelve de nuevo la cabeza para contar cómo ha muerto su hijo; pero en este momento el chepudo, lanzando un suspiro de satisfacción, exclama:
- ¡por fin, hemos llegado!
yona recibe los veinte copecs convenidos y los clientes se apean. les sigue con los ojos hasta que desaparecen en un portal.
torna a quedarse solo con su caballo. la tristeza invade de nuevo, más dura, más cruel, su fatigado corazón. observa a la multitud que pasa por la calle, como buscando entre los miles de transeúntes alguien que quiera escucharle. pero la gente parece tener prisa y pasa sin fijarse en él.
su tristeza a cada momento es más intensa. enorme, infinita, si pudiera salir de su pecho inundaría al mundo entero.
yona ve a un portero que se asoma a la puerta con un paquete y trata de entablar con él conversación.
- ¿qué hora es? -le pregunta, melifluo.
- van a dar las diez -contesta el otro-. aléjese un poco: no debe usted permanecer delante de la puerta.
yona avanza un poco, se encorva de nuevo y se sume en sus tristes pensamientos. se ha convencido de que es inútil dirigirse a la gente.
pasa otra hora. se siente muy mal y decide retirarse. se yergue, agita el látigo.
- no puedo más -murmura-. hay que irse a acostar.
el caballo, como si hubiera entendido las palabras de su viejo amo, emprende un presuroso trote.
una hora después yona está en su casa, es decir, en una vasta y sucia habitación, donde, acostados en el suelo o en bancos, duermen docenas de cocheros. la atmósfera es pesada, irrespirable. suenan ronquidos.
yona se arrepiente de haber vuelto tan pronto. además, no ha ganado casi nada. quizá por eso -piensa- se siente tan desgraciado.
en un rincón, un joven cochero se incorpora. se rasca el pecho y la cabeza y busca algo con la mirada.
- ¿quieres beber? -le pregunta yona.
- sí.
- aquí tienes agua... he perdido a mi hijo... ¿lo sabías?... la semana pasada, en el hospital... ¡qué desgracia!
pero sus palabras no han producido efecto alguno. el cochero no le ha hecho caso, se ha vuelto a acostar, se ha tapado la cabeza con la colcha y momentos después se le oye roncar.
yona exhala un suspiro. experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia. casi ha transcurrido una semana desde la muerte de su hijo; pero no ha tenido aún ocasión de hablar de ella con una persona de corazón. quisiera hablar de ella largamente, contarla con todos sus detalles. necesita referir cómo enfermó su hijo, lo que ha sufrido, las palabras que ha pronunciado al morir. quisiera también referir cómo ha sido el entierro... su difunto hijo ha dejado en la aldea una niña de la que también quisiera hablar. ¡tiene tantas cosas que contar! ¡qué no daría él por encontrar alguien que se prestase a escucharlo, sacudiendo compasivamente la cabeza, suspirando, compadeciéndolo! lo mejor sería contárselo todo a cualquier mujer de su aldea; a las mujeres, aunque sean tontas, les gusta eso, y basta decirles dos palabras para que viertan torrentes de lágrimas.
yona decide ir a ver a su caballo.
se viste y sale a la cuadra.
el caballo, inmóvil, come heno.
- ¿comes? -le dice yona, dándole palmaditas en el lomo-. ¿que se le va a hacer, muchacho? como no hemos ganado para comprar avena hay que contentarse con heno... soy ya demasiado viejo para ganar mucho... a decir verdad, yo no debía ya trabajar; mi hijo me hubiera reemplazado. era un verdadero, un soberbio cochero; conocía su oficio como pocos. desgraciadamente, ha muerto...
tras una corta pausa, yona continúa:
- sí, amigo..., ha muerto... ¿comprendes? es como si tú tuvieras un hijo y se muriera... naturalmente, sufrirías, ¿verdad?...
el caballo sigue comiendo heno, escucha a su viejo amo y exhala un aliento húmedo y cálido.
yona, escuchado al cabo por un ser viviente, desahoga su corazón contándoselo todo.
