lunes, 18 de julio de 2011

bertolt brecht (eugen berthold friedrich brechter han culen, alemania, 1898 - 1956) // poesías - jamás, ma soeur, te he amado tanto... / cuatro canciones de amor / como era II / debilidades / la cuerda cortada

jamás, ma soeur, te he amado tanto...

jamás, ma soeur, te he amado tanto
como cuando me fui de ti en aquel crepúsculo.
me engulló el bosque, el bosque azul, ma soeur,
sobre el que los pálidos astros quedaban para siempre ya al oeste.

no me reí ni lo más mínimo, nada nada, ma soeur,
yo, que jugando me dirigía a mi oscuro destino-
mientras que ya los rostros tras de mí
lentos palidecían en el atardecer del bosque azul.

todo fue hermoso en aquella tarde única, ma soeur,
y nunca más después; tampoco antes-
claro que sólo me quedaban ya los grandes pájaros
que al atardecer tienen hambre en el oscuro cielo.


cuatro canciones de amor

1
cuando, más tarde, me alejé de ti
al hoy enorme
vi, cuando empecé a ver,
gente alegre y cabal.

y desde aquella hora tardía,
tú sabes de cuál hablo,
tengo una boca más hermosa
y unas piernas más ágiles.

más verde hay desde entonces
en árbol, ramo y prado
y es el agua más fresca
cuando me la echo encima.

2
cuando me haces pasármelo
tan bien, a veces pienso:
si me muriera ahora
habría sido feliz
hasta el final.

cuando tú seas vieja
y me recuerdes
piénsame como hoy
y tendrás un amor
que siga siendo joven.

3
siete rosas tiene el ramo,
seis se lleva el viento,
una queda para que
me la encuentre yo.

siete veces te llamé,
seis no respondiste,
a la séptima promete
que me dirás algo.

4
mi amada me dio una rama
con hojas amarillas.

se está acabando el año
y comienza el amor.


como era II

tus penas eran mis penas,
las mías, tuyas.
si no estabas tú contenta,
yo no lo estaba.


debilidades

no tenías ninguna,
yo sólo una,
que amaba.


la cuerda cortada

la cuerda cortada puede volver a anudarse,
vuelve a aguantar, pero
está cortada.

quizá volvamos a tropezar, pero allí
donde me abandonaste no
volverás a encontrarme.

fernando pessoa (fernando antónio nogueira pessoa, portugal, 1888 - 1935) // poesías - llueve en silencio, que esta lluvia... / en la gran oscilación... / el viento, el viento alto / cuando ella pasa / cosechadora

llueve en silencio, que esta lluvia...

llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
el cielo duerme. cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
llueve. de mí (de este que soy) reniego...

tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas sólo un susurrar
que a sí mismo se olvida cuando crece.
llueve. nada apetece...

no pasa el viento, cielo no hay que sienta.
llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
llueve. nada en mí siente...


n la gran oscilación...

en la gran oscilación
entre creer y no creer,
el corazón se trastorna
lleno de nada saber

y, ajeno a lo que sabía
por no saber lo que es,
sólo un instante le cabe
que es el conocer la fe.

fe que los astros conocen
porque es la araña que está
en la tela que ellos tejen,
y es vida que había ya.


el viento, el viento alto

el viento, alto en su elemento
me hace más solo -no me estoy
lamentando, él se tiene que lamentar.

es un sonido abstracto, insondable
venido del elusivo fin del mundo.
profundo es su significado.

me habla el todo inexistente en él,
cómo la virtud no es un escudo, y
cómo la mejor es estar en silencio.


cuando ella pasa

sentado junto a la ventana,
a través de los cristales, empañados por la nieve,
veo su adorable imagen, la de ella, mientras
pasa... pasa... pasa de largo...

sobre mí, la aflicción ha arrojado su velo:-
una criatura menos en este mundo
y un ángel más en el cielo.

sentado junto a la ventana,
a través de los cristales, empañados por la nieve,
pienso que veo su imagen, la de ella,
que no pasa ahora... que no pasa de largo...


cosechadora

pero no, es abstracta, es un pájaro
de sonidos en el aire del encumbrado aire,
y su alma canta sin molestar
porque el canto es lo que la hace cantar.

león tolstói (lev nikoláyevich tolstói, rusia, 1828 - 1919) // cuento - los tres staretzi

los tres staretzi

cuando oren no usen vanas repeticiones, como los paganos, porque éstos creen que serán atendidos hablando mucho. no los imiten, porque antes de que ustedes lo pidan ya el padre de ustedes conoce sus necesidades. san mateo, cap. VI, vers. 7 y 8.