samuel beckett (1906 - 1989) // el final (fragmento)
martes, 5 de abril de 2011
samuel beckett (1906 - 1989) // poemas. 1 (seis poemas, 1947 - 1949)
suavemente sobre mundos sin nombre
ahí callan la cabeza la cabeza es muda
y se sabe no no se sabe nada
muere el canto de las bocas muertas
hizo su viaje sobre la arena
no hay nada que llorar
mi soledad la conozco bueno la conozco mal
tengo tiempo eso es lo que me digo tengo tiempo
pero qué tiempo hueso ávido el tiempo del perro
del cielo que palidece sin cesar mi grano de cielo
del rayo que asciende ocelado temblando
de las micras de los años en tinieblas
quieren que vaya de a a b no puedo
no puedo salir estoy en un país sin huellas
sí sí es una cosa hermosa la que tienen ahí una cosa
muy hermosa
qué es no me hagan más preguntas
espiral polvo de instantes qué es lo mismo
la calma el amor el odio la calma la calma
muerte de a. d.
y ahí estar todavía ahí todavía ahí apretado a mi vieja tabla carcomida
de días y noches ciegamente triturados
de estar ahí de no huir de huir y estar ahí
inclinado hacia la confesión de un tiempo agonizante
haber sido lo que fue hace lo que hizo
de mí de mi amigo muerto ayer la mirada brillante
los dientes largos anhelante en su barba devorando
la vida de los santos una vida por día de vida
reviviendo en la noche sus negros pecados
muerto ayer mientras que yo vivía
y estar ahí bebiendo más alto que la tormenta
la culpa del tiempo irremisible
agarrado a la vieja madera testigo de partidas
testigo de retornos
viva muerta mi única estación lirios blancos crisantemos
fango de hojas de abril
hermosos días grises de escarcha
soy el curso de arena que se desliza entre el canto y la duna
la lluvia de verano llueve sobre mi vida
sobre mi vida que huye y me persigue
y terminará el día de su comienzo
querido instante te veo
en la cortina de bruma que se aleja
donde no pisaré esos largos umbrales movedizos
y viviré el tiempo de una puerta
que se abre y se cierra
qué haría yo sin este mundo sin rostro sin preguntas donde ser no dura sino un instante donde cada instante
gira en el vacío en el olvido de haber sido
sin esta onda en donde al final
cuerpo y sombra se confunden
qué haría yo sin este silencio abismo de rumores
jadeando furioso hacia la salvación hacia el amor
sin este cielo que se eleva
sobre el polvo de su lastre
qué haría yo haría como ayer como hoy mirando por mi rendija si no estoy solo para errar y alejarme de toda vida
en un espacio falso
sin voz entre las voces
encerradas conmigo
quisiera que mi amor muriera que lloviera sobre el cementerio
y las calles por las que voy
llorando a aquella que creyó amarme
fuera del cráneo sólo adentro alguna parte alguna vez como cualquier cosa cráneo último refugio
tomado desde fuera
como bocca en el espejo
el ojo a la mínima alarma se abre enorme se resella no hay nada más
así algunas veces
como cualquier cosa
de la vida no forzosamente
tadeusz kantor (1915 - 1990) // palabras
"...los directores de escena no se quedan. montan la obra y se van. yo estoy siempre presente. debo estar ahí, en cada representación. ese es mi papel. estoy en el escenario, como director de escena. y cuando veo que el actor comienza a interpretar, a hacer demasiado, a comprometerse, a reproducir su papel, me pongo a su lado. encarno la realidad del espectador. estoy en escena ilegalmente, sin ningún derecho. eso es muy importante. estoy en escena... ilegítimamente. eso es. adoro esa palabra..."
"...aquí no hay actores. nuestros actores no pueden interpretar otro papel que el que interpretan en este espectáculo. no pueden interpretar hamlet, macbeth o falstaff. cada actor conserva su personalidad. yo me sirvo de ellos. yo no quiero un actor, que interpretaría un papel en el espectáculo. quiero servirme de aquel que es en realidad. tengo un lema: el artista debe conservar su salud. en la vida, cada uno debe conservar su salud. y los artistas, más aún que cualquier otro. ¿salvar el mundo? imposible. más vale salvarse uno mismo..."
"...soy un herético. de modo que necesito a dios. necesito ese dios, necesito a mi enemigo. necesito ese muro, para poder abrirme la cabeza. este es mi credo, mi principio, mi posición en polonia. cada cual debe tener su muro..." "...la ilusión es una reproducción del mundo visible. reproduce aquello que ya ha sido realizado con anterioridad, por la naturaleza, o por dios. preferentemente por dios, porque esto deja una oportunidad..."
"...como de costumbre, al final todo el mundo abandona la escena. me quedo solo. con mi joven esposa. ella es quién acaba el espectáculo. tan solo la ayudo. no volveré nunca..."