el arzobispo de arkangelsk navegaba hacia el monasterio de solovki. en el mismo buque iban varios peregrinos al mismo punto para adorar las santas reliquias que allí se custodian. el viento era favorable, el tiempo magnífico y el barco se deslizaba sin la menor oscilación.
algunos peregrinos estaban recostados, otros comían; otros, sentados, formando pequeños grupos, conversaban. el arzobispo también subió sobre el puente a pasearse de un extremo a otro. al acercarse a la proa vio un pequeño grupo de viajeros, y en el centro a un mujik1 que hablaba señalando un punto del horizonte. los otros lo escuchaban con atención.
se detuvo el prelado y miró en la dirección que el mujik señalaba y sólo vio el mar, cuya tersa superficie brillaba a los rayos del sol. se acercó el arzobispo al grupo y aplicó el oído. al verlo, el mujik se quitó el gorro y enmudeció. los demás, a su ejemplo, se descubrieron respetuosamente ante el prelado.
-no se violenten, hermanos míos -dijo este último-. he venido para oír también lo que contaba el mujik.
-pues bien: éste nos contaba la historia de los tres ermitaños -dijo un comerciante menos intimidado que los otros del grupo.
-¡Aah!... ¿qué es lo que cuenta? -preguntó el arzobispo.
al decir esto se acercó a la borda y se sentó sobre una caja.
-habla -añadió dirigiéndose al mujik-, también quiero escucharte... ¿qué señalabas, hijo mío?
-el islote de allá abajo -repuso el mujik, señalando a su derecha un punto en el horizonte-. precisamente sobre ese islote es donde los ermitaños trabajan por la salvación de sus almas.
-¿pero dónde está ese islote? -preguntó el arzobispo.
-dígnese mirar en la dirección de mi mano... ¿ve usted aquella nubecilla? pues bien, un poco más abajo, a la izquierda..., esa especie de faja gris.
el arzobispo miraba atentamente y, como el sol hacía brillar el agua, no veía nada por la falta de costumbre.
-no distingo nada -dijo-. pero ¿quiénes son esos ermitaños y cómo viven?
-son hombres de dios -respondió el campesino-. hace mucho tiempo que oí hablar de ellos, pero nunca tuve ocasión de verlos hasta el verano último.
el pescador volvió a comenzar su relato. un día que iba de pesca fue arrastrado por el temporal hacia aquel islote desconocido. por la mañana caminaba cuando distinguió una pequeñísima cabaña y cerca de ella un ermitaño, al que siguieron a poco otros dos. al ver al mujik le dieron de comer, pusieron sus ropas a secar y lo ayudaron a reparar su barca.
-¿y cómo son? -preguntó el arzobispo.
-uno de ellos es pequeño, encorvado y viejísimo. viste una sotana raída y parece tener más de cien años. los blancos pelos de su barba empiezan a hacerse verdosos. es sonriente y sereno como un ángel del cielo. el segundo, un poco más alto, lleva un capote desgarrado, y su larga barba gris tiene reflejos amarillos. Es un hombre tan vigoroso, que volvió mi barca boca abajo como si fuera una cáscara de nuez, sin darme tiempo ni a que lo ayudase. también está siempre contento. el tercero es muy alto: su barba, de la blancura del cisne, le llega hasta las rodillas; es hombre melancólico, tiene las cejas erizadas y sólo lleva para cubrir su desnudez un pedazo de tela hecho de corteza trenzada y sujeto a la cintura.
-¿y qué te dijeron? -interrogó el prelado.
-¡oh! hablaban muy poco, aun entre ellos. con una sola mirada se entendían inmediatamente. yo pregunté al más alto si vivían allí desde hace mucho tiempo y él frunció las cejas y murmuró no sé qué en tono de enfado; pero el pequeño le cogió la mano sonriendo y el alto enmudeció. el viejecito dijo solamente:
"-haznos el favor...
"y sonrió."
mientras el pescador hablaba, el buque se había aproximado a un grupo de islas.
-ahora se ve perfectamente el islote -dijo el comerciante-. dígnese mirar vuestra grandeza -añadió extendiendo la mano.
el arzobispo miró una faja gris: era el islote. quedó fijo durante largo tiempo, y luego, pasando de proa a popa, dijo al piloto:
-¿qué islote es ese que se ve allá abajo?
-no tiene nombre, hay muchos como ese por aquí.
-¿es cierto que en él, según se dice, están los ermitaños dedicados a trabajar por su salvación eterna?
-así se dice, pero ignoro si es verdad. los pescadores aseguran haberlos visto, pero también ocurre que se habla sin saber lo que se dice.
-yo querría desembarcar en ese islote para ver a los ermitaños -dijo el prelado-. ¿puede hacerse?
-no podemos acercarnos con el buque -repuso el piloto-. hace falta para eso la canoa, y sólo el capitán puede autorizar que la botemos al agua.
se avisó al capitán.
-desearía ver a los ermitaños -le dijo el arzobispo-. ¿podría llevarme allá?
el capitán trató de disuadirlo de su propósito.
-es muy fácil -dijo- pero vamos a perder mucho tiempo. casi me atrevería a decir a vuestra grandeza que no valen la pena de ser vistos. he oído decir que esos viejos son unos estúpidos, no comprenden lo que se les dice y en punto a hablar saben menos que los peces.
-pues a pesar de todo deseo verlos; pagaré lo que sea, pero disponga que me lleven a donde se encuentran.
ya no había nada que decir. se hicieron los preparativos necesarios, se cambiaron las velas, el piloto viró de bordo y se singló hacia la isla. se colocó a proa una silla para el arzobispo que, sentado en ella, miraba el horizonte, y todos los pasajeros se reunieron a proa para ver también el islote de los ermitaños. los que tenían buena vista distinguían ya las piedras de la isla y mostraban a los demás la pequeña cabaña. bien pronto uno de ellos vio a los tres ermitaños.
el capitán trajo el anteojo y miró, entregándoselo en seguida al arzobispo.
-es verdad -dijo-, a la derecha, junto a una gran piedra, se ven tres hombres.
a su vez el arzobispo enfocó el anteojo en la dirección indicada y vio, en efecto, a tres hombres, uno muy alto, otro más bajo y el último pequeñito. de pie, junto a la orilla, estaban cogidos de la mano.
el capitán dijo al prelado:
-aquí tiene que detenerse el buque. ahora, si quiere vuestra grandeza, debe bajar a la canoa y anclaremos para esperarlo.
se echó el ancla, se cargaron las velas y el buque comenzó a oscilar. fue botada al agua la canoa, saltaron a ella los remeros, y el arzobispo bajó por la escala.
una vez abajo, se sentó sobre un banco a popa, y los marineros, a golpes de remo, se dirigieron al islote. pronto llegaron a tiro de piedra. se veía perfectamente a los tres ermitaños: una muy alto, casi desnudo, salvo un pedazo de tela atado a la cintura y formado de cortezas entretejidas; otro más bajo, con su caftán desgarrado, y luego el más viejo, encorvado y vestido con sotana. los tres estaban cogidos de la mano.
llegó la canoa a la ribera, saltó a tierra el arzobispo, bendijo a los ermitaños, que se deshacían en saludos, y les habló de este modo:
-he sabido que aquí trabajan por la eterna salvación, ermitaños de dios, que ruegan a cristo por el prójimo; y como, por la gracia del altísimo, yo, su servidor indigno, he sido llamado a apacentar sus ovejas, he querido visitarlos, puesto que al señor sirven, para traerles la palabra divina.
los ermitaños permanecieron silenciosos, se miraron y sonrieron.
-díganme cómo sirven a dios -continuó el arzobispo.
el ermitaño que estaba en medio suspiró y lanzó una mirada al viejecito.
el gran ermitaño hizo un gesto de desagrado y también miró al viejecillo.
éste sonrió y dijo:
-servidor de dios, nosotros no podemos servir a nadie sino a nosotros mismos, ganando nuestro sustento.
-entonces ¿cómo rezan? -preguntó el prelado.
-he aquí nuestra plegaria: "tú eres tres, nosotros somos tres..., concédenos tu gracia".
en cuanto el viejecito hubo pronunciado estas palabras, los tres ermitaños elevaron su mirada al cielo y repitieron:
-tú eres tres, nosotros somos tres..., concédenos tu gracia.
sonrió el arzobispo y dijo:
-sin duda han oído hablar de la santísima trinidad, pero no es así como hay que rezar. les he tomado afecto, venerables ermitaños, porque veo que quieren ser gratos a dios, pero ignoran cómo se le debe servir. no es así como se debe rezar: escúchenme, porque voy a enseñarles. lo que van a oír está en la sagrada escritura de dios, donde el señor ha indicado a todos cómo hay que dirigirse a él.
y el arzobispo les explicó cómo cristo se reveló a hombres, y les explicó el dios padre, el dios hijo y el dios espíritu santo. luego añadió:
-el hijo de dios bajó a la tierra para salvar al género humano, y he aquí cómo nos enseñó a todos a rezar: escuchen y repitan conmigo.
y el arzobispo comenzó:
-padre nuestro...
y uno de los ermitaños repitió:
-padre nuestro...
y el segundo ermitaño repitió también:
-padre nuestro...
y el tercer ermitaño dijo asimismo:
-padre nuestro...
-que estás en los cielos...
y los ermitaños repitieron:
-que estás en los cielos...
pero el ermitaño que se hallaba entre sus hermanos se equivocaba y decía una palabra por otra; el gran ermitaño no pudo continuar porque los bigotes le tapaban la boca, y el viejecito, como no tenía dientes, pronunciaba muy mal.
volvió a empezar el arzobispo la plegaria y los ermitaños a repetirla. se sentó el prelado sobre una piedra y los ermitaños formaron círculo a su alrededor, mirándolo a la boca y repitiendo todo cuanto decía.
durante todo el día, hasta la noche, el prelado batalló con ellos diez, veinte, cien veces, repitiendo la misma palabra y con él los ermitaños. se embrollaban, él los corregía y volvían a empezar.
el arzobispo no dejó a los ermitaños hasta que les hubo enseñado la plegaria divina. la repitieron con él, y luego solos. como el ermitaño de en medio la aprendiera antes que los otros, la dijo él solo. entonces el arzobispo se la hizo repetir varias veces y los otros dos lo imitaron.
ya comenzaba a oscurecer y la luna surgía del mar cuando el arzobispo se levantó para volverse al buque. se despidió de los ermitaños, que lo saludaron hasta el suelo, los hizo incorporarse, los besó a los tres, les recomendó que rogasen como les había dicho, se sentó sobre el banco de la canoa y se dirigió hacia el barco.
mientras bogaban, seguía oyendo a los ermitaños que recitaban en voz alta la plegaria de dios.
pronto llegó el esquife junto al buque; ya no se oía la voz de los ermitaños, pero aún se les veía a los tres, a la luz de la luna, en la orilla, el viejecito en medio, el más alto a su derecha y el otro a su izquierda.
el arzobispo llegó al barco y subió al puente. levaron anclas, largaron las velas, que el viento hinchó, y el buque se puso en movimiento, continuando el interrumpido viaje.
se instaló a popa el prelado y allí se sentó, siempre con la vista fija en el islote. aún se veía a los tres ermitaños. luego desaparecieron y no se vio más que la isla. pronto esta misma se perdió en lontananza y sólo se veía el mar brillando a la luz de la luna.
se acostaron los peregrinos y todo enmudeció en el puente; pero el arzobispo no quiso dormir aún. solo en la popa, miraba al mar en la dirección del islote y pensaba en los buenos ermitaños. recordaba la alegría que experimentaron al aprender la oración y daba gracias a dios por haberlo llamado en ayuda de aquellos hombres venerables, para enseñarles la palabra divina.
así pensaba el arzobispo, con los ojos fijos en el mar, cuando de pronto vio blanquear algo y lucir en la estela luminosa de la luna. ¿sería una gaviota o una vela blanca? mira más atentamente y se dice: de fijo es una barca con una vela, que nos sigue. ¡pero qué rápidamente marcha! hace un instante estaba lejos, muy lejos, y hela aquí ya muy cerca. además, es una barca como no se ve ninguna y una vela que no parece tal...
sin embargo, aquello los persigue y el arzobispo no puede distinguir qué cosa es. ¿Será un barco, un pájaro, un pez? también parece un hombre, pero es más grande que un hombre, y además, un ser humano no podría andar sobre el agua.
se levantó el arzobispo, fue a donde estaba el piloto y le dijo:
-¡mira! ¿qué es eso?
pero en aquel momento ve que son los ermitaños que corren sobre el mar y se acercan al buque. Sus blancas barbas despiden brillante fulgor.
al volverse el piloto deja la barra espantado y grita:
-¡señor!, los ermitaños nos persiguen sobre el mar y corren sobre las olas como sobre el suelo.
al oír estos gritos se levantaron los pasajeros y se precipitaron hacia la borda, viendo todos correr a los ermitaños, teniéndose unos a otros de la mano, y a los de los extremos hacer señas de que se detuviera el barco.
aún no se había tenido tiempo de parar cuando alcanzaron el buque, llegaron junto a él y levantando los ojos dijeron:
-servidor de dios, ya no sabemos lo que nos has hecho aprender. mientras lo hemos repetido nos acordábamos, pero una hora después de haber cesado de repetirlo se nos ha olvidado y ya no podemos decir la oración. enséñanos de nuevo.
el arzobispo hizo la señal de la cruz, se inclinó hacia los ermitaños y dijo:
-¡la plegaria de ustedes llegará de todos modos hasta el señor, santos ermitaños! no soy yo quien debe enseñarles. ¡rueguen por nosotros, pobres pecadores!
y el arzobispo los saludó con veneración. Los ermitaños permanecieron un momento inmóviles, luego se volvieron y se alejaron rápidamente sobre el mar.
y hasta el alba se vio una gran luz del lado por donde habían desaparecido.

daimoku

gongyo

om namah shivaya (shiva sahasranama mantra)

om namah shivaya

franz kafka (rep. checa, 1883 - 1924) // cuentos - el híbrido - el paseo repentino - el silencio de las sirenas

el híbrido

tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. es una herencia de mi padre. en mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. ahora es mitad y mitad. del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. en las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. no sabe maullar y abomina a los ratones. horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. a grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. la hora de visita es los domingos por la mañana. me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.
no me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. a veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.
en mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. acurrucado contra mí es como se siente mejor. se apega a la familia que lo ha criado. esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
a veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿eran suyas o mías? ¿tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? no he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. por eso le queda chico el pellejo. a veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. salta entonces al suelo y brinca alrededor.
tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.


el paseo repentino

cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.
todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.


el silencio de las sirenas

existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. he aquí la prueba:
para protegerse del canto de las sirenas, ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. el canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.
sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. no sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
en efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.
ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo. fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. el espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.
y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de ulises.
si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. pero ellas permanecieron y ulises escapó.
la tradición añade un comentario a la historia. se dice que ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

franz kafka (rep. checa, 1993 - 1924) // cuentos - buitres / chacales y árabes / el escudo de la ciudad

buitres

érase un buitre que me picoteaba los pies. ya había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos inquietos alrededor y luego proseguía la obra.
pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba yo al buitre.
-estoy indefenso -le dije- vino y empezó a picotearme, yo lo quise espantar y hasta pensé torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. preferí sacrificar los pies: ahora están casi hechos pedazos.
-no se deje atormentar -dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.
-¿le parece? -pregunté- ¿quiere encargarse del asunto?
-encantado -dijo el señor- ; no tengo más que ir a casa a buscar el fusil, ¿puede usted esperar media hora más?
- no sé -le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después añadí -: por favor, pruebe de todos modos.
-bueno- dijo el señor- , voy a apurarme.
el buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado errar la mirada entre el señor y yo. ahora vi que había comprendido todo: voló un poco, retrocedió para lograr el ímpetu necesario y como un atleta que arroja la jabalina encajó el pico en mi boca, profundamente. al caer de espaldas sentí como una liberación; que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre irreparablemente se ahogaba.


chacales y árabes

acampábamos en el oasis. los viajeros dormían. un árabe, alto y blanco, pasó adelante; ya había alimentado a los camellos y se dirigía a acostarse.
me tiré de espaldas sobre la hierba; quería dormir; no pude conciliar el sueño; el aullido de un chacal a lo lejos me lo impedía; entonces me senté. y lo que había estado tan lejos, de pronto estuvo cerca. el gruñido de los chacales me rodeó; ojos dorados descoloridos que se encendían y se apagaban; cuerpos esbeltos que se movían ágilmente y en cadencia como bajo un látigo.
un chacal se me acercó por detrás, pasó bajo mi brazo y se apretó contra mí como si buscara mi calor, luego me encaró y dijo, sus ojos casi en los míos:
-soy el chacal más viejo de toda la región. me siento feliz de poder saludarte aquí todavía. ya casi había abandonado la esperanza, porque te esperábamos desde la eternidad; mi madre te esperaba, y su madre, y todas las madres hasta llegar a la madre de todos los chacales. ¡créelo!
-me asombra -dije olvidando alimentar el fuego cuyo humo debía mantener lejos a los chacales-, me asombra mucho lo que dices. sólo por casualidad vengo del lejano norte en un viaje muy corto. ¿qué quieren de mí, chacales?
y como envalentonados por este discurso quizá demasiado amistoso, los chacales estrecharon el círculo a mi alrededor; todos respiraban con golpes cortos y bufaban.
-sabemos -empezó el más viejo- que vienes del norte; en esto precisamente fundamos nuestra esperanza. allá se encuentra la inteligencia que aquí entre los árabes falta. de este frío orgullo, sabes, no brota ninguna chispa de inteligencia. matan a los animales, para devorarlos, y desprecian la carroña.
-no hables tan fuerte -le dije-, los árabes están durmiendo cerca de aquí.
-eres en verdad un extranjero -dijo el chacal-, de lo contrario sabrías que jamás, en toda la historia del mundo, ningún chacal ha temido a un árabe. ¿por qué deberíamos tenerles miedo? ¿acaso no es un desgracia suficiente el vivir repudiados en medio de semejante pueblo?
-es posible -contesté-, puede ser, pero no me permito juzgar cosas que conozco tan poco; debe tratarse de una querella muy antigua, de algo que se lleva en la sangre, entonces concluirá quizá solamente con sangre.
-eres muy listo -dijo el viejo chacal; y todos empezaron a respirar aún más rápido, jadeantes los pulmones a pesar de estar quietos; un olor amargo que a veces sólo apretando los dientes podía tolerarse salía de sus fauces abiertas-, eres muy listo; lo que dices se corresponde con nuestra antigua doctrina. tomaremos entonces la sangre de ellos, y la querella habrá terminado.
-¡oh! -exclamé más brutalmente de lo que hubiera querido- se defenderán, los abatirán en masa con sus escopetas.
-has entendido mal -dijo-, según la manera de los hombres que ni siquiera en el lejano norte se pierde. nosotros no los mataremos. el nilo no tendría bastante agua para purificarnos. a la simple vista de sus cuerpos con vida escapamos hacia aires más puros, al desierto, que por esta razón se ha vuelto nuestra patria.
y todos los chacales en torno, a los cuales entre tanto se habían agregado muchos otros venidos de más lejos, hundieron la cabeza entre las extremidades anteriores y se la frotaron con las patas; habríase dicho que querían ocultar una repugnancia tan terrible que yo, de buena gana, con un gran salto hubiese huido del cerco.
-¿qué piensan hacer entonces? -les pregunté al tiempo que quería incorporarme, pero no pude; dos jóvenes bestias habían mordido la espalda de mi chaqueta y de mi camisa; debí permanecer sentado.
-llevan la cola de tus ropas -dijo el viejo chacal aclarando en tono serio-, como prueba de respeto.
-¡que me suelten! -grité, dirigiéndome ya al viejo, ya a los más jóvenes.
-te soltarán, naturalmente -dijo el viejo-, si tú lo exiges. pero debes esperar un ratito, porque siguiendo la costumbre han mordido muy hondo y sólo lentamente pueden abrir las mandíbulas. mientras tanto escucha nuestro ruego.
-no diré que el comportamiento de ustedes me ha predispuesto a ello -contesté.
-no nos hagas pagar nuestra torpeza -dijo, empleando en su ayuda por primera vez el tono lastimero de su voz natural-, somos pobres animales, sólo poseemos nuestra dentadura; para todo lo que queramos hacer, bueno o malo, contamos únicamente con los dientes.
-¿qué quieres entonces? -pregunté algo aplacado.
-señor -gritó, y todos los chacales aullaron; a lo lejos me pareció como una melodía-. señor, tú debes poner fin a la querella que divide el mundo. tal cual eres, nuestros antepasados te han descrito como el que lo logrará. es necesario que obtengamos la paz con los árabes; un aire respirable; el horizonte completo limpio de ellos; nunca más el lamento de los carneros que el árabe degüella; todos los animales deben reventar en paz; es preciso que nosotros los vaciemos de su sangre y que limpiemos hasta sus huesos. limpieza, solamente limpieza queremos -y ahora todos lloraban y sollozaban-, ¿cómo únicamente tú en el mundo puedes soportarlos, tú, de noble corazón y dulces entrañas? inmundicia es su blancura; inmundicia es su negrura; y horrorosas son sus barbas; ganas da de escupir viendo las comisuras de sus ojos; y cuando alzan los brazos en sus sobacos se abre el infierno. por eso, oh señor, por eso, oh querido señor, con la ayuda de tus manos todopoderosas, con la ayuda de tus todopoderosas manos, ¡córtales el pescuezo con esta tijera! -y, a una sacudida de su cabeza, apareció un chacal que traía en uno de sus colmillos una pequeña tijera de sastre cubierta de viejas manchas de herrumbre.
-¡ah, finalmente apareció la tijera, y ahora basta! -gritó el jefe árabe de nuestra caravana, que se nos había acercado contra el viento y que ahora agitaba su gigantesco látigo. todos escaparon rápidamente, pero a cierta distancia se detuvieron, estrechamente acurrucados unos contra otros, tan estrecha y rígidamente los numerosos animales, que se los veía como un apretado redil rodeado de fuegos fatuos.
-así que tú también, señor, has visto y oído este espectáculo -dijo el árabe riendo tan alegremente como la reserva de su tribu lo permitía.
-¿sabes entonces qué quieren los animales? -pregunté.
-naturalmente, señor -dijo-, todos lo saben; desde que existen los árabes esta tijera vaga por el desierto, y viajará con nosotros hasta el fin de los tiempos. a todo europeo que pasa le es ofrecida la tijera para la gran obra; cada europeo es precisamente el que les parece el predestinado. estos animales tienen una esperanza insensata; están locos, locos de verdad. por esta razón los queremos; son nuestros perros; más lindos que los de ustedes. mira, reventó un camello esta noche, he dispuesto que lo traigan aquí.
cuatro portadores llegaron y arrojaron el pesado cadáver delante de nosotros. apenas tendido en el suelo, ya los chacales alzaron sus voces. como irresistiblemente atraído por hilos, cada uno se acercó, arrastrando el vientre en la tierra, inseguro. se habían olvidado de los árabes, habían olvidado el odio; la obliteradora presencia del cadáver reciamente exudante los hechizaba. ya uno de ellos se colgaba del cuello y con el primer mordisco encontraba la arteria. como una pequeña bomba rabiosa que quiere apagar a cualquier precio y al mismo tiempo sin éxito un prepotente incendio, cada músculo de su cuerpo zamarreaba y palpitaba en su puesto. y ya todos se apilaban en igual trabajo, formando como una montaña encima del cadáver.
en aquel momento el jefe restalló el severo látigo a diestra y siniestra. los chacales alzaron la cabeza, a medias entre la borrachera y el desfallecimiento, vieron a los árabes ante ellos, sintieron el látigo en el hocico, dieron un salto atrás y corrieron un trecho a reculones. pero la sangre del camello formaba ya un charco, humeaba a lo alto, en muchos lugares el cuerpo estaba desgarrado. no pudieron resistir; otra vez estuvieron allí; otra vez el jefe alzó el látigo; yo retuve su brazo.
-tienes razón, señor -dijo-, dejémoslos en su oficio; por otra parte es tiempo de partir. ya los has visto. prodigiosos animales, ¿no es cierto? ¡y cómo nos odian!


el escudo de la ciudad

en un principio no faltó la organización en las disposiciones para construir la torre de babel; de hecho, quizás el orden era excesivo. se pensó demasiado en guías, intérpretes, alojamientos para obreros y vías de comunicación, como si se dispusiera de siglos. en esos tiempos, la opinión general era que no se podía construir con demasiada lentitud; un poco más y hubieran abandonado todo, y hasta desistido de echar los cimientos. la gente razonaba de esta manera: lo esencial de la empresa es el pensamiento de construir una torre que llegue al cielo. lo demás es del todo secundario. ese pensamiento, una vez comprendida su grandeza, es inolvidable: mientras haya hombres en la tierra, existirá también el fuerte deseo de terminar la torre. por consiguiente no debe preocuparnos el futuro. al contrario: el saber de los hombres adelanta, la arquitectura ha progresado y seguirá progresando; de aquí a cien años el trabajo para el que precisamos un año se hará tal vez en pocos meses, y más resistente, mejor. entonces, ¿a qué agotarnos ahora? eso tendría sentido si cupiera la esperanza de que la torre quedará terminada en el espacio de una generación. esa esperanza era imposible. lo más creíble era que la nueva generación, con sus conocimientos superiores, condenara el trabajo de la generación anterior y demoliera todo lo adelantado, para recomenzar. tales pensamientos paralizaron las energías, y se pensó menos en construir la torre que en construir una ciudad para los obreros. cada nacionalidad quería el mejor barrio, y esto dio lugar a disputas que culminaban en peleas sangrientas. esas peleas no tenían fin; algunos dirigentes opinaban que demoraría muchísimo la construcción de la torre y otros que más valía aguardar que se reestableciera la paz. pero no sólo en pelear pasaban el tiempo; en las treguas se dedicaban a embellecer la ciudad, lo que provocaba nuevas envidias y nuevas peleas. así pasó la era de la primera generación, pero ninguna de las siguientes fue distinta; sólo aumentó la destreza técnica y con ella el ansia guerrera. aunque la segunda o tercera generación reconoció la insensatez de una torre que llegara hasta el cielo, ya estaban demasiado comprometidos para abandonar los trabajos y la ciudad.
el vaticinio de que cinco golpes sucesivos de un puño gigantesco aniquilarán la ciudad, está presente en todas las leyendas y cantos de esa ciudad. por esa razón el escudo de armas de la ciudad incluye un puño.

viernes, 15 de julio de 2011

león tolstói (lev nikoláyevich tolstói, rusia 1828 - 1910) // cuentos - ¿cuánta tierra necesita un hombre?

¿cuánta tierra necesita un hombre?

érase una vez un campesino llamado pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -pensaba a menudo- los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."
ahora bien, cerca de la aldea de pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.
"qué te parece -pensó pahom- esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."
así que decidió hablar con su esposa.
-otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. la vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.
se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. tenían ahorrados cien rublos. vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. después de eso, pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.
así que ahora pahom tenía su propia tierra. pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena cosecha. al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. así se convirtió en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. cuando salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. la hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. antes, cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.
un día pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. pahom le preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el volga, donde había estado trabajando. una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla. comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos vacas.
el corazón de pahom se colmó de anhelo.
"¿por qué he de sufrir en este agujero -pensó- si se vive tan bien en otras partes? venderé mi tierra y mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".
pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su nueva propiedad. todo lo que había dicho el campesino era cierto, y pahom estaba en mucha mejor posición que antes. compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.
al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. quería sembrar más trigo, pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así que pahom ahorró dinero. podría haber seguido viviendo cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.
"si todas estas tierras fueran mías -pensó-, sería independiente y no sufriría estas incomodidades."
un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.
-sólo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.
"vaya -pensó pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. debo probar suerte."
pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su criado. pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les había aconsejado. continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.
en cuanto vieron a pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno al visitante. le dieron té y kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. pahom sacó presentes de su carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que debía hablar con el jefe. lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido pahom.
el jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a pahom:
-de acuerdo. escoge la tierra que te plazca. tenemos tierras en abundancia.
-¿y cuál será el precio? -preguntó pahom.
-nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.
pahom no comprendió.
-¿un día? ¿qué medida es ésa? ¿cuántas hectáreas son?
-no sabemos calcularlo -dijo el jefe-. la vendemos por día. todo lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil rublos por día.
pahom quedó sorprendido.
-pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -dijo.
el jefe se echó a reír.
-¡será toda tuya! pero con una condición. si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste, pierdes el dinero.
-¿pero cómo debo señalar el camino que he seguido?
-iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí. puedes comenzar desde ese sitio y emprender tu viaje, llevando una azada contigo. sonde lo consideres necesario, deja una marca. en cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. puedes hacer el recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. toda la tierra que cubras será tuya.
pahom estaba alborozado. decidió comenzar por la mañana. charlaron, bebieron más kurniss, comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. le dieron a pahom una cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al punto convenido antes del amanecer.
pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. no dejaba de pensar en su tierra.
"¡qué gran extensión marcaré! -pensó-. puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. los días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra. venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré. compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones más. unas noventa hectáreas destinaré a la siembra y en el resto criaré ganado."
por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.
-es hora de despertarlos -se dijo-. debemos ponernos en marcha.
se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a despertar a los bashkirs.
-es hora de ir a la estepa para medir las tierras -dijo.
los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. se pusieron a beber más kurniss, y ofrecieron a pahom un poco de té, pero él no quería esperar.
-si hemos de ir, vayamos de una vez. ya es hora.
los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana estaba rojo. subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. el jefe se acercó a pahom y extendió el brazo hacia la planicie.
-todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. puedes tomar lo que gustes.
a pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.
el jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:
-ésta será la marca. empieza aquí y regresa aquí. toda la tierra que rodees será tuya.
pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la azada y se dispuso a partir. tardó un instante en decidir el rumbo. todas las direcciones eran tentadoras.
-no importa -dijo al fin-. iré hacia el sol naciente.
se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.
"no debo perder tiempo -pensó-, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."
los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando pahom, azada al hombro, se internó en la estepa.
pahom caminaba a paso moderado. tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento apuró el paso. al cabo de un rato cavó otro pozo.
miró hacia atrás. la loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes llantas de las ruedas del carromato. pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. estaba más cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. ahora hacía más calor; miró el sol; era hora de pensar en el desayuno.
-he recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar. pero
me quitaré las botas -se dijo.
se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. ahora caminaba con soltura.
"seguiré otros cinco kilómetros -pensó-, y luego giraré a la izquierda. este lugar es tan promisorio que sería una pena perderlo. cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."
siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.
"ah -pensó pahom-, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. además estoy sudando, y muy sediento."
se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. continuó la marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.
pahom comenzó a cansarse. miró el sol y vio que era mediodía.
"bien -pensó-, debo descansar."
se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. después de estar un rato sentado, siguió andando. al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó, pensando: "una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".
avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un fecundo valle. "sería una pena excluir ese terreno -pensó-. El lino crecería bien aquí.". así que rodeó el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. pahom miró hacia la loma. el aire estaba brumoso y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.
"¡ah! -pensó pahom-. los lados son demasiado largos. este debe ser más corto." y siguió a lo largo del tercer lado, apurando el paso. miró el sol. estaba a mitad de camino del horizonte, y pahom aún no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. aún estaba a quince kilómetros de su meta.
"no -pensó-, aunque mis tierras queden irregulares, ahora debo volver en línea recta. podría alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".
pahom cavó un pozo de prisa.
echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. estaba agotado por el calor, tenía cortes y magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. ansiaba descansar, pero era imposible si deseaba llegar antes del poniente. el sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.
"cielos -pensó-, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿qué pasará si llego tarde?"
miró hacia la loma y hacia el sol. aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.
pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. apuró el paso, pero todavía estaba lejos del lugar. echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y conservó sólo la azada que usaba como bastón.
"ay de mí. he deseado mucho, y lo eché todo a perder. tengo que llegar antes de que se ponga el sol."
el temor le quitaba el aliento. pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. pahom estaba abrumado por el terror de morir de agotamiento.
aunque temía la muerte, no podía detenerse. "después que he corrido tanto, me considerarán un tonto si me detengo ahora", pensó. y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.
el hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. estaba muy bajo, pero pahom estaba muy cerca de su meta. podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se diera prisa. veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo a carcajadas.
"hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará dios vivir en ellas? ¡he perdido la vida, he perdido la vida! ¡nunca llegaré a ese lugar!"
pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. con el resto de sus fuerzas apuró el paso, encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. cuando llegó a la loma, de pronto oscureció. miró el cielo. ¡el sol se había puesto! pahom dio un alarido.
"todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la loma aún podían verlo. aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. allí aún había luz. llegó a la cima y vio la gorra. delante de ella el jefe se reía a carcajadas. pahom soltó un grito. se le aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.
-¡vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡ha ganado muchas tierras!
el criado de pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca. ¡pahom estaba muerto!
los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.
su criado empuñó la azada y cavó una tumba para pahom, y allí lo sepultó. dos metros de la cabeza a los pies era todo lo que necesitaba.

don johnson // heartbeat, 1986

duran duran // hungry like the wolf

devo // whip It

thomas dolby // she blinded me with science